2 – ENCUENTROS Y ENCONTRONAZOS
Cassyblanka, antro de mala muerte situado en el barrio más peligroso
de la ciudad-cúpula de Satur, del planeta Kaito, situado en el sistema solar de
Trekstar. Doce de la noche, hora terrestre.
A esa hora,
poner un solo pie en ese barrio (y más concretamente en ese local) significa
una de estas dos cosas; o bien que necesitas reclutar “mano de obra” para
llevar a cabo algún “trabajito”, o bien que los tienes bien puestos. El caso de
las dos personas que acababan de entrar por la puerta doble batiente del
Cassyblanka bien podría ser el segundo. Eso, y las excelentes bebidas que
sirven, además de las exuberantes y exóticas bailarinas que amenizan con sus
bailes a la clientela durante la noche.
Sin embargo,
esta noche, a estos dos visitantes les ha traído hasta aquí algo más que las
bebidas y las mujeres.
- ¿Crees que estará por aquí hoy? – preguntó Mortimer poniéndose de
puntillas y escrutando a través de la clientela del local, en cuyo techo se
acumulaba una densa capa de humo que dibujaba curiosas formas a causa de las
diferentes luces que lo iluminaban.
- Desde luego que lo creo – respondió Cassidy, escrutando igualmente
por entre la gente – Hoy actúa Renata, y ese pequeño cabrón no se pierde
ninguna de sus actuaciones casi nunca…
- ¡Hum…! Me gusta Renata. Canta bastante bien.
- A casi todo el mundo le gusta Renata – corroboró Cassidy a su amigo
- ¡Ajá, ahí está! – señaló hacia uno de los lugares menos iluminados del local,
situado a uno de los lados del pequeño escenario semicircular que el
Cassyblanka disponía para sus actuaciones – Ya sabía yo que Yugo no faltaría
hoy a su cita con Renata. Vamos. Saludémosle.
- Vale, – asintió Mortimer siguiendo a su compañero – pero prométeme
que podremos oír cantar a Renata. Al menos durante un ratito.
- ¿A qué viene eso? – Preguntó Cassidy algo mosqueado por la petición
de su compañero - Ni que yo te lo impidiera.
- No, pero sé cómo suelen acabar nuestras visitas a este sitio… - le
contestó Mortimer.
- ¿Ah, sí? ¿Y cómo, tío listo?
- >Pché<… Tú te peleas con alguien, generalmente por culpa de
alguna chica, a mí me dan algún puñetazo o golpe que iba dirigido a ti, nos
enzarzamos en una pelea contra unos cuantos matones y, al final, acabamos saliendo
por patas del local. ¿Se me olvida algo?
- Eres un exagerado – le espetó Cassidy – Eso solo ha pasado en dos
ocasiones…
Mientras
discuten sobre ese asunto, en el rincón que Cassidy había señalado
anteriormente, un hombrecillo degustaba un cóctel colorido de sabores
distintos, dando pequeños sorbos a través de una pajita de plástico. De cuando
en cuando, levantaba la vista hacia el escenario, donde, en ese momento, dos
exuberantes kardasianas contorneaban sus caderas al ritmo de una sugerente
melodía de flautines y flauta dulce, mientras sus tres pechos desnudos (y es
que las kardasianas tienen esa particularidad en su fisonomía) se bamboleaban
al compás de sus sensuales movimientos.
El hombrecillo
mide poco más de un metro diez de altura, tiene el cuerpo raquítico y
encorvado, sus pies y manos son largos, pero delgados, la nariz es prominente y
con forma de trompetín y sus ojos son pequeños, pero saltones. Se llama Yugo y
es un tramposo y oportunista basky, además de un cobarde. Donde exista la
posibilidad de conseguir beneficios, allí está Yugo. Y donde va Yugo, va su
fiel guardaespaldas y mayordomo para todo, Víctor, al que todos llaman Víc, un
terrasiano con un enorme cuerpo lleno de músculos y, cosa extraña en estos
casos, bastante materia gris en su cerebro. Pocas veces se despega del basky, y
buscar problemas con el enano significa buscar problemas con él. Un mal asunto,
vamos. El pequeño basky dio un nuevo sorbo a su bebida y, para su disgusto,
comprobó que el líquido escaseaba en su copa.
- Pídeme otro Salieri, Víc – solicitó a su guardaespaldas agitando en
el aire su copa casi vacía.
- ¿Otro más? – Preguntó este en tono cansino - Ya te has tomado
cuatro, ¿no crees que ya es hora de dejar de beber por esta noche?
- ¡Te pago para que me protejas, no para que hagas de mi madre! –
Refunfuñó Yugo agitando agriamente la copa en el aire - ¡Pídeme otro Salieri,
venga! Y solo me he bebido tres, que quede claro…
- ¡Cuatro! – Indicó Vic, mostrando en su gruesa mano cuatro dedos
abiertos - ¿Te crees que no sé contar, o qué?
- ¡Tres, so cabezón, solo he bebido tres!
- Sí, vale, lo que tú digas… - terció Víc sin ganas de entrar en la
discusión.
- Venga, pídeme otro – le ordenó de nuevo Yugo. Justo en ese momento,
una sombra se cierne sobre él y le tapa la vista del escenario - ¡Oye, quítate
de en medio, que no veo! – Se quejó.
- ¿Qué tal, Yugo? – La voz de Cassidy cogió por sorpresa al pequeño
basky - ¿Cómo te van las cosas, eh?
- ¿C-Cassidy? – su voz tembló al pronunciar el nombre.
- ¡Vaya, pero si recuerdas mi nombre! – Contestó con sarcasmo Cassidy
– Entonces, supongo que también recordarás que me debes trescientos créditos
solares, ¿verdad?
- ¿T-Trescientos c-créditos? – balbuceó Yugo.
- ¿Algún problema con mi jefe? – preguntó amenazador Víc.
- Tranquilo Víc – le calmó Mortimer con una sonrisa forzada dibujada
en su cara – Solo queremos hablar con tu jefe, nada más.
- Eso es – corroboró Cassidy sin mirar al grandullón – Solo hemos
venido a hablar con tu jefe, Víc. Estate tranquilo, ¿vale?
- Yo decidiré si estoy, o no, tranquilo – sentenció el terrasiano con
cara de pocos amigos – Así que no me chulees, ¿de acuerdo?
- Tranquilo Víc – Cassidy desenfundó su pistola de plasma, modelo
Taurus V, color rojo cromado, con una rapidez endiablada y apuntó con ella a la
cara del sorprendido grandullón – Como te he dicho, hemos venido a hablar con
tu jefe. Me caes bien y no me gustaría tener que hacerte daño por su culpa.
¿Estamos?
- T-Tranquilo, Víc – le ordenó Yugo, bajando al mismo tiempo el arma
de Cassidy – No pasa nada.
- Sí, je, je… - rió nervioso Mortimer - ¿Lo ves? No pasa nada Víc…
- Bien, vayamos al grano – Cassidy cogió una silla de otra de las
mesas del local y, arrimándola a la mesa de Yugo, se sentó frente al basky –
Como iba diciendo, me debes…
- … Nos, nos debe – le corrigió Mortimer.
- … Nos debes trescientos créditos solares.
- ¿Puedo saber por qué? – preguntó extrañado Yugo.
- ¿Recuerdas la caja de rifles de plasma que nos vendiste para que nosotros
se los vendiéramos a aquellos dos bakurianos?
- Ah, ya… - rememoró Yugo – Doce rifles de plasma, modelo Yukón 5/4.
Una buena ganga, ya lo creo.
- ¡Y una mierda! – Rugió Cassidy – Esos malditos rifles no servían ni
para matar moscas, y todo porque algún “listillo” les había quitado las células
de carga… ¿Tú no sabrás nada de esas células, verdad?
- Oh, vaya… ¿no les puse las células de carga? ¡Qué despiste el mío,
vaya! – Fingió Yugo con una mala actuación - ¿Necesitáis esas células? Puedo
conseguíroslas por una buena cantidad…
- ¡Tendrá jeta el tío! – bufó Mortimer ante la ocurrencia del pequeño
basky.
- Tranquilo, Mortimer – le calmó su compañero – El bueno de Yugo va a
pagarnos esos trescientos créditos, ¿verdad que sí, Yugo?
- ¿Por qué crees que voy a hacerlo? – le preguntó el hombrecillo con
aire curioso.
- Porque, y corrígeme si me equivoco, - le explicó muy despacio
Cassidy – no creo que te guste mucho recibir la visita de esos dos bakurianos a
los que estafaste con aquellos rifles inservibles, ¿verdad que no?
- ¡Ey, yo no estafé a esos bakurianos! – Protestó enérgicamente el
basky - ¡Fuisteis vosotros quienes se los vendisteis!
- Ah, ah, ah… - Mortimer negó con el dedo índice mientras sonreía con
aire malicioso – Nosotros solo hicimos la entrega ¡por encargo del vendedor!
- … O séase, tú – terminó Cassidy la frase - Verás – le aclaró mejor –
Cuando les entregamos la caja y vimos que los rifles no funcionaban, les
tuvimos que devolver el dinero, pidiéndoles disculpas por las molestias y
diciéndoles que nosotros no éramos más que meros recaderos del vendedor, que
era anónimo. No se fueron muy contentos, la verdad que no… ¿Lo vas pillando Yugo?
- ¡Malditos fulleros! – masculló éste por lo bajo al entender por
dónde iban los tiros.
- Le dijo la sartén al cazo… - apuntilló Mortimer.
- Y bien, ¿cómo piensas pagarnos esos trescientos créditos, amigo mío?
- Bueno, - se excusó Yugo – como verás, aquí no tengo esa cantidad,
pero, ¿qué me diríais si os propongo un negocio que podría seros de lo más
rentable?
- Mírame Yugo. Mírame bien – le ordenó Cassidy señalándose a sí mismo
- ¿Me tomas por idiota?
- En absoluto – se disculpó el basky – Os estoy dando la oportunidad
de sacar quinientos créditos por cabeza. Ahora, si no queréis el trabajo, basta
con que me digáis que no y punto – guardó una pequeña pausa mirando de soslayo
a Mortimer.
- Lo queremos.
- No lo queremos.
Ambos amigos
respondieron al unísono respuestas contrarias. Tras un par de segundos, fue
Cassidy el que volvió a negarse.
- No lo queremos. Conociéndote como te conozco, seguro que es otro
truco de los tuyos…
- Pero, Cassidy, son quinientos créditos por cabeza – terció su
compañero pensando en la oferta hecha por el pequeño basky – Y, ahora mismo, no
es que nuestra economía sea de lo más boyante que digamos.
- ¿Vas a fiarte de esta pequeña sabandija? – Cassidy no podía creer
que su compañero estuviera pensando seriamente en aceptar la oferta de Yugo -
¡Vendería a su madre solo para quitarse de encima a sus acreedores!
- Pero debes de reconocer que necesitamos ese dinero – Mortimer seguía
en sus trece - ¿Qué clase de trabajo sería ese? – preguntó a continuación a
Yugo.
- Oh, nada del otro mundo – contestó el pequeño – Se trata simplemente
de llevar a una persona a Rankine.
- ¿El asteroide ciudad? – Cassidy sintió cierta curiosidad al oír
aquel nombre - ¿Y quién querría ir allí, voluntariamente?
- Mi cliente – respondió Yugo - ¿Os interesa el trabajo o no?
Cassidy meditó
el asunto durante unos segundos. La experiencia de trabajos pasados le decía
que fiarse de la palabra de Yugo sería de tontos, pero, como bien le había
indicado su compañero Mortimer hace apenas un rato, su economía personal andaba
bastante maltrecha en esos momentos. Y quinientos créditos por cabeza eran
demasiados créditos como para ignorarlos así como así.
- ¿Quién es? – preguntó al fin.
- ¿Perdón?
- Tu cliente, - añadió - ¿quién es?
- Oh, nadie importante – contestó Yugo – Una persona que necesita
llegar allí cuanto antes.
- ¿Por qué motivo necesitaría nadie ir a Rankine? – Preguntó Mortimer
– Allí se esconde la peor calaña de la galaxia.
- Los motivos son cosa de mi cliente – le aclaró Yugo - ¿Aceptáis el
trabajo, o no?
- ¿Cuándo cobramos? – preguntó Cassidy.
- La mitad al salir con el “paquete” y el resto a la entrega del mismo
– le explicó Yugo – Siempre, claro está, que el “paquete” llegue sano y salvo.
- Te juro, pequeña sabandija, - le amenazó Cassidy – que si me la
intentas jugar de nuevo te acordarás del día en que me conociste. ¿Te ha
quedado bien claro?
- Como el agua.
- Oh, vaya – Mortimer se dio cuenta de que las luces del escenario habían
cambiado de repente, pasando de iluminar el escenario al completo, a iluminar
solo una pequeña zona con un único foco, señal inequívoca de la proximidad de una
actuación importante - ¡Va a cantar Renata!
- ¡Por fin! – aplaudió feliz Yugo.
En el
escenario apareció una mujer enorme, de cuerpo rechoncho, brazos y piernas rollizas,
pelo rojizo con dos largas trenzas, mofletes colorados, labios grandes y
carnosos y luciendo un más que llamativo vestido compuesto por miles de
pequeños espejitos que lanzaban en todas direcciones destellos de varios tonos
y colores. Cuando comenzó a cantar, su aguda voz de soprano interpretó con maestría
una pieza de un aria, cosa esta que logró traer el silencio al interior del
abarrotado local.
- Sublime – alabó embelesado Mortimer.
- Maravillosa – apuntilló a su vez Yugo – La voz de un ángel en medio
del infierno.
- ¿Dónde recogemos el paquete? – quiso saber Cassidy.
- Mañana os daré todos los datos – le contestó Yugo sin dejar de mirar
embelesado a la soprano – Ahora quiero disfrutar de este momento.
- Te espero afuera – le indicó Cassidy a su compañero. Este le hizo un
gesto con la mano como si le hubiera escuchado, pero Cassidy dudaba mucho que fuera
así.
Deseoso de
salir del local, odiaba la condensación de humo tanto o más que las canciones
de Renata, Cassidy se puso en pie y enfiló hacia la salida. Por desgracia para
él, tropezó con la pierna de su compañero y cayó de bruces contra la espalda de
otro de los clientes del bar. Era un enorme bendar, con unos brazos llenos de
músculos y un tórax y un pecho más duros que el cemento armado, que se levantó
furioso y con la camisa empapada por la bebida que el tropezón de Cassidy le
había arrojado encima.
- ¡Estúpido humano! – Vociferó cabreado el bendar - ¡Mira como me has
puesto! ¿Es que no tienes ojos en la cara?
- ¡Lo siento! – Se disculpó Cassidy – Ha sido un accidente…
- ¡Ay, Dios…! - Mortimer, que había visto lo ocurrido, se llevó la
mano a la cara tapándose los ojos, porque sabía cómo iba a terminar aquello -
Allá vamos otra vez…
CONTINÚA