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Desconexión en 3, 2, 1...

Desconexión en 3, 2, 1...

               La máquina, llena de conexiones, sigue funcionando, pero ya no lo hace como antes. Empieza a fallar.
— Te dejé una nota en la nevera. ¿No la leíste?
               Los trabajos más rutinarios se convierten para ella en batallas contra los errores. Pequeñas tonterías de las que reírse.
— ¿Llevas un calcetín de cada color?
               Cada error se acumula en su memoria como un virus dañino. Un virus que avanza y se extiende sin poder detenerlo. Los despistes son casi una rutina.
— ¿No me digas que te has olvidado de la leche?
               Y cada día es peor. Pasan los minutos y las horas y se esfuerza en seguir siendo funcional al cien por cien, pero no puede lograrlo. Empieza a olvidar nombres.
— Mira, papá, es Carlitos, tu nieto. ¿No te acuerdas?
               Y cada olvido golpea a la vieja máquina como un mazazo de indiferencia; sordo, pero destructivo; silencioso, pero implacable. Solo ve a extraños a su alrededor.
— Soy yo, papá, Elena. ¿Te acuerdas de mí?
               Con el tiempo, las conexiones fallan por completo y la máquina no puede cumplir con sus funciones. Olvidar los nombres pasa a ser algo insignificante.
— Ahora el brazo derecho... Así, muy bien, papá.
               Y sigue y sigue fallando. Cada día y cada vez más veces y más de seguido. Hasta que, al final, se desconecta del todo.
— Desconexión en 3, 2, 1.. 
               Y ahí se acabó todo.
-FIN-

Invisible

Invisible

                   Rex Cutter es un chico normal, con la salvedad, claro está, de que tiene un extraño don; no, don no, maldición sería mejor llamarla. Sí, una maldición. Rex Cutter tiene la facultad innata de pasar completamente desapercibido para la gente que le rodea. Y no es que a él le guste, precisamente, sino más bien todo lo contrario, pero es algo que no puede evitar, por más que lo intente.
Y lo ha intentado en más de una ocasión, creedme, pero nada. Una vez rompió, delante de toda la clase en la que estudiaba, el esqueleto humano que el señor Fisser, su maestro de ciencias, tan celosamente cuidaba. Y lo hizo allí, delante de todos, maestro incluido. Lo empujó y el esqueleto se desplomó hacia adelante, desarmándose en el suelo como una montaña de naipes. Rex no recibió ningún castigo por parte del profesor Fisser, ni tan siquiera un improperio o un grito... Nada.
En otra ocasión quemó el coche de su padre y, aunque en esa ocasión fue un accidente (una lata de gasolina mal cerrada cerca del auto, una estufa eléctrica encendida por error junto a la lata, un tropezón y, bum, coche calcinado), ocurrió lo mismo que con el caso del esqueleto. Nada. Sus padres corrían de un lado para otro intentando apagar el fuego y gritando, nervioso él e histérica ella. Pero a Rex no le dijeron ni una sola palabra.
Intentó explicarles lo que había ocurrido, oh sí, pero era como si no le vieran. Media hora después de estar corriendo de un lado para otro tras de su padre, intentando contarle lo sucedido, Rex se dio por vencido y desistió de su empeño. Y así siempre. Hacía lo posible por llamar la atención y ocurría justamente todo lo contrario; le ignoraban completamente.
Por eso, el día en que se cayó a un pozo abandonado que había en el terreno de la parte trasera de su casa, Rex Cutter asumió enseguida que iba a morir allí mismo. Tanto lo creía que, sentándose sobre el frío y húmedo suelo y apoyando su cabeza contra las rodillas, esperó pacientemente a que llegara su hora.
Encontraron su cuerpo dentro del pozo al día siguiente. Y porque se había caído en él una cría de gato que no cesaba de maullar. El muchacho había escrito en las paredes del pozo estas palabras con una piedra:
“Estoy aquí”
Lo que Rex Cutter no sabía era que su caída en el pozo había ocurrido cuatro años atrás. Y el ciclo se repetía para él una y otra vez. Una y otra vez...
Esperando siempre a ser rescatado.

-FIN-