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Ratas del Espacio (Capítulo 20)


20 – ENFRENTAMIENTOS.

                   Pulsando el botón de un mando a distancia de una grúa, Eri Farrenzo puso en marcha el brazo robótico de la misma, del que pendía en ese momento una jaula metálica y en cuyo interior podía verse a Yuni.
- Mal asunto – Cassidy le habló a su compañero Mortimer a través del intercomunicador de su oreja -; veo a Yuni en una jaula.
- ¿En serio? – Su compañero seguía intentando escalar el muro, colocando para tal fin los capós desmontados de un par de coches, de los muchos que había abandonados por las afueras del propio desguace, contra la pared del mismo – Ya casi estoy arriba; ¿cómo es la jaula? ¿Ves algo raro o anómalo en ella?
- ¿Algo raro? – Preguntó Cassidy extrañado ante la pregunta de su amigo - ¿A qué te refieres? Es una jaula corriente, como cualquier otra jaula normal y corriente.
- Lo dudo mucho, compañero... – Mortimer resopló ante el esfuerzo final de subir al muro – Piénsalo bien; conoces a tu enemigo y a la hija de tu enemigo; ¿la meterías en una jaula normal y corriente?
- Hum... – Cassidy meditó sobre las palabras de su amigo - ¿Crees que Eri se guarda un as en la manga?
- Yo me apostaría mi salario del mes a que sí.
- Tú no tienes salario.
- Eso, eso... – Espetó burlón su compañero – Tú recuérdamelo.
                   Cassidy apuntó con su rifle en dirección a la jaula de Yuni y la observó con detenimiento con ayuda de la mira telescópica del arma.
- Barrotes gruesos, de metal – Le fue explicando a su amigo lo que veía - Parecen resistentes. La cerradura es del tamaño de un foco de aerodeslizador.
- Hum, bien. Sigue – Mortimer saltó a duras penas sobre un coche y comenzó a escalar sobre la pila de restos oxidados en busca de una mejor posición - ¿Puedes ver desde tu posición cómo es el suelo de la jaula?
- A duras penas – Le respondió su compañero – Parece metálico y está agujereado.
- ¿No ves nada más que te parezca raro?
- Déjame ver... – Cassidy enfocó la mira telescópica para examinar la jaula de arriba a abjo – Oh, vaya.
- ¿Oh, vaya? ¿Cómo que “oh, vaya”?
- Yuni lleva al cuello un collar muy extraño. Tiene una especie de cajita a modo de candado.
- ... El collar está electrificado – concluyó Mortimer.
- Espera un poco...
- ¿Qué ocurre ahora? – Mortimer escaló sobre un nuevo coche oxidado.
- Parece que Eri le ha arrojado a Yando un arma, una espada de energía. Ahora le está mostrando algo que tiene en su cuerpo. Es una especie de dispositivo en forma de disco metálico incrustado en su pecho. ¿Qué crees que puede ser ese cacharro?
- Un mal asunto, amigo mío – espetó Mortimer – Un mal asunto.
                   Yando Yon observó una vez más el arma caída en el suelo delante de él. Era una espada suki, cuya hoja de energía podía cortar hasta las rocas. Eri Farrenzo sostenía en su mano derecha otra espada similar. Lo que más le preocupaba en ese momento era el dispositivo que su ex compañero le mostró incrustado en su pecho. Dicho dispositivo estaba conectado directamente al corazón de su amigo.
- Observa bien este aparatito – Le indicó éste señalando el dispositivo – Está conectado al collar que lleva tu hija al cuello; al igual que este disparador – Eri le mostró en su mano el disparador que activaba el collar de Yuni - Si muero, activará el collar y tu hija recibirá una descarga eléctrica. Así pues, compañero, si te mato, tu hija sufrirá; y si me matas, tú serás el que sufra.
- ¡Eres un cobarde!
- ¡Vamos! – Le apremió su amigo con furia - ¡Coge la espada!
- Me niego – objetó Yando – No voy a luchar contigo.
- Eres bastante predecible – Le espetó su amigo -, ¿lo sabías? Coge esa espada ahora mismo o verás cómo sufre tu hija.
                   Para secundar sus palabras, el ex ladrón pulsó el disparador del collar de Yuni, apenas un par de segundos, y una descarga eléctrica sacudió a la joven, que cayó de rodillas sobre el suelo de la jaula profiriendo dolorosos gritos.
- ¡Maldito...! - Muy a su pesar, Yando recogió el arma del suelo.
- Bien – espetó triunfante Eri – Así me gusta. Y ahora, querido “amigo”, espero que te entregues en cuerpo y alma en nuestro último baile, de lo contrario me decepcionarías enormemente.
- ¡Detén esta locura, padre! – Terció en ese momento Daya, que había permanecido en silencio hasta ese instante.
- ¡Cállate! – Le espetó su padre con enojo - ¡Llevo esperando este momento durante mucho tiempo! Tranquila, también tengo un regalito para ti.
                   Daya vio cómo su padre activaba un tercer botón del mando de la grúa. Justo en ese momento, un enorme robot desguazador de coches, de unos cuatro metros de alto, ruedas triangulares de oruga y pinzas prensiles en cada uno de sus brazos, entró en funcionamiento y se dirigió contra ella.
- Está programado para aplastarte – Le explicó su padre -; con esto mantendremos ocupados a tus dos amigos; oh, sí, no me mires con esa cara de asombro, sé que habéis traído compañía – El padre de la mercenaria se volvió entonces hacia su ex amigo - Y ahora, a lo que íbamos. ¡Defiéndete!
                   Eri se lanzó contra su antiguo compañero blandiendo en alto la espada de energía. Yando Yon mantuvo su posición sin moverse del sitio, aguardando el ataque del ladrón para, en el último instante, bloquearlo con su espada. Las dos armas soltaron un abanico de chispas azuladas al chocar entre sí.
                   El robot se abalanzó sobre Daya que, con un ágil salto, esquivó la embestida de la máquina. El gigante metálico giró sobre sí mismo y contraatacó lanzando un golpe con una de sus tenazas. La mujer rodó por el suelo para esquivarla y el golpe aplastó la chapa de uno de los coches amontonados.
- ¡Daya tiene problemas! – Le comunicó Cassidy a su amigo.
- ¡Lo veo, lo veo! – apuntó Mortimer - ¿Puedes hacer algo al respecto? Ya estoy casi junto a la jaula.
- Imposible – confirmó su compañero – Ese mastodonte metálico no para quieto y no tengo visibilidad clara de su parte débil.
- Mierda... – Mortimer miró a la jaula por unos segundos y luego observó a Daya esquivando los ataques del robot - ¿Qué parte de esa mala bestia necesitas ver en concreto? – preguntó al final descendiendo de la pila de coches.
- Su módulo de órdenes – Le explicó Cassidy – Es un panel de circuitos que se introduce en una ranura situada en la parte delantera del robot, a la altura de su cintura. Si logro acertarle en esa zona, le detendremos.
- ... Claro, como suena tan fácil – Ironizó Mortimer saltando por fin al suelo y poniéndose a gritar como un poseso para llamar la atención del robot - ¡Eh, armatoste! ¡Eh, eh! ¡Vamos, montón de chatarra, ven por aquí!
                   El robot ignoró completamente los gritos de Mortimer quien, por más que gritaba y hacía aspavientos con los brazos levantados en alto, no lograba atraer la atención del gigante metálico.
- Esto no funciona, compañero – informó a Cassidy – Ese montón de hojalata parece estar obsesionado con la muchacha.
- Es por el módulo de órdenes – Le explicó su amigo – Su único objetivo es Daya y no se detendrá hasta que acabe con ella.
- Bien. Entonces aprovecharé que me ignora para plantarme delante de él y dispararle en ese módulo del demonio.
- Negativo – Le disuadió su amigo – Su objetivo será la chica, pero no dudará en destruir todo aquello que se ponga en su camino para llegar hasta ella. Dile a Daya que haga lo posible por ponérmele en una buena posición y yo haré el resto.
- A la orden, compañero. Y asegúrate de no errar el tiro, ¿de acuerdo?
- Me ofendes – espetó Cassidy fingiendo estar molesto -, ¿cuándo he fallado yo un tiro?

CONTINÚA

Ratas del Espacio (Capítulo 19)


19 – PLANIFICANDO.

                   Los presentes en la pequeña sala contenían el aliento aún, temerosos de que cualquier ruido, por pequeño que este fuera, provocase algún desafortunado percance más. Daya seguía apuntando con la ballesta. Su pulso temblaba y sus ojos estaban bañados en lágrimas. Yando Yon permanecía inmóvil delante de ella. Su mejilla derecha presentaba un ligero rasguño del que asomaban pequeñas gotitas de sangre. Detrás de él, incrustado en la pared, podía verse el virote disparado unos segundos antes por la mercenaria.
- Como iba diciendo... – Yando rompió por fin el terrible silencio que reinaba en el angosto espacio de la sala –; Eri Farrenzo es quien tiene el diamante. Cuando entramos a robarle en el palacio de Tan Zar, burlamos con muchas dificultades las medidas de seguridad del mismo y nos hicimos con la piedra. Por desgracia, cuando nos disponíamos a escalar el muro del palacio para salir de allí, Eri cayó dentro de una de las trampas. Yo fui herido gravemente en el brazo justo cuando escalaba el muro y no pude hacer nada para ayudarle, así que escalé el resto del muro como pude y abandoné el lugar, dejándole allí dentro y con el diamante en su poder.
- La versión que circula por ahí de la historia es que sí pudiste robar el diamante – Intervino en ese momento Cassidy -, pero que dijiste a tus compañeros de la banda que no para evitarte problemas en el futuro...
- Como el que nos ha reunido hoy aquí, por ejemplo – ironizó Yando – No, no me llevé conmigo el diamante. De haberle tenido en mi poder, lo habría dejado allí dentro igualmente. Hacer lo contrario habría significado insultar la memoria del amigo que dejé tras aquellos muros.
- Amigo que ahora intenta matarte – apuntó Mortimer -; ¿quién quiere enemigos teniendo amigos como ese?
- Sí – Yando aceptó taciturno la puya de Mortimer -; supongo que cree que yo le abandoné aquel día. Si pudiera hablar con él le haría entrar en razón, le aclararía todo lo que ocurrió...
- ¿Conoces la cuna del sol? – Le preguntó Mortimer recordando la advertencia que le hiciera en su momento Eri.
- ¿Quién te mencionó ese lugar? ¿Fue él?
- Sí – Contestó Mortimer – Me dijo que si querías volver a ver a tu hija fueras a ese sitio. ¿Lo conoces?
- Por supuesto – afirmó Yando – Allí fue donde nos hicimos amigos.
- Qué poético – Intervino Cassidy con tono irónico - ¿Tienes algún mapa de la zona o del lugar en cuestión?
- ¿Para qué? – Quiso saber Yando.
- Porque estoy cansado de llevarme sorpresas inesperadas – explicó Cassidy – Quiero estar preparado ante una posible emboscada.
- No, no tengo mapas – explicó Yando -, pero puedo hacerte un pequeño plano en pocos segundos.
- Bien – sentenció Cassidy complacido – Irina...
- Daya – Le corrigió la mercenaria con voz apagada y secándose las lágrimas con el dorso de la mano – Me llamo Daya Drenkov.
- Bien, Daya – Convino Cassidy - ¿Estás con nosotros?
- Creo que no debería – contestó la mujer cabizbaja - Soy la hija de Eri Farrenzo.
- ¿La hija? – Mortimer abrió los ojos de par en par ante la sorpresa de la noticia.
- Entiendo – Cassidy sopesó la respuesta de la mercenaria durante unos segundos y añadió por fin -; aún así, ¿sigues con nosotros?
- ¿Confías en mí? – Daya se mostró sorprendida ante la petición del mercenario.
- ¿Y por qué razón no habría de hacerlo? – La preguntó Cassidy – Tú, al igual que nosotros dos, has sido utilizada por terceras personas. Así pues; ¿puedo contar contigo?
- Dile que sí – Le pidió Mortimer con sorna – Cuando se le mete algo en la cabeza, se vuelve de lo más pesado. Vaya que sí.
                   En cuestión de minutos elaboraron un plan de acción de acorde al plano detallado por Yando en una holo-hoja, una lámina de plexo-plástico con un borde de metal en uno de sus costados, de un centímetro de anchura y medio de grosor, a modo de lomo, donde se puede escribir con un lápiz táctil como si de una hoja de papel normal se tratase, pero con la facultad de poder almacenar en su micromemoria los datos en ella escritos.
                   Según el mapa en cuestión, el lugar estaba situado en un antiguo desguace de coches, apilados unos con otros formando un gran círculo, rodeados a su vez por un muro de unos dos metros de alto, a cuyo centro se accedía por una abertura creada en el mismo, un lugar ideal para tenderle una emboscada a alguien si sabes aprovechar el entorno adecuadamente. Mientras Yando Yon y Mortimer debatían los últimos detalles del plan, Daya se llevó a un lado a Cassidy.
- Cuando estemos allí... – habló casi en voz baja -, ¿qué pasará con mi padre?
- No te preocupes – La tranquilizó Cassidy -, solo estaremos allí para proteger a Yuni y a Yando. Si tenemos suerte y Yando convence a tu padre de su equivocación, todo se arreglará enseguida.
- Ya – Le interrumpió Daya -, pero ¿y si no se arregla? ¿Qué pasará con mi padre? ¿Lo matarás?
- Te prometo – Cassidy apoyó sus manos sobre los hombros de Daya – que haré todo lo que esté en mis manos para que tu padre entre en razón. Te doy mi palabra.
- No conoces a mi padre – Le advirtió la mujer – Está verdaderamente obsesionado con Yando. No creo que se atenga a razones en cuanto lo vea.
- Bueno – dijo Cassidy con serenidad – Esperemos por su bien que lo haga. Cruza los dedos, ¿vale?
                   Una hora después, tal y como habían acordado, el grupo se detuvo en un lugar situado a un kilómetro de distancia del desguace y se dividió. Así, mientras Cassidy y Mortimer bordeaban el camino, cada uno por un lado y siempre ocultos, Yando llegó al lugar de reunión en solitario.
                   Tal y como Cassidy predijo, nada más atravesar la entrada al círculo formado por los coches desguazados apilados entre sí, la misma fue bloqueada por un par de coches colocados por un robot grúa, máquinas éstas utilizadas para recoger y desguazar los vehículos allí llevados. El sol despuntaba ya por entre los restos de coches abandonados.
- La cuna del sol – apuntó con tristeza Yando.
- Supongo que este lugar te traerá recuerdos, ¿verdad, viejo “amigo”? – La voz de Eri Farrenzo resonó entre los restos de los coches cuando recalcó con desdén la palabra amigo – Lo consideré un lugar apropiado para nuestro reencuentro. ¿Qué te parece mi idea?
- Tanto tiempo que llevas buscándome, ¿y ahora te escondes?
- ¿Esconderme? – Eri rió abiertamente y apareció ante su ex compañero subido en lo alto del montón de vehículos – Mira quién habla de esconderse. Viniste aquí para ocultar tus pecados, ¿no es cierto?
- ¿Pecados? – Yando se mostró sereno ante la puya de su viejo amigo - ¿Desde cuándo es un pecado proteger a los tuyos, Eri?
- ¿Proteger, dices? ¡Ja! – espetó su amigo con odio - ¿Y qué hay de mí, eh? ¿También me protegías cuando me abandonaste en aquel lugar?
- No te abandoné. Debes creerme – Se explicó Yando sin esperar que su amigo lo entendiera – Te creí muerto, por eso me fui sin ti.
- ¡Mientes! – gritó furioso su amigo - ¡Me abandonaste allí como un cobarde! ¡Huiste dejándome a mi suerte en aquel sitio!
- Sabes que eso no es cierto – Siguió hablando Yando – Las ráfagas de aquella torreta láser te alcanzaron y caíste en el foso. Te vi caer y te creí muerto, por eso me fui sin ti. ¡Tienes que creerme, amigo!
- ¡Deja de llamarme amigo! – Le espetó Eri con furia - ¡Llenas tu boca con mentiras y te las crees, así como se las haces creer a los que te rodean! Eres un embustero y lo sabes.
- ¿Embustero yo? ¿Y qué me dices de ti, eh? – Le espetó Yando a su vez – Le mentiste a tu hija, ¡a tu propia hija!, diciéndola que yo tenía el diamante, cuando ambos sabemos que eso no es cierto, ¿verdad?
- ¿Y qué más da una pequeña mentira con tal de hacerte salir de tu escondrijo, rata embustera? – sentenció tajante Eri – Los jóvenes de este lugar están desesperados por el dinero, te lo aseguro. Mi hija no es una excepción, créeme.
- ¿No te da vergüenza utilizar a tu hija para encontrarme?
– Para, por favor, vas a conmoverme - El ladrón rió con sorna – Sí, la engañé haciéndola ver que tú te habías llevado el diamante. Una vez convencida de ello, cosa que no me costó mucho hacer, planeamos el resto juntos. Ella contactó por satélite con un intermediario en Satur, para que enviara aquí a tu hija bajo la protección de algún guardaespaldas, con la excusa de que querías verla por última vez. Yo, por mi parte, contraté a otro mercenario para que la secuestrara a su vez y me la entregase a mí. Sabía que estarías siguiéndoles la pista a los encargados de traer aquí a tu hija. El resto ya lo sabes.
- Creo que aquel accidente te dañó más seriamente de lo que piensas, Eri. ¿Qué crees que pensará tu hija cuando sepa todo esto? ¿Cómo crees que se sentirá, eh?
- ¡Me importa una mierda mi hija, bastardo! – rugió furioso Eri - ¡Solo me interesa destrozarte y hacerte pagar por tu traición!
- ¿Lo has oído, Daya? – Yando lanzó la pregunta al aire.
- Sí – La mujer se materializó de repente junto a Yando, con los ojos cubiertos de lágrimas – Lo he oído todo.
- Vaya – rió contrariado el padre de la mercenaria – Es la segunda vez que me engañan con ese truquito de la invisibilidad. No obstante, he de confesaros que yo también tengo mis propios trucos, por algo era el estratega del grupo por aquel entonces. Permitidme que os los muestre, por favor.
                   Cassidy escaló ágilmente el muro medio derruido que bordeaba el desguace de coches por esa zona y, saltando desde él, se encaramó sobre la pila de chatarra que formaban los vehículos desguazados amontonados entre sí. Se agachó sobre uno de los coches, apuntó con el rifle láser de francotirador que Yando le había prestado, y observó atentamente a través de la mira telescópica del arma el singular encuentro que se producía allí en ese instante. Enfrente suyo, a unos cien metros de distancia, Yando Yon y Daya mantenían una conversación con Eri Farrenzo, antiguo amigo y compañero del ex ladrón, empeñado en hacerle pagar antiguas deudas.
- ¿Me recibes, compañero? – Cassidy habló por el intercomunicador adosado a su oreja.
- Alto y claro como el cielo en un día de agosto, camarada – Bromeó al otro lado Mortimer.
- ¿Ya estás en posición?
- Aún no – respondió Mortimer -; me ha surgido un pequeño “problema”.
- ¿Cómo de pequeño? – Quiso saber Cassidy intrigado.
- Como de dos metros de alto – respondió Mortimer mirando hacia lo alto del muro que tenía enfrente.
- Date prisa – Le apremió su amigo -, te quiero en posición en menos de cinco minutos.
- Ya voy, ya voy – Mortimer cortó la comunicación con su compañero y observó de nuevo el muro – Qué prisas tiene, leches.
CONTINÚA

la Pirámide 2. Mr. Rowlins


La Pirámide 2. Mr. Rowlins. 

“Sus puños son como machetes de carnicero
y antes de golpearte sonríe primero.
Te mira a los ojos con desprecio
y descubre todos tus pecados en ellos.
Ríe, el señor Rowlins, alto, negro y corpulento,
enfundado en su abrigo de cuero negro”

PRÓLOGO

                   Era viernes y ya casi de noche. El “Obregón” no era un bar muy grande, pero sí bastante acogedor tratándose de un local situado a las afueras de la ciudad. Tenía una larga barra en forma de “ele”, de unos seis metros de largo, con seis taburetes frente a ella. Cuatro mesas cuadradas, con dos sillas cada una, estaban colocadas delante del ventanal del establecimiento donde, la luz que atravesaba la persiana medio abierta que lo cubría casi hasta la mitad, jugaba caprichosamente con las sombras que ésta proyectaba en el interior. Un estrecho pasillo separaba la barra y los taburetes de las mesas. Tras la barra, el dueño del bar limpiaba con un paño húmedo la superficie lacada de la misma. En la mesa del fondo del local, sentado en la silla que le permitía ver la puerta de entrada, un hombre haitiano, enorme y enfundado en un abrigo de cuero negro, leía la sección de deportes del periódico que tenía abierto delante de él. Sobre la mesa aún humeaba tenuemente una taza de café.
                   En la vieja máquina jukebox que se veía junto a la mesa ocupada por el haitiano, y con el volumen puesto a medias, sonaba la canción “It’s now or never”, de Elvis Preysley. En ese momento, las campanillas que colgaban sobre la puerta de la entrada anunciaban la llegada de un nuevo cliente.
                   El haitiano detuvo unos segundos su lectura y observó al recién llegado. Era un muchacho algo joven y parecía nervioso, dadas sus continúas miradas recelosas a uno y otro lado del local. Vestía unos tejanos gastados por las rodillas, una cazadora de cuero negro y un gorro de lana fina, de color gris y con las siglas U.S.A. estampadas en él con los colores blanco, azul y rojo.
- ¿Qué va a ser? – Preguntó el barman al recién llegado.
- U-Un vodka martini; mezclado. Agitado, no revuelto – El muchacho intentó aparentar tranquilidad en su estado de ánimo cuando hizo la broma.
- Ya... – El barman arrojó con desgana el paño húmedo en un barreño con agua y se dispuso a atender la petición del cliente.
                   En ese momento, el haitiano se levantó de su asiento con cierta dificultad y se encaminó hacia el recién llegado. Cuando el hombre se puso en pie y se colocó adecuadamente su abrigo de cuero negro, quedó bien clara una cosa; era enorme. Medía por lo menos dos metros y trece centímetros de alto, sus hombros eran muy anchos y su espalda robusta. Su cabeza era calva, su nariz gruesa, su mandíbula era ancha y su fino bigote y su perilla se unían cerca de la comisura de los labios. El muchacho le observó detenidamente, de arriba a abajo, y las piernas le temblaron de la impresión.
                   Con pasos pausados, pero seguros, el enorme haitiano llegó hasta el lugar que ocupaba el muchacho y se quedó plantado detrás de él. El joven, con sus piernas aún temblándole por los nervios y el miedo, no se atrevió siquiera a volver la vista hacia el haitiano que, lentamente, inclinó su cabeza cerca de la de éste y le olisqueó con parsimonia.
- Dime, muchacho – Habló tranquilo y sereno, pero con una voz grave y profunda -, ¿piensas hacer lo que me imagino con esa navaja que ocultas en el bolsillo trasero de tu pantalón?
- ¿P-Perdona? – Extrañamente, la frente del muchacho comenzó a sudar copiosamente - ¿A-A q-que t-te refieres, c-colega? – Tartamudeó, luego de tragar saliva con dificultad.
- ¿Sabes? – Continuó hablando el haitiano al oído del tembloroso joven – Hay que tenerlos muy bien puestos para presentarse aquí, en mi bar favorito, y tratar de atracarle estando yo presente. Pero que muy bien puestos.
- Y-Yo, y-yo... – Balbuceó el muchacho.
- Escúchame bien, alfeñique – La voz del haitiano adquirió un tono ligeramente más duro – Coge esa navajita que ocultas en tu pantalón y vete con ella lo más lejos posible, donde quiera que sea, pero que yo no vuelva a verte el pelo, ¿de acuerdo? – El muchacho tragó saliva a duras penas y asintió convulsivamente – Bien, porque si vuelvo a verte por aquí otro día, te aseguro que la orina que ahora moja tus pantalones y tus zapatillas será el menor de tus problemas; ¿te queda claro? – El joven boqueó repetidas veces intentando coger aire, al tiempo que asentía de nuevo – Pues entonces, largo de aquí... ¡Vamos!
                   El muchacho patinó dos veces sobre el charco de orín antes de recuperar la suficiente fuerza de voluntad como para que sus piernas le obedecieran y así poder llegar a la puerta y salir huyendo del local.
- ¡Joder, Rowlins! – Exclamó riendo el barman al ver escapar al muchacho como alma que lleva el diablo - ¿Cómo coño lo supiste?
- Algunos lo llevan escrito en la frente – Le contestó el haitiano con tranquilidad mientras posaba un billete sobre la barra – Anda, cóbrame el café, Charlie.
- ¡Por favor! – El barman rehusó coger el billete – Invita la casa, faltaría más.
- Bueno – El haitiano recogió el billete y se lo guardó de nuevo -, pero tendrás que limpiar el “recadito” que te ha dejado en el suelo ese pelagatos – Le informó mientras se encaminaba hacia la puerta – Buenas noches, Charlie.
- Buenas noches, Rowlins – Le despidió el barman.
                   Rowlins abandonó el local y se internó en las sombras del callejón colindante para acortar camino; gustaba de usar los lugares poco iluminados como ese para transitar, de ese modo podía pasar casi inadvertido entre los viandantes. Un par de minutos después de abandonar el bar, de uno de los bolsillos internos de su abrigo salió una musiquilla que le informó de una llamada entrante. El haitiano contestó a la llamada.
- ¿Señor Rowlins? – La voz de un hombre mayor sonó al otro lado del aparato – Necesitamos de su presencia en la base de inmediato.
- De acuerdo – El haitiano respondió con voz serena – Estaré allí en una hora.
- Bien.
                   Rowlins guardó de nuevo su teléfono en el bolsillo. Miró al cielo y se quedó observando a la luna, que esa noche bañaba las calles con sus plateados rayos. Suspiró profundamente y se puso nuevamente en camino. Tarareando entre dientes el tema “It’s now or never”, se perdió entre las sombras de los callejones.

CONTINÚA

Ratas del Espacio (Capítulo 18)


18 – RESPUESTAS.

                   El trío se alejó del callejón adentrándose en las sombras siguiendo de cerca a Yando Yon. Atravesaron parte del asteroide ciudad recorriendo buena parte del intrincado laberinto que formaban sus calles y callejuelas, hasta llegar por fin a un callejón sin salida lleno de cajas de cartón abandonadas.
- ¿Estamos atrapados? – Cassidy se mostró desconcertado al observar el lugar en el cual habían acabado – Genial. Esto es como salir de la sartén para caer en el cazo, ¿no te parece?
- ¿Tan fácilmente te das por vencido? – Yando removió una de las cajas y dejó al descubierto una tapa de alcantarilla. Vamos, es por aquí.
                   El grupo descendió por las escaleras de la alcantarilla, seguidos después por Yando que, antes de volver a cerrar la tapa del todo, colocó sobre esta la caja de cartón de tal manera que, al cerrarla por completo, la caja volviera a ocultar la alcantarilla.
- Será mejor que no hagáis mucho ruido por aquí abajo – Les aconsejó Yando antes de proseguir la marcha – No es muy conveniente llamar la atención de la “fauna” que merodea por este lugar. Creedme.
                   El grupo avanzó por el interior del alcantarillado de la ciudad, atravesando varios de los segmentos y niveles del mismo. De cuando en cuando, Yando Yon les ordenaba detenerse para dejar pasar a su lado a algún que otro animal, que pasaba a su lado ignorándoles por completo. En otro momento, nadando a lo largo del canal que atravesaban en ese momento, cruzó a su lado un enorme shiyak.
- ¿Un shiyak? – preguntó Mortimer curioso al escuchar el nombre - ¿Qué clase de animal es un shiyak?
- ¿Recuerdas que en la Tierra existía un animal llamado cocodrilo? – Le preguntó Yando Yon – Pues bien, el shiyak es la versión Rankiniana y evolucionada del cocodrilo terrestre, con la salvedad de que es algo más grande, no tiene patas traseras y su boca es algo más pequeña, pero con dientes más largos y afilados que los del propio cocodrilo.
- Vaya – comentó Mortimer sorprendido al oír la explicación -, un “vecino” de lo más peculiar, ¿no os parece?
- No sé si peculiar lo define con justicia, amigo mío – apuntó Yando sonriendo -, lo que si sé es que hemos tenido suerte de cruzarnos con un macho y no con una hembra.
- ¿Y eso?
- Las hembras están en celo en esta época del año y se vuelven muy, pero que muy belicosas, créeme. Son muy territoriales.
- Oh, vaya. ¿Y cómo sabes que es un macho o una hembra? ¿En qué se diferencian?
- El macho tiene la cola más larga que la hembra – Le explicó Yando – Por otra parte, si hubiera sido una hembra, se habría abalanzado sobre ti sin dudarlo ni un segundo, te lo aseguro.
- ¿Sobre mí? – Mortimer se sorprendió ante la explicación del ladrón -, ¿por qué sobre mí, precisamente?
- Porque las muy puñeteras escogen siempre a la víctima más gorda, y a ti te sobran algunos kilitos, amigo – Yando Yon rió divertido al responderle, acompañado por Cassidy e Irina, al tiempo que Mortimer miraba de lado a lado su robusto cuerpo.
                   Tras atravesar varios metros más de alcantarillado el grupo llegó ante una escalerilla y ascendió por ella saliendo al interior de una pequeña habitación. Cuando ya se encontraban todos en la misma, Yando Yon cerró la tapa que daba a las alcantarillas y la cubrió con una vieja moqueta por encima.
- Bien – apuntó de nuevo al trío con su rifle bláster -, ahora es el momento de aclarar las cosas. Vuelvo a preguntaros lo mismo de antes; ¿quién os mandó traer aquí a mi hija y por qué razón ya no está con vosotros?
- ¿Es así como tratas siempre a tus invitados? – Le espetó Cassidy con una mirada fría.
- ¿Invitados? ¿Y quién os ha dicho que sois mis invitados? Escúchame bien, guapito de cara – Yando le devolvió la mirada a Cassidy con más intensidad mientras le encañonó con el rifle en la barbilla-, si de verdad queréis salir con vida de este lugar, será mejor que empecéis a contarme todo lo que quiero saber o, de lo contrario, os echaré a la calle como si fuerais unos perros; y no creo que duraseis mucho tiempo en este lugar.
- Hazlo – Le ordenó Mortimer desafiándole, ante la sorpresa de Irina y Cassidy.
- ¿Perdona? – preguntó Yando extrañado.
- Échanos a la calle – Le respondió Mortimer – Venga, hazlo. ¿Crees que podrías encontrar a tu hija sin nuestra ayuda? Me gustaría comprobarlo, en serio.
- ¿Te gusta farolear, gordito?
- Créeme – Le aclaró Cassidy con una sonrisa dibujada en su cara -, le conozco bien y nunca va de farol. Sabe algo que ignoramos. Tú eliges; puedes bajar el arma y escucharnos o, como bien decías antes, puedes dejarnos marchar.
- Habla – Yando bajó su arma y se encaró con Mortimer – Y más te vale ser muy convincente.
- Bien – habló Mortimer – Nos han tendido una trampa para traer aquí a tu hija, quitárnosla y así hacerte salir de tu escondite; eso es algo que queda claro a todas luces, ¿no es cierto?
- Nuestro cliente – apuntó rápidamente Cassidy -, ha sido igualmente engañado; eso es algo también bastante obvio. El caso es que no sabemos quién ha manejado los hilos de nuestro cliente.
- Pero sabemos quién maneja los hilos del que engañó a nuestro cliente – apuntó a su vez Mortimer - Ese alguien es quien, a su vez, contrató a Raikon para arrebatarnos a Yuni.
- ¿Raikon?
- Un mercenario medio cyborg, medio hombre – Le aclaró Irina a Yando.
- Sigue.
- Bueno – Mortimer continuó exponiendo sus ideas – Vi la cara del que contrató a Raikon. Era algo mayor, tenía el pelo canoso por las patillas y peinado hacia atrás, nariz aguileña, mentón afilado, de estatura media y un parche de cuero negro en su ojo izquierdo; ¿te suena de algo?
                   El semblante de Yando Yon cambió por completo al escuchar la descripción dada por Mortimer.
- Sí, sí que te suena, ¿verdad? – inquirió Cassidy al darse cuenta del gesto sombrío que adquirió el rostro del ex ladrón - ¿Quién es ese hombre?
- Alguien que se suponía estaba muerto – contestó Yando con la mirada fija en un punto lejano.
- ¿Te refieres a...? – Cassidy ató rápidamente los cabos.
- ... Eri Farrenzo – asintió Yando.
- Bien – Prosiguió Mortimer -; sabemos quién es el responsable de todo este embrollado y sabemos dónde hará el intercambio contigo.
- ¿Intercambio? – preguntó Yando algo extrañado – Entiendo... ¿Creéis que Eri anda tras el diamante?
- Por supuesto – Le contestó Cassidy – Eri ha montado todo este tinglado con el único propósito de recuperar la “Rosa de Alejandría”, ¿por qué otra cosa iba a ser si no?
- Venganza – contestó Yando con rotundidad – Pura y simple venganza.
- ¿Venganza? - Ahora era Mortimer el sorprendido - ¿Por qué vengarse pudiendo obtener ese botín?
- Porque Eri sabe perfectamente que yo no tengo el diamante.
- ¡Estás mintiendo! – Irina estalló de repente y apuntó con su ballesta a la cabeza de Yando, ante la sorpresa de Mortimer y Cassidy - ¡Escondiste el diamante en alguna parte y no nos lo quieres decir!
- Dime una cosa, Irina – Yando permaneció impasible ante la rabia de la mercenaria -, ¿tan desesperada estás que te crees cualquier cosa que te digan? ¿En serio crees de verdad que tengo ese diamante en mi poder?
- ¿Qué coño está pasando aquí? – preguntó Mortimer entre sorprendido y asustado ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos.
- Es obvio, compañero – Le aclaró Cassidy apuntando con su arma a Irina -, estos dos ya se conocían. Es más, apuesto mi cuello a que fue ella la que engañó a nuestro viejo amigo; ¿me equivoco, Irina?
- Irina... – Yando sonrió quedamente sin prestarla atención – Al principio no te había reconocido con ese pelo tan corto y tan rojizo, pero tus ojos siguen siendo los mismos; los ojos de una perrita asustada tratando de huir. Siempre huyendo, ¿no es cierto, Daya?
- ¡Callate! – Le ordenó la mercenaria – Eri me aseguró que tú tenías el diamante... ¡y yo lo necesito para salir de aquí!
- Sigues siendo igual de ilusa...
- ¡Que te calles, joder! – Daya apuntó a la cabeza del ladrón con rabia contenida - ¿¡Dónde lo guardaste!?
- Se lo quedó Eri.
- ¡Mientes!
- Él te utilizó para llegar hasta mí. Siempre fue un gran estratega.
- ¡Es mentira, cállate!
- Te utilizó y ahora tiene a mi hija.
- ¡Cállate!
- ¿Cuándo piensas abrir los ojos de una vez, Daya?
- ¡Que te calles, joder!
                   Con los ojos inundados en lágrimas, Daya abrió fuego contra Yando y el virote de la ballesta salió disparado cortando el aire.

CONTINÚA

Ratas del Espacio (Capítulo 17)


17 - ENCUENTRO.

                   Se produjeron dos explosiones; no muy fuertes, pero sí lo bastante potentes como para echar abajo parte de las dos paredes en las que éstas estaban adosadas. La pequeña onda expansiva de las bombas arrojó por los aires un par de mesas, junto con sus ocupantes y sus respectivas sillas. Una densa nube de polvo cubrió el interior de la taberna, donde la gente gemía, tosía y maldecía en alto. Tras las explosiones y la nube de polvo llegaron el caos y la confusión, momento aprovechado por Raikon para golpear a Cassidy en la base del estómago con el puño cerrado y, saltándole por encima con la ayuda de una hábil pirueta, colocarse detrás suyo y huir del local. No obstante, antes de abandonar el lugar, se encargó de que sus enemigos no pudieran hacer lo mismo para ir en su persecución.
- ¡Terroristas! – Gritó señalando a Cassidy y Mortimer quien, para confirmar la acusación del encapuchado, le apuntaba en ese momento con sus dos pistolas y abría fuego.
- ¡A por ellos! – Gritó alguien entre el caos general de la taberna - ¡Que no se escapen!
                   Los presentes en la sala se reagruparon, armándose con toda clase de armas y comenzaron a formar un semicírculo en torno a nuestros cuatro amigos y el desconocido.
- ¡Maldito cabrón! – Rugió Cassidy - ¡Mortimer, coge a Yuni y salgamos de aquí!
- Vayamos por la parte de atrás – Sugirió Irina apuntando con su ballesta al grupo de exaltados clientes que se acercaban peligrosamente a ellos.
- Ven conmigo, Yuni – Mortimer agarró a la muchacha por el brazo y la condujo con ellos, pero la chica se zafó fácilmente de él.
- ¡No! – Gritó acercándose al desconocido y poniéndose a su lado.
- Lo siento, amigo – Apuntó éste -, pero la muchacha se viene conmigo. He pagado un precio muy alto por ella y no voy a dejarla escapar tan fácilmente.
- ¿Quién eres tú? – Preguntó intrigado y sorprendido Mortimer apuntándole con sus pistolas.
- Nadie – Respondió tajante el extraño agarrando a Yuni.
- ¡Suéltala! – Mortimer le apuntó con una de las pistolas a la cabeza.
- ¿O si no qué? – Espetó el hombre señalando a los enojados clientes – Creo que tenéis entre manos un problema mayor del que preocuparos, ¿no te parece?
- Si crees que voy a dejar que te la lleves – Le indicó Mortimer con decisión -, es que no me conoces en absoluto, amigo. Suéltala, ¡ahora!
- Piénsatelo bien antes de hacer una tontería – El extraño enseñó a Mortimer el disparador que sostenía en su mano y el collar de Yuni – Si abres fuego, te aseguro que la chica pasará a mejor vida.
- ¡Maldito...!
                   Cassidy e Irina, por su parte, apuntaban con sus armas a los clientes, que cerraban cada vez más el semicírculo en torno a ellos. Cada vez quedaba menos espacio entre ellos y el enfurecido grupo.
- ¡Hay que salir de aquí lo antes posible! – Informó Cassidy – Guíanos, Irina.
- Ya os lo dije – Apuntó ésta – Hay que usar la salida trasera o estaremos acabados.
- ¿Y a qué esperas? – Espetó Cassidy dándole un codazo en la nariz a uno de los clientes, que tuvo el coraje suficiente para lanzarse contra él empuñando el cristal roto de una botella a modo de navaja - ¡Muévete!
- ¡Por aquí! – Irina disparó uno de los virotes de su ballesta y alcanzó con él a otro de los atacantes, que trataba de pillar por sorpresa a Cassidy quien, en ese momento, estaba ocupado golpeando a otro hombre que blandía una tabla astillada como garrote - ¡Vamos, seguidme!
                   La mujer sacó dos pequeñas cápsulas de su cinturón y las arrojó al suelo ante el encolerizado grupo. Cuando las cápsulas estallaron, generaron una nube de humo que les ocultó ante estos, momento que la mercenaria aprovechó para dirigir a sus compañeros hacia la salida. Mortimer, muy a su pesar, tuvo que dejar marchar a Yuni con el extraño, que le dio un último recado antes de escapar del lugar en otra dirección.
- Dile a Yando Yon – Le informó -, que si desea ver de nuevo a su hija, vaya a la cuna del sol.
- ¿La cuna del sol? – Mortimer quiso replicar algo, pero Irina le empujó con fuerza en una dirección y se vio obligado a seguirla, mientras Cassidy abría fuego contra la cortina de humo generada por la mercenaria para abrir distancia entre ellos y los clientes de la taberna.
                   Los tres mercenarios cruzaron un pequeño y estrecho pasillo guiados por Irina. Atravesaron una puerta al final del pasillo y salieron a un callejón del exterior.
- ¿Por dónde? – Preguntó Cassidy mirando a uno y otro lado del callejón.
- Por aquí, ¡rápido!
                   Irina enfiló el callejón por la derecha y echó a correr calle abajo, seguida de sus dos compañeros. Dobló una vez hacia la derecha tras pasar de largo un par de cruces de camino, luego una vez más a la izquierda y, al final, se detuvo en una callejuela para coger aire y pensar mejor en el próximo movimiento a realizar.
- Un momento – Cassidy se percató de la ausencia de Yuni -, ¿dónde has dejado a Yuni? – Le interrogó a su compañero.
- T-Tuve que dejarla ir – Se excusó éste resoplando por el esfuerzo realizado con la carrera -; l-lo siento.
- ¿La dejaste ir? ¿¡Con quién!? – Le preguntó Cassidy sorprendido.
- Con aquel tipo que estaba con Raikon – aclaró Mortimer – Supongo que era quien le contrató para secuestrarla.
- ¿¡Es que eres idiota!? – Le espetó Irina enfadada.
- Yuni llevaba un extraño collar puesto – Se explicó Mortimer – Ya los he visto antes y sé cómo funcionan, creedme. Sí hubiera intentado arrebatársela, ese tipo le habría hecho mucho daño.
- ¡Joder! – Se quejó furioso Cassidy golpeando con el puño en una pared - ¡Vamos de mal en peor, leches!
- Podemos encontrarla – Señaló Mortimer.
- ¿Ah, sí? – Preguntó Cassidy - ¿Y cómo? No sabemos quién era ese tío y no conocemos este lugar.
- Yo sí – Apuntó Irina.
- Y el padre de Yuni también – Indicó Mortimer.
- Ya, claro – Espetó Cassidy -, pero dime, ¿cómo podemos encontrar a Yando?
- Ella puede hacerlo, compañero – Contestó Mortimer señalando a Irina – Después de todo, era nuestro enlace aquí con Yugo, ¿no? Eso solo puede significar que sabe dónde se esconde Yando, ¿me equivoco?
- No lo sé... – Respondió Cassidy mirando inquisitivamente a la mercenaria -, ¿se equivoca mi amigo?
- No – Respondió ésta con rotundidad.
- Bien, pues ya estás llevándonos ante Yando.
- Supongo que no tenemos otra salida – Repuso Irina tras pensarlo unos segundos.
- No. No tenemos más salidas – Espetó enfadado Cassidy – Así que no me andes con más rodeos. Llévanos ahora mismo con el padre de Yuni.
- Bien, seguidme. Es por aquí.
                   Cuando iban a ponerse en marcha, una voz les cogió por sorpresa a los tres.
- Vosotros no iréis a ninguna parte - Era una voz grave, pero serena – Al menos mientras no me aclaréis una cosa.
- ¿Quién es este? – Preguntó curioso y sorprendido Mortimer al ver a un hombre apuntándoles con un rifle bláster.
- Os presento a Yando Yon – Les informó Irina.
- ¿Tú eres el padre de Yuni? – Preguntó Cassidy.
- Aquí las preguntas las hago yo – Respondió Yando – Decidme, ¿quién os ha mandado traer a mi hija y por qué no está con vosotros?
                   El hombre que apuntaba a nuestros amigos en esos momentos con el rifle bláster corto de dos cañones, tenía en sus ojos negros y profundos una mirada que no dejaba ninguna clase de duda acerca de su estado de ánimo; no estaba para bromas.
                   Tenía una melena corta de color castaño oscuro con una cinta roja larga atada alrededor de la cabeza a la altura de la frente, bigote largo y poblado que le bajaba por la comisura de los labios hasta llegar casi a la barbilla, nariz aguileña, cejas gruesas y un mentón ancho con un hoyuelo bajo el labio inferior. Una cicatriz surcaba su rostro por el lado izquierdo, desde la ceja hasta el pómulo.
                   Vestía una chaqueta torera negra, con bandas horizontales blancas de tela que unían las dos filas de cuatro botones cosidos a ambos lados de la misma. Camisa roja de cuello alto doblado y mangas largas y amplias. Fajín negro y ancho y un pantalón bombacho, de color rojo también, junto con unas botas altas de cuero negro conformaban su atuendo, que se veía completado con dos pistolas de plasma enfundadas una a cada lado de sus caderas.
- Repito – Volvió a hablar con una voz grave y serena -; ¿quién os ha mandado traer a mi hija y por qué no está con vosotros?
- Tranquilo – Cassidy intentó dialogar con Yando -, estamos en el mismo bando. Créeme.
- Eso lo decidiré yo – Espetó Yando sin dejar de apuntarles con su rifle -, contesta a mi pregunta. ¿Quién os ha enviado aquí con mi hija?
- Pues...
- ...No podemos revelarte el nombre de nuestro cliente – Cassidy cortó a su compañero Mortimer antes de que este revelara ningún dato a Yando – Ningún mercenario que aprecie su trabajo y su pellejo lo haría.
- A no ser – Le indicó Yando moviendo su rifle -, que esos mercenarios estén siendo apuntados en ese momento por un rifle de plasma y que quien les apunte sepa usar bien dicho rifle. Creo que entonces se lo pensarían muy bien antes de callarse lo que saben, ¿no te parece?
- Puede ser – Asintió Cassidy -, pero entonces no serían de la clase de mercenarios que yo conozco.
- Déjate de cháchara, Yando – Apuntó Irina inquieta al oír a lo lejos las voces de sus perseguidores -, si nos quedamos mucho tiempo por aquí, podrás ahorrarte la munición.
- Ella tiene razón – Indicó a su vez Cassidy - ¿Qué vas a hacer?
- ¿Puedo sugerir que nos larguemos pronto de aquí? – Sugirió Mortimer por su parte – Por favor.
- Seguidme – Les indicó Yando tras meditarlo durante unos largos segundos -, pero sin tonterías. Ahora mismo soy vuestro único billete de salvación. Vamos.
CONTINÚA