9 –
Entrega a domicilio
“¡Doble ca, uve doble!;
la emisora que recorre el espacio... y el tiempo.
¡Hey! De nuevo con
vosotros Al Crespo, para informaros que hemos baneado de nuestra página web intergaláctica
a un tal “Barón Dandy”.
Mira, colega... Sí, te
hablo a ti, “Barón Dandy”. No sé quién o qué carajo eres, pero me tienes hasta
los huevos con tus puñeteros mensajitos y tus absurdas peticiones musicales:
¿Vivaldi?, ¿Schubert?, ¿Mozart?... ¿En qué puto siglo vives, colega? ¡La música
clásica dejó de sonar hace milenios! ¿Te enteras? ¡M-i-l-e-n-i-o-s!
Así que deja de darme la
lata con tus peticiones; tengo cosas más importantes que hacer que aguantar a
un pelmazo como tú, gilipollas.
En fin, eso era lo que
quería deciros. Ahora os dejo con el tema “Shut up and let me go”, del grupo The ting tings. Que
tengáis un buen día, colegas. Ciao.
¡Doble ca, uve doble!;
la emisora que recorre el espacio... y el tiempo”.
Llegaron
sin más contratiempos a su destino, siendo recibidos por otra nave de
transporte que estableció contacto con ellos por vídeo. Según los tripulantes
de la nave extranjera, solo dos personas subirían a bordo con la carga
esperada. Bradock accedió a la petición y decidió que serían él y June quienes
lo hicieran. Roc seguía aún en su camarote, maldiciendo en varias lenguas
indescifrables porque había sido baneado de una web intergaláctica, sin motivos
lógicos, según él. Para desgracia de Bradock y June, tuvieron que transportar
ellos solos las seis cajas de armas a la otra nave.
Minutos
después, partían hacia el planeta, para llegar al lugar en donde les estaba
esperando una persona para cerrar el trato. Bradock y June iban sentados en un
banco. Los dos iban armados: ella con sus dos blásteres y él con dos pistolas
de plasma. Frente a ellos, dos omadíes,
gentilicio usado por los habitantes de Omadown,
de piel violácea, y cabello corto y rubio, les observaban con ojos negros e
inexpresivos. Sus uniformes eran blancos, con los costados de color azul
marino. La abertura de las chaquetas se situaba en la parte derecha del pecho,
donde podía verse un emblema de un triángulo blanco, del cual sobresalía la
silueta en gris de un águila con las alas extendidas. Bradock sacó de un
bolsillo de su camisa un puro.
— ¿Puedo, colegas?
Los
omadíes no respondieron. Uno de ellos
se limitó a encoger ligeramente los hombros, por lo que el mercenario procedió
a encender el puro y soltar una buena bocanada de humo tras darle una calada.
Desde
su posición, Bradock podía ver parte de la cabina de la nave, con sus dos pilotos.
A través del cristal de la carlinga principal podía ver también algo del
exterior. Cuando por fin entraron en la atmósfera del planeta, pudo divisar
parte del paisaje del mismo. Veía dos regiones demarcadas rodeadas por cadenas
montañosas y atravesadas por un largo río. Cuanto más se acercaban a la
superficie, más visibles eran las huellas propias de la guerra que se estaba
librando en ese planeta.
Columnas
de humo negro despuntaban hacia el cielo cubierto de nubes grises. Naves de
transporte y de batalla iban y venían de un lado a otro. Unas recogían heridos
en distintos lugares, otras caían abatidas por fuego enemigo. Cañones láser
antiaéreos rasgaban los cielos con sus ráfagas, mientras columnas de naves
terrestres peinaban otras zonas ocupadas por el enemigo.
— ¿Cuánto tiempo lleváis en guerra?
—Quiso saber June.
— Seis ciclos —respondió secamente
uno de los omadíes.
— ¿Seis ciclos? Eso son...
— Seis años terrestres, June
—Bradock le aclaró la duda con cierto tono de tristeza en su voz—. Seis largos
años terrestres.
De
repente, la nave sufrió una fuerte sacudida, seguida de un chisporroteo que
escupió un panel.
— ¿Qué ocurre, piloto? —Uno de los
omadíes se acercó un poco a la cabina.
— ¡Nos disparan, señor! —respondió
el piloto— ¡Estamos cruzando zona enemiga y somos un blanco fácil!
— ¡Pues abandone esta zona lo antes
posible, no quiero que jueguen con nosotros al tiro al blanco!
— Lo intento, señor —apuntó el
piloto—, pero nos han dado en uno de los motores y será un milagro si nos
libramos con bien de esta.
— ¡Maldita sea! — El omadíe dio un puñetazo en
la pared metálica y soltó un juramento que Bradock no entendió — ¡Sujétense
fuerte, nos vamos a mover más de lo normal!
Sus
palabras fueron secundadas por otra nueva sacudida y dos nuevos chisporroteos
en sendos paneles de la nave. Después, la nave entró
en picado y comenzó a caer en barrena.
— ¡Aguanta aquí! —Le ordenó Bradock a
June mientras intentaba llegar hasta la cabina.
— ¿¡Qué vas a hacer!?
— ¡Aterrizar este maldito trasto
antes de que se estrelle con nosotros dentro!
Bradock
logró llegar al asiento del copiloto, que se apartó y le dejó su sitio. El
mercenario ocupó su posición y agarró los mandos de la nave.
— ¡Yo me encargo de esto! —Le dijo
al piloto.
— ¡Es imposible elevarnos, no
tenemos motores! –Le informó el piloto.
— ¡Me conformo con poder aterrizar
este trasto en el suelo! –espetó Bradock.
Sujetando
el timón con ambas manos, tiró de él hacia atrás para tratar de enderezar la
nave. A través del cristal de la carlinga, podían ver el suelo acercándose a
ellos a bastante velocidad.
— ¡No lo conseguirá! —gritó el
piloto empotrando su espalda contra el respaldo de su asiento y agarrando con
fuerza los reposabrazos del mismo.
— ¡Y una mierda! —espetó Bradock.
Colocó
sus pies sobre la consola frontal de la cabina para hacer fuerza con ellos.
Tiró hacia atrás del timón con toda su alma, rezando para que la nave
recuperase verticalidad.
— ¡Vamos, maldita, enderézate!
Cuando
apenas les separaban cincuenta metros del suelo, la nave se enderezó y cayó en
tierra sobre su panza. Arrastrándose cientos de metros, dibujó un enorme surco
a su paso mientras atravesaba un pequeño bosque de extraños árboles de delgados
troncos. Tras detener su movimiento, los ocupantes de la nave respiraron aliviados.
— Gracias —dijo el piloto mientras
se secaba el sudor de la frente—. Nos ha salvado.
— Bueno, era lo menos que podía
hacer. Me iba la vida en ello —dijo Bradock con una sonrisa en su cara.
Tras
sofocar un pequeño incendio producido en un par de paneles, cerciorarse de que
todos estaban bien, y comprobar que la carga que llevaban estaba intacta,
salieron de la nave.
— La buena noticia es que hemos aterrizado
cerca de nuestro campamento —apuntó el que parecía ser el capitán de los omadíes.
— ¿Y la mala? —preguntó June.
— Que no tenemos en qué llevarnos
las cajas.
—
Piloto ¿cómo está el tren de aterrizaje de la nave? —preguntó Bradock.
—
Intacto. ¿Por qué lo pregunta?
—
Porque, aprovechando el tren de aterrizaje y unas cuantas planchas que le
quitemos a la nave, podemos fabricar una carretilla para transportar las cajas.
—
¿Podría hacerlo? —inquirió con sorpresa el capitán.
—
Oh, sí —espetó June—. Le aseguro que sí puede.
—
¿Tienen caja de herramientas? —preguntó Bradock sacudiendo las manos.
—
Se la traeré ahora mismo —dijo el copiloto solícito.
—
Usted y su compañero vigilarán —Le explicó Bradock al capitán omadíe—; no queremos visitas inesperadas
mientras trabajamos. El piloto y el copiloto nos ayudarán a mi compañera y a mí
con el trabajo. ¿De acuerdo? —los presentes asintieron— Bien. Pues será mejor
que empecemos lo antes posible.
—
¡Aquí están! —El copiloto regresó en ese momento con la caja de herramientas.
—
Perfecto. Entonces, al tajo.
—
Dime una cosa —dijo June cruzándose de brazos—; ¿cómo te las arreglas para
convertir cada viaje en toda una epopeya?
— Cuestión de
práctica, cariño. Cuestión de práctica.
CONTINUARÁ
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