5 – YUNI.
- Me niego en redondo – En el cubículo-apartamento de nuestros dos
amigos, Cassidy hablaba con VíC, quien, cruzado de brazos y apoyado contra la
pared de la pequeña cocina-comedor, le ignoraba por completo – Ya estás
llamando a tu jefe y diciéndole que no haremos el trabajo, ¿entendido?
- Has de admitir, Víc, que el paquete no era tal y como nos lo
esperábamos... - terció Mortimer a favor de su compañero.
- ¿Y a mí qué me contáis? – Replicó el grandullón – Vosotros
aceptasteis el trabajo, ¿no? Pues ahora apechugad con él.
- ¿Tengo cara de niñera? – le preguntó Cassidy enojado.
- ¿Es una pregunta o una afirmación? – bromeó Víc.
- Llama a tu jefe, venga – le ordenó enfadado Cassidy – Dile a esa
pequeña sabandija que le cuelgue este marrón a otro.
- Decidme una cosa - les preguntó Víc con tranquilidad -, ¿qué dirán
por ahí, de vosotros dos, cuando se enteren de que no tenéis palabra? ¿Creéis
que os darán más trabajos en cuanto sepan que sois capaces de echaros atrás por
cualquier tontería? – Guardó silencio unos segundos con una sonrisa dibujada en
su cara, contemplando a ambos amigos – Lo dudo mucho.
- ¿Pero quién, en su sano juicio, mandaría a una chiquilla a Rankine?
– Habló por fin Mortimer - ¡Es de locos!
- Yo solo tenía que entregaros el paquete – respondió Víctor – Y ya lo
he hecho. De las circunstancias que rodean al mismo no sé nada. Y dudo también
que Yugo os vaya a decir nada más. Vosotros veréis lo que hacéis.
- ¿Hacer? – Gruñó furioso Cassidy señalándole con el dedo índice -
¿Que qué vamos a hacer? ¡Te diré lo que vamos a hacer! Vamos a...
- ... ¡Se ha agotado el champú, chicos! – la voz de Yuni, recién
salida de la ducha, cortó la conversación.
- ¡Dios santo! – exclamó Mortimer tapándose la cara con las dos manos
y volviéndose de espaldas a la muchacha.
- ¡Yuni! – Exclamó también Víc - ¡Haz el favor de taparte, por dios!
- ¿Pasa algo? – preguntó con aire inocente la muchacha, completamente
desnuda, mientras se frotaba la cabeza con una toalla para secar su melena
corta y sostenía en la boca el mango de un peine.
- Por favor - la pidió Cassidy tapándose los ojos para evitar mirarla
-, ¿quieres hacer el favor de ponerte algo encima y taparte?
- ¿Hum? – La chica se miró de arriba a abajo como quien no quiere la
cosa y añadió - ¿Qué os pasa? ¿Es que nunca habéis visto a una tía desnuda?
- ¡Yuni! – Rugió Víc - ¡Haz el favor de taparte!
- ¡Vale, vale! – Contestó la muchacha yéndose al dormitorio del que
disponían en el pequeño apartamento para vestirse de nuevo – La verdad es que,
para ser mercenarios, sois un poco mojigatos, ¿no os parece? – añadió antes de
meterse en la habitación.
- Esta juventud de hoy en día no dejará nunca de sorprenderme –
admitió sofocado Mortimer.
- Bueno, haced lo que os venga en gana – Víctor se encaminó hacia la
salida – Yo ya he cumplido con mi trabajo.
- Eh, ¿y el dinero? – preguntó Mortimer.
- Eso, ¿y el dinero? – volvió a preguntar Cassidy – Si no recuerdo
mal, era la mitad al recoger el paquete y el resto a la entrega del mismo.
- La mitad se os ha ingresado en vuestra cuenta del banco mientras
veníamos hacia aquí – les informó Víctor – Yugo siempre cumple con su parte del
trato. Adiós. Ah, por cierto - el grandullón se volvió hacia ellos antes de
abandonar el apartamento –, ni se os pase por la cabeza el abandonar el paquete
a su suerte... Yugo no tolera nada bien que le estropeen o pierdan sus
“mercancías”. ¿Me he explicado bien?
- Como un libro digital – asintió risueño Mortimer.
- Bien. Me alegra saber que lo habéis comprendido – añadió Víctor
antes de irse.
Cuando el
grandullón abandonó el apartamento, Cassidy golpeó furioso una de las paredes.
- ¡Estamos embarrados hasta el culo!
- Vaya marrón... – admitió su compañero.
- ¡Todo esto es culpa tuya! – Le recriminó Cassidy a su vez – Te lo
dije, te dije que no teníamos que fiarnos de esa sabandija, pero, ¿me hiciste caso?
¡No!
- Sabes de sobra que necesitábamos ese dinero – se defendió Mortimer.
- Claro que lo sé - respondió Cassidy –, pero eso no quiere decir que
tengamos que aceptar lo primero que nos vengan ofreciendo... ¡y mucho menos si
el que lo ofrece es Yugo!
- ¿Y cómo iba a saber yo qué clase de paquete nos iba a endosar, eh?
- Mortimer - le replicó su amigo –, en lo que a Yugo se refiere, nunca
hay nada seguro. Fiarse de su palabra es como querer cruzar un campo minado a
ciegas y esperar salir indemne de él.
- Oye, ¿Cuánto tarda una chica en vestirse? – preguntó Mortimer
intrigado.
- Y yo qué sé – respondió Cassidy -... ¿Por qué quieres saberlo?
- Porque Yuni ya hace rato que entró ahí dentro y aún no ha salido.
- Supongo que estará peinándose, no sé...
- ¿Tú crees? Tardaría yo más en arreglarme el mostacho que ella en
peinarse esa melena tan corta...
Ambos amigos
se miraron durante unos segundos con la incertidumbre reflejada en sus caras.
Por fin, Cassidy se acercó a la puerta del dormitorio y golpeó en ella con los
nudillos.
- ¿Yuni? ¿Has acabado ya? ¿Yuni?
Como no se
escuchaba ningún tipo de ruido procedente del interior del dormitorio, Cassidy
decidió abrir la puerta y volver a llamar a la muchacha.
- ¿Yuni? Te pregunto que si ya has terminado de vestirte...
Cuando Cassidy
abrió la puerta del dormitorio por completo, algo en su interior le decía que
lo que se iba a encontrar no le gustaría lo más mínimo. Ese algo acertó de
lleno, porque la habitación estaba vacía y la ventana que daba a la calle,
utilizada por los dos amigos como salida de emergencia para casos especiales,
estaba abierta.
- ¡Mierda! – rugió furioso - ¡Mortimer, a la azotea, rápido! ¡Se
escapa!
Ambos amigos
se pusieron rápidamente en acción. Cassidy utilizó la escalerilla metálica adosada
a la pared exterior de la misma ventana, y que ascendía a la azotea, mientras que
su compañero utilizaba la salida normal, es decir, la de las pasarelas metálicas
comunicadas entre si con escaleras. Cuando llegaron a la azotea, la joven ya se
elevaba con el aerodeslizador y abandonaba el lugar.
- ¡Maldita ladrona! – gritó enfurecido Cassidy - ¡Vuelve aquí, pequeña
rata!
- Esto es malo – farfulló Mortimer cogiendo aire –... Esto es muy
malo, pero que muy malo.
- ¡Cojamos uno de estos! – le indicó Cassidy examinando los tres
aerodeslizadores restantes.
- ¿Sabes puentear un cacharro de estos? – Le preguntó su compañero.
- Yo no – respondió él –, pero espero que tú sí sepas hacerlo.
- Aquel – Mortimer señaló al que ocupaba una plaza al borde de la
azotea tras echarles un vistazo a los tres.
- ¡Pues ponlo en marcha de una vez, venga!
- No me atosigues, ¿quieres? Esto no es tan sencillo.
Cassidy ocupó
la plaza del conductor. Mortimer se sentó en la del acompañante y hurgó bajo la
guantera, cerca del volante del aerodeslizador. Dos segundos después, sacó un
pequeño ramillete de cables de colores. Escogió uno blanco y otro rojo, los
rompió y los juntó un par de veces para que pusieran en marcha el motor del
vehículo. Tras un par de chispazos más, este se puso en marcha y Mortimer unió
los cables entre si.
- ¡Vamos ya! – le indicó a su compañero.
El
aerodeslizador se puso en movimiento y se elevó del suelo unos centímetros. Dando
un par de tumbos en el aire y giros a ambos lados, enfiló en dirección al lugar
por donde se alejaba el de Yuni. Al cabo de un par de minutos se pusieron a la
zaga de la muchacha, sorteando el tráfico aéreo de la zona, compuesto por las
más variopintas aeronaves y aerodeslizadores de todos los tamaños y colores.
- ¿A dónde te crees que vas, chiquilla? – Gritó Cassidy a la muchacha
- ¡Detén ahora mismo ese aerodeslizador o te juro que te acordarás de mí toda
tu vida!
- ¿Qué? – Yuni se puso la mano abierta pegada a la oreja en señal de
no haberle oído.
- ¡Que te detengas ahora mismo! – gritó Cassidy.
- ¡No te oigo! – siguió fingiendo la descarada jovencita.
- Hay que reconocer que le echa morro – Mortimer se asombraba cada vez
más del descaro de la muchacha.
- ¡Detente ahora mismo! – rugió severamente Cassidy.
- ¡Oh, venga ya! – Se quejó la joven – Solo quiero ver la ciudad un
poco.
- ¡Pues te compraré una holopostal! Baja a tierra ahora mismo, ¡lo
digo en serio!
- Eres un aburrido, ¿lo sabías? – Yuni le sacó la lengua en gesto de
burla.
- ¡Te lo advierto! – rugió de nuevo Cassidy - ¡No me obligues a
bajarte!
- ¿Por qué? – Se quejó Yuni de nuevo - ¿Qué puede pasarme?
- Muchas cosas – una voz extraña la sorprendió a su izquierda. Al
volver la vista hacia ese lado, Yuni se encontró cara a cara con un hombre
encapuchado que la asió por la muñeca y la obligó a pasar al vehículo que éste
pilotaba, una moto-jet – Por ejemplo, que alguien te secuestre.
- ¿Quién eres tú? – preguntó la sorprendida joven - ¡Suéltame!
- Calladita, ¿de acuerdo? – El encapuchado colocó un pequeño disco
metálico sobre la nuca de la muchacha, disco que liberó una ligera descarga
eléctrica lo bastante fuerte como para dejarla inconsciente en el acto – Eso
está mucho mejor.
- ¿Qué hace aquí el encapuchado? – preguntó un no menos sorprendido
Mortimer - ¿No se suponía que te habías encargado de él?
- ¡Y lo hice! – contestó Cassidy – No tengo ni idea de cómo nos ha encontrado.
¡Sujeta el volante, voy a saltar a nuestro aerodeslizador!
- ¿Cómo que sujete el volante?
Antes de que
Mortimer pudiera replicarle nada más, Cassidy saltó hacia el aerodeslizador,
que ahora iba sin conductor, cayendo sobre el capó trasero del mismo y
agarrándose a este a duras penas. Tras un par de forcejeos en el aire, debido
en parte a los bandazos que el aparato iba dando de un lado a otro, logró
subirse a bordo y tomar el control de los mandos.
- ¡Sígueme de cerca, pero no hagas nada! – Informó a su compañero – Yo
me encargaré de nuestro amigo.
- ¿Como lo hiciste antes? – preguntó con sarcasmo Mortimer.
- Ja, ja, muy gracioso – Cassidy aceptó la puya y aceleró el
aerodeslizador para seguir al encapuchado y evitar que se les escapara.
Por su parte,
Raikon, el encapuchado, intentaba poner entre él y sus dos perseguidores la
mayor distancia posible.
- Computadora, necesito ruta evasiva... ¡y la necesito ya!
- Calculando rutas posibles – la voz metálica y femenina de la
computadora se oyó de nuevo – Seis rutas posibles localizadas. Rutas más
asequibles a la unidad Raikon, dos.
- ¡Deja de llamarme unidad, máquina idiota! – Se quejó Raikon –
Muéstrame la ruta más cercana a nuestra posición actual, sea cual sea. ¡Rápido!
- Negativo – respondió la máquina – Esta unidad aconseja una de las
dos rutas más apropiadas para el éxito.
- Aquí el que da las órdenes soy yo, que te quede claro – arguyó
Raikon mirando hacia atrás y viendo que Cassidy ya le alcanzaba – Repito, ¿cuál
es la ruta más cercana?
- Diez metros más adelante. Bajando hacia la superficie – respondió la
voz metálica. Y, tras unos segundos de pausa, añadió - Prepárate, esto te va a
doler.
Unos minutos más tarde, la moto-jet de Raikon
atravesó el tercer cartel publicitario holográfico que se cruzaba en su camino y
la sacudida de la energía electroestática recorrió todo su cuerpo. El
encapuchado intentaba mantener a toda costa el control de la máquina, que iba
dando bandazos en todas direcciones, al tiempo que trataba de esquivar los
distintos obstáculos que se cruzaban en su ruta de escape a través de los
callejones de la ciudad, esto es; robots recaderos, aerodeslizadores, máquinas
recoge basura y más holoanuncios publicitarios.
- ¿Y ahora por dónde? – preguntó a su computadora.
- Recto hacia arriba – le contestó la máquina – Agacha la cabeza.
- ¿Que agache la cabeza?
Raikon no comprendió bien la apreciación hecha por
su computadora, pero lo entendió a la perfección cuando, segundos después de
enfilar su moto-jet hacia arriba, apareció ante él un ancho tubo de latón que
recorría horizontalmente la fachada del edificio por el cual estaba
ascendiendo. Lo esquivó a duras penas. La que no lo esquivó fue Yuni, que se
despertaba justo en ese momento y se reincorporaba sobre el asiento de la moto-jet.
El golpe la arrancó de cuajo del asiento y la hizo caer hacia abajo.
- ¡Maldición!
Raikon
maniobró con la moto-jet y dio media vuelta, lanzándose en pos de la joven para
impedir que se estrellara contra el duro asfalto. Por desgracia para él, la
muchacha fue recogida en pleno vuelo por Cassidy, que, con una hábil maniobra
de pilotaje, la colocó en el asiento del copiloto de su aerodeslizador y viró
hacia un lado, salvando de paso el tubo de latón de la fachada.
- ¡Buena recepción! – Mortimer, que había llegado en ese momento junto
a su amigo, colocó su aerodeslizador a la par del de su compañero y le felicitó
por la hábil maniobra - ¿Cómo se encuentra?
- Bien – le contestó Cassidy tomando el pulso en el cuello a la
adormilada muchacha – Solo está inconsciente.
- ¿Volvemos al apartamento?
- No tan rápido – la voz del encapuchado cogió a ambos amigos por
sorpresa.
Saliendo de la
nada, Raikon saltó sobre el capó delantero del aerodeslizador de Mortimer.
Después, sacando un bastón metálico, de unos sesenta centímetros de largo, lo
incrustó en el capó del vehículo, arrancándole un chisporroteo al retirarle.
Antes de que el aparato se quedara sin energía, Raikon saltó al aerodeslizador
de Cassidy y se apoderó de la inconsciente Yuni.
- Tu amigo o la chica – retó a Cassidy – Tú eliges – Y, tras esto,
saltó a su moto-jet con la adormilada joven como rehén en su poder y se alejó
del lugar.
Soltando un
juramento, Cassidy lanzó su vehículo en pos del de su compañero, que se
precipitaba sin remisión hacia el suelo. A escasos metros del mismo, Cassidy
logró colocarse a la par del vehículo de su compañero y pudo facilitar así que
su amigo saltase al asiento del copiloto de su aerodeslizador para ponerse a
salvo, segundos antes de que el otro vehículo se estrellase contra el asfalto
envuelto en una bola llameante.
- ¡Por los pelos! – suspiró aliviado Mortimer viendo a su vehículo
envuelto en llamas.
- ¡Mierda! – Rugió Cassidy golpeando el salpicadero del vehículo – Le
hemos perdido la pista.
- No del todo – apuntó Mortimer sacando un pequeño aparato de su
bolsillo. Era un pequeño radar, con una pantalla de apenas cinco centímetros de
diámetro, con tres botones en su lado derecho. Pulsando en uno de ellos, la pantalla
del radar se iluminó con un color verduzco y en el centro de la misma apareció
un pequeño punto luminoso parpadeante de color amarillo – Ve por allí – le
indicó a su compañero señalándole hacia el este.
- ¿Eso es un rastreador? – le preguntó sorprendido Cassidy.
- Le coloqué el chivato cuando saltó a mi aerodeslizador – le explicó
su compañero con una sonrisa triunfante dibujada en el rostro – Podremos
seguirle mientras estemos a menos de quinientos metros de distancia de él. Acelera.
Cassidy enfiló
el aerodeslizador en la dirección indicada por su compañero y aceleró al
máximo. En la pantalla del radar, el punto luminoso parpadeaba y, cada cierto
tiempo, cambiaba de posición. Cada vez que ocurría esto último, Mortimer se lo hacía
saber a su amigo. Sin embargo, al cabo de unos minutos, el punto luminoso
comenzó a hacer extraños movimientos en la pantalla del radar, consistentes en zigzagueos
bruscos e intermitentes.
- Nos ha descubierto – apuntó Cassidy ante la evidencia.
- ¿Tú crees? – preguntó sorprendido Mortimer.
- Sí – Cassidy detuvo el aerodeslizador en el aire, mientras sopesaba
la situación – Habrá colocado el chivato en algún robot de la superficie o en
alguna de las máquinas de la basura.
- Vaya... ¿Qué hacemos ahora?
Cassidy no
respondió. Se quedó meditando, rascándose el mentón mientras pensaba en el
próximo paso a seguir. Perder el paquete era algo muy serio y muy perjudicial
para su reputación. Si algo así se sabía, conseguir futuros trabajos como
mercenarios sería poco menos que imposible. Necesitaban saber a quién se
enfrentaban en ese momento, quién era su rival. Tras unos segundos cavilando
sobre ello, Cassidy puso en marcha el vehículo y tomó un rumbo.
- ¿Ya has decidido a dónde ir? – le preguntó Mortimer.
- Le haremos una
visita a Nalah. A ver si ella nos puede decir quién es ese tío.
CONTINÚA
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