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Ratas del Espacio (capítulo 8)

8 – SANTOS.

                   Cray Grant, un muchacho de unos catorce años de edad, pelo negro azabache, corto y despeinado, pantalón de peto dos tallas mayor que la apropiada para él, con las perneras remangadas hasta la rodilla y playeras desgastadas y descoloridas, cruzaba en ese momento por la puerta abierta del garaje para reparaciones de aeronaves y aerodeslizadores, conocido por los lugareños de la zona como el Farenheit. El chico andaba con un caminar alegre y portaba en sus brazos una caja de cartón no muy grande.
- ¿Dónde dejo el condensador de fluzo, jefe?
- Ponlo allí – le informó su jefe, Santos Delfini, un hombre delgado, de nariz aguileña, bigote muy fino, al igual que las cejas, turbante de tela blanca cubriendo su cabeza, chaleco de tela negra sobre una camisa azul marino, pantalones bombachos de color dorado y unas babuchas negras como calzado, que en ese momento se encargaba de ajustar unas tuercas en el motor de una pequeña aeronave -, junto a ese viejo aerodeslizador DeLorian.
                   El muchacho obedeció, dejó la caja en el sitio indicado y después fue junto a su jefe para ayudarle en lo que pudiera.
- Pásame una llave doce-trece – le pidió Santos justo en ese momento – esta condenada tuerca no quiere ajustar en condiciones, ¡la muy zorra!
- Constanza ya está muy mayor, jefe – el muchacho palmeó la superficie metálica de la vieja aeronave que su jefe se empeñaba en mantener al día -, ¿no le parece que ya va siendo hora de jubilarla?
- ¡Déjate de gilipolleces, Cray! – gruñó Santos – Mi Constanza podría darle mil vueltas a cualquier nave moderna ¡y lo sabes perfectamente! Venga, pásame el alicate, que ya casi he ajustado la condenada tuerca.
- Si yo fuera usted – apuntó el muchacho acariciando la superficie de la aeronave -, intentaría sacarle un buen precio en el mercado negro y me compraría una buena Thunderbird. ¡Esa si que es una nave de verdad!
- ¡Escúchame bien, mequetrefe! – Santos se encaró con el muchacho, señalándole con el alicate que empuñaba en la mano derecha - ¡El día que venda a mi Constanza será el día en el que me vaya a morir! ¿Te queda claro?
- ¿Ya estáis discutiendo de nuevo por Constanza?
                   La voz del recién llegado les sorprendió a los dos. Cuando volvieron la vista hacia la puerta del garaje, vieron a tres personas frente a ella, dos hombres y una muchacha. El que les había hablado era el más alto de los tres. Santos lo reconoció en el acto e, instintivamente, se pegó a la nave con los brazos abiertos de par en par, tratando de protegerla de un peligro invisible.
- ¡Ah, no, eso sí que no! – exclamó medio enfadado medio sorprendido de ver allí a aquellas tres personas – No te dejaré a mi Constanza, ¡eso ni soñarlo!
- ¿Aun sigues vistiendo de esa forma tan ridícula, Santos?
- Ríete lo que quieras de mi ropa, Cassidy – apuntó Santos -, pero no te llevarás a mi Constanza.
- Por favor, Santos – intercedió Mortimer -, lo dices como si viniéramos a destrozarla...
- ¿Destrozarla, dices? – Santos golpeó sobre un remache de chapa que se veía en una zona de la nave - ¿Y qué me dices de esto, eh?
- Uh, eso... – Mortimer se rascó la nuca algo nervioso - Aquello fue solo un accidente, ya lo sabes.
- ¿Me tomas por idiota, Mortimer? – refunfuñó Santos enfadado -, ¿crees que no reconozco el agujero que deja un cañón bláster?
- Sí, bueno, je, je... – rió nervioso Mortimer - Aquella nave nos rozó un poco con sus disparos.
- ¿Un poco? – Santos se enfadó aun más ante la respuesta de Mortimer - ¿Un poco, dices? – Señaló con aspavientos en otros cinco remaches de chapa repartidos por varias partes de la aeronave - ¡Mi pobre Constanza recibió seis disparos de cañón bláster! ¡Seis!
- Venga, venga, Santos – Cassidy quiso quitarle importancia al asunto - ¿Has intentado alguna vez huir de tres naves pirata Dree?
- ¿Y puede saberse por qué motivo os perseguían esos piratas? ¡Ah, olvídalo! – Santos hizo un aspaviento con sus manos – Prefiero no saberlo.
- Bueno – añadió con tono cansino Cassidy -, ¿nos vas a dejar a Constanza o no?
- ¡Ni muerto!
                   Mientras Santos discutía con Mortimer y Cassidy sobre Constanza, Cray se acercó risueño hasta Yuni y extendió ante ella la mano derecha abierta.
- Hola – La saludó sonriente – Me llamo Cray. Encantado.
- Encantada – Yuni aceptó de buenas maneras la mano del muchacho y se presentó ella también – Yo me llamo Yuni. Oye, dime una cosa – señaló con la mirada al trío, que seguía con la discusión -, ¿son siempre así estos tres?
- ¿Quiénes, esos? – Cray se frotó un par de veces el dedo índice por la nariz, bajo las fosas nasales – Nah, no te preocupes, que no llegará la sangre al río. Discutirán un par de minutos más y, al final, como de costumbre, mi jefe les dejará otra nave. Ya lo verás.
- ¿No crees que tu jefe viste un poco...?
- ¿... Pintoresco? – Cray rió de buena gana – Todo el mundo opina lo mismo, pero eso a él le da igual. Le gusta mucho una antigua película de aventuras titulada Ali Babá y no sé qué más, donde sale gente vestida con ropas como esa. Por eso se viste de esa forma.
- ¿Y a ti qué te parece que se vista así?
- A mí me da lo mismo. Es una buena persona y un gran jefe, aunque gruña a menudo por tonterías sin importancia.
- Y... ¿paga bien?
- Suficiente – El chico se metió las manos en los bolsillos – Me da un lugar donde dormir y una mesa donde comer.
- ¿Santos no es tu padre?
- ¿Santos? No, no, que va. Me quedé huérfano a los cinco años y, como él era amigo de mi padre, me acogió en su casa.
- Oh, vaya...
- No se hable más – La voz de Santos interrumpió la distendida conversación entre ambos jóvenes – He dicho que no os dejo a Constanza y no os la dejo, ¡y punto en boca!
- ¡Eres un tacaño! – Le criticó Cassidy – Al menos podías dejarnos otra nave, ¿no?
- ¿Otra nave? – Santos parecía desquiciarse cada vez más por momentos ante la insistencia de Cassidy - ¿Qué otra nave? ¡No tengo otra nave!
- ¿Ni siquiera en la parte trasera? – Interfirió Mortimer.
- Eso – Apuntó Cassidy encaminándose hacia la parte trasera del garaje, un extenso terreno utilizado para el despiece de viejas naves y aerodeslizadores y en donde Santos solía guardar aquellas naves que iba a reparar en futuros trabajos y que no podía guardar dentro del garaje por falta de espacio -, ¿no te queda alguna nave en la parte de atrás?
- ¡No, no, no! – Santos corrió en dirección a la parte trasera del garaje, tratando de impedir que Cassidy llegara allí antes que él – Afuera no hay naves. No tengo más naves, ¡lo juro! – Logró colocarse delante de Cassidy e impedirle el paso abriendo los brazos en cruz - ¿Por qué tenéis que hacerme esto a mí? ¿Por qué?
- Porque mientes muy mal, Santos – Cassidy le sonrió mientras le apartaba de un hombro – Por eso y porque, en el fondo, te encanta ayudarnos.
- ¿Qué me encanta ayudaros, dices? ¡Tú lo flipas!
- Vamos, Santos – Mortimer palmeó un hombro del mecánico, en gesto apaciguador -, no seas tan catastrofista, hombre. Te doy mi palabra de que a la nave no le pasará nada malo. Solo la queremos para llegar a Rankine.
- ¿A Rankine? – Santos quedó sorprendido por las palabras de Mortimer - ¿Por qué narices queréis ir vosotros a Rankine? Allí se oculta la peor calaña de la galaxia, ¿y esperas que me crea que no le ocurrirá nada a la nave? Definitivamente, me tomáis por tonto, ya lo creo que sí.
- Bueno, bueno, bueno... ¿Qué tenemos aquí?
                   Cassidy se detuvo maravillado ante una nave que ocupaba una parte del terreno exterior del garaje. Medía veinticinco metros de largo, veinticinco de envergadura y unos veintidós de alto. La forma de la aeronave era la de un triangulo, con los lados combados levemente hacia adentro y sus esquinas recortadas y redondeadas, fusionado sobre un disco. Dos alerones, colocados verticalmente, sobresalían cerca de las dos esquinas traseras del triángulo, que conformaban la cola de la aeronave. A la altura de los alerones, y anclados a la parte baja del disco, se podían ver dos enormes depósitos de combustible. Toda la aeronave, salvo los depósitos de combustible, era de color blanco perla. Los depósitos eran de color gris perla. Sobre las alas podía leerse, en color rojo fuego, el nombre de la misma. Zuzu.
- ¿Quieren que desguaces semejante belleza? – preguntó Cassidy extrañado.
- ¿Desguazar? ¿Tú eres tonto? – Santos se colocó nuevamente ante Cassidy con los brazos abiertos en cruz – Le estoy haciendo un favor a su dueño. Yo le debo algunos favores, así que, de cuando en cuando, él me la trae para que le haga una revisión a fondo.
- ¿Y tiene alguna avería de importancia? – preguntó Mortimer curioso.
- Nada importante. Le falla una válvula – Le explicó Santos - El problema es que las de ese modelo hace ya tiempo que no se fabrican y resultan muy difíciles de encontrar.
- Mortimer – Cassidy miró risueño a su amigo al enterarse del problema de Santos con la nave -, ¿estás pensando en lo mismo que yo?
- Hum... – Mortimer se mesó pensativo el poblado mostacho - Piezas viejas, difíciles de encontrar... Sí, creo que sí sé en quién estás pensando.
- Dime una cosa, Santos – Cassidy hizo a un lado al mecánico sin apartar la vista de la nave -, ¿si te consigo la válvula esa nos dejas la nave por unos días?
- ¿Conseguir la válvula, vosotros? – Santos no daba crédito a lo que acababa de oír en esos momentos - ¿Y de dónde vais a sacar vosotros esa pieza, eh?
- ¿Si te la consigo nos dejarás la nave?
                   Santos sopesó durante unos segundos la propuesta. Tras cavilar durante un rato, al final aceptó el trato de Cassidy.
- Bueno – Cassidy sonrió al ver que llegaban a un acuerdo con el mecánico -, es hora de hacerle una visita al viejo Donpipollas.
- ¿Y quién es ese Donpipollas? – Quiso saber Santos intrigado.
- Un buhonero.
- ¿Un buhonero?
- Sí, un buhonero.
CONTINÚA

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