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ZARKO DE MYZAR. CAPÍTULO 4


Capítulo 4 – En las mazmorras de Rimtra.

         Los grilletes le hacían daño en las muñecas. Los brazos, en alto durante toda la noche, los tenía doloridos y entumecidos Para colmo, la cabeza también le dolía y le daba vueltas como un molino de viento. Hacía algo de frío y tenía la boca reseca. Y también tenía hambre.      La mazmorra en la que se despertó Zarko al día siguiente era sucia, maloliente y apenas era iluminada por los rayos de sol que entraban en ella a través del pequeño ventanal que había en lo alto del grueso muro de bloques de piedra. Una sucia rata devoraba los restos resecos de un pan negro y enmohecido que quedaban en un viejo y sucio plato de latón dispuesto en una esquina de la no menos sucia celda. El Myzarino gritó a la espera de ser escuchado por alguno de los guardas de la prisión.
- ¡Guardias! ¿Hay alguien por ahí? ¡Guardias!
         Obtuvo silencio como única respuesta.
- ¡Maldita sea! – refunfuñó dejadamente - ¡Carcelero! ¿Así es como tratas a tus invitados? ¿Dejándoles solos y sin atención? ¡Que me devuelvan el dinero, el servicio es pésimo!
- ¡Ya, cállate de una vez, perro! – bramó la voz de alguien que se acercaba a paso veloz por el pasillo.
- Vaya, al parecer te has dignado a hacer acto de presencia ante tu invitado – bromeó Zarko.
- ¿Qué demonios te ocurre, perro del demonio? – el carcelero, ancho de hombros, piel sucia, dientes rotos y cariados, melena larga y sucia, y tripa cervecera, sacó un manojo de llaves y, tras escoger una de ellas, abrió la puerta de la celda de Zarko.
- ¿Puedo saber, sin ánimo de molestarte u ofenderte, por qué diablos estoy aquí encerrado?
- Altercado público. Alteración del orden durante el toque de queda nocturno. Destrozo de mobiliario ajeno. Daños a terceros... – listó el carcelero – En fin, amigo, yo diría que tienes para unos cuantos días aquí dentro.
- ... ¿Me tomas por un idiota Gondariano, o qué? – bramó de nuevo Zarko - ¿Y qué pasa con el otro tipo, el asesino Riskano? ¡Él fue quien lo empezó todo! ¿Dónde lo habéis metido a él, eh?
         El carcelero no dijo nada. Se dio la vuelta y se encaminó hacia la puerta.
- ¿No oyes, perro sarnoso? –gritó furioso Zarko - ¿Dónde habéis metido al asqueroso Riskano?
- Ese no ha llegado aquí – el carcelero cerró la puerta con llave y se dispuso a marcharse por donde llegó.
- ¿Dónde está tu superior? ¡Exijo verle de inmediato! ¡Vamos, llámale y dile que venga!
         El carcelero no contestó y abandonó el lugar. Zarko rugió cuatro o cinco improperios más, hasta que se dio cuenta de que hacerlo no le iba a llevar a ninguna parte. Tenía que salir de aquella celda a como diera lugar. Y para hacerlo necesitaba todas sus fuerzas.
         Ojeó los grilletes que le sujetaban las muñecas. Muy sólidos. Imposible romperlos, al igual que las cadenas. Se fijó en las argollas que unían las cadenas a la pared. Quizá, pensó el Myzarino, si hiciera fuerza con los brazos tirando de las cadenas, pudiera soltarlas de las argollas. Probó fortuna.
         Agarró una de las cadenas con ambas manos y tiró de ella hacia abajo. Nada. Probó de nuevo. Esta vez apoyó su pie derecho contra la pared, tensó al máximo todos los músculos de sus hombros y sus brazos y volvió a hacer fuerza hacia abajo. Y tiró. Y tiró. Y tiró...
         Y entonces, la argolla cedió. Una mano libre. Ahora solo le quedaba liberar la otra. Tomó aire un par de veces, se relajó todo lo que pudo y volvió a la carga.
         Era ya por la tarde cuando el carcelero comenzó la ronda de la comida. Caminaba tambaleante con un enorme puchero metálico colgando de su mano derecha. De cuando en cuando, habría una celda, entraba en ella, servía la ración del mugriento potaje a su inquilino y salía en dirección a la siguiente celda. Cuando entró en la celda de Zarko, éste parecía dormitar.
- ¿Qué, ya te has cansado de gritar, perro sarnoso?
         El carcelero se mofó del Myzarino y se entregó a la tarea para la que había venido. Fue hasta el plato viejo y sucio de latón y lo rellenó con el mugriento y maloliente potaje del puchero. Fue el último plato que llenaría en vida.
         Aprovechando el descuido y la torpeza del carcelero, que ni siquiera se había percatado de que las cadenas del Myzarino ya no colgaban de las argollas como lo habían hecho hasta el momento, Zarko saltó sobre él y, con un tremendo golpe de sus puños en la espalda, lo derribó contra el muro. Acto seguido, le enroscó las gruesas cadenas al cuello y las apretó todo lo que pudo. El carcelero gemía, gorgoteaba y bufaba tratando de quitarse de encima al Myzarino, pero Zarko estaba colocado en una posición muy ventajosa, sentado sobre la espalda del apurado carcelero, y le resultó inútil cualquier intento. Segundos después, el carcelero dejaba de respirar y de forcejear.
         Zarko rebuscó entre el manojo de llaves del carcelero hasta que halló la llave que le quitaba los grilletes. Después, para recuperar algo de fuerzas, se obligó a sí mismo a engullir aquel asqueroso potaje del puchero. Una vez saciada su hambre y sus fuerzas ya recuperadas, pensó en la manera de salir de aquella pocilga sin llamar mucho la atención. Observando al fallecido carcelero, se dio cuenta de que eran casi de la misma talla. Entonces se le ocurrió una idea que quizás funcionase.
- Mira por donde,... – se sonrió Zarko mirando al cadáver del difunto carcelero - ...al final me vas a ser útil.
         Dos guardias paseaban por el pasillo hablando entre ellos de cosas ajenas a su trabajo. Uno de ellos parecía quejarse de su mujer. El otro solo se limitaba a reírse una y otra vez ante los comentarios sarcásticos de su compañero. En mitad del pasillo ambos se hicieron a un lado para dejar pasar al carcelero, que caminaba con la cabeza baja y portaba un puchero metálico en una de las manos. Ni siquiera le saludaron, se limitaron a dejarle pasar y continuaron con su camino y su conversación. Cuando doblaron la esquina, el carcelero se detuvo ante la puerta situada a su derecha, la abrió y entró. Era la habitación donde se guardaban los objetos personales confiscados a los presos que se alojaban en la prisión. Un guardia, de espaldas al carcelero, revisaba los objetos. Zarko sonrió ante la buena fortuna que tenía, pues la suerte parecía serle favorable una vez más.
CONTINÚA

2 comentarios:

  1. Por Dios! es pura intriga... =D
    Pobre Zarko, cuando leía lo relatado me daban ganas de comer a mí también XD!
    Esperaré capítulo 5 ;D

    PD: ¿Que quedan pocos capítulos? Supongo que tendré que limitarme a disfrutarlo mientras pueda. ^^!

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  2. Pues sí, quedan pocos capis. Por desgracia la dejé sin terminar en el capítulo 14...

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