Capítulo 5 – Huyendo de Rimtra.
Dejar sin sentido al guardia fue
lo más sencillo. Colocarse sus ropas ya no tanto. El condenado gastaba una
talla menos que Zarko y todo le quedaba algo justo. Imposible utilizar sus
ropas como disfraz. Solo podrían servirle la capa, el casco y, como mucho, el
peto. Rebuscó bien por la habitación y al final encontró sus pertenencias, que
eran más bien pocas. En pocas palabras, la espada larga, la daga, su pequeño
petate, su chaleco y sus sandalias. Ahora venía la parte más complicada. Salir
de la habitación.
Pensó que,
quedándose únicamente con la bolsa del dinero, el petate podía muy bien dejarle
allí dentro. La espada y la daga no tenía intención alguna de dejarlas allí,
así pues, ideó la manera de llevarlas consigo. ¿La solución? La capa del
soldado caído podía serle muy útil.
Se colgó la
capa y se colocó como buenamente pudo el casco en la cabeza. Así, bajo la
enorme capa, podía bien disimular la espada y la daga. El peto del soldado, mal
amarrado a su cuello, también daría el pego si nadie se fijaba mucho en él. Y listo.
Zarko rezó una plegaria a Koyum y, respirando hondo, salió de la habitación.
Atravesó
varios pasillos con paso firme y decidido pero no muy acelerado, para no
parecer alguien con prisa por abandonar el lugar, así evitaría levantar
sospechas. Llegó a la calle, un enorme patio poblado por varios soldados de
Rimtra yendo y viniendo de un lado a otro como hormiguitas hacendosas. Enfrente
de Zarko, a unos cincuenta metros más o menos, la puerta de la salida, abierta y
custodiada por tres soldados. A pocos metros de los soldados, a su derecha,
tres hermosos caballos. Al otro lado de los soldados, las caballerizas y, cerca
de ellas, las letrinas de los soldados, un pequeño edificio de madera con dos
pequeños ventanucos sin cristales. Cerca de las caballerizas, un joven soldado
atendía un puchero puesto sobre un fuego hecho con pequeños troncos de madera
apilados entre sí. El cerebro del Myzarino ya tenía preparado su plan de huída.
Con paso
distraído, pero fijo en su objetivo, Zarko se encaminó hacia el soldado del
fuego. Al llegar ante él, el muchacho se puso en pie e hizo un saludo militar
propio de la milicia de Rimtra, consistente en golpearse el hombro izquierdo
con la palma de la mano derecha y después abrir el mismo brazo, doblado en
ángulo recto y con el puño cerrado.
- Saludos, señor – saludó el muchacho.
- Saludos, soldado – Zarko saludó igualmente – Descansen.
El carcelero necesita su ayuda, soldado. Vaya a las celdas y vea qué es lo que
necesita.
El joven
obedeció presto y se fue a cumplir la orden. Zarko disimuló frente al fuego y
comprobó que no hubiera nadie observándole. Por suerte para él, allí todos
parecían estar ocupados en sus cosas y no parecían tener tiempo para fijarse en
nadie más. Mejor así, pensó Zarko, más fácil me lo ponen.
Con
disimulo, pero sin dejar de vigilar a su alrededor, se agachó ante el fuego y
cogió uno de los leños encendidos. Dio dos pasos hacia atrás y se colocó ante
el ventanal de las caballerizas. Entonces, arrojó el leño dentro de ellos,
esperando que cayera encima de paja seca. Se alejó poco a poco del establo y se
encaminó hacia la puerta de salida. A los pocos segundos, el humo comenzó a
salir por uno de los ventanales de las caballerizas y los caballos comenzaron a
relinchar enloquecidos.
- ¡Fuego, fuego! – gritó alguien- ¡Traed agua! ¡Vamos,
moveos!
- ¡Vamos, hay que apagarlo! – gritaron los soldados de la
puerta.
Justo y como
Zarko se esperaba. Con paso decidido se encaminó hacia los tres caballos y,
tranquilizándoles, desató las riendas de uno de ellos, lo llevó hasta la salida
y salió andando poco a poco, con el caballo detrás de él. Aún seguía oyendo los
gritos de algunos soldados pidiendo que alguien trajera más cubos de agua. Otro
gritaba que había que ocuparse de los caballos. Unos metros más adelante,
cerciorándose de que nadie le veía, subió sobre el caballo y, espoleándole,
salió al galope, atravesando aquella maldita ciudad todo lo veloz que pudo.
Cuando ya se
encontraba a una distancia prudencial de la ciudad, Zarko detuvo a su caballo.
Miró hacia la ciudad, una ciudad hermosa en verdad, y se dijo a sí mismo que,
en el futuro, evitaría pasar de nuevo por ese lugar de malnacidos. Oteó
detenidamente el horizonte. Haría buen tiempo. Puso rumbo hacia el nordeste.
Hacia el paso de Fiyendem.
- ¡Espérame, Freyan! - gritó Zarko para desahogarse - ¡Ya voy para
allá, amigo mío!
CONTINÚA
14 capítulos solamente? O.o!
ResponderEliminarAún me parece que a Zarko le queda mucho para lograr su objetivo... insisto, hay mucha tela donde tejer :O