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Ratas del Espacio (capítulo 8)

8 – SANTOS.

                   Cray Grant, un muchacho de unos catorce años de edad, pelo negro azabache, corto y despeinado, pantalón de peto dos tallas mayor que la apropiada para él, con las perneras remangadas hasta la rodilla y playeras desgastadas y descoloridas, cruzaba en ese momento por la puerta abierta del garaje para reparaciones de aeronaves y aerodeslizadores, conocido por los lugareños de la zona como el Farenheit. El chico andaba con un caminar alegre y portaba en sus brazos una caja de cartón no muy grande.
- ¿Dónde dejo el condensador de fluzo, jefe?
- Ponlo allí – le informó su jefe, Santos Delfini, un hombre delgado, de nariz aguileña, bigote muy fino, al igual que las cejas, turbante de tela blanca cubriendo su cabeza, chaleco de tela negra sobre una camisa azul marino, pantalones bombachos de color dorado y unas babuchas negras como calzado, que en ese momento se encargaba de ajustar unas tuercas en el motor de una pequeña aeronave -, junto a ese viejo aerodeslizador DeLorian.
                   El muchacho obedeció, dejó la caja en el sitio indicado y después fue junto a su jefe para ayudarle en lo que pudiera.
- Pásame una llave doce-trece – le pidió Santos justo en ese momento – esta condenada tuerca no quiere ajustar en condiciones, ¡la muy zorra!
- Constanza ya está muy mayor, jefe – el muchacho palmeó la superficie metálica de la vieja aeronave que su jefe se empeñaba en mantener al día -, ¿no le parece que ya va siendo hora de jubilarla?
- ¡Déjate de gilipolleces, Cray! – gruñó Santos – Mi Constanza podría darle mil vueltas a cualquier nave moderna ¡y lo sabes perfectamente! Venga, pásame el alicate, que ya casi he ajustado la condenada tuerca.
- Si yo fuera usted – apuntó el muchacho acariciando la superficie de la aeronave -, intentaría sacarle un buen precio en el mercado negro y me compraría una buena Thunderbird. ¡Esa si que es una nave de verdad!
- ¡Escúchame bien, mequetrefe! – Santos se encaró con el muchacho, señalándole con el alicate que empuñaba en la mano derecha - ¡El día que venda a mi Constanza será el día en el que me vaya a morir! ¿Te queda claro?
- ¿Ya estáis discutiendo de nuevo por Constanza?
                   La voz del recién llegado les sorprendió a los dos. Cuando volvieron la vista hacia la puerta del garaje, vieron a tres personas frente a ella, dos hombres y una muchacha. El que les había hablado era el más alto de los tres. Santos lo reconoció en el acto e, instintivamente, se pegó a la nave con los brazos abiertos de par en par, tratando de protegerla de un peligro invisible.
- ¡Ah, no, eso sí que no! – exclamó medio enfadado medio sorprendido de ver allí a aquellas tres personas – No te dejaré a mi Constanza, ¡eso ni soñarlo!
- ¿Aun sigues vistiendo de esa forma tan ridícula, Santos?
- Ríete lo que quieras de mi ropa, Cassidy – apuntó Santos -, pero no te llevarás a mi Constanza.
- Por favor, Santos – intercedió Mortimer -, lo dices como si viniéramos a destrozarla...
- ¿Destrozarla, dices? – Santos golpeó sobre un remache de chapa que se veía en una zona de la nave - ¿Y qué me dices de esto, eh?
- Uh, eso... – Mortimer se rascó la nuca algo nervioso - Aquello fue solo un accidente, ya lo sabes.
- ¿Me tomas por idiota, Mortimer? – refunfuñó Santos enfadado -, ¿crees que no reconozco el agujero que deja un cañón bláster?
- Sí, bueno, je, je... – rió nervioso Mortimer - Aquella nave nos rozó un poco con sus disparos.
- ¿Un poco? – Santos se enfadó aun más ante la respuesta de Mortimer - ¿Un poco, dices? – Señaló con aspavientos en otros cinco remaches de chapa repartidos por varias partes de la aeronave - ¡Mi pobre Constanza recibió seis disparos de cañón bláster! ¡Seis!
- Venga, venga, Santos – Cassidy quiso quitarle importancia al asunto - ¿Has intentado alguna vez huir de tres naves pirata Dree?
- ¿Y puede saberse por qué motivo os perseguían esos piratas? ¡Ah, olvídalo! – Santos hizo un aspaviento con sus manos – Prefiero no saberlo.
- Bueno – añadió con tono cansino Cassidy -, ¿nos vas a dejar a Constanza o no?
- ¡Ni muerto!
                   Mientras Santos discutía con Mortimer y Cassidy sobre Constanza, Cray se acercó risueño hasta Yuni y extendió ante ella la mano derecha abierta.
- Hola – La saludó sonriente – Me llamo Cray. Encantado.
- Encantada – Yuni aceptó de buenas maneras la mano del muchacho y se presentó ella también – Yo me llamo Yuni. Oye, dime una cosa – señaló con la mirada al trío, que seguía con la discusión -, ¿son siempre así estos tres?
- ¿Quiénes, esos? – Cray se frotó un par de veces el dedo índice por la nariz, bajo las fosas nasales – Nah, no te preocupes, que no llegará la sangre al río. Discutirán un par de minutos más y, al final, como de costumbre, mi jefe les dejará otra nave. Ya lo verás.
- ¿No crees que tu jefe viste un poco...?
- ¿... Pintoresco? – Cray rió de buena gana – Todo el mundo opina lo mismo, pero eso a él le da igual. Le gusta mucho una antigua película de aventuras titulada Ali Babá y no sé qué más, donde sale gente vestida con ropas como esa. Por eso se viste de esa forma.
- ¿Y a ti qué te parece que se vista así?
- A mí me da lo mismo. Es una buena persona y un gran jefe, aunque gruña a menudo por tonterías sin importancia.
- Y... ¿paga bien?
- Suficiente – El chico se metió las manos en los bolsillos – Me da un lugar donde dormir y una mesa donde comer.
- ¿Santos no es tu padre?
- ¿Santos? No, no, que va. Me quedé huérfano a los cinco años y, como él era amigo de mi padre, me acogió en su casa.
- Oh, vaya...
- No se hable más – La voz de Santos interrumpió la distendida conversación entre ambos jóvenes – He dicho que no os dejo a Constanza y no os la dejo, ¡y punto en boca!
- ¡Eres un tacaño! – Le criticó Cassidy – Al menos podías dejarnos otra nave, ¿no?
- ¿Otra nave? – Santos parecía desquiciarse cada vez más por momentos ante la insistencia de Cassidy - ¿Qué otra nave? ¡No tengo otra nave!
- ¿Ni siquiera en la parte trasera? – Interfirió Mortimer.
- Eso – Apuntó Cassidy encaminándose hacia la parte trasera del garaje, un extenso terreno utilizado para el despiece de viejas naves y aerodeslizadores y en donde Santos solía guardar aquellas naves que iba a reparar en futuros trabajos y que no podía guardar dentro del garaje por falta de espacio -, ¿no te queda alguna nave en la parte de atrás?
- ¡No, no, no! – Santos corrió en dirección a la parte trasera del garaje, tratando de impedir que Cassidy llegara allí antes que él – Afuera no hay naves. No tengo más naves, ¡lo juro! – Logró colocarse delante de Cassidy e impedirle el paso abriendo los brazos en cruz - ¿Por qué tenéis que hacerme esto a mí? ¿Por qué?
- Porque mientes muy mal, Santos – Cassidy le sonrió mientras le apartaba de un hombro – Por eso y porque, en el fondo, te encanta ayudarnos.
- ¿Qué me encanta ayudaros, dices? ¡Tú lo flipas!
- Vamos, Santos – Mortimer palmeó un hombro del mecánico, en gesto apaciguador -, no seas tan catastrofista, hombre. Te doy mi palabra de que a la nave no le pasará nada malo. Solo la queremos para llegar a Rankine.
- ¿A Rankine? – Santos quedó sorprendido por las palabras de Mortimer - ¿Por qué narices queréis ir vosotros a Rankine? Allí se oculta la peor calaña de la galaxia, ¿y esperas que me crea que no le ocurrirá nada a la nave? Definitivamente, me tomáis por tonto, ya lo creo que sí.
- Bueno, bueno, bueno... ¿Qué tenemos aquí?
                   Cassidy se detuvo maravillado ante una nave que ocupaba una parte del terreno exterior del garaje. Medía veinticinco metros de largo, veinticinco de envergadura y unos veintidós de alto. La forma de la aeronave era la de un triangulo, con los lados combados levemente hacia adentro y sus esquinas recortadas y redondeadas, fusionado sobre un disco. Dos alerones, colocados verticalmente, sobresalían cerca de las dos esquinas traseras del triángulo, que conformaban la cola de la aeronave. A la altura de los alerones, y anclados a la parte baja del disco, se podían ver dos enormes depósitos de combustible. Toda la aeronave, salvo los depósitos de combustible, era de color blanco perla. Los depósitos eran de color gris perla. Sobre las alas podía leerse, en color rojo fuego, el nombre de la misma. Zuzu.
- ¿Quieren que desguaces semejante belleza? – preguntó Cassidy extrañado.
- ¿Desguazar? ¿Tú eres tonto? – Santos se colocó nuevamente ante Cassidy con los brazos abiertos en cruz – Le estoy haciendo un favor a su dueño. Yo le debo algunos favores, así que, de cuando en cuando, él me la trae para que le haga una revisión a fondo.
- ¿Y tiene alguna avería de importancia? – preguntó Mortimer curioso.
- Nada importante. Le falla una válvula – Le explicó Santos - El problema es que las de ese modelo hace ya tiempo que no se fabrican y resultan muy difíciles de encontrar.
- Mortimer – Cassidy miró risueño a su amigo al enterarse del problema de Santos con la nave -, ¿estás pensando en lo mismo que yo?
- Hum... – Mortimer se mesó pensativo el poblado mostacho - Piezas viejas, difíciles de encontrar... Sí, creo que sí sé en quién estás pensando.
- Dime una cosa, Santos – Cassidy hizo a un lado al mecánico sin apartar la vista de la nave -, ¿si te consigo la válvula esa nos dejas la nave por unos días?
- ¿Conseguir la válvula, vosotros? – Santos no daba crédito a lo que acababa de oír en esos momentos - ¿Y de dónde vais a sacar vosotros esa pieza, eh?
- ¿Si te la consigo nos dejarás la nave?
                   Santos sopesó durante unos segundos la propuesta. Tras cavilar durante un rato, al final aceptó el trato de Cassidy.
- Bueno – Cassidy sonrió al ver que llegaban a un acuerdo con el mecánico -, es hora de hacerle una visita al viejo Donpipollas.
- ¿Y quién es ese Donpipollas? – Quiso saber Santos intrigado.
- Un buhonero.
- ¿Un buhonero?
- Sí, un buhonero.
CONTINÚA

Ratas del Espacio (Capítulo 7)

7 – PRISIONERA.

                   Tiempo después, en los límites de la ciudad, al noroeste, la moto-jet de Raikon cruzaba las puertas abiertas de un hangar abandonado que en su día formó parte de un antiguo aeropuerto cerrado hace ya años. El interior del lugar era amplio y aún conservaba un par de viejas avionetas ya deterioradas por el paso de los años. En la planta superior del hangar, delimitada por pasarelas de metal, y a la cual se accedía por cuatro escaleras metálicas repartidas por el interior del edificio, contaba con algunas habitaciones antiguamente usadas a modo de oficinas individuales. En el fondo del hangar, y a la altura de la planta superior, un enorme ventanal formado por tres grandes cristales proporcionaba luz al interior.
                   Raikon detuvo la moto-jet junto a una de las avionetas y bajó a tierra. Luego, agarró a la todavía adormilada Yuni por la cintura y la llevó hasta una de las escaleras metálicas. Allí, espabiló a la muchacha con un par de suaves tortazos.
- Vamos, despierta – la ordenó mientras la zarandeaba por los hombros – Chica, duermes más que la del cuento. ¿Me obligarás a pegarte más fuerte para que te espabiles?
- Mmmm... – Yuni entreabrió los ojos y, cuando su vista se aclaró del todo, reconoció al encapuchado que la había secuestrado - ¿Quién eres tú? ¿Qué quieres?
- Haces demasiadas preguntas, muchacha – se quejó Raikon quedamente – Ahora mismo, lo único que necesitas saber es que soy quien manda aquí, ¿entendido? Si no me causas problemas, nos llevaremos muy bien. Si me los causas – Raikon hizo una pequeña pausa antes de seguir hablando para atar una mano de Yuni a la barandilla de la escalera con unas esposas -, bueno, si me los causas no dudaré en hacerte daño, ¿te queda claro?
                   Raikon comprobó que las esposas estaban bien sujetas, tanto a la barandilla como a la muñeca de Yuni. Cuando se hubo cerciorado por completo de que así era, se encaminó a la moto-jet y levantó su asiento. Del hueco que este cubría sacó un maletín blanco de plástico y no muy grueso. Volviendo el asiento a su sitio, colocó el maletín sobre él y lo abrió. En su interior había un teclado y una pantalla de ordenador. Raikon puso en funcionamiento el aparato y la pantalla se iluminó. Tras pulsar algunas teclas, en la pantalla se abrió una ventana donde podía verse la imagen de un rostro distorsionado. El rostro habló y su voz, distorsionada como su imagen, sonó a través de dos pequeños altavoces integrados junto a la pantalla.
- ¿Tiene el paquete en su poder?
- Sí – contestó Raikon -, tal y como le prometí.
- Perfecto – contestó complacido el rostro distorsionado -, es asombrosa la rapidez con la que ha cumplido su objetivo. En verdad, su reputación es bien merecida. Mis felicitaciones.
- Guárdese los halagos para quien se los pida – contestó Raikon - ¿Qué hago ahora con el paquete?
- Llévelo a la dirección que ve en pantalla – le informó la voz – Allí se encontrará con uno de mis socios. Él se hará cargo del paquete y su misión se dará por concluida. Fin de la conversación.
                   La ventana donde hasta ese momento aparecía el rostro distorsionado se volvió negra y Raikon apagó el aparato y cerró el maletín, colocándole nuevamente bajo el asiento de la moto-jet.
- Bien, pequeña – Raikon se dio la vuelta para hablar con Yuni - Daremos otro pequeño pa... ¿Qué diablos?
                   Para sorpresa del encapuchado, de la barandilla de las escaleras colgaban, abiertas por uno de sus lados, las esposas a las cuales había atado a la joven.
- Por lo que veo – el mercenario buscó con la mirada a la muchacha, sin encontrarla -, la gatita sabe algún que otro truco. Me gusta, sí señor. Esto hará las cosas un poco más divertidas. Ya lo creo que sí. Computadora, rastrea el hangar.
- Activando láser de rastreo del ojo – la voz de la computadora entró de nuevo en escena, mientras que un rayo verduzco y fino emanaba del ojo cibernético de Raikon y hacía un barrido de la zona en busca de la muchacha – Localizado sujeto en movimiento en la zona superior de este edificio, a la izquierda del sujeto Raikon.
- Vaya – apuntó con sorna Raikon -, por lo que veo, ahora soy un “sujeto”. Bien – Esbozando una sonrisa, comenzó a subir por las escaleras metálicas, en la dirección que la computadora le había indicado, con el multi-bastón extendido en su mano derecha -, juguemos al gato y al ratón con nuestra prisionera. Será divertido.
                   Soltarse las esposas fue lo más sencillo para Yuni, un pequeño truco que le enseñó su padre hace ya tiempo. Subir por las escaleras y las pasarelas metálicas sin hacer ruido para escapar del encapuchado, tampoco fue muy difícil, como tampoco le fue difícil forzar la cerradura de la pequeña habitación en la que había entrado para esconderse. Lo más complicado venía ahora, esto es, esconderse bien para evitar ser encontrada por el encapuchado. Por desgracia para ella, la habitación escogida para hacerlo no presentaba muchas opciones en lo que a escondites se refería.
                   Un pequeño armario escobero, una mesa escritorio tumbada en el suelo, un sillón de cuero sin patas y caído en el suelo también, y viejos papeles esparcidos por todas partes eran todo el mobiliario que la habitación contenía. Yuni maldijo en voz baja su mala suerte a la hora de escoger el lugar para esconderse.
- Piensa en algo, piensa en algo – se dijo para sus adentros intentando darse ánimos - ¿Qué haría papá ahora? Un arma, eso es, tengo que buscar un arma.
                   Rebuscó nerviosa por toda la habitación en busca de algo para usar como arma, pero el lugar no presentaba nada que pudiera aprovecharse como tal. Para su fortuna, dentro del armario escobero encontró un cepillo de barrer recubierto de telarañas, junto con un cubo de plástico. Yuni cogió el cepillo y lo sopesó entre sus manos. Tras unos segundos de duda, desenroscó el palo del cepillo y lo blandió a modo de espada.
- En fin – se auto compadeció -, menos es nada. Ahora, a ver cómo me enfrento a ese tío.
                   Raikon había llegado ya ante la puerta de la habitación en la que se ocultaba Yuni. Se detuvo enfrente de la misma durante unos segundos atendiendo a las indicaciones de su computadora, que le mostraba en ese instante la localización exacta de la muchacha.
- No necesito de tu ayuda para cazar a esa mocosa – se quejó el encapuchado, algo ofendido en su orgullo por el chivatazo de la computadora – Desconecta el módulo de voz hasta nueva orden.
- Tu mismo – apuntó la computadora – Desconectando módulo de voz en tres, dos uno, cero...
                   Raikon abrió la puerta y entró en la habitación, registrándola con la mirada en busca de la chica. Se acercó primero hasta la mesa caída, fingiendo buscarla allí. Yuni, por su parte, oculta tras la propia puerta que el encapuchado acababa de abrir, creyó que aquella era la ocasión perfecta para atacarle. Con pasos cortos y silenciosos, se acercó hasta él y alzó el palo del cepillo sujetándolo con ambas manos, dispuesta a golpearle con todas sus fuerzas. Por desgracia para ella, el encapuchado se giró justo en ese momento y la golpeó con su multi-bastón en la boca del estómago. El golpe no fue muy fuerte, ya que Raikon se contuvo a la hora de golpearla, pero si fue lo bastante potente como para dejarla sin aire y hacerla caer de rodillas en el suelo, llevándose los brazos al estómago.
- Venga – la animó Raikon -, levántate. Te daré otra oportunidad de escapar. Contaré hasta diez y saldré a buscarte, ¿de acuerdo? – Agarró a Yuni y la puso en pie – Empiezo a contar: uno, dos, tres...
                   Yuni aprovechó semejante oportunidad, pero no como el encapuchado esperaba; esto es, en lugar de echar a correr para huir de allí, la muchacha lanzó un rodillazo con todas sus fuerzas a la entrepierna de su captor, que cayó al suelo resoplando de dolor y llevándose las manos a sus partes íntimas.
- ¡Pequeña... bastarda!
                   Fue en ese momento cuando Yuni aprovechó para escapar del encapuchado, corriendo todo lo rápido que sus piernas se lo permitían. Cuando llegó a la planta inferior del hangar, vio cómo el encapuchado salía de la habitación y se apoyaba en la barandilla de la pasarela para coger más aire.
- ¡Vuelve aquí, pequeña bruja! – vociferó amenazador desde lo alto - ¡Te juro que me las pagarás, maldita!
                   Yuni ignoró la amenaza y salió corriendo del hangar sin saber muy bien a dónde ir. Echó a correr por el exterior y se dirigió hacia una pequeña loma. Cuando ya la había coronado, una sombra sobrevoló por encima de ella. Yuni se giró asustada, pensando que el encapuchado la había alcanzado ya y se preparó para dar batalla. Si ese bastardo quería capturarla, pensó enfurecida para sus adentros, le pondría las cosas muy difíciles.
- ¡Vamos, pelea, cabrón! – gritó mostrando los puños cerrados y tratando de aparentar ser lo más amenazadora posible.
- Modera tu lenguaje, mocosa – una voz familiar la sermoneó.
- ¿Cassidy?
- ¿Te llevamos a alguna parte? – la alegre voz de Mortimer alejó de la mente de Yuni cualquier rastro del miedo que hasta hace pocos segundos la atenazaba el estómago.
- ¡Gracias, gracias, gracias! – En sus ojos aparecieron pequeñas lágrimas producto de la emoción contenida - ¡Lo siento mucho, de veras!
- Venga, sube – le ordenó algo serio Cassidy mientras colocaba el aerodeslizador a su altura para que subiera a bordo – Aunque casi me dan ganas de dejarte en manos de ese encapuchado. Bien que te lo mereces.
- ¡Lo siento, lo siento, lo siento! – imploró arrepentida Yuni mientras subía al vehículo y se alejaban del lugar.
                   Mientras tanto, en la puerta del hangar, Raikon observó cómo el trío se alejaba de allí sin apenas inmutarse.
- Bueno – musitó para sus adentros -, has ganado este combate, Cassidy, pero no la guerra. Sé muy bien a dónde vais ahora. Solo es cuestión de reajustar mi plan de acción – Tras esto, dio una nueva orden – Computadora, envíame la nave y traza un plan de vuelo.
- ¿Destino? – preguntó la computadora.
- Rankine, el asteroide ciudad.
CONTINÚA

Pecera

Rompo el cristal de la pecera
donde nadan mis pensamientos,
melancólicos, rotos y tristes,
cuales peces de colores apagados,
que caen al suelo boqueando,
aleteando y muriendo.
Y olvido de ti todo aquello
que atesoré con tanto esmero,
dejándolo volar libre, allá,
lejos, muy lejos.
Y a la puerta de mi casa,
apático, triste y ruin,
me siento y te espero,
deseando tu regreso,
mas el viento con su ulular
me dice que ya no volverás.
Y yo, tonto, apático y ruin,
le ignoro y sigo esperando.
Y rompo el cristal de la pecera
donde nadan mis pensamientos,
melancólicos, rotos y tristes...

Ratas del Espacio (Capítulo 6)

6 – NALAH.

                   En las afueras de la ciudad, sobre una pequeña colina, una enorme caravana destartalada reposaba sobre el terreno bajo el cálido sol. Un viejo San Bernardo dormitaba tendido a la sombra de la caravana, junto a una mecedora sobre la que se balanceaba un anciano de piel ennegrecida por el sol, sombrero de paja sobre la cabeza ya calva, dientes descascarillados y amarillentos y un parche de cuero negro tapándole la cuenca vacía de su ojo izquierdo. El anciano trataba de sofocar el calor del día con la ayuda de un desgastado paipo de cartón. De cuando en cuando, usaba el mismo paipo a modo de espantamoscas. Ante el anciano, flotando en el aire a la altura de los ojos del mismo, y a un metro escaso de distancia, una pantalla ultraplana de televisión, de diecisiete pulgadas, retransmitía en ese momento las últimas noticias del día.
En la pantalla, una mujer rubia daba paso a una conexión con su compañero desde otro punto de la ciudad, en donde, al parecer, se había producido un altercado entre unos robots y una anciana. La señora lanzaba indignada bolsazos a los robots, sin ton ni son, por algo que estos habían hecho supuestamente. El anciano, al contemplar la escena de la anciana repartiendo golpes a diestro y siniestro, soltó una carcajada y, pulsando sobre una pequeña zona de una muñequera metálica que llevaba puesta en su antebrazo izquierdo, cambió de canal, pasando a uno de deportes. En ese momento, el viejo San Bernardo alzó la cabeza, empinó las orejas en señal de alerta y olfateó el aire. Al reconocer el olor que la suave brisa le trajo hasta su hocico, comenzó a ladrar y a moverse en círculos, agitando el rabo muy contento. Justo entonces, el aerodeslizador de Cassidy y Mortimer aterrizaba delante de la destartalada caravana, siendo recibidos jovialmente por los ladridos del viejo perro.
- ¡Hola, Bowie! – Mortimer acarició la cabeza y las orejas del can cuando este alzó las patas delanteras y las posó sobre sus hombros - ¿Está en casa tu amita?
- Buenos días, coronel – Cassidy saludó al anciano, que le devolvió el saludo a su vez con una amplia sonrisa - ¿Está Nalah en casa?
- Está en la parte de atrás – respondió el anciano -, peleándose con el aire acondicionado.
- ¿Sigue peleándose con ese viejo armatoste? – rió Cassidy.
- Ya la conoces – rió a su vez el anciano - Es de las que piensan que una máquina debe funcionar toda la vida, aunque para ello tenga que hacerla mil reparaciones, por muy vieja que la máquina sea.
- Sigue siendo una tozuda, ¿eh?
- ¡Igualita de tozuda que su difunta abuela, mi pobre Ramona, que en paz descanse! – el anciano se santiguó y lanzó al cielo una mirada llena de resignación.
- ¿A quién llamas tozuda, viejo carcamal? – una voz de muchacha llamó la atención de los dos hombres, que volvieron la mirada hacia el lugar de donde provenía la misma.
- Te daré pistas – se burló Cassidy -: tiene el pelo muy corto y castaño, ojos color almendra, luce una camisa a cuadros con las mangas remangadas hasta los codos, lleva un pantalón vaquero de peto, con las perneras cortadas a tijera por debajo de la rodilla y calza unas sandalias más desgastadas que el sombrero de paja que luce el coronel, aquí presente. ¿Quién puede ser? – Cassidy, tras terminar de describir a la muchacha, rió en voz alta.
- Ja, ja, muy gracioso – la muchacha le señaló con la enorme llave inglesa que portaba en su mano derecha - ¿Qué se te ha perdido por aquí? Porque dudo mucho que se te haya ocurrido pasar por aquí sólo para saludarme.
- Me has pillado – se sinceró Cassidy – Necesito algo de información.
- ¿Quién te crees que soy, la central de información de la policía?
- Dudo mucho que la policía disponga de la información que tú posees – señaló con sorna Cassidy – Es más, creo que te piden ayuda en muchas ocasiones, ¿no es así?
- ¿Y qué si es verdad? Tú también me pides ayuda muchas veces – le reprochó la muchacha -, ¿o no es cierto?
- Y ahora te la vuelvo a pedir, Nalah – admitió Cassidy – Créeme, necesito que me ayudes, si no, no estaría aquí.
- ¿De qué se trata esta vez?
- Necesito información sobre un tipo. Es un mercenario que lleva una capucha beige y una armadura de láminas de cuero. Usa un cuchillo y un bastón de metal como armas.
- ¿Solo sabes eso? – Se quejó la muchacha - ¿Tienes idea de cuántos tíos encajan con esa descripción?
- Oh, vamos, Nalah – se disculpó Cassidy - Te gustan los retos, ¿no es cierto?
- Una cosa es un reto – refunfuñó la joven - Y otra muy distinta es intentar encontrar una aguja en un pajar.
- Algo se te ocurrirá para dar con él – la aduló tontamente Cassidy – Eres una de las mejores hackers de la galaxia, ¿no es así?
- Idiota... – Nalah se encaminó con pasos largos y decididos hacia el interior de la caravana – Ven adentro – Le indicó a Cassidy con un gesto de la mano -, necesito algunos datos más.
- ¡A la orden, jefa! – Cassidy saludó con una burla militar a la muchacha y la siguió al interior de la caravana.
- Yo os espero aquí afuera, con el coronel – Le indicó Mortimer a su amigo.
                   Dentro de la enorme caravana, Nalah y Cassidy se metieron en una pequeña habitación, de apenas tres metros cuadrados, que era utilizada por la muchacha a modo de centro de operaciones. En el reducido espacio podía verse una mesa llena de papeles, cuadernos usados y algunos libros de varias temáticas, además de una pantalla de ordenador llena de notas autoadhesivas pegadas en los laterales, una lámpara de brazo articulado, un bote de plástico lleno de bolígrafos, rotuladores y lapiceros, y un teclado de color negro, sucio y con las letras de las teclas algo desgastadas. Bajo la mesa, en uno de los laterales de la misma, podía verse una vieja torre de ordenador. El resto del habitáculo estaba decorado con estanterías repletas de cajas de cd’s y más libros. La poca luz que entraba en la habitación lo hacía a través de una pequeña ventana situada en la pared ocupada por la mesa. Nalah se sentó en un pequeño taburete cilíndrico, forrado de cuero negro, y conectó el ordenador, indicándole a Cassidy que utilizara un segundo taburete para sentarse.
- Bueno, veamos – La joven tecleó sobre el teclado a toda velocidad y varias ventanas emergieron en la pantalla del ordenador - ¿Dices que usa una capucha beige, armadura de láminas de cuero, bastón y cuchillo?
- Sí – respondió Cassidy – Y te puedo asegurar que sabe utilizar ese bastón.
- Vale, pues me salen ciento cuarenta y tres sujetos que se ajustan a esa definición en el registro de fichas de los más buscados – señaló Nalah – Podemos hacer dos cosas: una, enseñarte las fotos de los ciento cuarenta y tres tipejos esos, o bien, puedes decirme dónde lo viste por última vez y así yo podría buscar alguna imagen suya a través de alguna cámara de vigilancia de las que hay repartidas por la ciudad.
- Hum... – Cassidy caviló un par de segundos antes de contestar – Prueba con el muelle de atraque número seis de la compañía Spears. Ahí fue donde nos encontramos con él.
- Bien – Nalah volvió a teclear de nuevo en el teclado – Estoy accediendo al registro de las cámaras de vigilancia de la Spears. ¿Hace cuánto que os encontrasteis con él?
- Unos cuarenta minutos, como mucho – contestó Cassidy.
- De acuerdo – la muchacha tecleó de nuevo y las imágenes de vídeo que aparecieron en dos pequeñas ventanas comenzaron a rebobinarse velozmente – Retrocedo unos cuarenta minutos. ¿Busco algún lugar en concreto?
- En una de las columnas que hay frente a las escaleras automáticas principales. La de la derecha.
- Columna derecha. Bien – Nalah avanzó las imágenes rápidamente, centrándose en la columna indicada por Cassidy. Cuando en la cinta habían pasado apenas un par de minutos, el encapuchado hizo acto de presencia y ocupó frente a la columna el lugar en el cual había sido cogido por sorpresa por Cassidy.
- ¡Ese es!
                   Nalah congeló la imagen. Después, con ayuda de una serie de programas fotográficos, y tras aplicarle varios filtros a la imagen, cotejó ésta entre las de los ciento cuarenta y tres resultados de la búsqueda inicial y, en apenas unos segundos, obtuvo resultados.
- Tu amiguito se llama Raikon – le anunció Nalah a Cassidy – Es medio cyborg, medio humano y, por su ficha policial, es bastante eficaz en sus trabajos.
- ¿Puedes indicarme un sitio en el cual pueda encontrarle en estos momentos?
- No.
- ¿Nada? ¿Ni siquiera una dirección?
- No.
- Mierda... – maldijo Cassidy llevándose las manos a la cabeza - ¡Estamos bien jodidos!          
- Te das por vencido muy rápidamente, ¿no te parece? – Nalah tecleó de nuevo a toda velocidad y en la pantalla del ordenador se abrieron nuevas ventanas.
- ¿Qué haces ahora?
- Estoy chateando con unos cuantos amigos.
- ¿Chateando?
- Ajá...
- Necesito encontrar a ese tío, Nalah – se quejó Cassidy -, ¿y tú pierdes el tiempo chateando?
- Chateando y, al mismo tiempo – se explicó la muchacha -, enviando la foto de tu amigo a muchas direcciones repartidas por la ciudad. Si el señor cyborg se oculta en alguna parte, mis amigos le encontrarán, no te quepa la menor duda.
- Entonces – la indicó Cassidy -, añade en tus mensajes que el sujeto que buscamos va en una moto-jet y lleva con él a una chica de unos catorce años.
- ¿Catorce años? Bien, dato añadido.
- ¿Y cuánto tiempo crees que tardarán en dar con él?
- Eso depende.
- ¿Depende? ¿De qué?
- De si tu amiguito sigue o no en la ciudad – le aclaró Nalah – Si ha decidido ocultarse en alguna parte de la misma, alguno de mis amigos le encontrará, te lo aseguro, pero, si no es así...
- ... Esperemos que sea así – Terminó Cassidy la frase.
                   En ese momento, desde la calle les llegó la voz de Mortimer gritando de júbilo.
- ¡Tachdown! ¡Yujuuu!
CONTINÚA

Ratas del Espacio (Capítulo 5)


5 – YUNI.

- Me niego en redondo – En el cubículo-apartamento de nuestros dos amigos, Cassidy hablaba con VíC, quien, cruzado de brazos y apoyado contra la pared de la pequeña cocina-comedor, le ignoraba por completo – Ya estás llamando a tu jefe y diciéndole que no haremos el trabajo, ¿entendido?
- Has de admitir, Víc, que el paquete no era tal y como nos lo esperábamos... - terció Mortimer a favor de su compañero.
- ¿Y a mí qué me contáis? – Replicó el grandullón – Vosotros aceptasteis el trabajo, ¿no? Pues ahora apechugad con él.
- ¿Tengo cara de niñera? – le preguntó Cassidy enojado.
- ¿Es una pregunta o una afirmación? – bromeó Víc.
- Llama a tu jefe, venga – le ordenó enfadado Cassidy – Dile a esa pequeña sabandija que le cuelgue este marrón a otro.
- Decidme una cosa - les preguntó Víc con tranquilidad -, ¿qué dirán por ahí, de vosotros dos, cuando se enteren de que no tenéis palabra? ¿Creéis que os darán más trabajos en cuanto sepan que sois capaces de echaros atrás por cualquier tontería? – Guardó silencio unos segundos con una sonrisa dibujada en su cara, contemplando a ambos amigos – Lo dudo mucho.
- ¿Pero quién, en su sano juicio, mandaría a una chiquilla a Rankine? – Habló por fin Mortimer - ¡Es de locos!
- Yo solo tenía que entregaros el paquete – respondió Víctor – Y ya lo he hecho. De las circunstancias que rodean al mismo no sé nada. Y dudo también que Yugo os vaya a decir nada más. Vosotros veréis lo que hacéis.
- ¿Hacer? – Gruñó furioso Cassidy señalándole con el dedo índice - ¿Que qué vamos a hacer? ¡Te diré lo que vamos a hacer! Vamos a...
- ... ¡Se ha agotado el champú, chicos! – la voz de Yuni, recién salida de la ducha, cortó la conversación.
- ¡Dios santo! – exclamó Mortimer tapándose la cara con las dos manos y volviéndose de espaldas a la muchacha.
- ¡Yuni! – Exclamó también Víc - ¡Haz el favor de taparte, por dios!
- ¿Pasa algo? – preguntó con aire inocente la muchacha, completamente desnuda, mientras se frotaba la cabeza con una toalla para secar su melena corta y sostenía en la boca el mango de un peine.
- Por favor - la pidió Cassidy tapándose los ojos para evitar mirarla -, ¿quieres hacer el favor de ponerte algo encima y taparte?
- ¿Hum? – La chica se miró de arriba a abajo como quien no quiere la cosa y añadió - ¿Qué os pasa? ¿Es que nunca habéis visto a una tía desnuda?
- ¡Yuni! – Rugió Víc - ¡Haz el favor de taparte!
- ¡Vale, vale! – Contestó la muchacha yéndose al dormitorio del que disponían en el pequeño apartamento para vestirse de nuevo – La verdad es que, para ser mercenarios, sois un poco mojigatos, ¿no os parece? – añadió antes de meterse en la habitación.
- Esta juventud de hoy en día no dejará nunca de sorprenderme – admitió sofocado Mortimer.
- Bueno, haced lo que os venga en gana – Víctor se encaminó hacia la salida – Yo ya he cumplido con mi trabajo.
- Eh, ¿y el dinero? – preguntó Mortimer.
- Eso, ¿y el dinero? – volvió a preguntar Cassidy – Si no recuerdo mal, era la mitad al recoger el paquete y el resto a la entrega del mismo.
- La mitad se os ha ingresado en vuestra cuenta del banco mientras veníamos hacia aquí – les informó Víctor – Yugo siempre cumple con su parte del trato. Adiós. Ah, por cierto - el grandullón se volvió hacia ellos antes de abandonar el apartamento –, ni se os pase por la cabeza el abandonar el paquete a su suerte... Yugo no tolera nada bien que le estropeen o pierdan sus “mercancías”. ¿Me he explicado bien?
- Como un libro digital – asintió risueño Mortimer.
- Bien. Me alegra saber que lo habéis comprendido – añadió Víctor antes de irse.
                   Cuando el grandullón abandonó el apartamento, Cassidy golpeó furioso una de las paredes.
- ¡Estamos embarrados hasta el culo!
- Vaya marrón... – admitió su compañero.
- ¡Todo esto es culpa tuya! – Le recriminó Cassidy a su vez – Te lo dije, te dije que no teníamos que fiarnos de esa sabandija, pero, ¿me hiciste caso? ¡No!
- Sabes de sobra que necesitábamos ese dinero – se defendió Mortimer.
- Claro que lo sé - respondió Cassidy –, pero eso no quiere decir que tengamos que aceptar lo primero que nos vengan ofreciendo... ¡y mucho menos si el que lo ofrece es Yugo!
- ¿Y cómo iba a saber yo qué clase de paquete nos iba a endosar, eh?
- Mortimer - le replicó su amigo –, en lo que a Yugo se refiere, nunca hay nada seguro. Fiarse de su palabra es como querer cruzar un campo minado a ciegas y esperar salir indemne de él.
- Oye, ¿Cuánto tarda una chica en vestirse? – preguntó Mortimer intrigado.
- Y yo qué sé – respondió Cassidy -... ¿Por qué quieres saberlo?
- Porque Yuni ya hace rato que entró ahí dentro y aún no ha salido.
- Supongo que estará peinándose, no sé...
- ¿Tú crees? Tardaría yo más en arreglarme el mostacho que ella en peinarse esa melena tan corta...
                   Ambos amigos se miraron durante unos segundos con la incertidumbre reflejada en sus caras. Por fin, Cassidy se acercó a la puerta del dormitorio y golpeó en ella con los nudillos.
- ¿Yuni? ¿Has acabado ya? ¿Yuni?
                   Como no se escuchaba ningún tipo de ruido procedente del interior del dormitorio, Cassidy decidió abrir la puerta y volver a llamar a la muchacha.
- ¿Yuni? Te pregunto que si ya has terminado de vestirte...
                   Cuando Cassidy abrió la puerta del dormitorio por completo, algo en su interior le decía que lo que se iba a encontrar no le gustaría lo más mínimo. Ese algo acertó de lleno, porque la habitación estaba vacía y la ventana que daba a la calle, utilizada por los dos amigos como salida de emergencia para casos especiales, estaba abierta.
- ¡Mierda! – rugió furioso - ¡Mortimer, a la azotea, rápido! ¡Se escapa!
                   Ambos amigos se pusieron rápidamente en acción. Cassidy utilizó la escalerilla metálica adosada a la pared exterior de la misma ventana, y que ascendía a la azotea, mientras que su compañero utilizaba la salida normal, es decir, la de las pasarelas metálicas comunicadas entre si con escaleras. Cuando llegaron a la azotea, la joven ya se elevaba con el aerodeslizador y abandonaba el lugar.
- ¡Maldita ladrona! – gritó enfurecido Cassidy - ¡Vuelve aquí, pequeña rata!
- Esto es malo – farfulló Mortimer cogiendo aire –... Esto es muy malo, pero que muy malo.
- ¡Cojamos uno de estos! – le indicó Cassidy examinando los tres aerodeslizadores restantes.
- ¿Sabes puentear un cacharro de estos? – Le preguntó su compañero.
- Yo no – respondió él –, pero espero que tú sí sepas hacerlo.
- Aquel – Mortimer señaló al que ocupaba una plaza al borde de la azotea tras echarles un vistazo a los tres.
- ¡Pues ponlo en marcha de una vez, venga!
- No me atosigues, ¿quieres? Esto no es tan sencillo.
                   Cassidy ocupó la plaza del conductor. Mortimer se sentó en la del acompañante y hurgó bajo la guantera, cerca del volante del aerodeslizador. Dos segundos después, sacó un pequeño ramillete de cables de colores. Escogió uno blanco y otro rojo, los rompió y los juntó un par de veces para que pusieran en marcha el motor del vehículo. Tras un par de chispazos más, este se puso en marcha y Mortimer unió los cables entre si.
- ¡Vamos ya! – le indicó a su compañero.
                   El aerodeslizador se puso en movimiento y se elevó del suelo unos centímetros. Dando un par de tumbos en el aire y giros a ambos lados, enfiló en dirección al lugar por donde se alejaba el de Yuni. Al cabo de un par de minutos se pusieron a la zaga de la muchacha, sorteando el tráfico aéreo de la zona, compuesto por las más variopintas aeronaves y aerodeslizadores de todos los tamaños y colores.
- ¿A dónde te crees que vas, chiquilla? – Gritó Cassidy a la muchacha - ¡Detén ahora mismo ese aerodeslizador o te juro que te acordarás de mí toda tu vida!
- ¿Qué? – Yuni se puso la mano abierta pegada a la oreja en señal de no haberle oído.
- ¡Que te detengas ahora mismo! – gritó Cassidy.
- ¡No te oigo! – siguió fingiendo la descarada jovencita.
- Hay que reconocer que le echa morro – Mortimer se asombraba cada vez más del descaro de la muchacha.
- ¡Detente ahora mismo! – rugió severamente Cassidy.
- ¡Oh, venga ya! – Se quejó la joven – Solo quiero ver la ciudad un poco.
- ¡Pues te compraré una holopostal! Baja a tierra ahora mismo, ¡lo digo en serio!
- Eres un aburrido, ¿lo sabías? – Yuni le sacó la lengua en gesto de burla.
- ¡Te lo advierto! – rugió de nuevo Cassidy - ¡No me obligues a bajarte!
- ¿Por qué? – Se quejó Yuni de nuevo - ¿Qué puede pasarme?
- Muchas cosas – una voz extraña la sorprendió a su izquierda. Al volver la vista hacia ese lado, Yuni se encontró cara a cara con un hombre encapuchado que la asió por la muñeca y la obligó a pasar al vehículo que éste pilotaba, una moto-jet – Por ejemplo, que alguien te secuestre.
- ¿Quién eres tú? – preguntó la sorprendida joven - ¡Suéltame!
- Calladita, ¿de acuerdo? – El encapuchado colocó un pequeño disco metálico sobre la nuca de la muchacha, disco que liberó una ligera descarga eléctrica lo bastante fuerte como para dejarla inconsciente en el acto – Eso está mucho mejor.
- ¿Qué hace aquí el encapuchado? – preguntó un no menos sorprendido Mortimer - ¿No se suponía que te habías encargado de él?
- ¡Y lo hice! – contestó Cassidy – No tengo ni idea de cómo nos ha encontrado. ¡Sujeta el volante, voy a saltar a nuestro aerodeslizador!
- ¿Cómo que sujete el volante?
                   Antes de que Mortimer pudiera replicarle nada más, Cassidy saltó hacia el aerodeslizador, que ahora iba sin conductor, cayendo sobre el capó trasero del mismo y agarrándose a este a duras penas. Tras un par de forcejeos en el aire, debido en parte a los bandazos que el aparato iba dando de un lado a otro, logró subirse a bordo y tomar el control de los mandos.
- ¡Sígueme de cerca, pero no hagas nada! – Informó a su compañero – Yo me encargaré de nuestro amigo.
- ¿Como lo hiciste antes? – preguntó con sarcasmo Mortimer.
- Ja, ja, muy gracioso – Cassidy aceptó la puya y aceleró el aerodeslizador para seguir al encapuchado y evitar que se les escapara.
                   Por su parte, Raikon, el encapuchado, intentaba poner entre él y sus dos perseguidores la mayor distancia posible.
- Computadora, necesito ruta evasiva... ¡y la necesito ya!
- Calculando rutas posibles – la voz metálica y femenina de la computadora se oyó de nuevo – Seis rutas posibles localizadas. Rutas más asequibles a la unidad Raikon, dos.
- ¡Deja de llamarme unidad, máquina idiota! – Se quejó Raikon – Muéstrame la ruta más cercana a nuestra posición actual, sea cual sea. ¡Rápido!
- Negativo – respondió la máquina – Esta unidad aconseja una de las dos rutas más apropiadas para el éxito.
- Aquí el que da las órdenes soy yo, que te quede claro – arguyó Raikon mirando hacia atrás y viendo que Cassidy ya le alcanzaba – Repito, ¿cuál es la ruta más cercana?
- Diez metros más adelante. Bajando hacia la superficie – respondió la voz metálica. Y, tras unos segundos de pausa, añadió - Prepárate, esto te va a doler.
Unos minutos más tarde, la moto-jet de Raikon atravesó el tercer cartel publicitario holográfico que se cruzaba en su camino y la sacudida de la energía electroestática recorrió todo su cuerpo. El encapuchado intentaba mantener a toda costa el control de la máquina, que iba dando bandazos en todas direcciones, al tiempo que trataba de esquivar los distintos obstáculos que se cruzaban en su ruta de escape a través de los callejones de la ciudad, esto es; robots recaderos, aerodeslizadores, máquinas recoge basura y más holoanuncios publicitarios.
- ¿Y ahora por dónde? – preguntó a su computadora.
- Recto hacia arriba – le contestó la máquina – Agacha la cabeza.
- ¿Que agache la cabeza?
Raikon no comprendió bien la apreciación hecha por su computadora, pero lo entendió a la perfección cuando, segundos después de enfilar su moto-jet hacia arriba, apareció ante él un ancho tubo de latón que recorría horizontalmente la fachada del edificio por el cual estaba ascendiendo. Lo esquivó a duras penas. La que no lo esquivó fue Yuni, que se despertaba justo en ese momento y se reincorporaba sobre el asiento de la moto-jet. El golpe la arrancó de cuajo del asiento y la hizo caer hacia abajo.
- ¡Maldición!
                   Raikon maniobró con la moto-jet y dio media vuelta, lanzándose en pos de la joven para impedir que se estrellara contra el duro asfalto. Por desgracia para él, la muchacha fue recogida en pleno vuelo por Cassidy, que, con una hábil maniobra de pilotaje, la colocó en el asiento del copiloto de su aerodeslizador y viró hacia un lado, salvando de paso el tubo de latón de la fachada.
- ¡Buena recepción! – Mortimer, que había llegado en ese momento junto a su amigo, colocó su aerodeslizador a la par del de su compañero y le felicitó por la hábil maniobra - ¿Cómo se encuentra?
- Bien – le contestó Cassidy tomando el pulso en el cuello a la adormilada muchacha – Solo está inconsciente.
- ¿Volvemos al apartamento?
- No tan rápido – la voz del encapuchado cogió a ambos amigos por sorpresa.
                   Saliendo de la nada, Raikon saltó sobre el capó delantero del aerodeslizador de Mortimer. Después, sacando un bastón metálico, de unos sesenta centímetros de largo, lo incrustó en el capó del vehículo, arrancándole un chisporroteo al retirarle. Antes de que el aparato se quedara sin energía, Raikon saltó al aerodeslizador de Cassidy y se apoderó de la inconsciente Yuni.
- Tu amigo o la chica – retó a Cassidy – Tú eliges – Y, tras esto, saltó a su moto-jet con la adormilada joven como rehén en su poder y se alejó del lugar.
                   Soltando un juramento, Cassidy lanzó su vehículo en pos del de su compañero, que se precipitaba sin remisión hacia el suelo. A escasos metros del mismo, Cassidy logró colocarse a la par del vehículo de su compañero y pudo facilitar así que su amigo saltase al asiento del copiloto de su aerodeslizador para ponerse a salvo, segundos antes de que el otro vehículo se estrellase contra el asfalto envuelto en una bola llameante.
- ¡Por los pelos! – suspiró aliviado Mortimer viendo a su vehículo envuelto en llamas.
- ¡Mierda! – Rugió Cassidy golpeando el salpicadero del vehículo – Le hemos perdido la pista.
- No del todo – apuntó Mortimer sacando un pequeño aparato de su bolsillo. Era un pequeño radar, con una pantalla de apenas cinco centímetros de diámetro, con tres botones en su lado derecho. Pulsando en uno de ellos, la pantalla del radar se iluminó con un color verduzco y en el centro de la misma apareció un pequeño punto luminoso parpadeante de color amarillo – Ve por allí – le indicó a su compañero señalándole hacia el este.
- ¿Eso es un rastreador? – le preguntó sorprendido Cassidy.
- Le coloqué el chivato cuando saltó a mi aerodeslizador – le explicó su compañero con una sonrisa triunfante dibujada en el rostro – Podremos seguirle mientras estemos a menos de quinientos metros de distancia de él. Acelera.
                   Cassidy enfiló el aerodeslizador en la dirección indicada por su compañero y aceleró al máximo. En la pantalla del radar, el punto luminoso parpadeaba y, cada cierto tiempo, cambiaba de posición. Cada vez que ocurría esto último, Mortimer se lo hacía saber a su amigo. Sin embargo, al cabo de unos minutos, el punto luminoso comenzó a hacer extraños movimientos en la pantalla del radar, consistentes en zigzagueos bruscos e intermitentes.
- Nos ha descubierto – apuntó Cassidy ante la evidencia.
- ¿Tú crees? – preguntó sorprendido Mortimer.
- Sí – Cassidy detuvo el aerodeslizador en el aire, mientras sopesaba la situación – Habrá colocado el chivato en algún robot de la superficie o en alguna de las máquinas de la basura.
- Vaya... ¿Qué hacemos ahora?
                   Cassidy no respondió. Se quedó meditando, rascándose el mentón mientras pensaba en el próximo paso a seguir. Perder el paquete era algo muy serio y muy perjudicial para su reputación. Si algo así se sabía, conseguir futuros trabajos como mercenarios sería poco menos que imposible. Necesitaban saber a quién se enfrentaban en ese momento, quién era su rival. Tras unos segundos cavilando sobre ello, Cassidy puso en marcha el vehículo y tomó un rumbo.
- ¿Ya has decidido a dónde ir? – le preguntó Mortimer.
- Le haremos una visita a Nalah. A ver si ella nos puede decir quién es ese tío.
CONTINÚA