21 – FINAL.
Yando Yon
detuvo una nueva estocada de su amigo, Eri Farrenzo. Las hojas de energía de
las espadas que ambos empuñaban en aquel duelo mortal chisporrotearon una vez
más. Los dos adversarios retrocedieron unos pasos y se estudiaron
detenidamente. Ninguno de ellos estaba cansado y sus miradas eran distintas; la
del ex ladrón estaba cargada de interrogantes; ¿qué ha pasado contigo, viejo
amigo?, ¿qué te hizo cambiar así?, ¿qué esperas conseguir con este duelo
inútil? La mirada de Eri Farrenzo estaba cargada de puro odio, irracional e
insaciable. Con un nuevo grito de rabia, se lanzó contra su antiguo compañero.
Yando esquivó
el golpe de la hoja de su enemigo y lanzó un rodillazo al estómago de éste,
pero, lejos de arredrarse con el golpe, su adversario lanzó una nueva estocada
que el ex ladrón detuvo a duras penas con su propia espada. Un nuevo
chisporroteo bañó el suelo a los pies de ambos contrincantes.
Mientras ellos
mantenían su duelo, Daya continuaba esquivando a duras penas los embistes del gigantesco
robot desguazador de coches, que llevaba impresa en sus circuitos internos la
orden de acabar con la mercenaria a toda costa. Avisada por Mortimer, la mujer
trataba de colocar al robot en una posición adecuada para que Cassidy, apostado
a pocos metros de distancia con un rifle láser de francotirador, se ocupara de
él. Decirlo era fácil. Llevarlo a la práctica ya no lo parecía tanto. La
muchacha saltó a un lado, rodando por el suelo, para esquivar una de las
enormes pinzas prensiles del robot, que golpeó contra una de las pilas de
coches desguazados, abollándolos más de lo que ya estaban ellos.
- ¡Coge esto, Daya! – Mortimer le lanzó a la mercenaria el intercomunicador
con el cual se comunicaba con su compañero – ¡Cassidy te dirá cuando le tiene
en su punto de mira!
La mujer
recogió el aparato en el aire y se lo colocó en la oreja, todo ello mientras
seguía esquivando los ataques de la bestia mecánica.
- ¿Me oyes bien, Daya? – Cassidy probó el sonido de la comunicación
con la mercenaria.
- ¡Alto y claro! – gritó la mujer corriendo de un lado para otro.
- Bien, presta atención. Necesito que hagas que ese armatoste se
plante delante de mí durante cinco segundos. ¿Podrás hacerlo?
- ¿Tengo otra alternativa? – objetó la mercenaria resoplando ya por el
esfuerzo.
- Creo que no – contestó Cassidy.
- ¡Me lo imaginaba!
Daya corrió en
dirección al lugar que Cassidy le indicó a continuación, seguida de cerca por
el robot, que golpeaba una y otra vez con sus pinzas en busca de su objetivo.
- ¡Quieta ahí, Daya! – gritó de pronto Cassidy.
Y la muchacha
paró. Y aunque no hubiera recibido la orden de Cassidy, hubiera parado
igualmente, de lo cansada que se sentía de tanto correr de un lado para otro
esquivando al monstruo mecánico. Agotada y rota por el cansancio, se volvió y
se encaró con el mastodonte, dispuesta ya a recibir el golpe de gracia. Cerró
los ojos, notando los intensos latidos de su corazón, y esperó el final.
Y entonces
sonó el disparo.
Fueron cinco
segundos; los mismos que tardó el disparo de Cassidy en alcanzar su objetivo,
destruir el módulo de ordenes y hacer que el robot se detuviera. Cinco segundos
en los que el robot lanzó un último golpe contra la desprotegida mercenaria.
Cinco segundos que Mortimer utilizó para saltar y apartar a Daya del camino de
las pinzas del robot. Cinco segundos que la mujer no olvidaría en su vida. Con
un sonido metálico chirriante, el enorme engendro quedó inutilizado en el sitio
y de su pecho se escaparon aún pequeñas volutas de humo gris y algunas chispas
azuladas. Daya abrió los ojos y, viendo ante ella al robot inutilizado, suspiró
aliviada.
- Bueno – apuntó sonriendo y resoplando Mortimer -; ahora, a ayudar a
Yuni.
Yando golpeó
con el puño en la cara de Eri, que perdió parte del equilibrio y trastabilló
unos metros. Sin embargo, tras recomponerse, lanzó un nuevo ataque, soltando una
serie de mortales estocadas con la espada, una de las cuales hirió levemente a
Yando en una de las piernas.
El cansancio
hacía acto de presencia en ambos contendientes. La frente de Eri se mostraba
perlada de sudor y el rostro enrojecido por la rabia. Su ex compañero sudaba
igualmente, pero, aún así, se mostraba mucho más calmado que él. Eri lanzço una
nueva andanada de estocadas y patadas, que Yando fue parando y o esquivando a
partes iguales, mientras lanzaba sus propios golpes y estocadas. Dos de las
estocadas acertaron a su adversario, una en el muslo de la pierna derecha y
otro en el antebrazo izquierdo.
- Vamos a dejarlo ya, Eri – Le sugirió Yando – No quiero hacerte daño.
- ¿Ah, no? – Rugió éste apretándose la herida del antebrazo - ¡Pues
entérate bien, yo sí quiero hacértelo a ti! ¡Vamos, sigue luchando!
Los dos
hombres volvieron al ataque; ahora era Yando el que lanzaba más estocadas y
golpes, mientras Eri se defendía como mejor podía. Una de las cuchilladas le
hirió otra vez en la pierna ya lesionada anteriormente y el corte le hizo
gritar de dolor. No obstante, lo que más le dolía no era la herida en sí, sino
el ver cómo su odiado adversario era muy superior a él. Eso le encolerizaba de
tal modo que le impedía mantener la calma necesaria para enfrentarse a su ex
compañero que, aunque cansado, le iba ganando cada vez más terreno. Rugiendo de
rabia, se lanzó una vez más al ataque.
Por su parte,
Mortimer y Daya habían alcanzado ya la jaula en donde se hallaba Yuni
encerrada.
- Hola pequeña – La saludó Mortimer para animarla – Acércate a los
barrotes para que pueda echarle un ojo a ese collar, ¿de acuerdo?
- Ten cuidado – Le previno Yuni – El encapuchado me advirtió de no
forzarle o se dispararía.
- Tranquila – La calmó Mortimer – Ya he visto estos cacharros más
veces. No te preocupes. Déjame ver.
El mercenario
observó detenidamente el collar de la muchacha. Tras comprobar detenidamente la
caja que hacía de candado, extrajo de su cinturón un pequeño fardo de tela que
desenrolló y dentro del cual podían verse destornilladores de precisión de
varios tamaños y formas. Cogió dos de ellos y empezó a trabajar en la cajita
del collar con sumo cuidado.
- Bien – informó a Yuni para no alarmarla – Ahora trataré de abrir la
caja; para ello he de quitarle estos dos pequeños tornillos que hay a cada lado
de la misma. ¿De acuerdo?
- De acuerdo – respondió la joven.
- ¿Sabes lo que haces, verdad? – Le preguntó Daya.
- Por favor, señorita – espetó Mortimer con falsa ofensa – La duda me
ofende.
Tras unos
interminables tres minutos, los tornillos de la cajita ya estaban quitados y
ésta abierta, dejando a la vista un pequeño circuito y un par de cables; uno de
color blanco y otro negro.
- Como en las buenas películas de acción de antaño – apuntó divertido
Mortimer - ¿Cortamos el cable blanco o el negro, señoritas?
- Oh, vaya – bromeó a su vez Daya para quitarle tensión a la situación
- ¿No se suponía que siempre era el cable rojo?
Mientras ellos
bromeaban, el combate entre Yando y Eri tocaba a su fin justo en el momento en
el que el primero, tras bloquear con su antebrazo el brazo armado de su
adversario, le atravesaba el estómago con la suya.
Eri se llevó
las manos a la herida tratando de taponarla. La sangre salía a borbotones y le
empapaba las manos. Intentando no caer al suelo, Eri se encaró con Yando por
última vez.
- F-Felc-cidades... – balbuceó a duras penas – M-Me h-has g-ganado...
D-Disfrútalo mientras p-pued-das...
Y cayó al
suelo con una sonrisa dibujada en sus labios.
- ¡Yuni...!
Yando corrió
veloz a rescatar a su hija. Cuando llegó a la jaula, su hija se abalanzó sobre
él con los ojos llenos de lágrimas, pero con la felicidad rebosando todo su
ser. A un lado de la jaula estaba Mortimer, con el collar de Yuni desconectado
en su mano y Daya a su lado.
- Bien está lo que bien acaba, ¿no te parece? – apuntilló sonriente el
bonachón mercenario, aunque se arrepintió inmediatamente de sus palabras al ver
el rostro cariacontecido de la mujer – Oh, vaya, lo siento. Yo...
- No te preocupes – Le disculpó Daya con amabilidad – Mi padre tiene
lo que se buscó. No es culpa de nadie más...
- Lamento mucho que esto haya terminado así, Daya – Se disculpó a su
vez Yando.
- Olvídalo – Le exculpó la mujer – Tú hiciste lo que él te obligó.
Lamento haber utilizado a tu hija. Lo siento de veras.
- Tonterías – espetó Yando – No tienes por qué disculparte. Las
acciones de tu padre nos han perjudicado a ambos, a ti incluso más. Debemos
mirar al futuro y seguir adelante, por duro que pueda ser.
- Dices bien – terció en ese momento Cassidy, que le lanzó un objeto
que Yando cogió al vuelo. Era el dispositivo que su amigo llevaba en el pecho
antes de morir.
- Eri te engañó – Le explicó Cassidy – Ese dispositivo era falso, dudo
mucho que pudiera activar el collar de Yuni. Buscaba que lo mataras, de un modo
o de otro.
- Ya... – El ex ladrón apretó el dispositivo entre sus dedos -, pero
eso no hace más llevadero el hecho de haber tenido que matar al que un día fue
mi mejor amigo.
- Mi padre se perdió hace ya tiempo, créeme – Le contó Daya – El
recuerdo del día en el que lo abandonaste a su suerte tras aquellos muros le
perseguía allá donde fuera. Como tú bien has dicho hace un momento, hemos de
olvidar este día y seguir adelante.
- Y para ello – terció en ese momento Mortimer -, ¿qué os parece si
nos vamos a tomar unas birras al “Ojo de Delcost”, eh?
- Dudo mucho que os dejen entrar ahí otra vez – apuntó Yuni -, sobre
todo después de la que armasteis con el encapuchado.
- Oh, vaya, es verdad – Mortimer se ruborizó al recordar lo ocurrido con
Raikon - ¿Conocéis de algún otro lugar en el cual podamos tomarnos algo?
- ¿Qué tal en mi casa? – indicó Yando.
- Por mí, perfecto – Señaló Mortimer.
CONTINÚA