7 – Un
nuevo trabajo
A
la mañana siguiente, al salir de sus respectivos camarotes, Bradock y Roc se
cruzaron en el corredor que conducía al puente. Ambos se miraron durante un par
de segundos antes de ponerse en marcha.
— Borra esa estúpida sonrisa de tu
cara, montón de hojalata —Le conminó Bradock al robot.
— Soy un androide, no puedo
sonreír —respondió Roc.
— Ya, claro.
— ¿La señorita June está...?
— Está durmiendo en mi cama.
— Oh, por supuesto. Qué tonto
soy...
Ambos
llegaron al puente y Bradock reactivó a Neska con una orden.
— ¿Tenemos algún mensaje nuevo?
—preguntó a la computadora.
— Cinco mensajes —contestó ésta.
— ¿Alguno ofreciéndonos trabajo?
— Tres. Uno es de la Compañía Indi
Anajones, de búsqueda de tesoros antiguos. Necesitan que les recupere un arca
que han perdido.
— Nah, paso de eso. ¿El otro
mensaje?
— La Corporación Allbreum solicita
de sus servicios para transportar un cargamento especial desde uno de sus
laboratorios.
— Deja a un lado este. ¿El
tercero?
— Es de su amigo Blanco Nieves.
— ¿Blanco Nieves? —Bradock esbozó
una sonrisa al oír el nombre— ¿Qué tripa se le ha roto al pequeñajo?
— Necesita que traslade un pequeño
cargamento de armas hasta el planeta Omadown.
— Hum... —Bradock meditó el asunto
unos segundos— ¿Dónde se encuentra ahora el enano?
— El mensaje ha llegado desde Taurus IV.
— Bien, nos pilla cerca. Pon rumbo
hacia allí, Neska. Aceptaremos ese trabajito.
— De acuerdo, jefe. Estableciendo
ruta más apropiada —informó la computadora—. Tiempo estimado de llegada: Tres
horas y veinte minutos. ¿Pongo algo de música?
— Eso no tienes ni que preguntarlo,
querida —respondió Bradock.
— Ya que está con nosotros la
señorita June, sugiero que sea una pieza de Vivaldi, o de Verdi —propuso Roc.
— Que te lo has creído, chatarra
—espetó su jefe—. Neska; pon Rammstein y dale caña.
— Marchando, jefe.
Y,
para desgracia de Roc, la nave volvió a vibrar bajo los acordes de la música de
Rammstein durante las tres horas que duró el viaje. Para mitigar buena parte de
su sufrimiento, el androide se encerró en su camarote para escuchar la música
que él prefería. Su mala fortuna quiso que pasara hora y media desbloqueando el
terminal portátil donde guardaba toda su música. Dicho bloqueo llevaba la firma
inconfundible de la computadora central de la nave, llevado a cabo con la poca
sana intención de jorobar al androide.
— Hemos llegado a Taurus IV —anunció Neska al llegar al final
del trayecto.
— ¿Taurus IV? —June, que llegaba en ese instante al puente de mando,
pareció extrañada al conocer el lugar de destino— ¿Qué se te ha perdido a ti
allí, grandullón?
— Negocios, nena. Simples negocios
—respondió Bradock—. Neska, ponme en contacto con Blanco.
La
computadora obedeció la orden y estableció contacto con Blanco Nieves. Segundos
más tarde, en uno de los monitores del cuadro de mandos de la nave pudo verse
una imagen borrosa.
— ¿Qué carajo le pasa a la imagen,
Neska? —preguntó Bradock extrañado por la mala calidad de la emisión.
— No te molestes en sintonizarla
—contestó la figura borrosa de la pantalla—. No es culpa de tu computadora.
Estamos sufriendo las consecuencias de una tormenta solar ocurrida hace unas
horas en el sol de Taurus IV. Una
putada, lo sé, pero es lo que hay.
— ¿Qué te cuentas, canijo? —saludó
Bradock al reconocer la voz de Blanco Nieves.
— Aquí estoy, tirando. ¿Cómo te
van las cosas?
— Ya ves, como siempre.
— Ya me he enterado de la que
liaste en Lythos V. Dime una cosa ¿no
te cansas de ser tan cazurro?
— Bah, tú habrías hecho lo mismo
¿que no? —Bradock sonrió abiertamente.
— Veo que no cambiarás nunca. En
fin...
— Vamos al grano —Bradock cortó la
conversación para centrase en el tema que les interesaba—. ¿Dónde nos reunimos
para concretar los detalles del trabajo?
— Ven a la ciudad de Nadiuska y
busca uno de mis garitos, el Nekos.
Allí nos veremos para hablar de los pormenores. Ah, sí... —añadió Blanco antes
de cortar la comunicación— Mucho cuidado con montar jaleo en mi local.
— Vaya, ese hombre le conoce
bien... —señaló Roc sarcástico.
Minutos
más tarde, Bradock era teleportado a tierra a escasos metros del local indicado
por Blanco. El Nekos estaba situado
en una calle amplia, por lo que su cartel de neón, donde podía leerse
el nombre en color rojo junto a una exuberante mujer desnuda, destacaba
notablemente.
Bradock
atravesó la puerta de entrada, flanqueada por dos fornidos buldang de brazos cruzados, y se sumergió en la densa atmósfera del
garito. Una ruidosa música, compuesta con flautines, timbales y un acordeón,
retumbaba por las cuatro paredes del local. El techo estaba cubierto por una
nube de humo que aglutinaba los más variopintos olores. Las mesas estaban todas
ocupadas, así como la pequeña barra en donde dos guapas camareras ponían copas
a la clientela mientras otras cinco más servían en las mesas. Estaba tan
concurrido el local, que la mala fortuna quiso que Bradock se golpeara contra
la silla de uno de los clientes, un enorme marciano de cuerpo verde y musculoso
y cuatro brazos, que se levantó hecho una furia soltando gruñidos y bufidos.
— ¿Es que no tienes ojos, montón
de mierda de ñak? —bramó agarrando a
Bradock por los brazos y zarandeándole.
El
asunto pintaba bastante mal para el mercenario, pero, de pronto, el marciano
puso los ojos saltones, gruñó quedamente y se encorvó sobre si mismo. A su
espalda una voz rompió la tensión.
— A ver, repetiré las tres reglas
de este local: Drogas, no. Broncas, fuera. Y por último, pero no menos
importante, respetar a las camareras. ¿Lo has entendido?
El
marciano, llevándose dos de sus manos a los genitales, apretados y retorcidos en
ese momento por otra pequeña pero robusta mano, respondió afirmativamente
sacudiendo la cabeza.
— Bien. Entonces, siéntate en tu
mesa y tómate otra copa. Invita la casa en esta ocasión.
El
marciano obedeció a regañadientes y se sentó obediente en su mesa, siendo
atendido en el acto por una de las camareras.
— Veo que controlas bien a tu
clientela, canijo —dijo Bradock contento de haber eludido el enfrentamiento.
— Como supuse, no has tardado
mucho en meterte en problemas. Ven conmigo.
Bradock
siguió al dueño del Nekos, Blanco Nieves,
un hombre de apenas metro cuarenta de altura, bigote a lo Charlot, cabello
corto y moreno y unos noventa kilos de peso, hasta un pequeño almacén al que
accedieron por detrás de la barra del bar.
Allí
dentro les esperaban dos mujeres; una daxoriana y una rowanita. La primera
lucía una corta cresta rojiza como peinado y su piel era muy morena. La
segunda, un poco más baja que la daxoriana, lucía una melena morena corta y su
piel era blanca como la leche. Ambas portaban en sus caderas pistolas de plasma
y las dos tenían pinta de saber utilizarlas muy bien.
— Vaya, veo que sabes rodearte de
buena compañía —apuntó Bradock al ver a las dos mujeres—. Señoritas, un placer...
— Son lesbianas —Le aclaró de
antemano Blanco—. Tus “encantos” masculinos no surtirán efecto en ellas, así
que olvídalo.
— Es una lástima... —dijo
desilusionado el mercenario.
— Bien —Le indicó Blanco a
continuación—. Estas son las cajas que necesito lleves hasta Omadown —Le mostró
un grupo de seis cajas de madera apiladas formando una torre. Medían un metro
de largo, por cuarenta centímetros de alto y de ancho.
— ¿Fusiles? —Bradock miró a Blanco
de refilón al lanzarle la pregunta.
— Mausser 654. Buena cadencia de tiro y óptimo alcance de fuego.
Baterías Tomberi con carga para unos
ciento cincuenta disparos. A los milicianos de la Fuerza Libertadora de Omadown
les dará más poder de ataque y a mí me harán un poco más rico... Y a ti
también, por supuesto —apuntó finalmente Blanco.
— ¿Por qué no los llevas tú mismo?
— Uno de mis últimos negocios no
salió todo lo bien que esperaba —matizó el enano mesándose la barbilla—. No me
conviene dejarme ver por allí en una buena temporada, por aquello de dejar que
las aguas vuelvan a su cauce. Ya sabes...
— El trabajo te costará dos mil
créditos —Señaló Bradock sin rodeos.
— ¿Dos mil? ¿Me has tomado por un
cajero automático o qué? —Se quejó Blanco escupiendo en el suelo.
— Puedes buscarte a otro, si el
precio te parece elevado...
— ¡Pues claro que el precio me
parece elevado, joder! Te pagaré mil créditos como mucho... ¡Ni uno más!
— ¿Mil créditos, dices? ¿Desde
cuándo te has vuelto tan tacaño, Blanco?
— Mil créditos —Blanco hizo caso
omiso a la puyita de su amigo—. Los tomas o los dejas.
— ¿Mil doscientos? —Pujó Bradock
para aumentar el precio— Ten en cuenta que tengo que pagarle su parte a mi
compañero.
— ¿Tu compañero? ¡Tu compañero es
un puto androide! ¿Para qué narices necesita ese robotucho la pasta, eh?
—Blanco volvió a escupir en el suelo y, tras rascarse la cabeza y pensárselo
unos segundos, aceptó el precio ofrecido por su amigo— Vale, acepto. Te pagaré
esos mil doscientos.
— Me gusta hacer tratos contigo,
pequeñajo —Bradock le extendió la mano abierta en señal de aprobación del
contrato.
— ¡Nos ha jodido! —Blanco se la
estrechó de mala gana— Por tu bien espero que el cargamento llegue en perfecto
estado.
— ¿Acaso te he fallado alguna vez,
canijo?
— ¿Eso es una pregunta o una
afirmación? —espetó con sarcasmo Blanco Nieves.
— Neska, aquí Bradock —El mercenario habló con la computadora a
través de uno de sus guanteletes—. Recalibra el rayo teletransportador a un
diámetro de metro y medio justo en la zona en la que me encuentro.
— De acuerdo, jefe.
— Bueno, os dejo ya —Se despidió
de Blanco y sus dos compañeras con un saludo militar—. Sedme buenos y no me
hagáis cochinadas, eh...
— ¡Te he dicho que son...! —Pero
al ver cómo el mercenario se esfumaba en el aire convertido en miles de
puntitos de colores, Blanco Nieves optó por no terminar la frase— Capullo...
CONTINUARÁ
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