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ZARKO DE MYZAR. CAPÍTULO 1


Capítulo 1 – Un encuentro fortuito.

         El desconocido viajero que atravesaba en esos momentos los extensos campos cubiertos de margaritas de Shanum no podría pasar desapercibido ni aunque quisiera. Era bastante alto, cuerpo musculoso, piel morena y curtida, facciones bien marcadas y su cabello, corto y rojo como el fuego, terminaba en una larga coletilla. De su ancha espalda colgaba una larga espada de hoja estrecha y mango largo con incrustaciones de topacios. No vestía más que un taparrabos de cuero curtido, un pequeño chaleco de piel curtida de león y unas sandalias de madera y cordaje de cuero. De su cuello pendía un colgante formado por tres pequeños colmillos de jabalí. En el antebrazo izquierdo llevaba un brazalete de cuero negro con unos extraños símbolos tallados en él y en su hombro derecho acarreaba un petate de piel de becerro curtida. Caminaba sin prisa, pero sin pausa.
         Se detuvo un instante para mirar al cielo y secarse el sudor de la frente. El sol se hallaba en el punto más alto y el calor, aunque no sofocante, empezaba a ser algo molesto en aquella tarde de primavera. Unas pocas nubes, de gran tamaño, cubrían el azul del cielo pero no así al sol, y Zarko, que así se llamaba el viajero, optó por refrescar su garganta con un poco de agua del pequeño odre de cuero que guardaba dentro del petate. El agua le supo a gloria y, tras secarse los labios con el dorso de su mano, guardó el odre en el petate y continuó su marcha. A lo lejos, observando el camino que había dejado atrás, divisó una pequeña nube de polvo que parecía moverse. Se trataba de jinetes.
         Eran dos jinetes. Montaban sobre güarkos, animales bípedos mezcla de saurios y caballos, y parecían tener algo de prisa, a juzgar por cómo espoleaban a sus monturas. Zarko se apartó un poco a un lado del camino para no entorpecer el paso de los dos jinetes, pero el camino era demasiado estrecho y los jinetes tuvieron que aminorar su marcha al pasar junto a él. De este modo, Zarko pudo observar con detenimiento a los dos jinetes. Uno de ellos, el que iba detrás, era bastante joven. Tenía el cuerpo bien formado y parecía poseer una buena agilidad en sus movimientos. Sus cabellos eran rubios y su cara estaba teñida de pecas. El otro jinete, el que abría la marcha, era algo más mayor. Su bigote y cejas eran muy poblados. Sus facciones estaban muy marcadas y la piel de su cara, curtida, mostraba el paso del tiempo. Era bastante robusto y, por su forma de montar, parecía pertenecer al ejército desde hacía ya muchos años. Ambos portaban espadas en sus cintos de cuero de hebillas gruesas y doradas.
El güarko que montaba el muchacho se encabritó y comenzó a dar saltos y zarpazos con sus pequeñas pero afiladas garras delanteras. Zarko agarró con fuerza las riendas del animal y lo tranquilizó.
- No deberías de espolearle con tanta dureza – aconsejó al joven – Tus espuelas le están marcando los flancos y le hacen daño.
- ¿Acaso te he pedido consejo, extranjero?
- ¡Fedhoram! – el compañero del muchacho recriminó a éste con dureza – Disculpa sus modales, extranjero. Su juventud no va a la par que su educación, me temo.
- No deberías ser tú quien se disculpe – respondió Zarko – Sino él.
- Venga ya – rió sarcástico el muchacho - ¿Quién eres tú para que yo te deba pleitesía? ¿Un rey acaso?
- Muchacho… – le contestó con serenidad Zarko – Si no tuvierais vosotros tanta prisa, ni yo estuviera tan cansado, con gusto te enseñaría algo de modales.
- ¿Tú y cuántos más? ¡Mírate! Pareces un borracho salido de una taberna sucia y maloliente.
- ¡Contén tu lenguaje, Fedhoram! – el hombre miró con gesto de contrariedad a Zarko – Como tú bien dices, tenemos mucha prisa. Te pido de nuevo disculpas por los modales de mi protegido.
- Que el gran Koyum os guarde en vuestro viaje – le dijo Zarko – A donde quiera que sea que os dirigís.
- Gracias. Lo mismo te deseo, extranjero. Vamos, Fedhoram.
         Los dos jinetes espolearon nuevamente a sus güarkos y se alejaron del lugar. Fedhoram, antes de marchar, dirigió una severa mirada de desprecio hacia Zarko, que prefirió ignorarle por completo. Unos metros más adelante, ambos jinetes desaparecieron tras una curva que el camino tomaba para perderse entre dos pequeños riscos elevados que lo bordeaban. Se oyó un grito y Zarko corrió presto para averiguar lo que ocurría.
         Los dos jinetes eran objeto de una emboscada. Cinco hombres les cerraban el paso. Cuatro de ellos iban a caballo y el quinto, situado sobre los riscos, apuntaba a Freyan y al muchacho con su arco. El güarko de Fedhoram yacía agonizando en el suelo con una flecha clavada en su flanco derecho. Fedhoram estaba atrapado bajo el animal, luchando por liberar sus piernas. Cuando vio lo que sucedía, Zarko reconoció enseguida la raza de los asaltantes.
- ¡Perros cobardes! – gritó desenvainando su larga espada – Atacáis cinco a un hombre y a un muchacho ¿y os decís hombres? Solo una banda de asquerosos Khirmanos podía ser capaz de algo tan sucio y rastrero. ¡Yo os enseñaré lo que es un verdadero guerrero!
         Y dicho esto, se lanzó al ataque sobre los desconcertados asaltantes.
         Con un poderoso mandoble circular logró derribar a uno de los cuatro jinetes, que cayó al suelo sangrando a chorros por su pecho. Ágil como una pantera, Zarko se hizo con la montura del hombre y atacó a otro de los bandidos. Le atravesó por un costado con su espada, y aprovechó el movimiento para robarle la daga que llevaba en el cinto antes de deshacerse de su cadáver. En lo alto del risco, el quinto de los bandidos apuntaba con su arco al desconocido guerrero, pero su flecha ni siquiera llegó a salir disparada, puesto que una daga, lanzada por éste mismo, se fue a clavar en su garganta.
         Mientras tanto, abajo, Freyan se encargaba de otro de los asaltantes. Con su espada paró varias de las estocadas lanzadas por su adversario y, en un descuido de éste, le atravesó el pecho de un tajazo. Al tiempo, Zarko se arrojaba desde su montura contra el cuarto de los jinetes, a quien, con la poderosa fuerza de sus desnudas manos, le rompió el cuello.
- ¡Por Koyum que eran una panda de nenazas! – rió Zarko arrojando al suelo a su víctima - ¿Estáis bien tú y el muchacho?
- Si – contestó Freyan – Te debemos la vida, forastero. Muchas gracias.
- Me llamo Zarko. ¿A dónde os dirigís?
- Al paso de Fiyendem. ¿Y tú?
- A ninguna parte en especial, donde me lleve el camino. ¿Puedo acompañaros?
- Para nosotros será un honor tenerte de compañero, Zarko. Me llamo Freyan. El muchacho se llama Fedhoram, como ya sabías.
- No le necesitamos, Freyan – Fedhoram habló con desdén no disimulado tras liberarse del güarko caído – Podemos apañárnoslas solos sin su ayuda.
- Por supuesto muchacho – sonrió irónico Zarko – Esos cinco truhanes dan buena fe de ello.
         Ante el sarcasmo del guerrero, Fedhoram desenvainó su espada y le apuntó al pecho.
- ¡Deja de reírte de mí o haré que lo lamentes!
- ¡Fedhoram! – le gritó Freyan airadamente - ¡Envaina ahora mismo esa espada, te lo ordeno!
- Hazle caso muchacho – la voz y la mirada de Zarko se agravaron – En otra parte y en otro momento, tu amenaza te habría salido muy cara.
- ¡Obedece ahora mismo muchacho!
         De mala gana, Fedhoram hizo caso a Freyan y envainó su espada. Después, subió a uno de los caballos de los bandidos y emprendió de nuevo la marcha.
- Discúlpale – se excusó nuevamente Freyan ante Zarko – Es demasiado arrogante para su corta edad.
- Ya lo veo – Zarko colocó su petate en la silla del caballo que había cogido y envainó su espada – Pero hazme caso. No le disculpes tanto y enséñale por las duras lo que no quiere aprender por las flojas. A veces es mejor pedir perdón por un tortazo que lamentar no haberlo hecho a tiempo.
         Los dos hombres no dijeron nada más. Espolearon a sus monturas y se reunieron a la par de Fedhoram, que, malhumorado aún como estaba, dibujó en su rostro un gesto de desagrado ante su llegada.
         Los tres jinetes llevaban un buen ritmo al galope. Trataban de no fatigar en exceso a sus monturas, pero el tiempo estaba en su contra. Según le había contado Freyan durante el camino, Zarko averiguó el motivo del viaje de éste junto con el muchacho.
         Según Freyan, una antigua leyenda de Haram, una gran villa al norte de la provincia de Egtos, un antiguo y oscuro hechicero, al que se le conocía como Denól, podría volver a renacer de entre las cenizas en pocos días, dispuesto a volver a imponer en toda la provincia su reinado de oscuridad y terror.
         Según la profecía, contada por las gentes de Haram de generación en generación, solo un hombre, nacido con una marca especial en su cuerpo, y durante una noche de eclipse lunar, podría dar muerte a tan oscuro y retorcido ser. El elegido, según la leyenda, deberá usar el Amuleto de Isnha, un medallón con grandes poderes mágicos que, según la leyenda también, fue entregado por la propia diosa Isnha para poder encerrar nuevamente al hechicero.
- ¡Por Koyum, qué historia más fascinante! – exclamó alegremente Zarko al oír la historia contada por Freyan - ¡Debes dejar que os acompañe en esta empresa, Freyan! ¡Por la oscura Asanty! ¡Te pagaré si es necesario para que me dejéis acompañaros!
         Freyan rió de buena gana ante el ofrecimiento de Zarko y no quiso negarle tal deseo, pero el semblante del joven Fedhoram decía todo lo contrario. No obstante, no dijo nada en contra y el trío continuó su camino. A los pocos minutos, Zarko comenzó a recitar en voz alta la estrofa de un antiguo verso.
                           «Cantad odas a vuestras amadas.
                            Cantad y no desesperéis más.
                            Si no podéis empuñar las espadas,
                            empuñad los escudos sin más.»
- Grandes palabras esas – apuntó Freyan - ¿Quién las escribió?
- Son unos versos que me enseñó mi amigo, el bardo Azarinus, de la provincia sureña de Kunyan – le explicó Zarko – Un gran tipo ese Azarinus, pero algo torpe con las armas. Deberías conocerle, te caería bien.
- No lo pongo en duda – rió Freyan – También se necesitan a hombres que sean, con sus plumas, igual de hábiles que los mejores guerreros con sus espadas, de lo contrario, ¿quién se acordará de nosotros una vez hayamos muerto y nuestros huesos se hayan resecado?
- Las estrellas, amigo Freyan. Las estrellas – apuntilló sonriente Zarko. Y los dos rieron de buena gana.
CONTINÚA

2 comentarios:

  1. Qué relaton!!
    hay mucha tela que sacar de allí...
    tendré que esperar no más, en todo caso, vale la pena... el mundo que has creado es de ensueño :)

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  2. Me alegra que te guste. Como bien se ve, el mundo está totalmente inspirado en los relatos de Robert E Howard (y Poul Anderson) de Conan el Bárbaro.
    Por desgracia, son solo 14 los capítulos que escribí en su día.

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