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Ratas del Espacio (Capítulo 3)

3 – PAQUETE ESPECIAL

                   A la mañana siguiente, en un pequeño cubículo-apartamento situado en las afueras de la misma ciudad, amanecía un nuevo día para nuestros dos amigos.
- ¡Ouch…! – Despertar con un bombo gigante aporreándote el interior de tu cabeza no es nada agradable. Cassidy pudo comprobarlo en sus propias carnes al despertar esa mañana y sentir el punzante dolor atravesándole el entrecejo. La bolsa de hielo colocada sobre su frente, derretidos ya la mayoría de los cubitos que hubiera anteriormente dentro de la misma, no ayudaba en nada a mitigar el dolor.
- Vaya, ya has despertado – Mortimer se acercó a la cama de su amigo y le levantó la bolsa de la cabeza – Bueno, al menos el chichón se ha bajado.
- ¿Qué ha…?
- ¿…Pasado? – Mortimer acabó la pregunta por su amigo – Je, je, je. Agradécele tu dolor de cabeza a Renata… ¡Vaya fuerza que tiene esa mujer!
- ¿Renata? – Cassidy intentó asimilar la información de su amigo, pero una nueva punzada de dolor en su cabeza se lo impidió - ¿De qué diablos estás hablando? Yo me estaba peleando con un tío, un tío enorme… Ouch.
- Oh, sí – le contestó Mortimer sonriendo – Y le ganaste, ya lo creo que sí. Por desgracia para ti, la patada que le propinaste en el pecho le lanzó contra el escenario… y seguro que recuerdas quien estaba en el escenario en ese momento, ¿verdad? – Cassidy puso cara de circunstancias - ¡Exacto, Renata! Aquel enorme bendar la cayó justo encima, echando a perder su maravillosa actuación. Bajó del escenario hecha una auténtica furia, te levantó en alto como si fueras una silla… ¡y te arrojó contra una de las paredes del local como si fueras un dardo lanzado contra una diana! – Mortimer soltó un par de risillas - ¡Qué mujer, señor, qué mujer! Has estado durmiendo desde entonces, compañero.
- Pásame un par de píldoras, ¿quieres? – Cassidy se frotó la cabeza para mitigar el dolor mientras su compañero iba en busca de las píldoras - ¿Llamó ya Yugo?
- No – contestó Mortimer desde una habitación contigua alzando un poco la voz.
- Genial – espetó con desgana Cassidy – Ahora tenemos que estar pendientes de que ese enano nos llame…
                   Mortimer volvió con un par de píldoras en la mano, una roja y una azul, y un vaso de agua en la otra. Cassidy cogió las píldoras, se las llevó a la boca y, con un trago de agua, las ingirió sin dificultad.
- ¿Te apetece desayunar algo?
- ¿Qué tenemos?
- Huevos y bacón.
- ¿Otra vez? – Cassidy se frotó de nuevo la cabeza. El dolor había remitido un poco, pero todo le daba vueltas si hacía movimientos muy bruscos. Levantarse de golpe de la cama era uno de esos movimientos. Mantuvo el equilibro a duras penas.
- ¿Te hago mejor una buena tortilla con pimientos? – Le preguntó Mortimer – Aún nos quedan pimientos.
- Como quieras, compañero – Cassidy se encaminó hacia un pequeño frigorífico que tenían en la pequeña sala que usaban como cocina y comedor. Abrió la puerta metálica del mismo y sacó un brick de cartón del interior. Lo agitó un poco para calcular la cantidad de líquido que quedaba en el envase que, a juzgar por el peso, debía de ser poco más de la mitad del mismo – Recuerda que tenemos que comprar más leche. Se nos está acabando.
- De acuerdo, tomo nota – contestó Mortimer.
                   Cassidy abrió el tapón del brick y le dio un pequeño trago a la leche, luego cerró de nuevo el envase y volvió a colocarlo en su lugar. Se estiró un poco para desperezarse mejor. Cuando lo hizo, la cabeza se le fue de nuevo y tuvo que agarrarse al frigorífico para no caerse. Justo en ese momento, el teléfono incrustado en la pared de la cocina, junto a la puerta, emitió dos tonos prolongados. Un par de segundos después, el contestador automático entró en funcionamiento seguido de un tono algo más corto que los dos primeros y ligeramente más agudo. Se oyó un pequeño carraspeo y, acto seguido, la voz de Yugo.
- Sé que estáis ahí, así que iré directo al grano. Podréis recoger el paquete en el muelle de atraque número seis de la compañía Spears. Víctor os entregará allí el paquete dentro de una hora. Recordad que es muy “delicado” – Yugo hizo especial hincapié en la última palabra. Tras ello, colgó y el teléfono emitió dos nuevos tonos, más cortos y graves esta vez.
- ¿La Spears? – preguntó intrigado Mortimer - ¿Por qué habrá elegido Yugo un lugar tan público para la entrega del paquete?
- Y yo qué sé… - Cassidy se frotó los ojos con las manos y después bostezó, estirándose – Ahora mismo no estoy para pensar mucho. Venga, será mejor que vayamos para allá.
                   Cassidy cogió su casaca roja de un enganche clavado en la pared a modo de perchero y se la puso, así como también se colocó la pistola Taurus V y su funda en la cadera derecha. Luego, ambos salieron al exterior del cubículo por una ventana que daba a una pasarela metálica, que se conectaba con las otras pasarelas del resto de las cuatro plantas del edificio mediante otras escaleras metálicas. Al llegar a la azotea del cubículo-apartamento, Cassidy sacó del bolsillo de su pantalón vaquero negro un pequeño mando con un botón y lo pulsó. Al hacerlo, uno de los cuatro aerodeslizadores que había aparcados sobre la azotea, con forma de coche sin ruedas, de color rojo y de dos plazas, se puso en marcha y se elevó flotando a unos treinta centímetros del suelo. Los dos amigos se subieron en el vehículo y pusieron rumbo al punto de destino, el muelle de atraque número seis de la compañía Spears.
- Oye - le dijo Mortimer a su compañero antes de ponerse en marcha -, ¿paramos antes donde Kenny? Creo que hoy le llegaba la nueva entrega de “Motor avanti”.
- ¡Das más que hacer que un crío! – se quejó Cassidy.
- Bueno, pero, paramos, ¿no? – repuso Mortimer con cara de inocente.
                   Media hora más tarde, el dúo llegaba a su destino. El lugar estaba bastante concurrido. Pasajeros de naves recién llegadas, o que iban a salir en breve, mozos de carga con distintos equipajes, agentes de seguridad de la compañía y demás clase de operarios típicos de cualquier muelle de atraque, pululaban por allí en ese momento, como hormiguitas afanosas. Mientras descendían por unas escaleras mecánicas, Mortimer trataba de localizar a Víctor en algún lado entre aquel hormiguero humano. Cassidy, por su parte, se limitaba a dejarse transportar por la máquina mientras veía pasar a las personas, sin fijarse apenas en ellas. O, al menos, eso parecía.
- Atención – golpeó disimuladamente con el codo a su compañero en el costado – A la derecha. Junto a la columna grande.
                   Mortimer miró con disimulo hacia el lugar indicado por su compañero, donde pudo ver a un hombre con capucha y una armadura laminada de cuero negro, que les estaba observando también disimuladamente, mientras ojeaba lo que parecía ser un periódico.
- ¿El de la capucha beige? – preguntó para asegurarse.
- Sí – le confirmó Cassidy – No ha perdido de vista la escalera desde que nos hemos subido en ella.
- Vaya, eso significa que nos esperaban…
- A nosotros no – Cassidy le golpeó de nuevo y le indicó la columna contraria, donde podía verse a Víctor apoyado contra ella y de brazos cruzados – Al paquete, más bien.
- Oh, vaya…
- Cuando lleguemos al final de la escalera, no vayas directo hacia Víc, quédate por aquí. Ya te avisaré yo cuando haya pasado el peligro.
- ¿Vas a ocuparte de nuestro guardaespaldas?
- ¿Por qué, quieres hacerlo tú? – le preguntó en tono burlón Cassidy.
- Ni de broma – le respondió su amigo – Todo tuyo. Buena suerte.
                   Al llegar al final de la escalera, y siguiendo las órdenes de su amigo, Mortimer enfiló recto a través de ambas columnas. Cassidy, por su parte, giró en redondo hacia su izquierda, por detrás de las escaleras mecánicas, y se escabulló entre la gente que iba y venía. Víctor, por su parte, aunque les reconoció, no dio muestras de ello en ningún momento. Sus muchos años en el negocio le habían ayudado a saber cuándo había problemas y cuándo las cosas eran seguras a la hora de llevar a cabo este tipo de “encuentros”, por algo era uno de los guardaespaldas con mejor reputación del planeta. Siguió ignorando a la gente, tal y como había estado haciendo hasta el momento, a la espera de ver lo que ocurría.
                   Lejos de la mirada del encapuchado, Cassidy dio un rodeo por la zona, oculto entre la gente que iba y venía, para colocarse por detrás de éste y así cogerle por sorpresa.
- No te muevas, amigo – El cañón de la pistola de plasma de Cassidy pegándose a las costillas del desprevenido encapuchado, anunció al mismo su poco ventajosa situación – Ni te gires. Camina lentamente hacia los ascensores. Las manos en donde yo pueda verlas en todo momento. Ah, y me quedaré con esto – Cassidy sacó un puñal de hoja larga dentada que el encapuchado llevaba en una funda sujetada en la cachera de la pierna derecha.
                   Ambos hombres comenzaron a andar encaminándose al lugar indicado por Cassidy. Este no perdía de vista en ningún momento a su prisionero. Cuando llegaron ante los ascensores, Cassidy le ordenó al encapuchado que llamara a uno de ellos. De los tres que había en funcionamiento, el encapuchado llamó al del medio, que tardó en bajar.
- ¿Es que piensas matarme aquí, delante de todo el mundo? – le preguntó a Cassidy.
- Calladito, ¿de acuerdo? – le contestó este – Y no, no voy a matarte. Iba a preguntarte quién te envía, pero seguro que no vas a decírmelo, ¿verdad?
- Por supuesto que no – le contestó el encapuchado - ¿Qué clase de profesional sería si dijera por ahí el nombre de quien me contrata? Perdería reputación, ¿no crees?
- ¿Y tu nombre? – Le preguntó Cassidy – Al menos puedes decirme tu nombre, ¿no?
- Solo si me dices el tuyo – contestó el encapuchado justo en el momento en el que se abrió la puerta del ascensor ante ellos.
- Buen intento, pero no es tu día de suerte. Entra adentro y no te gires.
                   El encapuchado obedeció y entró en el interior del amplio ascensor acristalado tal y como le ordenó Cassidy.
- ¿Y ahora qué? – Preguntó con cierto tono de curiosidad en su voz - ¿Piensas golpearme y abandonarme aquí?
- Hay formas menos “violentas” de dejarte fuera de circulación – le contestó Cassidy – Al menos, el tiempo necesario para salir de este lugar sin que puedas seguirnos. Si mi memoria no me falla, – añadió con aire risueño – cada vez que un ascensor se avería, los técnicos cortan la energía del mismo hasta que solucionan la misma – dicho esto, Cassidy tecleó un número al azar en los botones del cuadro de control interno del ascensor y dio unos pasos hacia atrás para quedar fuera del mismo - Que te aproveche el viaje, amigo. Chao.
                   Cuando el ascensor comenzó a subir, nuestro amigo utilizó el cuchillo de su adversario para destrozar los paneles de control exteriores de las tres puertas de los ascensores.
                   Con el encapuchado fuera de juego temporalmente, Cassidy fue en busca de su compañero. Lo encontró en un pequeño kiosco, charlando amigablemente con el quiosquero. Cuando Mortimer vio llegar a su compañero, le saludó levantando la mano.
- ¡Aquí, Cassidy! Te presento al viejo Archie – Mortimer señaló al hombre que atendía el pequeño negocio, de avanzada edad, pelo escaso y canoso, gafas pequeñas y manchas en la piel – Estuvo con mi padre en Talos VI, durante la campaña de Selar.
- Batallón de la decimoctava, caballero – apuntilló el tal Archie con orgullo – Aquello fue una auténtica carnicería, amigo.
- Encantado, señor – Cassidy le tendió la mano al hombre, que se la estrechó afablemente – Es un orgullo saludar a quien luchó allí. Si nos disculpa, mi amigo y yo tenemos que irnos.
- No te disculpes – contestó Archie – Los jóvenes tenéis que aprovechar bien el tiempo, sí señor. Si yo tuviera vuestra energía, estaría ahora mismo recorriendo la galaxia en pos de aventuras y buenas mozas. Por desgracia, la metralla de una mina se llevó mi pierna derecha y parte de mi salud – Archie se golpeó en la pierna y el golpe sonó a metal – Aquella maldita guerra fue una auténtica barbarie, ya lo creo que sí…
- Adiós, señor – se despidió Cassidy – Un placer conocerle.
- Lo mismo digo – respondió Archie – Hoy en día es raro encontrarse con gente tan amable.
- Adiós, Archie – se despidió a su vez Mortimer con un abrazo – Dale recuerdos a tu hija Sally si la ves, ¿de acuerdo?
- Lo haré, no te preocupes – le dijo Archie – Cuidaros los dos. Y volved por aquí cuando queráis.
                   Los dos compañeros se alejaron del lugar con paso firme. Cuando llegaron a la columna ocupada por Víctor, este ni siquiera se inmutó, simplemente se limitó a enderezarse, puesto que seguía apoyado contra ella.
- ¿Es que pensabais tenerme aquí esperando todo el día? – les preguntó con tono huraño.
- Cassidy ha tenido que hacerse cargo de un “imprevisto” – Mortimer recalcó la última palabra con algo de sorna.
- Sí, ya vi al encapuchado – Víctor miró de soslayo a Cassidy - ¿Y por eso habéis tardado tanto?
- Este – Cassidy señaló a su compañero –, que le da la cháchara a todo el mundo. ¿Y bien? – Añadió a continuación - ¿Dónde está el paquete?
- Seguidme. Es por aquí.
                   El dúo siguió a Víctor, que se encaminó hacia los servicios para hombres. Atravesaron una puerta primero, luego cruzaron por un largo pasillo y, al final, cruzaron por otra puerta. Dentro de la zona de servicios había dispuestas varias puertas, así como varios urinarios anclados a la pared situados frente a las mismas. Víctor golpeó varias veces en una de ellas, con golpes repetidos y siguiendo un ritmo establecido, a modo de código secreto. Tras el último golpe, la puerta se abrió lentamente. Al ver lo que la puerta ocultaba, Cassidy y Mortimer se quedaron con la boca abierta de par en par.
- ¿Este es el “paquete”? – preguntó con asombro Mortimer.
- ¿Estarás de guasa, verdad? – preguntó a su vez Cassidy con cierto mosqueo en su voz.
- ¡Mírame, capullo! – Le indicó Víctor con enojo - ¿Es que tengo cara de estar bromeando?
                   Ante ellos apareció una joven de unos catorce años de edad, pelo corto moreno y revuelto, pantalón negro ajustado, desgastado y roto por varios sitios, con un cinturón de cuero negro lleno de tachuelas, un top rojo que no le llegaba a tapar el ombligo, donde colgaba un piercing con una pequeña estrellita plateada, un pequeño chaleco de tela negra y unas gafas de sol, con cristales marrones ahumados, puestas sobre la cabeza a modo de diadema.
- Hola – les saludó risueña – Me llamo Yuni.
CONTINÚA

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