Capítulo 13 - Rumbo a Heren.
- ¡A tu espalda amigo mío!
Zarko,
obedeciendo al grito de aviso de su compañero y amigo Freyan, giró sobre su
cintura y levantó su espada para detener el ataque lanzado por su adversario,
un merodeador de las colinas. Con una nueva finta, el Myzarino rompe la defensa
de su adversario y, asestándole un poderoso mandoble con la espada, le secciona
una de las piernas a la altura del muslo. Cuando el adversario cae a tierra
entre gritos de dolor, Zarko le remata atravesándole el pecho con el filo de su
acero. Por su parte, el joven Fedhoram, ayudado a su vez por Freyan, su amigo y
mentor, empala en su espada a otro de los merodeadores que se hallaba dispuesto
a embestirles empuñando una enorme hacha de doble hoja.
- ¡Buen golpe muchacho! – le apremió triunfante su mentor.
- Ese era el último, ¿verdad? – preguntó el joven a sus
dos compañeros.
- Eso parece – contestó Zarko mientras desencajaba la hoja
de su espada del cuerpo inerte de uno de los merodeadores caído en el suelo –
Prosigamos nuestro viaje. Heren no debe de estar ya muy lejos.
El trío de
aventureros se disponía ya a subir a sus monturas cuando una flecha atravesó el
cielo silbando y se clavó en el hombro de Freyan entrándole desde atrás. Freyan
cayó rodilla en tierra con un grito contenido de dolor.
- ¡Maestro! – Fedhoram corrió presto a ayudar a su mentor.
- ¡Vienen más! – gritó Zarko - ¡Rápido, tenemos que salir
de aquí!
Ayudando a
Fedhoram, colocaron a Freyan sobre su montura y la espolearon, haciendo luego
ellos dos lo propio con las suyas. Segundos más tarde, un nutrido grupo de
merodeadores de las colinas salían tras ellos montados sobre güarkos.
- ¡Nos persiguen! – señaló el muchacho.
- Ya lo veo –
apuntó a su vez Zarko – Esto es bastante extraño. Generalmente, estos
desarraigados no suelen abandonar sus colinas.
- ¿Crees que Denól los controla? – le inquirió el
maltrecho Freyan agarrándose como buenamente podía a las riendas de su caballo.
- Por supuesto – contestó convencido el Myzarino - ¿Qué
otra explicación puede haber sino? ¿O acaso no te pareció muy extraña la forma
en la que nos han emboscado hace una hora, en plena luz del día y en una zona
abierta? Te lo aseguro, amigo, ese Denól anda metido tanto en esto como el sol
en el amanecer.
- ¡Como no hagamos algo pronto, nos cogerán enseguida! –
indicó Fedhoram - ¡Cada vez están más cerca!
- ¡Ya lo veo! – observó Zarko - ¡Espolead al máximo a
vuestros caballos! ¡Y procurad esquivar sus flechas!
- ¡El aviso llega un poco tarde, amigo mío! – señaló con
ironía Freyan.
El grupo
espoleó más a sus caballos tratando de poner más distancia entre ellos y sus
perseguidores. El Myzarino sabía, no obstante, que la ventaja que ahora tenían,
se desvanecería en cuestión de segundos, pues sus monturas no soportarían
semejante castigo durante mucho más tiempo. Cuando las fuerzas de sus monturas
fallasen, estarían a merced de aquellos
salvajes. Y Zarko sabía muy bien que aquella idea no era nada halagüeña.
Conocía perfectamente lo que esos desgraciados les hacían a sus prisioneros (si
es que dejaban alguno con vida) y las atroces torturas a las que les sometían.
- ¡Por allí! – Zarko señaló a sus compañeros un pequeño
bosque que se divisaba hacia el este.
Obedeciendo
a su amigo, el trío viró en dirección hacia el bosque y se internó en él con la
esperanza de despistar a sus perseguidores. El bosque, formado por secuoyas, robles
y palmeras, era tupido y se veía atravesado por un camino de tierra no muy
ancho. El pequeño grupo atravesó velozmente el bosque esquivando a duras penas
los muchos obstáculos que el mismo presentaba a lo largo del trayecto. De
cuando en cuando, debían de agachar sus cabezas para no golpearse con una quima
baja o, cuando no, debían de hacer que sus monturas saltaran por encima de la
raíz de un árbol que se atravesaba a lo ancho del camino.
- ¡Mirad! – el joven Fedhoram señaló con su mano hacia
delante - ¡Un puente colgante de madera!
- ¡Por fin algo de buena suerte! – rió Zarko – El gran
Koyum vela por sus fieles. ¡Rápido!
- Intuyo que se te ha ocurrido algo – le dijo el dolorido
Freyan.
- Echaremos abajo el puente – le explicó su amigo – Espero
que eso nos sirva para deshacernos de nuestro compañeros de viaje. ¡Vamos!
Aceleraron
todavía más el galope y atravesaron el estrecho puente colgante de madera que
salvaba un pequeño precipicio. La caída era algo significativa y terminaba en
las aguas revueltas de un río profundo. Al llegar al lado opuesto del puente,
Zarko y Fedhoram desmontaron de sus caballos y, ayudados por sus espadas,
comenzaron a cortar las amarras que sujetaban al puente en ese lado del
acantilado.
- ¡Daos prisa! – les avisó Freyan, que no podía ayudarles
en gran cosa dado su estado - ¡Ya se acercan!
- ¡Venga muchacho! – apremió Zarko a Fedhoram - ¡Golpea
esas amarras con toda la fuerza de tus músculos!
Debido a su
gran fuerza, Zarko cumplió con su cometido en apenas unos segundos, pero no
bastaba para detener a sus enemigos, que ya comenzaban a cruzar el tambaleante
puente. El Myzarino decidió ayudar al muchacho y empezó a cortar también las
amarras del mismo lado.
- ¡Van a cruzar! – gritó Freyan.
- ¡Voto a Koyum que esos bastardos no pasarán! – gritó el
Myzarino
Y, con un durísimo mandoble de su
espada, cortó el último trozo de amarra del puente de madera, que se vino abajo
llevándose tras de si a los merodeadores de las colinas que ya estaban
cruzándole en ese momento. Los pocos supervivientes que quedaron en la otra
orilla del acantilado, maldecían inútilmente en un extraño y antiguo dialecto,
soltando improperios varios y amenazando al trío de aventureros levantando sus
armas en alto.
- Bien – propuso sonriente Zarko – Ahora ocupémonos de esa
herida tuya, amigo mío.
Con cuidado,
ayudado por Fedhoram, Zarko ayudó a Freyan a desmontar de su caballo y lo
sentaron en el suelo. Zarko inspeccionó la herida de la flecha, que entraba
limpiamente por la parte de atrás del hombro.
- Tienes suerte, compañero – sonrió Zarko – Es una herida
limpia y sin complicaciones. El único problema será sacar la flecha de ese
hombro. Te dolerá.
- Tranquilo – le tranquilizó Freyan – Podré soportarlo.
Adelante, hazlo.
- ¿Seguro? – bromeó el Myzarino - ¿No te pondrás a llorar
como una chiquilla, verdad?
- ¡Oh, venga, hazlo ya! - rió Freyan.
Como la
flecha sobresalía un poco por la parte de la punta, Zarko sujetó firmemente la
parte trasera de la misma con sus dos fuertes manos. Con fuerza, rompió la
flecha y Freyan ahogó entre los dientes un grito de dolor al notar la pequeña
sacudida producto de la acción del Myzarino.
- Bien – Zarko miró al joven Fedhoram en esta ocasión –
Agárrale con fuerza por los hombros mientras yo saco el resto de la flecha.
- De acuerdo – asintió el joven.
- Y ahora, amigo – palmeó el hombro sano del dolorido
Freyan – será mejor que aprietes bien los dientes. ¿Listo? Allá voy…
Apoyando una
mano sobre el pecho de su amigo, con la otra sujetó firmemente la punta
metálica de la flecha. Tiró con firmeza pero con cuidado de no hacer ningún movimiento brusco que pudiera
provocarle alguna hemorragia a su compañero. Fedhoram sujetaba con fuerza los
hombros de su mentor y, bajo sus manos, pudo notar cómo los músculos del cuello
y hombros de su maestro y amigo se ponían en tensión al soportar el dolor.
Segundos después, que parecieron eternos, el resto ensangrentado de la flecha
estaba fuera de la herida. Acto seguido, Zarko se quitó su camisa de tela y se
la pasó a Freyan, ordenándole que la convirtiera en improvisadas vendas.
Después cogió un poco de arcilla, sacada de una pared arcillosa de una pequeña
loma cercana a donde estaban, y la amasó usando un poco de agua. Usando dos
pequeños trozos de esa arcilla amasada, taponó con ellos los dos agujeros de la
herida. Tras esto, utilizó las vendas fabricadas a partir de su camisa para
vendar la herida.
- Listo. Espero que puedas aguantar hasta que te
procuremos una ayuda mejor.
- Estás hecho todo un matasanos, amigo mío – le felicitó
Freyan.
- Son cosas que uno va aprendiendo por la fuerza,
compañero – le explicó risueño Zarko - ¿Cómo te encuentras?
- Bastante bien – contestó Freyan – Teniendo en cuenta que
hasta hace unos segundos una flecha me atravesaba el hombro de lado a lado.
- Bueno – sentenció el Myzarino – Descansemos un poco. En
unos minutos proseguiremos con nuestro viaje. Esa maldita torre de Acinor no
debe de andar ya muy lejos. ¡Por Koyum que el viajecito ya me está empezando a
parecer demasiado largo!
- ¡Y a mi también, amigo mío! – sentenció riendo Freyan.
Cabalgaron durante un par de horas
más sin más contratiempos. Al llegar a lo alto de una loma, divisaron por fin
la torre de Acinor, majestuosa, elevándose por entre unos pocos árboles que
crecían a su alrededor. Tiene una altura de unos cinco pisos, es cilíndrica,
tallada en roca negra, su base es más ancha que la parte más alta y no posee ni
una sola ventana.
- Por Koyum – espetó Zarko – Por fin hemos llegado.
- ¿Estás listo, Fedhoram? – preguntó Freyan a su pupilo,
consciente de la prueba que éste deberá afrontar en el interior de la siniestra
torre.
- Si – contestó el muchacho con tono decidido – Estoy
preparado, maestro. Vayamos ya y acabemos con esto cuanto antes.
- Así se habla, muchacho – apuntó Zarko – Acabemos con
esto enseguida.
Al Cabo de
pocos minutos, el trío se hallaba frente a la entrada de la enigmática y oscura
torre, una doble puerta de madera, alta y con una extraña gárgola de bronce
negro bruñido clavada en una de las hojas, con sus fauces abiertas de par en
par formando una diabólica sonrisa y sus ojos cerrados.
- ¿Y cómo diablos se supone que vamos a entrar? – inquirió
Zarko - ¿Llamando?
- Usaremos esto – Fedhoram sacó de su camisa el medallón
de Ypam, la hija de Acinor, entregado por la diosa Yuga tras superar la prueba
a la cual le sometió.
- Pues no veo dónde se coloca el medallón – objetó su
mentor, Freyan – No hay hendiduras de ningún tipo en la puerta ni junto a ella.
- Tal vez no necesitemos ninguna hendidura porque ya la
hay – indicó el muchacho señalándoles a sus amigos la extraña gárgola.
El joven
bajó de su caballo y colocó el medallón de Ypam entre las fauces de la gárgola.
Durante unos segundos no ocurrió nada extraño que indicara si habían acertado o
no con la idea, pero, al final, un leve chasquido producido en la boca de la
gárgola les dio la razón. Con un gutural chirriar de sus goznes, la enorme
puerta de madera se abrió hacia adentro para, con la negrura de sus fauces
abiertas, darles la bienvenida a su morada.
- Bueno – dijo cansadamente Zarko – Allá vamos, Denól.
El trío
atravesó el umbral de la entrada y, con otro gutural chirrido, la enorme puerta
cerró sus fauces. Para bien o para mal, estaban atrapados en el interior de la prisión
del oscuro hechicero y ya no había posibilidad alguna de dar marcha atrás.
CONTINÚA