19 – PLANIFICANDO.
Los presentes
en la pequeña sala contenían el aliento aún, temerosos de que cualquier ruido,
por pequeño que este fuera, provocase algún desafortunado percance más. Daya
seguía apuntando con la ballesta. Su pulso temblaba y sus ojos estaban bañados
en lágrimas. Yando Yon permanecía inmóvil delante de ella. Su mejilla derecha
presentaba un ligero rasguño del que asomaban pequeñas gotitas de sangre.
Detrás de él, incrustado en la pared, podía verse el virote disparado unos segundos
antes por la mercenaria.
- Como iba diciendo... – Yando rompió por fin el terrible silencio que
reinaba en el angosto espacio de la sala –; Eri Farrenzo es quien tiene el
diamante. Cuando entramos a robarle en el palacio de Tan Zar, burlamos con
muchas dificultades las medidas de seguridad del mismo y nos hicimos con la
piedra. Por desgracia, cuando nos disponíamos a escalar el muro del palacio
para salir de allí, Eri cayó dentro de una de las trampas. Yo fui herido
gravemente en el brazo justo cuando escalaba el muro y no pude hacer nada para
ayudarle, así que escalé el resto del muro como pude y abandoné el lugar,
dejándole allí dentro y con el diamante en su poder.
- La versión que circula por ahí de la historia es que sí pudiste
robar el diamante – Intervino en ese momento Cassidy -, pero que dijiste a tus
compañeros de la banda que no para evitarte problemas en el futuro...
- Como el que nos ha reunido hoy aquí, por ejemplo – ironizó Yando –
No, no me llevé conmigo el diamante. De haberle tenido en mi poder, lo habría
dejado allí dentro igualmente. Hacer lo contrario habría significado insultar
la memoria del amigo que dejé tras aquellos muros.
- Amigo que ahora intenta matarte – apuntó Mortimer -; ¿quién quiere
enemigos teniendo amigos como ese?
- Sí – Yando aceptó taciturno la puya de Mortimer -; supongo que cree
que yo le abandoné aquel día. Si pudiera hablar con él le haría entrar en
razón, le aclararía todo lo que ocurrió...
- ¿Conoces la cuna del sol? – Le preguntó Mortimer recordando la
advertencia que le hiciera en su momento Eri.
- ¿Quién te mencionó ese lugar? ¿Fue él?
- Sí – Contestó Mortimer – Me dijo que si querías volver a ver a tu
hija fueras a ese sitio. ¿Lo conoces?
- Por supuesto – afirmó Yando – Allí fue donde nos hicimos amigos.
- Qué poético – Intervino Cassidy con tono irónico - ¿Tienes algún
mapa de la zona o del lugar en cuestión?
- ¿Para qué? – Quiso saber Yando.
- Porque estoy cansado de llevarme sorpresas inesperadas – explicó
Cassidy – Quiero estar preparado ante una posible emboscada.
- No, no tengo mapas – explicó Yando -, pero puedo hacerte un pequeño
plano en pocos segundos.
- Bien – sentenció Cassidy complacido – Irina...
- Daya – Le corrigió la mercenaria con voz apagada y secándose las
lágrimas con el dorso de la mano – Me llamo Daya Drenkov.
- Bien, Daya – Convino Cassidy - ¿Estás con nosotros?
- Creo que no debería – contestó la mujer cabizbaja - Soy la hija de
Eri Farrenzo.
- ¿La hija? – Mortimer abrió los ojos de par en par ante la sorpresa
de la noticia.
- Entiendo – Cassidy sopesó la respuesta de la mercenaria durante unos
segundos y añadió por fin -; aún así, ¿sigues con nosotros?
- ¿Confías en mí? – Daya se mostró sorprendida ante la petición del
mercenario.
- ¿Y por qué razón no habría de hacerlo? – La preguntó Cassidy – Tú,
al igual que nosotros dos, has sido utilizada por terceras personas. Así pues;
¿puedo contar contigo?
- Dile que sí – Le pidió Mortimer con sorna – Cuando se le mete algo
en la cabeza, se vuelve de lo más pesado. Vaya que sí.
En cuestión de
minutos elaboraron un plan de acción de acorde al plano detallado por Yando en
una holo-hoja, una lámina de plexo-plástico con un borde de metal en uno de sus
costados, de un centímetro de anchura y medio de grosor, a modo de lomo, donde
se puede escribir con un lápiz táctil como si de una hoja de papel normal se
tratase, pero con la facultad de poder almacenar en su micromemoria los datos
en ella escritos.
Según el mapa
en cuestión, el lugar estaba situado en un antiguo desguace de coches, apilados
unos con otros formando un gran círculo, rodeados a su vez por un muro de unos
dos metros de alto, a cuyo centro se accedía por una abertura creada en el
mismo, un lugar ideal para tenderle una emboscada a alguien si sabes aprovechar
el entorno adecuadamente. Mientras Yando Yon y Mortimer debatían los últimos
detalles del plan, Daya se llevó a un lado a Cassidy.
- Cuando estemos allí... – habló casi en voz baja -, ¿qué pasará con
mi padre?
- No te preocupes – La tranquilizó Cassidy -, solo estaremos allí para
proteger a Yuni y a Yando. Si tenemos suerte y Yando convence a tu padre de su
equivocación, todo se arreglará enseguida.
- Ya – Le interrumpió Daya -, pero ¿y si no se arregla? ¿Qué pasará
con mi padre? ¿Lo matarás?
- Te prometo – Cassidy apoyó sus manos sobre los hombros de Daya – que
haré todo lo que esté en mis manos para que tu padre entre en razón. Te doy mi
palabra.
- No conoces a mi padre – Le advirtió la mujer – Está verdaderamente
obsesionado con Yando. No creo que se atenga a razones en cuanto lo vea.
- Bueno – dijo Cassidy con serenidad – Esperemos por su bien que lo
haga. Cruza los dedos, ¿vale?
Una hora
después, tal y como habían acordado, el grupo se detuvo en un lugar situado a
un kilómetro de distancia del desguace y se dividió. Así, mientras Cassidy y Mortimer
bordeaban el camino, cada uno por un lado y siempre ocultos, Yando llegó al lugar
de reunión en solitario.
Tal y como Cassidy
predijo, nada más atravesar la entrada al círculo formado por los coches
desguazados apilados entre sí, la misma fue bloqueada por un par de coches
colocados por un robot grúa, máquinas éstas utilizadas para recoger y desguazar
los vehículos allí llevados. El sol despuntaba ya por entre los restos de
coches abandonados.
- La cuna del sol – apuntó con tristeza Yando.
- Supongo que este lugar te traerá recuerdos, ¿verdad, viejo “amigo”?
– La voz de Eri Farrenzo resonó entre los restos de los coches cuando recalcó
con desdén la palabra amigo – Lo consideré un lugar apropiado para nuestro
reencuentro. ¿Qué te parece mi idea?
- Tanto tiempo que llevas buscándome, ¿y ahora te escondes?
- ¿Esconderme? – Eri rió abiertamente y apareció ante su ex compañero subido
en lo alto del montón de vehículos – Mira quién habla de esconderse. Viniste
aquí para ocultar tus pecados, ¿no es cierto?
- ¿Pecados? – Yando se mostró sereno ante la puya de su viejo amigo -
¿Desde cuándo es un pecado proteger a los tuyos, Eri?
- ¿Proteger, dices? ¡Ja! – espetó su amigo con odio - ¿Y qué hay de mí,
eh? ¿También me protegías cuando me abandonaste en aquel lugar?
- No te abandoné. Debes creerme – Se explicó Yando sin esperar que su
amigo lo entendiera – Te creí muerto, por eso me fui sin ti.
- ¡Mientes! – gritó furioso su amigo - ¡Me abandonaste allí como un
cobarde! ¡Huiste dejándome a mi suerte en aquel sitio!
- Sabes que eso no es cierto – Siguió hablando Yando – Las ráfagas de
aquella torreta láser te alcanzaron y caíste en el foso. Te vi caer y te creí
muerto, por eso me fui sin ti. ¡Tienes que creerme, amigo!
- ¡Deja de llamarme amigo! – Le espetó Eri con furia - ¡Llenas tu boca
con mentiras y te las crees, así como se las haces creer a los que te rodean!
Eres un embustero y lo sabes.
- ¿Embustero yo? ¿Y qué me dices de ti, eh? – Le espetó Yando a su vez
– Le mentiste a tu hija, ¡a tu propia hija!, diciéndola que yo tenía el
diamante, cuando ambos sabemos que eso no es cierto, ¿verdad?
- ¿Y qué más da una pequeña mentira con tal de hacerte salir de tu
escondrijo, rata embustera? – sentenció tajante Eri – Los jóvenes de este lugar
están desesperados por el dinero, te lo aseguro. Mi hija no es una excepción,
créeme.
- ¿No te da vergüenza utilizar a tu hija para encontrarme?
– Para, por favor, vas a conmoverme - El ladrón rió con sorna – Sí, la
engañé haciéndola ver que tú te habías llevado el diamante. Una vez convencida
de ello, cosa que no me costó mucho hacer, planeamos el resto juntos. Ella
contactó por satélite con un intermediario en Satur, para que enviara aquí a tu
hija bajo la protección de algún guardaespaldas, con la excusa de que querías
verla por última vez. Yo, por mi parte, contraté a otro mercenario para que la
secuestrara a su vez y me la entregase a mí. Sabía que estarías siguiéndoles la
pista a los encargados de traer aquí a tu hija. El resto ya lo sabes.
- Creo que aquel accidente te dañó más seriamente de lo que piensas,
Eri. ¿Qué crees que pensará tu hija cuando sepa todo esto? ¿Cómo crees que se
sentirá, eh?
- ¡Me importa una mierda mi hija, bastardo! – rugió furioso Eri -
¡Solo me interesa destrozarte y hacerte pagar por tu traición!
- ¿Lo has oído, Daya? – Yando lanzó la pregunta al aire.
- Sí – La mujer se materializó de repente junto a Yando, con los ojos
cubiertos de lágrimas – Lo he oído todo.
- Vaya – rió contrariado el padre de la mercenaria – Es la segunda vez
que me engañan con ese truquito de la invisibilidad. No obstante, he de
confesaros que yo también tengo mis propios trucos, por algo era el estratega
del grupo por aquel entonces. Permitidme que os los muestre, por favor.
Cassidy escaló
ágilmente el muro medio derruido que bordeaba el desguace de coches por esa
zona y, saltando desde él, se encaramó sobre la pila de chatarra que formaban
los vehículos desguazados amontonados entre sí. Se agachó sobre uno de los
coches, apuntó con el rifle láser de francotirador que Yando le había prestado,
y observó atentamente a través de la mira telescópica del arma el singular
encuentro que se producía allí en ese instante. Enfrente suyo, a unos cien
metros de distancia, Yando Yon y Daya mantenían una conversación con Eri
Farrenzo, antiguo amigo y compañero del ex ladrón, empeñado en hacerle pagar
antiguas deudas.
- ¿Me recibes, compañero? – Cassidy habló por el intercomunicador
adosado a su oreja.
- Alto y claro como el cielo en un día de agosto, camarada – Bromeó al
otro lado Mortimer.
- ¿Ya estás en posición?
- Aún no – respondió Mortimer -; me ha surgido un pequeño “problema”.
- ¿Cómo de pequeño? – Quiso saber Cassidy intrigado.
- Como de dos metros de alto – respondió Mortimer mirando hacia lo
alto del muro que tenía enfrente.
- Date prisa – Le apremió su amigo -, te quiero en posición en menos
de cinco minutos.
- Ya voy, ya voy – Mortimer cortó la comunicación con su compañero y
observó de nuevo el muro – Qué prisas tiene, leches.
CONTINÚA
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