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TIERRA SIN REY


TIERRA SIN REY.  Por El Abuelo.

                                               El viento arrastraba el sonido de tambores lejanos. Nameb, jefe del clan de los Zhem, observaba el paisaje que le rodeaba. Las finas gotas de lluvia que caían arrastradas por el viento mojaban su cara.  Cerró los ojos y respiró profundamente. Trató de hallar en su mente una explicación a los motivos que le habían llevado hasta ese extremo. Como no los halló en su mente, trató de hallarlos en su corazón. Tampoco halló motivo alguno. La guerra pues, iba a dar comienzo.
                            Nashiv, capitán de la caballería, se presentó ante su jefe con las últimas noticias sobre el enemigo y su posición. Las noticias eran todo lo buenas que se podrían esperar, teniendo en cuenta que el enemigo era uno de los ejércitos más poderosos de las tierras del sur. Según los espías enviados horas antes, el nerviosismo y la incertidumbre empezaban a adueñarse de los soldados, y su líder  empezaba a tener problemas para controlar los ánimos de sus hombres.
- Como veis, señor, será una batalla fácil de ganar - aseguró triunfante Nashiv – Los hombres de Persenak no están muy por la labor de defender a un jefe que les obliga a pelear por un puñado de tierra, pasando frío bajo la lluvia.
                            Nameb daba la impresión de estar absorto en sus pensamientos y parecía no prestar atención a lo que su capitán le decía.
- Así que piensas que será una batalla fácil.... – el viejo Nameb se giró despacio para mirar a su capitán – Recuerda esto bien, mi querido Nashiv, nunca ha habido, ni habrá, una batalla fácil.
- Lo sé, señor, me refería a.... – Nashiv  trató de explicarse, pero el anciano jefe le atajó cortésmente.
- Sé a lo que te refieres, mi buen amigo, pero muchas veces se perdieron guerras y batallas que parecían ser fáciles, por culpa de hombres que estaban demasiado confiados en la victoria.
                            En el aire sonaron trompetas que anunciaban la proximidad del enemigo. Ambos, Nameb y Nashiv, escudriñaron el horizonte, con cierta preocupación el primero y con cierta ansiedad el segundo.
- ¿Están listos los hombres? – preguntó Nameb a su capitán de caballería.
– Si señor – respondió presto Nashiv – Dadnos la orden y acabaremos con ellos en un abrir y cerrar de ojos.
- ¿Acabar con ellos?.... – el anciano jefe no lograba entender muy bien el afán de lucha del joven Nashiv – Prepara a cuatro hombres y envía ante Persenak a un mensajero solicitando audiencia, por favor....
- .... No os comprendo – Nashiv parecía no haber entendido la orden - ¿Queréis parlamentar con ese majadero?
                            El anciano esbozó una amable sonrisa al mirarle.
– Así es, mi joven capitán...., así es.
– Pero, ¿por qué...? La victoria es nuestra. ¡Dad la orden y los aplastaremos!
                            Nameb posó su mano sobre el hombro de Nashiv. Con ese acto no solo intentaba aplacar la ansiedad del joven,  quería también animarse a sí mismo.
-.... Porque existe una forma mejor de hacer la guerra, amigo mío – Nashiv cerró con fuerza ambos puños – Un sabio dijo una vez que antes de pelear has de agotar primero las palabras; así pues, ¿me harás el favor de enviarle un mensajero a Persenak?.... Estaré esperando en mi tienda - El anciano se alejó con pasos cortos y Nashiv, contrariado aún, fue presto a cumplir la orden dada por su jefe.
                            Minutos más tarde, el mensajero enviado por Nashiv ante Persenak regresó con la confirmación de éste último de reunirse con Nameb. Poco después, Nameb, junto con Nashiv y cuatro soldados más, se dirigía hasta el lugar acordado para la reunión, un pequeño claro del bosque que se hallaba situado entre el territorio ocupado por ambos ejércitos. El joven capitán reposaba su mano sobre la engarzada empuñadura de su espada envainada, signo este, sin lugar a dudas, de estar preparado para afrontar cualquier posible ataque del enemigo con el que iban a entrevistarse. Así lo entendió Nameb, que trató, una vez más, de aplacar la ansiedad del joven.
- Bonita espada. ¿Dónde la conseguiste?
-.... Fue un regalo de mi padre,.... me la regaló días antes de morir.
- ¿Y murió luchando?
- Si.... – Nashiv bajó la mirada apesadumbrado al recordar a su padre – Me pidió que la llevara con orgullo.... y que la usase con justicia.
- Sin duda alguna fue un gran hombre tu padre.... La mayoría de los padres solo esperan de sus hijos que se alisten en el ejército para llevar honor a su familia...., como si el honor fuera solo eso, ser parte de un ejército.
- ¿Y no es así, señor?
-.... En absoluto, mi joven amigo, en absoluto. El mejor honor que puede hacerle un hijo a sus padres es el ser un buen hombre... Un hombre justo que no tema usar su espada en las causas justas, pero que, además, sepa también cuando usar las palabras. Recuerda esto Nashiv; cuando fallan las palabras, ha llegado el momento de pelear. Nunca antes.
                            Al poco tiempo de pronunciar estas palabras el grupo llegó al lugar acordado para el encuentro. Persenak ya había llegado junto con los suyos y había acordonado el lugar con sus mejores hombres, en previsión de una posible traición por parte de Nameb y los suyos. Tras los respectivos saludos, ambos jefes tomaron asiento ante una pequeña mesa de madera, dispuesta para la ocasión por los soldados de Persenak. Este fue el primero en hablar.
- Di a qué has venido, y que sea rápido, tengo otros asuntos mejores que hacer que estar aquí hablando contigo.
- Está bien, seré lo más breve posible – asintió Nameb ante la premura de Persenak – Lo creas o no, vengo a ofrecerte la paz.
- No necesito tu paz – atajó secamente Persenak – si solo has venido a eso, ya puedes irte por donde has venido.
- Necesitas la paz, Persenak, claro que la necesitas.... – Nameb le miró fijamente a los ojos mientras le hablaba – Tus hombres están cansados, empapados de agua, muertos de hambre y helados por el frío, que se mete en sus huesos como el agua en la arena de la playa. Necesitas esa paz, Persenak, pero eres tan obstinado que aún no lo sabes.
- No necesito tu asquerosa paz – repitió pausadamente Persenak mientras se levantaba y señalaba a su alrededor – Lo único que necesito son tus tierras, para que mis hombres y yo podamos establecernos en ellas de por vida y podamos, así, disfrutar de una vida larga y apacible rodeados de nuestras familias.
- O sea que solo es eso... – Nameb guardó un pequeño silencio, como si estudiara sus próximas palabras - ... Está bien, te daré tierras para que las podáis usar tú y tus hombres como mejor os plazca. Es más, - añadió con prontitud – podéis quedaros con la mitad de este bosque, así podréis sacar leña de sus árboles y comida de sus animales ¿Os parece bien?
                            La cara de los hombres que acompañaban a Persenak pasó, en cuestión de segundos, del puro asombro a una pequeña esperanza de mejora en sus vidas. Sin embargo, la de Nashiv estaba completamente desencajada por el asombro y la incredulidad ante lo que había oído. Se acercó hasta su jefe para hablarle al oído.
- ¿Os habéis vuelto loco, señor....? ¡No podéis ofrecerle vuestras tierras....!
                            Nameb le hizo callar con un gesto de su mano, mientras seguía observando los movimientos de Persenak, en espera de su respuesta. Éste, asombrado aún como sus hombres, parecía estar meditando la propuesta de Nameb quien, para darle prisa, le apremió a que respondiese con prontitud a sus palabras.
- ¿Qué me dices, Persenak? ¿Firmamos la paz y os quedáis con esas tierras,....  o vamos a la guerra que, al parecer, tanto ansías?
- ¡Guerra! – Persenak clavó su cuchillo sobre la mesa ante Nameb quien, con mirada resignada, elevó al cielo una antigua plegaria oída hace tiempo a su abuelo.
- “Nus maben dit. Ours maben emunen. Ort benum”.
- “Nosotros buscamos paz. Ellos buscan muerte. Todos perdemos” – musitó para sus adentros Nashiv, traduciendo las palabras de su líder.
- Sea pues.... – Nameb abandonó la mesa con pesar para, mirando a Nashiv, añadir otra frase usando el mismo dialecto – “Ver sunem deis pholes, al donen di anen bel fuler”.
-.... “Cuando fallan las palabras, ha llegado el momento de pelear” – tradujo en bajo el joven capitán.
                            Persenak montó en su caballo y ordenó la retirada a sus hombres. Él, antes de retirarse con los suyos, dirigió unas últimas palabras a Nameb.
- “Dun anuas. Anu veruden” .
-.... “Somos extranjeros. No estúpidos” – tradujeron Nameb y Nashiv, quienes se sorprendieron ante el conocimiento de Persenak del antiguo dialecto.
                            Minutos después comenzó la batalla. Ambos ejércitos estaban muy bien preparados para el acontecimiento y, si bien el de Nameb era mas poderoso que el de Persenak, el de éste último era de los más fieros en el combate cuerpo a cuerpo. Sin embargo, los hombres de Nameb se veían envalentonados por el valor y el coraje de su joven capitán, Nashiv, quien les animaba constantemente con gritos de ánimo durante el terrible combate.
                            Pasados los minutos, ambos ejércitos empezaron a perder hombres y ánimos. Las catapultas de uno y otro bando diezmaban sin cuartel a ambas partes. El fuego que les rodeaba, y el olor de los cuerpos ensangrentados, hacían el aire irrespirable. El humo impedía ver con claridad y cada cual solo se preocupaba de una cosa,.... no morir en aquel horroroso campo de batalla. Pero era imposible escapar de aquel infierno.... Los que no caían ante la espada de un enemigo, lo hacían ante las flechas de sus arqueros. Caballos abiertos en canal y aún vivos, relinchaban agónicamente tirados en el suelo sobre el cadáver acuchillado y ensangrentado del que fuera su jinete. Hombres mutilados suplicaban el golpe de gracia o, en su agónico delirio, una espada y un enemigo al que matar. El miedo hizo mella en soldados jóvenes; unos, aterrorizados por el horroroso espectáculo, lloraban muertos de miedo; otros, los menos, enloquecidos por el olor de la sangre y perdida ya la razón, acuchillaban coléricamente los cuerpos de los muertos, ya fueran amigos o enemigos.
                            .... Y de pronto todo acabó. El cuerpo sin vida de Persenak apareció empalado en una lanza, con la cabeza cortada de un tajo yaciendo a sus pies, con la mirada vacía y un grotesco rictus dibujado en su boca. Por su parte, Nameb había sido herido de gravedad por una flecha envenenada. Viéndose morir, mandó llamar ante él a su joven capitán, que hizo acto de presencia lo más rápido que su agotado y dolorido cuerpo le permitió.
-.... Me muero Nashiv – le confesó el anciano -.... y quiero pedirte un favor.
- Mi corazón y mi espada harán lo que vos ordenéis, señor – repuso servicial Nashiv.
- Guarda tu espada para otro momento.... – le ordenó Nameb – Solo quiero una cosa, sube a la torre mayor de este castillo y observa bien el resultado de la estupidez humana.... Obsérvalo bien.... y no lo olvides nunca. ¡Hazlo!
                            Nashiv obedeció presto la orden dada por su jefe y subió a lo alto de la torre mayor del castillo. Desde allí pudo observar claramente el paisaje tras la batalla.... Esa visión le heló la sangre. El fuego de las catapultas había arrasado la mayor parte del terreno, llevándose a su paso los cadáveres de cuantos habían caído en la batalla. El hedor a carne quemada era insoportable y provocaba náuseas. Los cuerpos carbonizados, de caballos y soldados, se amontonaban por todo el suelo. Los buitres acudían en bandadas al lugar, atraídos por el olor de la sangre derramada por los cuerpos mutilados y destrozados, de animales y hombres, que se esparcían a lo largo y ancho del terreno devastado, un terreno que llevaría décadas recuperar para su utilización.... La guerra se había cobrado su tributo.
                            El panorama desoló por completo a Nashiv quien, con lágrimas en los ojos, recordó las palabras de su líder.
- “Nosotros buscamos paz. Ellos buscan muerte. Todos perdemos”.




                                                                          - F I N -

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