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Ratas del Espacio (Capítulo 12)

12 – A GOLPES.

                   La aeronave tripulada por Raikon detuvo su vuelo justo por encima de la nave de Cassidy y Mortimer, pocos segundos después de que estos la abandonaran en busca de un lugar en el que pasar la noche. Raikon conectó el piloto automático de la nave y dio instrucciones a la computadora.
- Activa el camuflaje óptico y mantén la posición de la nave.
- Camuflaje activado. Ajustando parámetros de vuelo estático. Tiempo máximo de vuelo estático permitido: Dos horas y treinta minutos.
- Más que de sobra – Apuntó Raikon al escuchar los datos proporcionados por la computadora – Activa el rastreador del señuelo y envía la señal a mi ojo cibernético.
- Activando rastreador – anunció la voz metálica de la computadora – Señuelo localizado a quinientos metros de distancia y en movimiento.
- Pues entonces habrá que ponerse en marcha enseguida. Abre la escotilla trasera y baja el cable remolcador.
- Escotilla abierta. Distancia hasta el suelo: Cuarenta metros.
- Bueno – Raikon sujetó con fuerza el cable con sus manos antes de descender por él para bajar a tierra -, allá vamos.
                   El mercenario se deslizó a lo largo del cable de acero y llegó al suelo con suavidad. Ya en tierra, oteó entre las sombras de los callejones con la visión nocturna de su ojo derecho cibernético, al tiempo que un pequeño radar se mostraba en su retina con un punto luminoso de color amarillo parpadeando en él.
- Bien – Se felicitó el mercenario al comprobar que el rastreador funcionaba perfectamente -, la presa no se encuentra muy lejos. Será mejor no perderla de vista.
                   Con sigilo, pero al mismo tiempo con celeridad, Raikon se adentró en el callejón por el cual se habían metido anteriormente nuestros tres amigos y la mercenaria enviada por Yugo. El mercenario atravesó las distintas callejuelas con toda cautela, vigilando bien las esquinas y los recovecos en previsión de posibles ataques a traición por parte de algún extraño. Al doblar la esquina de una de las callejuelas, algo le llamó la atención. Era un brillo metálico que rasgó fugazmente la oscuridad de la noche, pero que no pasó desapercibido para el experimentado mercenario.
                   El brillo procedía de dos vagabundos que parecían dormitar sentados en el suelo, apoyados contra la pared de un edificio bajo. El lugar escogido por los dos vagabundos era una callejuela algo estrecha y larga, ideal para practicar una emboscada a los incautos que, como el mercenario, se acercaran por el lugar a esas horas de la noche. Raikon pasó lentamente cerca de los dos vagabundos, sin quitarles la vista de encima. Sin embargo, éstos no hicieron movimiento alguno en ningún momento. Fue cuando los pasó de largo cuando ocurrió algo.
                   De entre las sombras de la esquina opuesta de la callejuela surgió el filo metálico de un machete dentado que le apuntó al cuello. Una voz ronca y apagada le mandó detenerse en el lugar. En ese momento, los dos vagabundos se pusieron en pie y avanzaron hasta él, blandiendo otros dos machetes. Del tejado del edificio bajo saltaron al callejón dos personas más; una mujer y un hombre. Ella portaba dos machetes y él una ballesta. En apenas diez segundos rodearon a Raikon.
- ¿Qué te paese si nos en das tó el dinero, amigo? – Pidió el de la voz ronca y apagada sin apartar el filo del machete del cuello de Raikon – A mis compares y a mí no nos importaría ná en librarte d’ese peso. ¿Qué me dices, eh?
- Agradezco vuestro ofrecimiento – Raikon esbozó una sonrisa en su boca -, pero me temo mucho que os habéis equivocado de presa. No llevo nada encima. Lo siento por vosotros.
- Vaya, hombre... – El que le apuntaba con el machete rió – El caballero quié hacerse el gracioso, ¿eh? En danos ahora mismo el dinero, desgrasiáo, o sabrás cómo las gastamos por aquí. ¡Venga!
- Detectadas fuerzas hostiles rodeando al sujeto Raikon. – La voz femenina y metálica de la computadora resonó en la callejuela, sorprendiendo a los asaltantes - Esta unidad sugiere acción defensiva número treinta y dos.
- ¿Qué ha sío eso? – Preguntó el que apuntaba a Raikon - ¡Responde!
- ¿Eso? – Raikon rió ante la cara de asombro del hombre – Eso era mi ángel de la guarda. A veces es un poco cansina, la verdad, pero me ayuda bastante...
- ¿A ver si v’aser un zayborg d’esos, jefe? – Señaló otro de los asaltantes.
- ¿Un qué?
- El Mechas se refiere a un cyborg, jefe – habló la única mujer del grupo – En paesen personas normales, peo son máquinas.
- Lo mesmo que yo desía, jefe – Terció de nuevo el Mechas – Un zayborg.
- ¿Una máquina, eh? – El líder de los salteadores sopesó la información dada por sus compinches durante unos segundos – Bueno, pos se me da lo mismo que sea un zayborg, un cyborg ¡o su puta mare! Si tié cuartos, que nos los dé y sanseacabó. ¡Venga!
- Tal y como yo lo veo – Raikon apartó lentamente de su cuello el filo del machete sin siquiera mirar al ladrón -, tenéis dos opciones: La opción uno, la dolorosa: La número treinta y dos; o la opción dos, la menos dolorosa: La que yo prefiero, por cierto. ¿Cuál escogéis?
- ¿La dolorosa o la menos dolorosa...? – El bandido miró de arriba a abajo a Raikon como si este se hubiera vuelto loco - ¿En de qu’estás hablando, chaláo? ¡Venga los cuartos p’acá!
- Sea... – Raikon puso los ojos en blanco mirando hacia el estrellado cielo de la noche – Usaré la menos dolorosa.
                   El mercenario soltó el primer golpe sin dar tiempo a los bandidos a reaccionar. Fue una patada hacia atrás, que golpeó de pleno en los genitales del bandido que lo custodiaba por la espalda, el que portaba la ballesta. Con el factor sorpresa de su parte, desarmó fácilmente al líder de los salteadores retorciendo con su mano cibernética el filo del machete para obligarle a soltarlo. Después, sin darle tiempo a reaccionar, le golpeó con la palma de la mano abierta en el pecho, haciéndole caer de espaldas sobre el duro suelo de la calle.
Con un movimiento rápido del brazo izquierdo propinó un contundente codazo en la boca del estómago a la mujer, dejándola sin aire y llevándose las manos al estómago, para después dejarla fuera de combate con un golpe dado en la base de la nuca con el dorso de la mano abierta.
Un segundo después, Raikon sacó de la parte trasera de su cinturón el multi-bastón y lo alzó en alto, justo a tiempo para detener el mandoble lanzado por el cuarto de los bandidos. Con un giro de caderas ágil, rodeó al sorprendido atacante y le propinó un codazo en la nuca, dejándole en el suelo medio inconsciente. Acto seguido, detuvo dos nuevos mandobles lanzados por el último de los bandidos para, a continuación, golpearle en el pecho con una patada circular que lo empotró contra una de las paredes de la callejuela.
Raikon comprobó que todos los asaltantes estaban fuera de combate. Tras esto, se acercó al líder de los mismos, que intentaba levantarse del suelo para coger aire, algo dolorido aún por el golpe recibido. El mercenario le obligó a tumbarse de nuevo empujándole con la suela de la bota en el pecho.
- Para que conste en acta – Le informó sonriendo -; he usado la opción dos, la menos dolorosa. No hace falta que me deis las gracias.
                   El encapuchado pasó por encima del bandido ignorándole por completo y se adentró en las sombras de una callejuela colindante, perdiéndose en la oscuridad de la noche. En la retina cristalina de su ojo derecho cibernético seguía parpadeando el punto luminoso del radar, pero esta vez el punto no se movía del sitio. Su presa se había detenido en algún lugar, muy cerca de donde él se encontraba en ese momento. Raikon sonrió para sus adentros y agradeció su buena suerte.
- Mejor me doy prisa – Se dijo mientras saltaba al tejadillo de un edificio pequeño cercano -, no sea que la presa se me escape.
CONTINÚA

Tristeza

TRISTEZA

                   Tristeza. Un sentimiento que te envuelve y te abraza y no te quiere dejar marchar.
                   Tristeza. Empapada en un halo de melancolía que atenaza tu ser y lo oprime hasta la extenuación.
                   Tristeza. Te golpea sin avisar, a traición, y te derriba sin que tú ni siquiera te des cuenta de ello. Y cuando quieres levantarte es cuando te das cuenta de cuán indefenso estás ante ella.
                   Tristeza. Sí, tristeza. Efímera en ocasiones y siempre astuta. Ataca sin piedad, sin tregua y sin hacer prisioneros. Llega, devora y destruye.
                   ¿Cómo empieza? Sencillo; tan sutil como una leve brisa de desesperanza colándose en tu vida; un adiós inesperado, un cambio de hogar, una pérdida de un ser querido, el paso de los años...
                   Su segundo movimiento es más preciso y cruel, a la vez que efectivo: Anida en tus entrañas y te va devorando por dentro. Un recuerdo fugaz de un momento del pasado lleno de alegría, unas viejas fotos que encuentras por casualidad, unas cartas amarillentas, un viejo amigo al que vuelves a ver...
                   Y sigue avanzando en su cruel guerra: Emponzoña tus sentimientos con falsa culpabilidad, arranca de tus recuerdos los momentos de alegría y los destruye, convirtiéndolos en meros pasajes de tu triste vida, destruye todo rastro de ánimo en tu espíritu y te convierte en un adicto de la soledad...
                   Y entonces ya eres un títere más danzando en sus manos; y escapar de ella es casi imposible, a no ser que cuentes con las armas necesarias para ello. ¿Qué cuales son esas armas?
                   No tengo ni la más mínima idea, amigo. Después de todo, yo solo soy alguien escribiendo sobre la tristeza; ¿qué sabré yo de cómo combatirla?


FIN

Dolor

                    Tengo los nudillos de ambas manos despellejados y llenos de cortes El agua se lleva la sangre por el desagüe del lavabo, mi sangre, que cae sobre los trozos de espejo que veo dentro del lavabo; ¿he roto el espejo a puñetazos? No lo sé; tal vez sí.
                   Aún quedan restos de lágrimas en mis ojos; ¿he llorado? No lo recuerdo. Mi distorsionado reflejo en los quebrados trozos del espejo me devuelve una lastimosa imagen; ojeras marcadas y profundas, pelo desaliñado y barba de varios días sin arreglar.
                   Mis manos tiemblan. Cuando aprieto los puños cerrados, el lacerante dolor de mis nudillos recorre mis antebrazos como diminutos calambres eléctricos. Sigo enjuagando las manos bajo el agua del grifo, intentando eliminar de las heridas cualquier rastro de sangre. Vuelvo a mirar al espejo y entonces la veo a ella.
                   Está metida en la bañera. Su brazo derecho cuelga inerte sobre el borde de la misma y su cabeza, con su larga cabellera negra colgando en el aire, reposa ladeada sobre su hombro. Sus ojos miran al vacío, vidriosos y apagados. También ella está sangrando.
                   Su cuello presenta un corte profundo del que aún emana un hilillo de sangre, que resbala por su cuerpo desnudo, empapando su vestido estampado con el líquido elemento.
                   En el suelo, junto a la bañera, veo también el cuchillo que segó su vida; pero ¿lo hice yo o fue ella? No lo recuerdo. ¡Maldita sea, no lo recuerdo!
                   Me duele la cabeza. Entonces me doy cuenta de que tengo un corte en la frente, pequeño y doloroso, del que salen gotas de sangre; ¿me he golpeado contra algo? Tampoco lo recuerdo. ¿Por qué me cuesta tanto recordar los últimos minutos de mi vida? ¿Por qué? Mi pie derecho golpea algo en el suelo. Una botella de vidrio.
                   La cojo en mi mano y la estudio. Es de whisky y está casi vacía; ¿he bebido yo de esa botella? ¿O hemos sido los dos juntos? Echo el aliento sobre la palma de mi mano y lo olfateo buscando respuestas. El olor que me devuelve la mano me dice que he sido el único que ha bebido de la botella.
                   Tambaleando y dando tumbos salgo del cuarto de baño y es entonces cuando veo que la puerta del baño está rota; ¿la he roto yo? Tal vez. No lo sé.
                   En la sala de estar, frente a la puerta de entrada de la casa, veo tres maletas grandes haciendo cola. Reconozco muy bien esas maletas. Son suyas. Y entonces, la realidad me golpea en la cara, como un duro sopapo que me hace reaccionar. Y lo recuerdo todo de golpe.
                   Recuerdo la primera bofetada y el primer lo siento. Y los puñetazos. Y las patadas. Y los correazos. Los te quiero mi vida y los no volverá a pasar.
                   Recuerdo las discusiones, los gritos y los portazos.
                   Recuerdo los no me chilles y los siempre estás llorando. Y los reproches y los insultos.
                   Recuerdo las noches durmiendo en el sofá, las resacas al día siguiente y las vomitonas.
                   Recuerdo el silencio en las comidas, roto por la televisión encendida.
                   Recuerdo las largas ausencias del hogar, tirado en un parque bajo el frío de la noche. Y las juergas con los amigos.
                   Recuerdo las lágrimas, sus lágrimas. Y los sollozos apagados en el dormitorio.
                   Recuerdo todo eso, como un puñal candente dentro de mi alma.
                   Y ahora veo algo que nunca vi, aunque siempre estuvo delante de mí.
                   Ahora veo su dolor. Y veo mi miseria.

FIN

Ratas del Espacio (Capítulo 11)

11 – RANKINE.

                   Rankine, asteroide ciudad situado en órbita elíptica alrededor del sol del sistema solar Albatros. Un intrincado laberinto de callejones, plazas y callejuelas conectados entre sí por una maraña de calles y cruces. Un hervidero de gente de la peor calaña y la más baja estofa.
                   Número de habitantes: Desconocido. La naturaleza agresiva del setenta por ciento de la población del asteroide favorece las casi continuas defunciones que en él se producen, por lo cual, se hace imposible de calcular una cifra exacta.
Sistema judicial: Inexistente. A día de hoy, ningún sistema policial ha osado establecerse dentro de los límites del asteroide. En sus calles reza el dicho “Uno no vive en Rankine. Se oculta”, que demuestra convincentemente la naturaleza agresiva y peligrosa de gran parte de sus habitantes.
La Confederación de Planetas Unidos intentó, en cierta ocasión, establecer la ley y el orden en las calles del asteroide. Para lograr su objetivo, envió varios escuadrones de soldados con el encargo de establecer un cuartel general, desde el cual la CPU operaría para llevar a cabo su propósito; la creación de un nuevo orden policial. El líder de los escuadrones enviados a Rankine, el coronel Ostein, tenía orden de enviar comunicados a la base central de la CPU una vez al día, con el fin de informar a sus superiores del desarrollo de las distintas maniobras realizadas allí. Solo llegaron seis mensajes; el último de ellos decía “¡Sáquenme de aquí!”. Esa fue la última noticia que se tuvo del coronel Ostein.
Lejos de amedrentarse por este suceso, la CPU envió otros cinco escuadrones a Rankine, esta vez al mando del coronel Straüfer, que llegó al asteroide con un ambicioso plan para retomar el control del mismo.
En su primera semana de estancia en Rankine, Straüfer enjuició, sentenció y ejecutó a veinte criminales, celebrando dichas ejecuciones públicamente en una de las plazas más concurridas del lugar. Durante las dos semanas siguientes, Straüfer se dedicó a encerrar a todo aquel que incumpliera la ley, llegando a cobrarse más de doscientas detenciones en dicho proceso. Al primer día de la tercera semana, su cabeza lucía empalada en la plaza usada para las ejecuciones. Desde ese día, la CPU desistió de su empeño en mantener el orden y la justicia en el asteroide.
Cuando la Zuzu aterrizó sobre el suelo de una pequeña explanada situada en el extrarradio del núcleo principal de Rankine, era ya casi de noche. En el momento en que nuestros compañeros descendieron de la nave y pusieron los pies sobre el suelo del asteroide, Mortimer, que portaba colgadas a su espalda dos pistolas de cañón doble y una escopeta de cañones recortados, no pudo evitar el persignarse y rezar una pequeña plegaria para sus adentros. Cassidy, viendo lo pertrechado que iba su compañero, no pudo evitar el bromear sobre ello.
- ¿Es que piensas salir de caza?
- Sí, sí... – Le replicó su amigo – Tú bromea todo lo que quieras, pero esto es Rankine, no un parque de atracciones. Mejor estar preparados, por si las moscas. Si hay problemas – Mortimer acarició las culatas de las tres armas, que sobresalían por encima de sus hombros -, mamá Berta y las gemelas nos sacarán de ellos.
- Creo que estás demasiado paranoico, ¿no te parece?
- ¿Sí?, pues tú bien que te has agenciado del cuchillo que le birlaste al encapuchado... – Le espetó su compañero señalándole la cadera izquierda, donde colgaba enfundado el famoso cuchillo - ¿Tienes miedo de ir poco armado?
- Bueno – Cassidy cortó de cuajo la discusión, ante la sonrisa triunfal de su amigo -, será mejor que nos centremos en nuestro objetivo, ¿no te parece?
- Vale – Asintió su compañero - ¿A dónde vamos ahora?
La zona que ocupaba la nave estaba poco iluminada y los tres viajeros tuvieron que acostumbrar sus ojos a la escasa luz para tratar de ver los edificios que les rodeaban. De entre las sombras de un callejón cercano les llegó una voz femenina.
- Extraño lugar para traer a una jovencita, ¿no os parece?
- ¿Quién eres? – Quiso saber Cassidy colocando a Yuni a cubierto a sus espaldas.
- Aquí las preguntas las hago yo, guaperas – La mujer salió de entre las sombras y se acercó hasta Cassidy.
                   Era de estatura media, llevaba un corte de pelo bastante corto y su color era de un rojizo apagado. Sus ojos eran de color azabache, sus labios finos y sin pintar, su cuerpo era delgado, pero atlético y su mejilla izquierda presentaba una cicatriz en forma de estrella de cinco puntas. Portaba en su muñequera derecha una pequeña ballesta con tres birotes, cargada y lista para ser usada. En su cadera derecha colgaba la funda de una pistola bláster Tausen. Una pequeña capa azul marino colgaba sobre su hombro izquierdo, tapándole hasta el codo. Camisa negra raída, pantalón de cuero negro roto y botas altas de cuero, de tacón bajo, conformaban todo su atuendo.
La mujer se acercó a la nave después de examinar a Cassidy y colocó sobre la superficie metálica un disco, también de metal, de color gris, de apenas dos centímetros de grosor y cinco de diámetro y con un diodo led de color rojo, que se pegó a la nave como si fuera un potente electroimán. Tras pegar el disco, la mujer sacó de uno de sus bolsillos un pequeño mando con forma de cilindro con un botón rojo. Al pulsar el botón del mando, el diodo led comenzó a parpadear con una luz roja.
- Listo – Informó a los tres presentes – Ahora ya nadie podrá tocar la nave sin recibir una desagradable sorpresa.
- ¿Sorpresa? – Preguntó curioso Mortimer - ¿Qué sorpresa?
- Tres mil voltios recorriendo todo su cuerpo. Ni más, ni menos – Sonrió la mujer.
- No estoy para jueguecitos, chica. ¿Quién eres? – Preguntó de nuevo Cassidy.
- Tranquilo, hombretón – Rió la desconocida – Me llamo Irina. Me envía Yugo y soy vuestro enlace.
- ¿Podemos fiarnos de ti? – Mortimer lanzó la pregunta antes de que la hiciera su compañero.
- Haced lo que os parezca – Le contestó Irina sin dejar de mirar a Cassidy – Podéis fiaros de mí o, si lo preferís, podéis intentar atravesar vosotros solos las calles de Rankine. Para seros sincera, me gustaría ver hasta dónde sois capaces de llegar por vuestra cuenta, la verdad.
- No creo que sea tan difícil como nos lo pintas – Espetó Cassidy.
- En peores plazas hemos toreado – Apuntó a su vez Mortimer con aire distraído.
- Vosotros mismos... – Irina se hizo a un lado, dejándoles el camino libre con una reverencia burlona.
                   Nuestros dos compañeros se miraron el uno al otro con gesto dubitativo. ¿Deberían fiarse de aquella extraña? Estaba claro que no tenían otra salida, pero ¿hasta qué punto podían confiar en ella? Mientras ellos dudaban, Yuni tomó su propia decisión, colocándose junto a Irina.
- ¿A dónde vamos ahora? – Preguntó.
- Vaya – Irina sonrió ante la decisión de Yuni -, veo que la chiquilla sabe bien lo que la conviene, no como otros.
- ¿Yuni? – Cassidy lanzó una mirada de sorpresa a la joven.
- La necesitamos – Señaló la muchacha – Sabes perfectamente que sin ella estamos perdidos en este lugar.
- El problema no es ese, Yuni – Apuntó Mortimer.
- ¿Ah, no? – Preguntó la joven - ¿Y cuál es el problema?
- Que no sabemos hasta que punto le es “fiel” a Yugo – Cassidy dio cierto énfasis a la palabra fiel mientras señalaba con la mirada a Irina - ¿Y si nos abandona por el camino?
- Como ya os dije antes – Señaló Irina con gesto ofendido sin mirarles a la cara -, podéis hacer lo que os plazca. Si queréis seguirme, nos pondremos en marcha ahora mismo. Si no os fiáis de mí, adelante, tenéis vía libre para hacer lo que queráis.
- Bien, tú guías – Consintió finalmente Cassidy -, pero ten cuidado con intentar jugárnosla, porque lo pagarás muy caro. Te lo aseguro.
- Por aquí – Irina se puso en marcha ignorando el último comentario de Cassidy -, os buscaré un lugar donde esconderos hasta que sea de día. No es conveniente andar por las calles de Rankine durante la noche.
- Supongo – dijo Mortimer poniéndose en marcha - que sería mucho pedir por nuestra parte el buscar una posada de cinco estrellas, ¿verdad? – Su compañero le dio un codazo en las costillas a modo de reproche - ¿Qué? Por pedir que no quede, ¿no?...
CONTINÚA

Tendido en el suelo

Tendido está en el suelo,
mi cuerpo sobre la arena.
mirando a las estrellas,
¿las ves, tan lejanas y bellas?
Cae la lluvia sobre mi cara,
anegando mis pupilas
con sus frías y finas gotas,
¿es que no lo notas?
Se va mi espíritu, se va,
y abandona mi cuerpo,
roto y varado en el tiempo,
¿es que no lo ves?
Vuela un cuervo negro,
allá en lo alto, en el cielo,
grazna el cabrón feliz,
¿no le ves, contento?
En mi frente, un agujero,
atraviesa mi cerebro,
como agujero de gusano,
¿no lo ves, hermano?
Un fino hilo de humo,
del arma caída en el suelo,
se escapa en el viento,
¿acaso yo la sostengo?
Una hoja de papel mojado
pierde la tinta de sus letras,
que dicen adiós y lo siento,
¿ves mi dolor en el viento?
Cierro los ojos y me rindo,
y me voy, lejos, muy lejos,
con la brisa del olvido,
¿acaso estuve perdido?
No llores por mi ausencia,
ni lamentes esta hora funesta.
Seca tus lágrimas y dime adiós,
¿qué te cuesta?

Ratas del Espacio (Capítulo 10)


10 – RUMBO A RANKINE.

                   Pocas horas más tarde, y tras haber colocado en la Zuzu la nueva válvula, y habiendo llenado por completo los dos depósitos de combustible, nuestros tres amigos embarcaron en la nave poniendo rumbo a Rankine.
                   El interior de la nave era espacioso y disponía de dos pequeños camarotes con dos letrinas cada uno en forma de literas, un tercer camarote como cuarto de aseo y una bodega de carga ocupando parte de la “panza” de la nave y a la cual se accedía mediante una trampilla automática situada en el suelo del puente de mando, donde, a su vez, habían dispuestos un asiento para el piloto y dos más para los posibles copilotos. Cassidy ocupaba el asiento del piloto y Mortimer el del copiloto de la izquierda. Yuni, por orden del propio Cassidy, descansaba en ese momento en una de las letrinas de la nave.
- Abre el canal de comunicación y contacta con Yugo – Le pidió Cassidy a Mortimer.
- Canal abierto – añadió Mortimer tras pulsar un par de botones sobre el tablero de mandos que tenía frente a él.
- Diga – La aguda voz del basky sonó a través de un pequeño altavoz situado en el panel de control.
- Una pepperoni familiar – Bromeó Cassidy – Con mucho queso y sin anchoas.
- Y una cangreburguer, por favor – Mortimer no pudo evitar seguir la broma de su compañero.
- Muy graciosos – Yugo rió de mala gana al otro lado del altavoz -, ¿qué queríais?
- Vaya, ¿no era la pizzería? – Cassidy alargó un poco más la broma – En fin, qué le vamos a hacer... Tenemos el “paquete” – Remarcó la palabra paquete con cierta sorna – y vamos rumbo a Rankine. Cuando lleguemos allí, ¿qué hacemos con él?
- No os preocupéis por eso – Le aclaró Yugo – Cuando lleguéis a Rankine, uno de mis agentes se pondrá en contacto con vosotros y os guiará hasta vuestro punto de destino. ¿Alguna otra pregunta?
- Sí, una – añadió Cassidy - ¿Quién es el padre de la chica?
- ¿El padre? – Yugo le dio a su voz un deje de extrañeza ante la pregunta de Cassidy - ¿A qué te refieres?
- Venga ya, Yugo – protestó Cassidy – No me tomes por idiota, ¿de acuerdo? Nos dirigimos a uno de los lugares más peligrosos de este cuadrante de la galaxia, con una chica de apenas catorce años a bordo. Me cuesta creer que esta muchacha se haya criado en Rankine, por lo tanto, es de suponer que va allí para reunirse con alguien... y dudo mucho que sea con su madre. Así pues, Yugo, ¿quién es el padre?
                   Al otro lado del altavoz se hizo el silencio tras la pregunta formulada por Cassidy. Unos segundos después, que parecieron eternos, el basky respondió por fin.
- Lo que debáis saber, lo sabréis cuando sea necesario.
- ¡Y ahora el enano se nos pone en plan Yoda, no te jode! – Se quejó Mortimer.
- Yugo – Cassidy le hizo un gesto con la mano a su compañero para que guardara silencio mientras él hablaba -, escúchame bien, rata de cloaca. O nos dices ahora mismo quién es el padre de la muchacha, o nos volvemos para casa y te buscas a otro para que la lleve. ¿Qué te parece el plan?
- No os atreveríais... – Le retó el pequeño basky a través del altavoz.
- ¿Quieres que hagamos la prueba? – Cassidy siguió jugando su farol - ¿Crees que encontrarás a alguien que esté tan loco como para viajar hasta ese asteroide?
- Bueno – Yugo rió al otro lado del altavoz -, ahora mismo conozco a dos que van hacia allí...
- ¡Déjate de bromas, Yugo! – Cassidy perdió la calma ante el pasotismo del basky - ¿Quién es el padre de la muchacha?
- Yando Yon – La voz de Yuni les cogió por sorpresa.
- ¿Qué haces levantada? – Cassidy trató de disimular la sorpresa al escuchar el nombre dado por la joven.
- Habláis tan alto que es imposible dormir – Se excusó Yuni.
- ¿Yando Yon es tu padre? – Mortimer no recordaba haber oído ese nombre - ¿Y por qué vive tu padre en Rankine?
- No vive en Rankine, Mortimer – Le corrigió su compañero.
- Ah, no. Es verdad... – Mortimer hizo memoria y recordó una frase muy recurrida entre los habitantes del asteroide - Uno no vive en Rankine. Se oculta.
- Mi padre fue un ladrón – Aclaró la muchacha.
- Y de los más famosos – Apuntilló Cassidy.
- ¿Lo conoces? – preguntó Mortimer extrañado.
- En persona, no – Le aclaró su compañero – Había oído hablar de él hace tiempo. Según tengo entendido, desapareció hace más de una década. Mientras estuvo en activo, fue de los mejores en el gremio.
- ¡Y sigue siéndolo! – Protestó Yuni – Le da mil vueltas a cualquiera que se le ponga por delante.
- ¡Tú vete a la cama ya! – Le ordenó Cassidy – Te vendrá bien descansar un poco antes de que lleguemos a Rankine.
- ¡Bueno, vale, ya voy! – La muchacha hizo un gesto de desdén antes de volver al camarote de las letrinas – Eres un quisquilloso, ¿lo sabías?
                   La joven abandonó el puente de la nave y se encerró en el camarote, dejando a los dos compañeros solos.
- ¿Sigues ahí, rata de cloaca? – Cassidy le habló al intercomunicador.
- Sigo aquí – respondió Yugo desde el otro lado - ¿Qué es lo que quieres ahora? ¿No tienes suficiente información ya?
- Solo quería preguntarte algo más – añadió Cassidy – ¿Qué esperas sacar tú de todo esto?
- ¿A qué te refieres? – preguntó Yugo con extrañeza mal fingida.
- ...O sea, envías a la chica con su padre, uno de los mejores ladrones que ha habido en los últimos tiempos, ¿y esperas que me crea que lo haces de forma altruista?
- Semejante duda me ofende, querido amigo – respondió burlón Yugo - ¿Qué podría conseguir yo, que no fuera otra cosa que ganar una buena reputación como intermediario?
- ¿Tú? – contestó Cassidy con tono irónico – Dinero, joyas...
- Dinero... – recalcó a su vez Mortimer.
- Pensáis demasiado – Yugo cortó la comunicación tras decir esas palabras.
                   Con el silencio producido en el puente de la nave al romperse la comunicación con Yugo, nuestros dos amigos se miraron cara a cara suspicaces.
- ¿Crees que nos oculta algo? – preguntó al fin Mortimer.
- ¿Yugo? De eso puedes estar seguro – Le contestó Cassidy.
- ¿Estás pensando en algo?
- Creo haber descubierto algo en la vida de Yando Yon que desconocía hasta hoy – Señaló Cassidy.
- ¿El qué?
- El motivo por el cual se retiró del negocio.
- ¿Un motivo? – preguntó Mortimer curioso - ¿Qué motivo?
- Yuni.
- ¿Yuni? ¿Nuestra Yuni? ¿La Yuni que viaja con nosotros en esta nave y en este mismo momento? – Mortimer pareció sorprendido por la respuesta de su compañero.
- La misma – Le contestó Cassidy – Piénsalo bien, Mortimer; eres uno de los ladrones más conocidos y, por ende, no te faltan enemigos a quienes les encantaría verte muerto, ¿cierto? Yando Yon sabía bien que, si intentaba formar una familia con Yuni y su madre, alguno de sus enemigos podría utilizarlas para llegar hasta él. Por ese motivo, para protegerlas, decide desparecer de sus vidas y esconderse en Rankine. Tiene su lógica, ¿no crees?
- Oh, vaya... – Mortimer sopesó las razones expuestas por su compañero, llegando a la misma conclusión que éste - Tiene que ser muy duro el tener que alejarte de tu hija para poder protegerla...
- Pero, si Yando Yon decidió alejarse de su hija en su día, ¿por qué llevarla ahora ante él? Eso es lo que no me acaba de cuadrar en toda esta historia – Indicó Cassidy a su compañero.
- Ni idea – contestó Mortimer – Ya sabes que lo de pensar no es para mí, compañero.
- Desde luego – Asintió Cassidy – Tú solo le das a la materia gris cuando te conviene...
- Buah... – Mortimer estiró los brazos y bostezó de manera exagera para cambiar el tema de conversación - Estoy molido. ¿Cuánto falta para llegar a Rankine?
- ¡Anda que no le echas morro ni nada...! – Le espetó Cassidy – Venga, vete a dormir.
- ¿Seguro? – preguntó su amigo con falsa preocupación – No quiero dejarte solo ante los mandos...
- Que te vayas a echar una cabezadita, pesado – Le ordenó Cassidy – Aún faltan cuatro horas para llegar a Rankine. Te da tiempo para dormir un poco.
- Bueno, compañero – Mortimer se puso en pie y estiró de nuevo los brazos -, si tú lo dices, dormiré un poco.
- Dos horas – Señaló Cassidy.
- ¿Cómo que dos? ¿No dijiste que faltan cuatro para llegar a Rankine?
- En efecto – respondió Cassidy -, pero yo también tengo derecho a dormir, ¿no te parece? En dos horas te llamo para el relevo.
- ... En dos horas te llamo para el relevo – Mortimer farfulló por lo bajo haciendo burla del comentario de su compañero mientras se encaminaba hacia los camarotes para descansar – Ya podía llamar a Yuni, digo yo...
- ¡Te he oído, quejica! – Apuntilló riendo Cassidy.
CONTINÚA

Ratas del Espacio (Capítulo 9)


9 – BUHONERO.

                   El androide con forma femenina, clase P42-U2U, melena mediana pelirroja, ojos verdes y profundos, vestido negro de sirvienta con delantal blanco y cofia blanca sobre la cabeza, podría muy bien pasar por una mujer normal y corriente de no ser por su andar mecánico, sus brazos doblados hacia delante en un ángulo recto, con los codos ligeramente separados del cuerpo, y las manos abiertas. Caminaba a saltitos mientras atravesaba el pasillo amueblado, a ambos lados, con estanterías repletas de piezas y aparatos de todas las clases y tamaños. El final del pasillo dio paso a una amplia sala, amueblada en sus cuatro paredes con baldas sobre las cuales podían verse más piezas y objetos amontonados en completo desorden. En el centro de la sala se veían un par de mesas, abarrotadas también con piezas y objetos varios.
                   Junto a una de las mesas, un hombre ya mayor, de pelo blanco y ya escaso en la cabeza, barba poblada canosa, y una pata de palo sustituyendo a la parte inferior de su pierna derecha, rebuscaba entre las distintas piezas. De cuando en cuando, cogía una de ellas, la soplaba por encima para eliminar el polvo acumulado en su superficie, la colocaba a la altura del ojo para comprobar de cerca su estado y la devolvía de nuevo a la mesa, repitiendo dicho proceso con otras de las piezas de forma aleatoria. El hombre alzó la vista al oír llegar al androide.
- Ah, buenas tardes, Betty – Saludó afectivamente al robot - ¿Me traes alguna noticia?
- Tiene usted visita, señor Donpipollas – contestó el androide femenino.
- ¿Visitas? – El hombre parecía extrañado ante ese dato - ¿A estas horas del día? ¿Y de quién se trata?
- Del señor Cassidy y su compañero, el señor Mortimer – contestó Betty.
- ¿Esos dos granujas? – El viejo buhonero sonrió al conocer la identidad de sus dos visitantes - ¿Y qué tripa se les ha roto ahora?
- Necesitan encontrar una pieza, señor. Una válvula, modelo S4-BR3.
- Ah, con que se trata de eso, eh. Una válvula... – Donpipollas rebuscó en la segunda de las mesas en busca de dicha pieza - ¿Nos queda alguna de esas válvulas por aquí, Betty?
- Según consta en mis registros, sí. Tenemos una en la segunda balda de la izquierda de la pared oeste de esta misma sala, señor.
- ¿La pared oeste, dices? – Donpipollas miró a uno y otro lado intentando recordar cuál era la pared oeste de la sala.
- Es la que se encuentra a su espalda, señor – Betty sacó de dudas a su dueño.
- Ah, claro, la de mi espalda, ja, ja... – El viejo buhonero rió ante su torpeza para orientarse cardinalmente - Recuérdame mañana que les ponga carteles a las paredes indicando dónde va cada punto cardinal, ¿de acuerdo, Betty?
- Como usted lo ordene, señor.
- Bien – Donpipollas rebuscó entre los estantes de la balda indicada -, a ver dónde tenemos esa válvula... – Tras rebuscar durante unos segundos entre las muchas piezas allí dispuestas en completo desorden, al final encontró la que estaba buscando - ¡Ah, aquí está! Toma, Betty, llévasela ¿quieres?
- No puedo, señor – objetó el androide.
- ¿No puedes? – preguntó Donpipollas, sorprendido ante tal objeción - ¿Y por qué no?
- Porque el señor Cassidy insistió en que fuera usted mismo quien les llevara la válvula en persona. Cito textualmente las palabras del señor Cassidy: “Dile a ese viejo vago que mueva su pata de palo hasta aquí y venga a saludarnos, Betty”.
- ¡La madre que lo parió! – Gruñó en alto el viejo – Siempre que viene aquí le da por tocarme un poco las narices. ¿Pues sabes lo que te digo, Betty? Que vas a ir con la válvula y le vas a decir que se la meta por el culo y espere a que le salga humo por el agujero, que será entonces cuando yo salga a saludarle.
- Bien, señor. Así lo haré.
                   El androide femenino abandonó la sala y Donpipollas continuó con su trabajo, la revisión de las distintas piezas dispersas por las mesas y baldas de la habitación. Unos minutos más tarde, Betty regresó con otro mensaje para el buhonero.
- Dice el señor Cassidy que ya se ha metido la válvula por el culo, pero que precisa de sus servicios para ponerla en funcionamiento, señor.
                   Ante tal ocurrencia, el viejo buhonero no pudo por menos que reírse a carcajada limpia. Tras dejar de reír, le dio una nueva orden a su androide.
- Dile – Recalcó la palabra pronunciándola lentamente - que, para que la válvula funcione, debe de dar tres giros en el sentido de las agujas del reloj y después cantar una canción de Bob Dylan.
                   El androide partió a cumplir la orden de Donpipollas todo lo rápido que sus piernas mecánicas se lo permitían. Pasados otros tres minutos, regresó a la sala con un nuevo mensaje.
- El señor Cassidy ha dicho que no conoce a ese tal Dylan, y pregunta si es que, por casualidad, es alguien que canta en bodas y bautizos.
- ¡Dile a ese malnacido que semejante herejía es merecedora de la pena de muerte por electrocución! – rugió colérico Donpipollas ante lo que consideraba, desde su punto de vista, una ofensa a su persona - ¡Dile también que como vuelva a decir otra gilipolléz como esa, no vuelve a entrar en mi casa! ¡Palabra de buhonero!
- Ex, señor. Ex buhonero – recalcó Betty – Recuerde que dejó de recorrer el mundo como tal cuando sufrió el accidente que le costó media pierna.
- ¿Acaso te he pedido que me lo recuerdes, máquina idiota? – Donpipollas se enojó ante el comentario hecho por el androide – ¡Vete a cumplir con tu tarea!
- De acuerdo, señor – El androide se dispuso a cumplir con la orden cuando fue interrumpido por el buhonero, que aún seguía enfadado.
- Dile además a Cassidy – añadió -, que mierda para el recadero que va y viene.
- Muy bien, señor – Asintió Betty – Así se lo diré.
                   El androide femenino se fue con la nueva orden y dejó al viejo farfullando cosas para sus adentros. Un par de segundos después, a través del pasillo que conducía a la sala llegó el sonido de unas estridentes carcajadas. Donpipollas no pudo reprimir una sonrisa al escucharlas.
- ¡Será capullo...! – exclamó sonriente – Este Cassidy no cambiará nunca. Ya lo creo que no.
                   Con una sonrisa todavía dibujada en su cara, volvió a sus quehaceres. Cogió una nueva pieza y la sopló por encima para limpiarle el polvillo acumulado. A su mente vino de nuevo una de las ocurrencias de Cassidy.
- ¿Bodas y bautizos? ¡Ja!
CONTINÚA