____________________________________________________Visita mi CANAL DE YOUTUBE_______________________________________________________

la Pirámide 2. Mr. Rowlins


La Pirámide 2. Mr. Rowlins. 

“Sus puños son como machetes de carnicero
y antes de golpearte sonríe primero.
Te mira a los ojos con desprecio
y descubre todos tus pecados en ellos.
Ríe, el señor Rowlins, alto, negro y corpulento,
enfundado en su abrigo de cuero negro”

PRÓLOGO

                   Era viernes y ya casi de noche. El “Obregón” no era un bar muy grande, pero sí bastante acogedor tratándose de un local situado a las afueras de la ciudad. Tenía una larga barra en forma de “ele”, de unos seis metros de largo, con seis taburetes frente a ella. Cuatro mesas cuadradas, con dos sillas cada una, estaban colocadas delante del ventanal del establecimiento donde, la luz que atravesaba la persiana medio abierta que lo cubría casi hasta la mitad, jugaba caprichosamente con las sombras que ésta proyectaba en el interior. Un estrecho pasillo separaba la barra y los taburetes de las mesas. Tras la barra, el dueño del bar limpiaba con un paño húmedo la superficie lacada de la misma. En la mesa del fondo del local, sentado en la silla que le permitía ver la puerta de entrada, un hombre haitiano, enorme y enfundado en un abrigo de cuero negro, leía la sección de deportes del periódico que tenía abierto delante de él. Sobre la mesa aún humeaba tenuemente una taza de café.
                   En la vieja máquina jukebox que se veía junto a la mesa ocupada por el haitiano, y con el volumen puesto a medias, sonaba la canción “It’s now or never”, de Elvis Preysley. En ese momento, las campanillas que colgaban sobre la puerta de la entrada anunciaban la llegada de un nuevo cliente.
                   El haitiano detuvo unos segundos su lectura y observó al recién llegado. Era un muchacho algo joven y parecía nervioso, dadas sus continúas miradas recelosas a uno y otro lado del local. Vestía unos tejanos gastados por las rodillas, una cazadora de cuero negro y un gorro de lana fina, de color gris y con las siglas U.S.A. estampadas en él con los colores blanco, azul y rojo.
- ¿Qué va a ser? – Preguntó el barman al recién llegado.
- U-Un vodka martini; mezclado. Agitado, no revuelto – El muchacho intentó aparentar tranquilidad en su estado de ánimo cuando hizo la broma.
- Ya... – El barman arrojó con desgana el paño húmedo en un barreño con agua y se dispuso a atender la petición del cliente.
                   En ese momento, el haitiano se levantó de su asiento con cierta dificultad y se encaminó hacia el recién llegado. Cuando el hombre se puso en pie y se colocó adecuadamente su abrigo de cuero negro, quedó bien clara una cosa; era enorme. Medía por lo menos dos metros y trece centímetros de alto, sus hombros eran muy anchos y su espalda robusta. Su cabeza era calva, su nariz gruesa, su mandíbula era ancha y su fino bigote y su perilla se unían cerca de la comisura de los labios. El muchacho le observó detenidamente, de arriba a abajo, y las piernas le temblaron de la impresión.
                   Con pasos pausados, pero seguros, el enorme haitiano llegó hasta el lugar que ocupaba el muchacho y se quedó plantado detrás de él. El joven, con sus piernas aún temblándole por los nervios y el miedo, no se atrevió siquiera a volver la vista hacia el haitiano que, lentamente, inclinó su cabeza cerca de la de éste y le olisqueó con parsimonia.
- Dime, muchacho – Habló tranquilo y sereno, pero con una voz grave y profunda -, ¿piensas hacer lo que me imagino con esa navaja que ocultas en el bolsillo trasero de tu pantalón?
- ¿P-Perdona? – Extrañamente, la frente del muchacho comenzó a sudar copiosamente - ¿A-A q-que t-te refieres, c-colega? – Tartamudeó, luego de tragar saliva con dificultad.
- ¿Sabes? – Continuó hablando el haitiano al oído del tembloroso joven – Hay que tenerlos muy bien puestos para presentarse aquí, en mi bar favorito, y tratar de atracarle estando yo presente. Pero que muy bien puestos.
- Y-Yo, y-yo... – Balbuceó el muchacho.
- Escúchame bien, alfeñique – La voz del haitiano adquirió un tono ligeramente más duro – Coge esa navajita que ocultas en tu pantalón y vete con ella lo más lejos posible, donde quiera que sea, pero que yo no vuelva a verte el pelo, ¿de acuerdo? – El muchacho tragó saliva a duras penas y asintió convulsivamente – Bien, porque si vuelvo a verte por aquí otro día, te aseguro que la orina que ahora moja tus pantalones y tus zapatillas será el menor de tus problemas; ¿te queda claro? – El joven boqueó repetidas veces intentando coger aire, al tiempo que asentía de nuevo – Pues entonces, largo de aquí... ¡Vamos!
                   El muchacho patinó dos veces sobre el charco de orín antes de recuperar la suficiente fuerza de voluntad como para que sus piernas le obedecieran y así poder llegar a la puerta y salir huyendo del local.
- ¡Joder, Rowlins! – Exclamó riendo el barman al ver escapar al muchacho como alma que lleva el diablo - ¿Cómo coño lo supiste?
- Algunos lo llevan escrito en la frente – Le contestó el haitiano con tranquilidad mientras posaba un billete sobre la barra – Anda, cóbrame el café, Charlie.
- ¡Por favor! – El barman rehusó coger el billete – Invita la casa, faltaría más.
- Bueno – El haitiano recogió el billete y se lo guardó de nuevo -, pero tendrás que limpiar el “recadito” que te ha dejado en el suelo ese pelagatos – Le informó mientras se encaminaba hacia la puerta – Buenas noches, Charlie.
- Buenas noches, Rowlins – Le despidió el barman.
                   Rowlins abandonó el local y se internó en las sombras del callejón colindante para acortar camino; gustaba de usar los lugares poco iluminados como ese para transitar, de ese modo podía pasar casi inadvertido entre los viandantes. Un par de minutos después de abandonar el bar, de uno de los bolsillos internos de su abrigo salió una musiquilla que le informó de una llamada entrante. El haitiano contestó a la llamada.
- ¿Señor Rowlins? – La voz de un hombre mayor sonó al otro lado del aparato – Necesitamos de su presencia en la base de inmediato.
- De acuerdo – El haitiano respondió con voz serena – Estaré allí en una hora.
- Bien.
                   Rowlins guardó de nuevo su teléfono en el bolsillo. Miró al cielo y se quedó observando a la luna, que esa noche bañaba las calles con sus plateados rayos. Suspiró profundamente y se puso nuevamente en camino. Tarareando entre dientes el tema “It’s now or never”, se perdió entre las sombras de los callejones.

CONTINÚA

No hay comentarios:

Publicar un comentario