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VANCE, EL CAZADOR (CAP. 2)


2 – AMISTADES

- ¿Jefe? Soy Vance. Ya me ocupé del paquete – Vance suelta una bocanada de humo del cigarrillo que se está fumando y espera a que la pareja que pasea por la calle en ese instante pase de largo para continuar hablando por el teléfono público desde el que está llamando – Sí, sin ningún problema jefe, tranquilo – antes de seguir hablando le da otra calada al pitillo – Por cierto, voy a ausentarme por unos días, espero que no le importe. Sí, quiero visitar a la familia. No, no, no pasa nada grave. Es solo que quiero hacerles una visita. Gracias jefe, le prometo que será solo una semana. Adiós.
                   Vance cuelga el teléfono y suelta otra bocanada de humo. La nube asciende lentamente formando pequeños remolinos que se retuercen y se entremezclan en un amasijo sin armonía. Vance observa a la poca gente que deambula por la ciudad a esas horas de la noche. Su mirada acaba recayendo sobre la entrada de un conocido local nocturno de la zona, llamado “Murasane”. Sonríe para sus adentros y piensa que la noche aún es joven. Arroja el cigarro a medio terminar al suelo, lo apaga con la suela de la puntera de su zapato y se encamina hacia la puerta del local silbando entre dientes “As time goes by”.
                   La entrada del local está custodiada férreamente por dos porteros de aspecto disuasorio. Los dos hombres que montan guardia ante la puerta de doble hoja de cristal opaco son profesionales en su campo, según puede comprobar Vance al verlos trabajar. Uno de ellos es de color y bastante alto, de anchos hombros, cabeza completamente calva, nariz ancha, labios gruesos y mentón ancho. El otro, más menudo que el anterior, es de complexión más delgada, nariz aguileña, mentón afilado y melena negra recogida en una cola de caballo. Ambos hombres visten el mismo traje de color negro. Cuatro personas hacen cola frente a los dos hombres a la espera de recibir el visto bueno de éstos para poder acceder al interior del local. Vance se acerca y se coloca al final de la cola. Los dos gorilas, al verle, se sonríen mutuamente, pues le conocen de hace ya tiempo.
- Que, Vance, ¿de juerga esta noche? – le saluda el hombre bajo.
- Ya ves, Hobs – Vance le devuelve el saludo – Quería ver como estabas, como hace ya tiempo que no me invitas a tu casa.
- ¡Qué cabrón! – Hobs, el de la melena, sonríe abiertamente – Como si no supieras porqué no te invito a mi casa. ¿Debo recordarte lo que pasó la última vez que estuviste?
- Vamos, hombre – Vance le palmea amistosamente en el hombro derecho mientras le estrecha la mano – Seguro que a tu madre ya se le ha pasado el cabreo, ¿no te parece?
- Más quisiera... – Hobs pone un gesto de resignación en su cara – Para que lo sepas, mi padre aún sigue durmiendo en el sofá.
- ¿Todavía tiene castigado al bueno de Joe? – Vance rió a carcajada limpia - ¡Dios santo, Hobs, tu madre es de armas tomar!
- ¡Uy, no la conoces tú bien! Si a ti no te hubiera dado por emborracharte con mi viejo aquella noche, las cosas en mi casa irían hoy mucho mejor, capullo.
- ¿Te lo puedes creer, Mitch? – Vance le da un pequeño codazo de complicidad al grandullón de color – La madre de Hobs se enfadó con el viejo Joe y conmigo solo por emborracharnos un poco. ¡Qué mujer, Mitch, qué mujer!
- ¿Un poco dices, capullo? Le jodísteis la urna donde tenía metidas las cenizas de la abuela; eso sí, después de usarla como cenicero. Yo diría que tiene motivos más que suficientes para enfadarse con vosotros, ¿no te parece?
- Por cierto, ¿recibió las flores que le mandé como disculpa?
- Sí, las recibió, le gustaron mucho y las colocó en el salón, pero de ahí a perdonarte le queda un buen trecho, te lo digo yo.
- Ah… - Vance ríe abiertamente – La verdad es que fue una gran cagada lo de esa noche... Bueno, me voy dentro a visitar a Garibaldi. Cuidaros los dos, ¿de acuerdo?
- Ten cuidado tú también – Hobs le saluda sonriendo – Y no estaría de más que te pasaras un día por casa para disculparte ante mi vieja. Quizás con eso consigas que se le ablande un poco el corazón y te perdone.
- ¿Tú crees que lo haría?
- He dicho que quizás, capullo.
- A cuidarse, señores.
                   El interior del “Murasane” es bastante grande y bien iluminado con luces de varios tonos y colores. Posee una planta inferior y otra superior que rodean a la pista de baile con una pared acristalada. Hay mucha gente esa noche dentro del local. La música envuelve perfectamente el interior del local sin resultar estridente ni atronadora. Grupos y parejas se reparten por doquier entre las muchas mesas situadas por todo el local, al igual que por las barras donde se sirven las bebidas, situadas ambas al fondo de las dos plantas. La barra inferior está flanqueada por dos escaleras, una a cada lado, utilizadas para acceder al piso superior.
                   Vance, tras observar un poco los sugerentes movimientos de las tres go-gós que bailan sobre el podio central circular de la pista, decide subir al piso de arriba por la escalera situada a mano derecha. Una vez arriba, se dirige hacia una puerta custodiada por otros dos gorilas. Vance conoce a uno de ellos, un hombre bajo, de hombros anchos, mentón ancho, bigote poblado, cejas grises muy pobladas y cabello gris cortado a lo cepillo.
- Hola, Jake, ¿anda Garibaldi por aquí?
- Hola, Vance – Jake le devuelve el saludo con una voz grave pero tranquila – Sí, está dentro. Pasa.
                   Cuando Vance se dispone a acercarse a la puerta, el otro hombre, un poco más alto y joven que Jake, le pone mala cara.
- Tranquilo, Elwood, este es de la familia. Déjalo pasar.
- ¿Elwood? – Vance le hace un gesto de incredulidad a Jake, que enseguida le pone cara de perros.
- Sí, sí, ya me han hecho la jodida bromita unas diez veces en lo que va de día. ¡Os podéis ir a la mierda tú y los jodidos Blues Brothers esos!
                   Vance ríe a carcajada limpia ante el cabreo de Jake y abre un poco la puerta, golpea suavemente dos veces en ella con los nudillos y pide permiso para entrar. Una voz algo ronca le saluda desde el interior con un tono alegre y familiar.
- ¡Ah, mi querido Vance, pasa, pasa! ¿Qué te trae por aquí?
- Pasaba por aquí y decidí entrar a visitarle – Vance cierra la puerta y se acerca a darle un abrazo a Garibaldi, un hombre ya cincuentón, pelo canoso, algo gordo y de estatura baja – Me ausentaré unos días de la ciudad y no quería olvidarme de pasar a decirle adiós, señor.
- ¡Te he dicho un millón de veces que no me llames así! – Garibaldi hace un par de aspavientos con sus manos antes de ir a sentarse en el sillón que hay dispuesto tras la enorme mesa de caoba que preside su despacho – Prácticamente eres como de la familia, así que llámame Garibaldi, ¿de acuerdo?
- Sabe que me resulta incómodo tutearle, ¿por qué insiste en que lo haga?
- Porque a mí me resulta igual de incómodo el que me llames señor, solo por eso. ¿Te apetece un puro? – Vance declina amablemente la oferta del señor Garibaldi con un leve gesto de la mano - Ah, es verdad, no te van los puros, lo olvidaba. ¿Cuál es el motivo de tu viaje, muchacho?
- La familia – responde Vance mientras se sienta en una silla que está situada ante la mesa – Quiero ir a visitarles.
- Haces bien, muchacho – Garibaldi coge un puro y le capa con ayuda de una pequeña guillotina – La familia es un bien muy preciado que todo buen hombre debe apreciar y cuidar. ¿Es por algún problema? La visita, me refiero.
- Oh, no, no. No ocurre nada malo. Es solo morriña.
- Ah, ah... – Garibaldi coge un mechero y enciende el puro a base de buenas caladas - ¿Necesitas algo, algún detallito para tu madre?
- Pues, ya que lo menciona... – Vance no puede evitar el sonrojarse ante la inquisitiva mirada del señor Garibaldi – La verdad es que venía a pedirle un pequeño favor.
- Ya estás escupiéndolo por esa boca, muchacho – Garibaldi suelta una gran bocanada de humo y le hace gestos con las manos a Vance para que continúe hablando.
- Necesito que me consiga para mañana alguna joya para mi madre. El día de su cumpleaños no pude asistir por motivos del trabajo y quería compensarla por ello de algún modo. Me serviría algún colgante o algún broche. Nada ostentoso, por supuesto. Yo no tengo mucha idea sobre esas cosas, así que pensé que usted podría ayudarme con ese tema.
- Descuida, le pediré a mi viejo amigo Lenny que te envíe a primera hora de la mañana algo que sea apropiado. Confía en mí, no te preocupes, muchacho. Con todas las veces que me has ayudado con el tema de la seguridad en mi local, es lo menos que puedo hacer por ti, faltaría más. ¿No necesitas nada más?
- No, no. Muchas gracias, señor – Vance se levanta de la silla para irse – Es un placer hablar con usted, señor. Muchas gracias por ayudarme con ese tema.
- Tonterías, muchacho – Garibaldi se levanta igualmente y le da un abrazo – Ya sabes que me encanta tenerte por aquí de visita.
- Gracias de nuevo por todo, señor.
- ¡Que no me llames así, narices! ¿Cómo tengo que decírtelo, en chino?
- Lo siento – Vance sonríe tímidamente ante su torpeza – No puedo evitarlo.
                   Tras tomarse un par de copas y hablar de cosas más mundanas con Jake, Vance decide marcharse a dormir. Tras despedirse de su amigo, y también de Hobs y Mitch, Vance abandona el local rumbo a su apartamento. Por el camino se regodea disfrutando con los sonidos de la noche. Algunos coches tocan sus bocinas, otros hacen rugir sus motores. A lo lejos se escuchan, de cuando en cuando, las sirenas de la policía o de alguna ambulancia. De las puertas de los diferentes locales nocturnos que engalanan con sus letreros luminosos las aceras salen músicas de todos los estilos. En una esquina un mendigo toca lánguidamente un viejo saxofón, arrancándole notas que parecen llorar. Un gato maúlla en el alero de un tejado y un perro vagabundo aúlla tristemente a lo lejos. Vance oye todo eso y se empapa de ello, porque ese es su mundo. La noche le abraza y Vance se deja abrazar por la noche.
CONTINÚA

1 comentario:

  1. Ah, creo que ya me sumergí en la historia, está buenísima.
    Entonces, si más, probaré del capítulo tres, =)!

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