____________________________________________________Visita mi CANAL DE YOUTUBE_______________________________________________________

VANCE, EL CAZADOR (CAP. 4)


4 – REUNIÓN FAMILIAR

                   Mediodía. Claire Richardson, mujer que sobrepasa ya los cincuenta, cabello gris con ligeros mechones canosos y de rodillas en el césped de su jardín, ocupa el rato en su pasatiempo favorito; el cuidado y arreglo de sus flores.                             
                   Sus manos, arrugadas y de pulso ya tembloroso, trabajan la tierra donde cultiva sus muchas y variadas clases de flores. Con la habilidad propia de quien lleva ya tiempo cultivando, va podando aquí y allá los brotes defectuosos, las hojas picoteadas por las aves o que han sido atacadas por los pulgones u otros parásitos propios de las plantas. Con la ayuda de un pequeño azadillo, cava un hoyo pequeño en la tierra húmeda y coloca en su interior un manojillo de camomilas. Acto seguido, ayudándose únicamente de sus manos, cubre sus raíces con la tierra restante, sacada del propio hoyo. Después se sacude las manos para eliminar de su piel los restos de granos de tierra que se han quedado pegados en ellas.
- Siempre me gustó el aroma de las camomilas – la voz de su hijo la coge por sorpresa.
- ¿¡Vance!? – Claire se pone en pie casi de un brinco y abraza llena de alegría a su hijo - ¡Qué alegría, hijo! ¿Cuándo has llegado? ¿Y por qué no me has avisado de que ibas a venir?
- Acabo de llegar ahora mismo – su hijo le da dos besos en las mejillas a modo de saludo – Quería daros una sorpresa. Toma – Vance le entrega el paquete que, a primera hora de la mañana, tal y como le prometiera el señor Garibaldi, el señor Lenny le hizo llegar por medio de un recadero – Feliz cumpleaños, mamá.
- Desde luego, que ya tienes cara, mozalbete – su madre le da un pequeño codazo en las costillas mientras agarra el paquete que su hijo le entrega en mano – ¿Crees que con un simple regalito voy a olvidar que no viniste a casa por mi cumpleaños?
- Debes creerme, mamá – Vance le sonríe con dulzura – Hice cuanto pude por venir, pero me fue imposible...
- No te preocupes, cariño – ella le acaricia con ternura una de las mejillas – Solo estaba bromeando. Sé de sobra que harías lo imposible por no faltar a ese día – con manos temblorosas, medio por los achaques propios de la edad, medio por motivo de la emoción contenida, Claire rompe el envoltorio del regalo y abre el estuche lacado, que guarda en su interior un colgante plateado en forma de dos pequeñas rosas entrelazadas entre si - ¡Oh, Dios mío...! ¿Cómo has podido...? No tenías que haberte molestado, hijo mío.
- ¿Te gusta? – Vance observa complacido la cara de asombro y felicidad de su madre. En verdad, piensa para sus adentros, el señor Lenny sabe escoger sus regalos.
- ¿Que si me gusta? ¡No seas idiota, Vance! ¡Cómo no va a gustarme, si es precioso! Ayúdame a ponérmelo, por favor.
                   Vance coge con cuidado el colgante por ambos extremos de su cadena y los pasa por encima de los hombros de su madre, que se recoge el cabello con las manos para ofrecer a su hijo su cuello desnudo para que éste le ate el colgante.
- ¿Y papá? – Le pregunta su hijo - ¿Dónde está?
- Llegará enseguida, ha salido a dar un paseo hasta el parque. Últimamente suele hacerlo a menudo. Se alegrará de verte, ya lo verás, hijo.
- ¿Tú crees? – Vance no parece muy convencido ante la apreciación hecha por su madre.
- ¡Por supuesto que sí! A fin de cuentas, eres su único hijo varón, ¿no es cierto?
- Sí, pero ambos sabemos quién es su ojito derecho, ¿verdad?
- ¡June, la olvidaba! – Su madre se lleva las manos a la boca, queriendo disimular su sorpresa – Verás cuando te vea, ¡lo contenta que se va a poner!
- ¿Sigue estudiando?
- Oh, no, no... – Su madre le hace un aspaviento con una de las manos en gesto de negación – Hace ya meses que dejó los estudios y se puso a trabajar. A tu padre al principio no le hizo ninguna gracia que tu hermana dejase los estudios, pero el enfado le duró muy poco; cosa harto habitual en él, tratándose de su ojito derecho.
- Sí – Vance puso cara de circunstancias – Recuerdo que cuando yo dejé los estudios me retiró la palabra durante un año; hasta que me saqué el carnet de conducir con mi propio sueldo.
- Ya, bueno – su madre le quita importancia al tema – Ya sabes lo cabezón que es tu padre, pero en el fondo sabes que te quiere con locura; tanto como a tu hermana...
- ... ¿Tanto, tanto? – bromea Vance.
- Bueno..., vale, quizás un poco menos – su madre le sigue la broma con una mueca de felicidad dibujada en su boca – Pero os quiere a los dos con locura, que no te quepa la menor duda sobre eso, jovenzuelo.
- ¡Vance, Vance, Vance!
                   Al oír su nombre, Vance se gira justo a tiempo para recibir de lleno el efusivo abrazo de su hermana pequeña, que acaba de llegar al domicilio paterno en ese momento.
- ¿Cuándo has llegado? ¿Y por qué no me has llamado para decirme que venías, so tonto?
- ¡Hola, hermanita! – Vance le da dos besos a su hermana para saludarla – Hace apenas unos minutos. ¿Qué tal te encuentras?
- Yo bien, ¿Y tú? – Su hermana le devuelve los besos - ¿Piensas quedarte?
- Tenía pensado quedarme una semana – Vance echa una mirada inquisitiva a su madre – Si no es mucha molestia, claro.
- Por supuesto que no – le responde ésta – Sabes de sobra que nos encanta tenerte con nosotros. Venga, entrad en la casa. Mientras os ponéis al día, yo prepararé algo de comer, ¿qué os parece?
- ¡Pizza! – exclama June jubilosa - ¡Pizza, pizza, pizza!
- ¡De eso nada, jovencita! – Refunfuña casi sin ganas su madre - ¡En mi casa no se come esa comida basura! ¡De ninguna manera!
                   Los dos hermanos entran riendo en la casa, seguidos de su madre. June va agarrada al brazo derecho de su hermano mientras le bombardea a preguntas sobre su persona, que Vance responde de buena gana. Su madre tiene en sus ojos el brillo de la felicidad más grande y pura que existe en el mundo. La felicidad que le da a una madre el ver juntos a sus hijos; sanos, alegres y sin preocupaciones de ningún tipo. Claire Richardson es, en ese momento, una mujer dichosa y feliz.
                   El sol brilla en el cielo. Los pájaros cantan alegres entre las copas de los árboles y una cálida brisa mece suavemente un manojillo de camomilas recién plantadas. Mientras tanto, en la acera de enfrente, un coche negro, con las lunas tintadas y dos ocupantes en su interior, arranca y se pone en marcha. Segundos después, el acompañante del conductor del vehículo marca un número privado en su teléfono móvil y espera a que contesten.
- ¿Señor? Soy Joe. Acaba de llegar. Sí señor. De acuerdo, así lo haremos.
CONTINÚA

1 comentario: