Tanque Bradock. Tanque al rescate
-Prólogo-
El interior de la prisión de alta
seguridad del planetoide satélite Lythos
V bullía de actividad a pocas horas de la tarde, una actividad poco
frecuente. Un motín. Y es que, teniendo como carceleros a soldados de élite de
la Confederación Intergaláctica de Fuerzas de la Justicia, los motines en dicha
cárcel eran raros, por no decir casi inexistentes. Pero había ocurrido.
Todo
empezó gracias a la organización por parte de uno de sus presos más peligrosos,
Jet Rothull, de un ataque bien organizado a los celadores del recinto. Tras
anular el sistema de alarmas del edificio, reducir a los guardias más veteranos
y acorralar a los mejor armados en una de las zonas menos vigiladas, el motín
llegó a buen puerto en tan solo unas pocas horas. Como resultado final, el
numeroso grupo de presidiarios se había apoderado de la prisión y hecho fuerte
tras sus protegidos muros.
Un
nutrido grupo de presos, dirigidos por el propio Jet, vigilaban ahora en lo
alto de los muros del patio. Lo hacían en previsión de la llegada de más fuerza
policial que intentara retomar el control de la prisión.
— ¡Gizmo, vigila bien por esa zona! —Le vociferó a uno de
los presos, que se había distraído unos segundos para encenderse un pitillo.
— ¡Joder, jefe, ya voy, coño! —Se quejó el aludido
haciendo un aspaviento con una de las manos y volviendo a tomar posición en su
sitio.
— ¡Stych! —llamó a gritos a otro de los presentes en el
muro. El tal Stych, un joven de unos veintidós años, flacucho y pelirrojo, alzó
la cabeza en señal de haberle escuchado— ¡Baja de ahí, te he dicho que te
quiero en las letrinas, joder!
— ¡Yo quiero estar aquí, Jet! —Se quejó el muchacho
bajando los hombros con desgana.
— ¡Que te vayas a las putas letrinas, ostias! —espetó
enfadado Jet.
Stych,
cabreado y soltando tacos a cada paso que daba, abandonó el sitio bajo los
chistes y las risas de sus compañeros. Cuando pasó junto a Jet, éste le dio una
patada en el trasero para meterle prisa, lo que provocó más carcajadas y mofas
de los allí presentes.
— ¿A qué cojones esperamos aquí, jefe? —preguntó otro de
los presos, un hombre de color, con un cuerpo enorme y musculoso y que sostenía
en su mano derecha una ametralladora gartlin— Deberíamos largarnos con viento
fresco, ¿no te parece?
— Como siempre, Munta —espetó con sorna Jet—, tienes tan
poco cerebro como abundante músculo. ¿A dónde irías sin una puta nave, eh? Por
si no lo sabes, estamos en un jodido planetoide —Jet abrió los brazos en cruz señalando
lo que les rodeaba—; así pues, fueras donde fueses, al final volverías a esta
puñetera cárcel.
— ¿Y cómo cohone vamo a consehir una nave? —Quiso saber
otro de los hombres, algo más pequeño que Munta pero igual de fornido y con un lenguaje
mal utilizado.
— Muy fácil, Yango... —explicó Jet tajante— Haremos que
nos la manden los de la CIFJ.
— ¿Y quién só eso? —preguntó Yango.
— Los de la Confederación Intergaláctica de Fuerzas de la
Justicia, atontao... —Le aclaró otro de sus compañeros.
— Ésta unidad pregunta cómo se va a conseguir el objetivo
—Una voz metálica distorsionada, proveniente de un cyborg de cuerpo delgado con
una cabeza larga y puntiaguda, lanzó la cuestión al aire.
— Oh, no te preocupes, HK-50 —Le contestó Jet palmeándole uno
de sus hombros—. Estoy seguro que enviarán dentro de muy poco una nave
transporte con más policías para intentar recuperar el control de este lugar.
Siempre lo hacen así.
Mientras
le explicaba eso al cyborg, un hombre de color, de su misma estatura pero algo
más fornido, se acercó caminando hasta él.
— Todo listo, Jet —anunció con una voz ronca y pausada—.
Las cargas están preparadas. Toma el detonador.
Jet
cogió el aparato en el aire, de forma cilíndrica y con un disparador en uno de
sus extremos, y se lo guardó en el bolsillo interno del abrigo que llevaba
puesto.
— Perfecto, Sánchez —apuntilló sonriendo—. Les daremos un
recibimiento que no se esperan. ¿Todo el mundo está listo?
Todos
los que estaban vigilando sobre lo alto del muro, diez presos en total,
respondieron afirmativamente. En ese momento, Un ruido de motores de nave
resonó en los cielos sobre sus cabezas.
— Vaya, qué rápidos... —apuntó Sánchez mirando hacia
arriba haciéndose visera con la mano para intentar ver mejor.
— Mejor que mejor —Sonrió Jet—. Antes podremos salir de
este sucio agujero, ¿no te parece, compañero? ¡A sus puestos!
Todos
los presentes cargaron sus armas y apuntaron hacia la nave, que permanecía
suspendida en el aire a unos cincuenta metros de altura. De repente, algo cayó de
ella hasta el suelo, golpeándolo como si fuera un enorme martillo y creando una
fuerte vibración en el terreno que levantó una nube de polvo.
Cuando
ésta se disipó, los presos contemplaron con estupor lo que había caído de la
nave. Era un solo hombre, de pelo pincho de color blanco, mandíbula y cuello
anchos y enfundado en una servo-armadura de combate de color negro pálido. Fumaba
un grueso puro que soltaba volutas de humo blanco.
— ¿Qué puta tomadura de pelo es esta? —preguntó entre
sorprendido y enojado Jet.
El
desconocido alzó el guantelete derecho y, formando una pistola con el dedo
índice y el pulgar, simuló que iba apuntando y disparando a los presos que
vigilaban el muro. Cuando terminó con el último, sopló el cañón de la
imaginaria pistola y la enfundó. Dio una profunda calada al puro y, sacándolo
de la boca, expulsó una gran bocanada de humo.
— Está bien, nenazas —habló por fin con una voz dura y
profunda—. Os doy dos opciones; podéis rendiros ahora, o bien intentar oponer
resistencia. Vosotros elegís. Por favor —añadió con sorna—, que sea lo segundo...
— ¿Vá a dehá qu’ese cabrón se ría de nohotro, jefe?
—vociferó Yango desde su posición.
— ¡¡Cállate y dispara, joder!! —gritó a su vez un cabreado
Jet— ¡¡Disparad todos, cojones!!
El
grupo de presos que vigilaba el muro abrió fuego sobre el recién llegado, que en
cuestión de segundos se vio envuelto por una densa nube de humo producida por
las ráfagas de las armas. Medio minuto después, Jet tuvo que gritar varias
veces para que sus hombres dejaran de disparar. Cuando éstos obedecieron, aún
podía escucharse el retumbar metálico de los cañones de la gartlin de Munta,
que seguían girando por la inercia.
La
nube de humo resultante impedía ver nada en su interior; cuando por fin se
disipó, los allí presentes vieron que el extraño seguía de pie en el mismo
sitio. Les miraba con una amplia sonrisa de satisfacción dibujada en su boca,
mientras un campo de fuerza casi invisible lo envolvía formando una semiesfera
protectora.
— ¿Habéis terminado ya? —preguntó sonriente— Bien; ahora
me toca a mí. Roc; mándame a Betsy.
— Marchando, jefe —Le comunicó por un auricular una voz
metálica.
En ese
momento, bañada en un haz de luz azul, ante ellos se materializó una enorme
gartlin de ocho cañones, de un metro de largo cada uno, que el extraño sujetaba
en sus manos como quien agarra una maleta de viaje.
— ¡Lets get roccked, guys! —anunció jubiloso el
desconocido abriendo fuego.
“¡Bienvenidos a la doble ca, uve doble!; la emisora que recorre el
espacio... y el tiempo.
¡Hey, colegas! Vuestro
viejo amigo Al Crespo os trae la mejor música para alegraros la tarde. ¿Estáis
preparados para la marcha?
Tenemos una nueva
llamada; ¿sí, dígame?
V-Voy... v-voy a
suicidarme. A-Adiós...
¡BANG!...
Tutuuuuuuuuuuuuuuuuut...
¡Bueno, colega, un mal
día lo tiene cualquiera!
Os dejamos ahora con el tema
“Don’t look back in anger”, de los hermanos Gallagher, que nos deleitaron con
su música en el viejo siglo XX.
¡Y que os sea leve!
¡Doble ca, uve doble!;
la emisora que recorre el espacio... y el tiempo”
La
enorme ametralladora escupía ráfagas de balas a una velocidad escalofriante,
destrozando todo aquello cuanto se cruzaba en su camino. Los impactos contra el
muro dejaban en éste boquetes del tamaño de melones y los cascotes que éstos
arrancaban salían dispersados en todas direcciones. El ensordecedor rugido de
la temible arma mitigaba en buena parte los gritos de terror de los presos, que
intentaban, sin poco éxito, eludir los mortales proyectiles que surcaban el aire.
Dos
minutos y medio más tarde, segundo arriba, segundo abajo, los cuerpos sin vida
de los diez presos amotinados que vigilaban el muro yacían sin vida en el
suelo, semienterrados bajo un número incontable de cascotes. Del resto, HK-50,
Sánchez y Jet, sólo quedaban con vida el cyborg y el cabecilla de la revuelta.
El
primero tenía buena parte de su anatomía metálica destrozada por los disparos;
sólo le quedaban intactos la cabeza y el brazo derecho, que articulaba a duras
penas en un intento fútil de arrastrarse por el suelo para alejarse del lugar.
En cuanto a Jet, sentado contra la pared del medio derruido muro y temblando
como un niño pequeño, apuntaba al desconocido asaltante sujetando en una de sus
manos un bláster de cañón doble, mientras que en la otra mostraba el detonador
de las bombas en señal de amenaza. Sus dos piernas estaban destrozadas por los
disparos.
— Hijo de puta... —balbuceó a duras penas— Voy a volarlo
todo por los aires... ¡Enviaré a todos al puñetero infierno!
El
extraño apenas se inmutó ante la amenaza del preso. Simplemente se limitó a
soltar una nueva bocanada de humo del puro que sostenía entre sus dedos.
— ¿Y a mí qué cojones me cuentas? —preguntó encogiéndose
de hombros como si aquello no le importase lo más mínimo— Por mí como si te
metes ese chirimbolo por el puto culo y aprietas el botón tirándote un pedo,
colega. Adelante, púlsalo. Serán unos fuegos artificiales cojonudos. Venga,
hazlo.
— ¡Cabrón...! —La mano con la que Jet sostenía el pulsador
temblaba ostensiblemente— ¿Crees que no lo haré? ¡Pues te equivocas conmigo,
joputa! —Para corroborar su amenaza, colocó el pulgar sobre el botón.
— Es lo que pasa cuando un pringáo va a un puticlub por
primera vez —apuntilló el desconocido—; que habla tanto que al final la puta se
va a follar con otro. ¡Trae p’acá eso, mamón!
Sin
darle tiempo a reaccionar, le arrebató de la mano el detonador y, acto seguido,
pulsó el botón. Del interior del edificio penitenciario se oyeron cuatro
explosiones en cadena, acompañadas de una enorme bola de humo y fuego que salió
al exterior por la puerta principal, que voló por los aires al ser arrancada de
sus goznes.
El
extraño dio otra calada al puro, soltando una nueva bocanada de humo, antes de
hablar por el intercomunicador acoplado al lóbulo de su oreja derecha.
— Bradock a nave. Ya he terminado aquí. Súbeme, Roc.
— D’abuten, jefe. Subiendo p’al carro.
CONTINUARÁ