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Ratas del Espacio (Capítulo 16)


16 – REUNIÓN.

                   La taberna conocida como el “Ojo de Delcost”, centro neurálgico de los chanchullos y chismorreos más importantes de Rankine, estaba esa noche bien concurrida por la clientela más selecta del asteroide ciudad.
                   El local, amplio y espacioso, presentaba ocho zonas apartadas y separadas entre sí por tabiques, además de por gruesas cortinas de lona que hacían las veces de puertas. El resto del local estaba ocupado por una larga barra frente a la cual habían dispuestos ocho taburetes altos de madera, todos ellos ocupados, diez mesas redondas ocupadas por los clientes más variopintos del lugar y un escenario formado por un entarimado escalonado, en el cual actuaba en ese momento un grupo de bailarinas streapers al sugerente compás de un órgano tocado por un viejo basky que, de cuando en cuando, bebía de un vaso de cristal que reposaba sobre una pequeña mesa dispuesta a su lado.       
Varias camareras skebb, de piel azul, ojos cristalinos de color blanco, orejas puntiagudas y membranosas, colas retractiles y manos y pies con tres únicos dedos, se encargaban de atender a la clientela de la noche, tanto en la barra como en las propias mesas. En ocasiones, éstas se veían obligadas a quitarse a algún pelmazo de encima o, cuando no, a soltarle algún que otro sopapo a los espabilados de turno que osaban tocarlas más de la cuenta, para regocijo de los compañeros del abofeteado en cuestión.
                   Cuando Raikon entró en el local, el intenso olor a alcohol abofeteó su cara y tuvo que hacer un pequeño esfuerzo para adaptarse al fuerte aroma. Nadie en la sala prestó atención a su presencia en la misma, incluso si hubiera entrado desnudo, ninguno de los allí reunidos le habría prestado la más mínima atención. El mercenario observó detenidamente el local de lado a lado, hasta que sus ojos se detuvieron ante la cortina de una de las zonas reservadas, donde un escuálido rijha, una extraña mezcla entre un orangután sin pelo y un niño humano, le hacía señas para que se acercase hasta allí. Tras pensárselo un par de segundos, Raikon se acercó hasta el lugar indicado por el rijha.
                   El mercenario, apartando a un lado al rijha, se detuvo frente a la entrada del reservado, pero se mantuvo unos segundos bajo el umbral de la misma, observando el interior de la sala, donde ya había otra persona sentada en uno de los tres sofás bajos que rodeaban a una mesa baja de cristal opaco, sobre la que reposaban un cenicero con varias colillas de cigarros en su interior y un vaso y una botella que contenían un líquido verdoso. El desconocido le hizo una seña a Raikon para que tomara asiento frente a él en otro de los sofás. El mercenario obedeció al desconocido.
- Llega tarde – Le informó el desconocido con una voz ruda y profunda.
                   Raikon se dio cuenta que su interlocutor había escogido muy bien el lugar donde sentarse; las sombras que se formaban dentro de la zona reservada jugaban a favor del desconocido que, envuelto por estas, pasaba casi desapercibido dentro de la pequeña sala. Sin embargo, el mercenario también guardaba sus propios ases en la manga; calibrando las distintas lentes de visión de su ojo cibernético logró, en cuestión de segundos, revelar la cara del extraño.
                   Era algo mayor, pelo ya canoso por la zona superior de las patillas y peinado hacia atrás, nariz aguileña, mentón afilado, cuerpo fuerte, de estatura media y un parche de cuero negro tapando su ojo izquierdo. Fumaba en ese momento un cigarrillo que ya estaba medio consumido, al cual dio una nueva calada expulsando, acto seguido, una bocanada de humo por las fosas nasales.
- Le ordené que trajera el paquete con usted – Espetó con voz irritada.
                   Raikon hizo caso omiso a estas últimas palabras y posó sobre la mesa de cristal un teléfono móvil del tamaño de un pequeño pendrive. El extremo inferior del teléfono se desacoplaba del cuerpo principal del aparato, gracias a una fina banda retráctil, para convertirse en el micrófono del mismo. El teléfono solo presentaba en su cara delantera una tecla integrada en la misma y un diminuto altavoz.
- Lo primero es lo primero – Informó el mercenario acercándole el teléfono ya conectado y listo para hablar por él – Tenga la amabilidad de ingresar el dinero acordado en mi cuenta bancaria, por favor.
                   El desconocido torció el gesto de la cara, pero finalmente accedió a la petición de Raikon. Cogió el teléfono y, mediante comandos de voz, entró en su cuenta corriente bancaria e hizo la transacción monetaria a la cuenta que el mercenario le indicó en su momento.
- ¿Satisfecho ya? – preguntó tras finalizar la operación y devolverle el teléfono.
                   Raikon recogió el aparato y, tras comprobar a su vez el estado de su propia cuenta bancaria, se lo guardó en un bolsillo interno de su cinturón.
- Las cosas han de hacerse bien – Apuntó con una sonrisa dibujada en su cara.
- ¿Y el paquete?
- Aquí mismo. Computadora, anula sistema de camuflaje óptico.
- Anulando sistema de camuflaje óptico – Informó la voz de la computadora.
                   Por arte de magia, Yuni apareció de la nada sentada junto a Raikon, mientras el camuflaje que la había mantenido oculta hasta el momento iba desapareciendo poco a poco.
- Vaya – El desconocido pareció sorprendido por la idea de Raikon -, debo reconocer que es usted muy ingenioso.
- Como ya le dije en otra ocasión, guárdese los halagos para otro – Raikon se puso en pie para abandonar la zona – En fin, hasta aquí llega nuestro contrato, ¿me equivoco?
- Desde luego que no – Contestó el extraño – Queda usted libre del trabajo. Fue un placer... – Se detuvo antes de seguir con el cumplido – Espero poder contar con sus servicios en futuras ocasiones.
- Francamente – Raikon le dedicó una mirada vacía -, yo espero no verle nunca más. No se ofenda.
- No se preocupe – Le disculpó falsamente el hombre -, no me ofende.
- Tenga – Raikon le lanzó el dispositivo que controlaba el collar de Yuni
- ¿Para qué quiero esto? – Preguntó extrañado el desconocido recogiéndolo en el aire con una mano.
– Para mantener a raya a la gatita – Raikon señaló el collar de Yuni - Créame, lo necesitará. Adiós.
                   Raikon saludó con la mano y descorrió la cortina de la zona reservada para abandonar el lugar. En ese preciso instante, un golpe recibido en el pecho lo lanzó hacia atrás por encima de la mesa de cristal, empotrándole contra el sofá de cuero, ante la sorpresa de su cliente y Yuni.
                   El mercenario trató de incorporarse de pie y defenderse con su bastón, pero el cañón de una pistola le apuntó directamente a la cara. Una voz conocida le saludó.
- Tiempo sin vernos, ¿eh? – Cassidy le dedicó una sonrisa de triunfo mientras le apuntaba con su pistola de plasma.
- ¿Vosotros? – Raikon parecía sorprendido de verles allí - ¿Cómo diablos...?
- ¿Que cómo te hemos encontrado? – Cassidy terminó por el sorprendido mercenario la pregunta – Muy sencillo; información. La información es muy valiosa, aquí en Rankine, ¿no lo sabías? Ah, ah, ah... – Cassidy le hizo señas con el dedo índice al desconocido, que hizo un gesto extraño – Ni un movimiento, amiguito. Hoy no me siento muy amigable.
- Deberías cuidar bien tus espaldas – Le informó Raikon a Cassidy con una sonrisa dibujada en la cara – En nuestro negocio, esa es una máxima a cumplir a rajatabla, ¿lo has olvidado?
- Borra esa estúpida sonrisa de tu cara, capullo – Le ordenó Cassidy – Nos llevaremos a la chica con nosotros, ¿queda claro?
- Lo dudo mucho – Raikon sonrió una vez más – Computadora, detona bombas dos y cuatro.
- Detonando bombas – Informó la máquina con su metálica voz.
                   Y, de repente, se armó el caos.
CONTINÚA

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