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Ratas del Espacio (Capítulo 14)


14 – KIDO YAISEN.

- ¡Mierda, joder! ¡Mierda!
                   Cassidy golpeó con el puño una de las paredes de la habitación en la cual Raikon había secuestrado a Yuni. La rabia recorría cada parte de su cuerpo y se sentía furioso consigo mismo por haber fallado de forma tan estúpida y estrepitosa en la misión.
- ¿Siempre se da por vencido tan fácilmente tu compañero? – Irina preguntó con sarcasmo a Mortimer, señalando al enojado mercenario.
- Tiene sus días... – contestó Mortimer.
- Bueno – La mercenaria se dirigió ahora a Cassidy -, ¿vas a quedarte ahí lamentándote toda la noche, o prefieres hacer algo útil, para variar?
- ¿¡Algo útil!? – Gritó Cassidy con furia - Por si no te has dado cuenta, señorita “soy más dura que cien tíos juntos”, se han llevado a Yuni delante de nuestras narices, ¡y ni siquiera sabemos a dónde! ¿Qué se supone que podemos hacer ahora, eh?
- ¿Buscarla, tal vez? – Sugirió la mercenaria.
- ¿Y dónde la buscamos, eh? ¿Acaso tienes idea de a dónde se la ha llevado ese mercenario?
- Yo no – contestó sin inmutarse Irina -, pero podemos buscar información que nos ayude a dar con su paradero, ¿no te parece?
- ¿Información? – Preguntó Mortimer curioso.
- Información – Afirmó Irina tajante – Aquí, en Rankine, la información es poder; y yo conozco al tipo que controla toda la información que se mueve por estas calles.
- ¿De quién se trata? – Quiso saber Mortimer.
- Kido Yaisen.
- ¿Un soplón? – Preguntó sorprendido Cassidy.
- Sigue mi consejo – Le aclaró Irina -; si aprecias en algo tu pellejo, no uses esa palabra delante de él. Kido prefiere llamarse a sí mismo “comerciante de información”; dice que le da más clase.
- ¿Dónde podemos encontrar a ese...?
- Kido.
- Kido, ¿dónde vive?
- Por suerte para nosotros, no muy lejos de aquí – Le informó Irina – Vamos. Os guiaré hasta su casa.
                   A poco menos de un kilómetro y medio de distancia de la posada en la que se hallaban nuestros amigos, un hombre, de estatura baja y cuerpo rechoncho, llamaba a la puerta de un edificio de una sola planta, pero bastante amplio. Un ventanuco pequeño se entreabrió en la puerta y por su hueco asomaron dos ojos oscuros que escrutaron al visitante. Desde el interior de la vivienda, una voz ronca le hizo pasar adentro, a lo que el hombre obedeció temblando nervioso.
                    Dentro, en un amplio salón recibidor, podía verse un sofá lleno de cojines. Un hombre le hizo señas para que se adelantara hasta el centro de la sala. El extraño estaba reclinado sobre el sofá; su cabello blanco era largo y llevaba anudada una cinta de color negro en la frente. Estaba vestido con ropas finas, elegantes y caras, donde predominaba el color blanco de la camisa, de mangas amplias, sobre el color negro del pequeño chaleco. En su cintura se veía un fajín de tela ancho y de color negro anudado al costado derecho. El pantalón blanco daba paso a unas botas altas de cuero negro con solapas blancas y hebillas.
                        En su mano derecha jugueteaba con una daga de hoja curva, que lanzaba al aire y volvía a recoger una y otra vez con aire distraído. A cada lado del sofá, dos enormes hombres hacían guardia. Ambos poseían cuerpos grandes y musculosos, pieles bronceadas y cabezas completamente rasuradas. Los dos vestían minúsculos chalecos rojos, pantalones bombachos azul celeste, fajines rojos y unas babuchas negras. De sus fajines colgaban unas cimitarras de hojas largas, curvadas y anchas.
                   Esparcidas a lo largo y ancho de la sala, y también junto a los pies del sofá, sentadas en el suelo sobre cojines de colores y formas variadas, se veía a varias mujeres de distinta raza y color de piel, de belleza arrebatadora y ataviadas todas ellas con provocadores vestidos casi transparentes.
- Acércate, Hick – habló por fin el extraño – Te agradezco que hayas acudido tan pronto a mi llamada.
- S-Señor Y-Yaisen... – Hick parecía muy nervioso ante Kido Yaisen, el dueño de la casa.
- Verás, Hick – Kido continuó hablando mientras seguía lanzando la daga al aire distraídamente – Resulta que tengo un pequeño problema y esperaba que tú pudieras ayudarme.
- ¿Y-Yo, s-señor? – Hick tragó saliva algo nervioso.
- Hace unos días – Kido ignoró el nerviosismo de su visitante -, recibí una información acerca de un envío de armas a una pequeña colonia Hursita – Kido hizo una leve pausa para mirar al tembloroso hombre -; ¿me sigues, Hick? – El aludido palideció aún más al verse señalado por la mirada del anfitrión de la casa – El caso es que yo, con toda mi buena fe y voluntad, utilicé dicha información para llevar a cabo un negocio con uno de mis mejores clientes.
                   La piel perlada de sudor del tembloroso invitado denotaba su estado de nerviosismo, estado agudizado al oír la palabra Hursita. Las mujeres le miraban y cuchicheaban entre sí por lo bajo, soltando pequeñas y casi inaudibles risitas de vez en cuando.
- Y-Yo... – Balbuceó a duras penas el hombre.
- Bien. No sé si sabrás que – Prosiguió Kido con su relato -, cuando mi cliente usó esa información para lograr una provechosa ventaja en su negocio, se encontró con la desagradable sorpresa de que dicha información no era del todo exacta. Por supuesto que yo, como buen mercader que soy, tuve que recompensarle generosamente por mi desafortunado error... Después de todo – Kido lanzó la daga y ésta se fue a clavar en el suelo, entre los pies del asustado Hick -, debo mantener intacta mi reputación como “mercader de información”, ¿no te parece, Hick?
- P-Por s-supuesto, s-señor...
- Llegados a este punto – Kido se levantó del sofá y se arregló distraídamente la ropa -, solo nos queda un pequeño detalle por aclarar. Y es el siguiente; ¿cómo vas a hacer para resarcirme por tu metedura de pata, Hick?
- ¿Y-Yo, señor...? – Las piernas le fallaron a Hick en ese momento y cayó de rodillas al suelo - ¡Lo siento, señor Yaisen, lo siento mucho! ¡Le juro que me aseguraron que la información era fiable al cien por cien, por eso se la pasé a usted, señor!
- ¡Deja de lloriquear como una niña, me pones enfermo! – Le espetó con rabia Kido acercándose a él – Por tu culpa he perdido una cantidad considerable de dinero, así que tendrás que compensarme de alguna forma. ¿Se te ocurre algo?
- N-No s-señor... – Balbuceó Hick con la cabeza apoyada en el suelo a modo de reverencia – T-Tengo una hija que quizás podría interesarle para su harén personal, s-señor...
- ¿¡Pretendes venderme a tu hija, desgraciado!? – Los ojos de Kido se encendieron llenos de cólera ante la idea propuesta por el asustado hombre - ¿Acaso me has tomado por un esclavista sexual? – Al hacer la pregunta, le propinó una patada en el costado, que provocó que Hick cayera sobre el suelo ahogando un grito de dolor - ¡Entérate bien, malnacido! – Le espetó furioso - ¡Ninguna de mis mujeres está aquí en contra de su voluntad! ¿Te enteras? ¡Ninguna! Quitadle de mi vista – Se volvió hacia sus guardias dándole la espalda a Hick -, me pone enfermo solo con mirarle. Lleváosle de aquí y cortadle los dedos meñique y anular de su mano derecha como castigo por su estupidez.
- Sí, señor – Contestaron al unísono sus dos guardias, agarrando de los brazos al balbuceante Hick, que imploraba perdón entre sollozos mientras era arrastrado fuera de la casa.
- Uh, uh... – Rió una de las muchachas reunidas en la sala -, ¿no has sido muy severo, papito?
- ¿Tú crees, Yeidara? – Le contestó Kido sonriente – El muy bastardo pretendía venderme a su hija, ¿qué querías que hiciera?
- Has hecho bien – Apuntó otra de las mujeres -, yo le mandaría cortar la mano entera, por cerdo.
- Oh, venga – Se quejó una tercera, abrazando por la cintura a otra de sus compañeras -, no empecéis a discutir otra vez por tonterías, por favor. Halay y yo nos aburrimos mucho cuando lo hacéis.
- ¿Te aburre vernos discutir, Huka? – Rió Kido divertido - ¿Y qué te apetece a ti que hagamos, eh?
- ¡Juguemos! – Exclamó de súbito Halay, la otra chica, jubilosa, rodeando con su brazo a Huka por el cuello.
- ¿Jugar? – Preguntó Kido siguiéndoles la corriente – Está bien, ¿a qué?
                   En ese momento, otra de las muchachas, de estatura más baja que Kido y algo más joven que él, de piel oscura, ojos verdes, pelo corto de color morado y orejas puntiagudas, se acercó a éste y se le quedó mirando fijamente a los ojos. Tras un par de segundos observándole, finalmente le golpeó con el dedo índice en el pecho y salió corriendo mientras gritaba llena de alegría.
- ¡Tú llevas! ¡Tú levas!
El resto de mujeres rieron alborotadas y comenzaron a correr en todas direcciones por el interior de la sala huyendo del sorprendido Kido quien, riendo también a carcajada limpia, acabó entrando en el juego de las chicas de muy buena gana.
CONTINÚA

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