11 – Un
trago amargo
Tras
cuarenta largos minutos de caminata, el grupo logró atravesar por completo el
bosque y salir a campo abierto. Ante ellos se abría una extensa llanura, en
medio de la cual se divisaba el campamento de los omadíes. Era un recinto amurallado del que sobresalía una torre
ancha en el centro. Sobre ella, un cañón láser antiaéreo disparaba ráfagas
contra dos naves que sobrevolaban el perímetro. Cada esquina de la muralla
disponía de una pequeña ametralladora de plasma. Las dos frontales unían su
fuego en ese momento al del cañón.
— ¿Creéis que es una buena idea
atravesar campo abierto ahora mismo? —preguntó June observando la escena desde
donde estaban.
— No nos queda más remedio —apuntó
Bradock observando con la mano haciéndole de visera el terreno que se extendía
ante ellos—. Si permanecemos mucho tiempo aquí, podríamos vernos sorprendidos
por otra patrulla.
Una
de las naves fue alcanzada en ese momento por los disparos del cañón y,
envuelta en una bola de llamas, cayó en picado y se estrelló contra el suelo.
— La ocasión la pintan calva
—señaló Bradock—. Ahora o nunca. ¡En marcha!
Echaron
a correr campo a través todo lo rápido que la carga se lo permitía. Confiaban
en que la nave enemiga fuera entretenida por el fuego del cañón y las
ametralladoras lo bastante como para poder llegar a las puertas del campamento
sanos y salvos. Era una esperanza vana, pensaba Bradock, porque la probabilidad
de que eso ocurriera era solo del dos por ciento.
— ¡vamos, empujad! —apremió a sus
compañeros— ¡Ya falta poco!
Cuando
ya habían recorrido la mitad del trayecto que les separaba del campamento,
ocurrió lo que tanto se temían. La nave les descubrió y enfiló el vuelo hacia
ellos.
— ¡Nos ha visto! —apuntó el
copiloto Yan.
— ¡Cállate y sigue empujando!
—espetó Bradock poniéndole más ímpetu a su arrastre, al tiempo que arengaba al
resto— ¡No miréis atrás! ¡Seguid corriendo!
Cuando
la nave les sobrepasó por la izquierda, generó una ventolada que les medio
frenó en su carrera. Arengados por los gritos de Bradock, los omadíes y June empujaban y tiraban de la
carreta con todas sus fuerzas, sabedores de que su suerte caminaba en ese
momento sobre una cuerda muy fina. La nave corregía el rumbo para atacarles una
vez más.
— ¡Ahí vuelve! —anunció Sento, el
piloto.
La
mala fortuna golpeó justo en ese instante. El capitán Koe pisó mal y se torció
el tobillo, cayendo al suelo con un grito de dolor. June corrió a socorrerle,
lo que dejó a sus otros compañeros con el inconveniente de cuatro brazos menos
tirando de la carga. Las ráfagas de la nave les pasaron muy cerca, y los
disparos levantaron pequeñas cortinas de hierba y tierra, junto con una nueva
ventolada.
— ¡Aléjese! —Le gritó Koe a June —
¡Váyase con ellos, señorita!
— ¡Oh, por favor, capitán! —Le
espetó ella enojada— ¿Es que ahora me va a venir con lo del orgullo de machito?
¡Venga, arriba!
Levantó
al capitán del suelo y le pasó el brazo por encima de su hombro, para que se
apoyara en él. Por suerte, June era algo más fuerte que Koe, por lo que no la
resultó muy difícil cargar con su peso, aunque si que dificultaba bastante su
movimiento. Echaron a correr a trompicones cuando la nave viró una vez más para
volver al ataque.
— ¡Cien metros, capitán! —Le dijo
June a Koe para animarle— ¡Solo nos separan cien metros de esos malnacidos!
¡Apúrese!
— Aunque no lo crea —bromeó él—,
fui medalla de oro en los cien metros lisos cuando estudiaba en la academia.
— ¡Pues ha llegado el momento de
hacer valer esa medalla, capitán!
Ambos
seguían corriendo como podían; June soportando buen parte del peso del capitán
Koe y este arrastrando el pie herido. Las ráfagas de la nave se les acercaban
peligrosamente, amenazando con alcanzarles de un momento a otro. Debido a lo
torpe de sus movimientos, la ventolera provocada por la nave les frenó en seco
en el sitio, y lo peor de todo era que ésta giraba otra vez para realizar otra
pasada. Cuando la vieron enfilar hacia ellos otra vez, June y el capitán Koe supieron
con certeza que estaban perdidos. La fuerte voz de Bradock les sacó de su
error.
— ¡Fuego!
Cuatro
ráfagas láser de gran potencia secundaron la orden del mercenario. Y es que,
habiendo sido completamente ignorados por el piloto de la nave, Bradock tuvo la
feliz idea de abrir una de las cajas de rifles que transportaban y usarlos para
defenderse. Un solo rifle sería muy poca cosa contra una nave como aquella,
pero cuatro juntos representaban una amenaza a tener en cuenta, tal y como pudo
comprobar el piloto al ver cómo uno de sus motores reventaba envuelto en una
pequeña bola de fuego. Girando sobre sí misma como una peonza desbocada, la
nave cayó a tierra y se estrelló.
Los
omadíes estallaron en gritos de
júbilo mientras enarbolaban victoriosos los rifles en alto. Como el trecho que
les quedaba hasta el campamento era corto, Bradock le pidió al copiloto Yan que
ayudase a June a cargar con el capitán, mientras él se encargaba de las cajas
junto con el piloto Sento y el soldado Lomen. Con los ánimos renovados, el
grupo se dispuso a reemprender la marcha, pero un nuevo ruido a sus espaldas
llamó su atención.
Todo
ocurrió en cosa de segundos; al escuchar el ruido, todos se volvieron y fue
entonces cuando lo vieron. Era otro todoterreno armado con una ametralladora.
Había surgido del bosque que dejaron atrás minutos antes y estaba disparando
contra ellos. Todos reaccionaron al unísono contraatacando con sus armas,
logrando con sus disparos abatir al conductor del vehículo, que terminó dando
varias vueltas de campana antes de explotar. El otro soldado, el que manejaba
la ametralladora, salió despedido violentamente por los aires aterrizando de
mala manera contra el suelo sobre su cabeza.
Todos
respiraron aliviados y felices por haberse librado de esta nueva amenaza, e
incluso lanzaron al cielo algún grito de victoria. La tenue voz del copiloto
Yan les sacó de ese breve momento de euforia colectiva.
— Lo siento, capitán...
— ¿De qué habla, copiloto?
Con
un leve gemido de dolor, Yan se desplomó en el suelo junto a su capitán. De su
estómago surgía una mancha granate y oscura que se iba extendiendo cada vez
más. Había sido alcanzado de lleno por los disparos del todotereno antes de ser
abatido por sus compañeros.
— ¡Yan! —gritó el capitán Koe al
darse cuenta de la gravedad del asunto.
— ¡Oh, no! —exclamó horrorizada
June al ver la herida.
— ¡Aguanta, muchacho! —Bradock
acudió junto al copiloto y le taponó la herida con las manos— Quédate con
nosotros soldado ¿entendido?
— S-soy c-copi...loto, no
s-soldado, s-señor... —Gimió Yan.
— Vale, lo que tú digas, copiloto
—aseveró Bradock con el semblante taciturno— Te vienes con nosotros y haremos
que te curen en el campamento. Venga.
Bardock
usó la chaqueta que Sento le tendió para taponar la herida del copiloto y
luego, con sumo cuidado, lo colocaron sobre las cajas de rifles. Acto seguido
reemprendieron la marcha a toda prisa, aunque ahora solo tiraban de la
carretilla Bradock, el piloto Sento y el soldado Lomen, puesto que June tenía que
cargar con el capitán Koe. Para romper la tensión que les rodeaba, Bradock le
empezó a contar chistes al copiloto.
— Un borracho le grita a una
mujer: “¡Fea!”. “¡Borracho!”, le dice ella. Y el hombre la responde: “Pero a mí
se me pasa mañana”.
Yan
intentó reír al escuchar el chiste, pero el dolor de la herida se lo impidió.
En lugar de eso, espetó escuetamente:
— Q-qué m-malo...
Bradock
volvió a la carga con otro chiste igual de malo. Por fin llegaron al campamento
y les abrieron las puertas, siendo recibidos por el oficial al mando, un hombre
de semblante rudo, mandíbula ancha, mostacho negro poblado, cejas profundas,
nariz gruesa y ojos glaucos.
— ¿Quién está al mando? —inquirió
con urgencia Bradock.
— Coronel Khanz —saludó el hombre
con una mano—. ¿Necesitan ayuda?
— El muchacho —Bradock señaló al
copiloto.
— Haré que lo atiendan de
inmediato.
— C-creo que no es necesario...
—June, con la voz rota, señaló el brazo del copiloto, que colgaba inerte sobre
las cajas en las que yacía su cuerpo— Ha muerto.
Bradock,
lleno de frustración, cerró sus puños con fuerza. Luego se dirigió hacia el
capitán Keo y le pidió la chaqueta de su uniforme. El capitán se la entregó de
buena gana y Bradock cubrió con ella el cuerpo sin vida de Yan. Luego, con toda
la solemnidad de la que pudo hacer acopio, despidió al muchacho con un saludo
militar, siendo acompañado en ese gesto por el resto del grupo allí presente.
— Descansa en paz, muchacho
—musitó Bradock mientras June, consternada por el dramático desenlace, se abrazaba
a él.
Minutos
más tarde, tras formalizar el pago del cargamento de armas, Bradock se puso en
contacto por radio con la nave para facilitar las coordenadas para el
teletransporte. Antes de realizarse el traslado, el capitán Koe le entregó una
botella de vino a Bradock.
- Bébasela a la salud del copiloto
Yan, señor —Le pidió Koe.
— Así lo haré, capitán —dijo
Bradock despidiéndose de él—. Cuídense. Adiós.
Ya
de regreso en la nave, el mercenario se encaminó a su camarote sin mediar
palabra alguna con Neska o Roc. Una vez a solas, descorchó la botella y bebió
un largo trago. Contemplando la inmensidad del espacio a través del ventanal de
su camarote, Bradock lanzó un brindis al vacío.
— A tu salud, Yan.
Donde quiera que estés ahora.
CONTINUARÁ