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SE NOS VA EL 2010

OS DESEO A TODOS UN FELÍZ AÑO NUEVO.
QUE SEÁIS MUY FELICES NO SOLO EN ESTE DÍA TAN SEÑALADO, SINO TAMBIÉN A LO LARGO DEL AÑO VENIDERO.
DISFRUTAD MUCHO Y PASARLO EN GRANDE.
FELÍZ 2011


VANCE, EL CAZADOR (CAPÍTULO FINAL)


15 – EPÍLOGO

                   Vance contempla la ciudad desde la parte más alta del tejado a dos aguas de una vieja casona. Es de noche y sopla una suave y fría brisa. El manto de luces titilantes que conforman el alma nocturna de la ciudad se extiende ante él en todo su esplendor. El cielo está estrellado esa noche, aunque un pequeño grupo de nubes cubren la luna. A su espalda, un sonido muy familiar le informa de la llegada de su amigo Archer a través de uno de sus portales de traslado.
- Tío, deberías hacerte mirar esta manía tuya de subirte a los tejados – le saluda – En serio, ¿tienes alguna especie de trauma infantil con relación a los tejados de las casas? Lo habitual en las personas normales es usar el suelo. ¡Pilla! – le arroja una lata de refresco que Vance caza en el aire con una mano.
- ¿Coca cola Light?
- Eh, ¿qué esperabas? – Le contesta Archer encogiéndose de hombros – Soy menor de edad, ¿recuerdas? Además, no quedaba de la normal…
- ¿No quedaba coca cola normal? – Vance le mira con gesto de incredulidad - ¿En dónde las compraste, en una tienda en Alaska?
- No – Archer le hace una mueca burlona – En la tienda de los chinos que hay cerca de aquí…
- Gracias, supongo – Vance abre la lata, dejando escapar el gas sobrante del interior.
- No hay de qué – Archer se sienta junto a él y abre la suya - ¿Qué tal te va, tío?
- Voy tirando – Vance le da un sorbo a su bebida y sofoca un eructo antes de que escape de su boca.
- Lamento que los de la agencia te dieran de baja por lo que hiciste… - comenta Archer para abrir la conversación – Y dime, ¿qué es lo que has hecho durante estas dos últimas semanas? Supongo que habrás aprovechado bien el tiempo, ¿no?
- He estado echándoles una mano a Hobs y Mitch en el Murasane. El señor Garibaldi ha insistido incluso en hacerme un contrato indefinido.
- Bueno, míralo por el lado positivo, - le dice Archer en tono jocoso – al menos no estarás sin curro, que, tal y como está el tema hoy en día, siempre es de agradecer, ¿no?
- Qué simpático… - Vance le hace una mueca y da otro sorbo a la bebida.
- ¿Hablaste ya con tu hermana? – Archer le pregunta sin rodeos, aunque mirándole de reojo antes de darle un sorbo a su bebida.
- No – Vance agacha la mirada y su semblante cambia – Lo intenté, pero no he sido capaz. Se fue a casa de nuestra tía Isabel, la hermana soltera de mi padre.
- Vaya, lamento oírte decir eso… – Archer se siente culpable por reabrir la herida de su amigo – Dime, ¿de qué tienes miedo? No conozco a tu hermana, salvo por el otro día que la saqué de aquel lugar, pero me pareció una chica muy sensata y cabal. Creo que ella lo entendería. Si al menos…
- … ¿Si al menos qué? – Le corta tajante Vance – ¿Si la contara lo que soy, a qué me dedico, crees que ella lo entendería? ¿Si la dijera las cosas que he tenido que hacer a causa de mi trabajo, lo entendería también? ¿Crees que me miraría de la misma forma en la que me ha mirado hasta hoy, después de saber las cosas que hago? ¿En serio lo crees, Archer?
- No es lo que yo crea, amigo – le contesta Archer cabizbajo – Lo que importa es que tú seas capaz de abrirle tu corazón a tu propia hermana. Además, aunque me duela recordártelo, es lo poco que te queda de familia. Si la pierdes también a ella, con el tiempo te llegarás a odiar con todo tu ser por haber sido tan idiota.
- Ya, sí, bueno… - Vance mira las estrellas meditabundo – Se lo diga como se lo diga, para ella seré un asesino. No hay diferencia.
- ¡Te equivocas, sí que la hay! – Le corta tajante Archer – La diferencia radica en que lo que hacemos en la agencia es para proteger a la gente de la calle de personas como Ventura. ¡Esa es la diferencia!
- Un pobre consuelo, ¿no te parece? – Vance ni siquiera mira a su amigo a la cara. Continúa observando las estrellas dibujadas en el firmamento.
- Al menos es un punto en el que apoyarse – le replica Archer – Y creo que tú, hoy más que nunca, necesitas algo en lo que apoyarte.
- Gracias. En serio – Vance le da un último sorbo a su lata y la vacía del todo.
- A mandar, colega – contesta Archer bebiendo de su lata – Ah, casi se me olvida. Toma – saca del bolsillo trasero de su pantalón vaquero una tarjeta pequeña que le entrega a su amigo. En ella se puede leer el nombre, en letras doradas, de Leónidas Brazilev – Me pidió que te dijera que no olvida lo que hiciste por él con lo del asunto de Ventura. Me dijo también que le llamaras lo antes posible por teléfono. Según tengo entendido, cuando se asiente en el consejo de “La Pirámide” como nueva mano, y las aguas vuelvan a su cauce, piensa ponerte bajo su tutela como dedo. Enhorabuena, tío, te has hecho un valioso amigo en el consejo de la agencia.
- ¡Estaré en racha…! – Suspira Vance quedamente mientras juega con la tarjeta entre sus dedos – Dile que le llamaré, pero no ahora. Necesito un tiempo para asimilar todo lo ocurrido últimamente. ¿De acuerdo?
- ¡Sí señor! – Archer saluda militarmente a su amigo y se pone en pie – Y mírate lo de los tejados. Te lo digo en serio, tío. No puede ser algo normal – instintivamente, el muchacho crea un nuevo portal y se mete en su interior – Chao, colega. Nos vemos pronto.
- Adiós – le despide Vance – ¡Y gracias por la bebida!
- De nada.
                   Cuando el portal se cierra, Vance se pone de pie y se sacude el pantalón para desentumecer sus extremidades. Observa con cierto deleite la vista que la ciudad le ofrece, inspirando profundamente para llenar los pulmones con una buena bocanada del aire fresco de la noche. Por primera vez, desde hace ya dos semanas, siente como su espíritu consigue un poco de tranquilidad. La herida sigue ahí, por supuesto, y aún le queda por hablar con su hermana, pero en su interior nota que algo está cambiando.
                   Tal vez, después de todo, no sea tan mala idea contarle toda la verdad a su hermana. Tal vez no.
                   Cierra los ojos y, en un pequeño suspiro, se deja envolver por las sombras. Y se convierte en una sombra más.
                   Porque su mundo es oscuro y febril.
                   Su mundo es la noche, llena de sombras y oscuridad.
                   Su mundo es la caza.
                   Su nombre es Vance… y es un cazador.


- FIN -

ZARKO DE MYZAR. CAPÍTULO 13


Capítulo 13 - Rumbo a Heren.

- ¡A tu espalda amigo mío!
         Zarko, obedeciendo al grito de aviso de su compañero y amigo Freyan, giró sobre su cintura y levantó su espada para detener el ataque lanzado por su adversario, un merodeador de las colinas. Con una nueva finta, el Myzarino rompe la defensa de su adversario y, asestándole un poderoso mandoble con la espada, le secciona una de las piernas a la altura del muslo. Cuando el adversario cae a tierra entre gritos de dolor, Zarko le remata atravesándole el pecho con el filo de su acero. Por su parte, el joven Fedhoram, ayudado a su vez por Freyan, su amigo y mentor, empala en su espada a otro de los merodeadores que se hallaba dispuesto a embestirles empuñando una enorme hacha de doble hoja.
- ¡Buen golpe muchacho! – le apremió triunfante su mentor.
- Ese era el último, ¿verdad? – preguntó el joven a sus dos compañeros.
- Eso parece – contestó Zarko mientras desencajaba la hoja de su espada del cuerpo inerte de uno de los merodeadores caído en el suelo – Prosigamos nuestro viaje. Heren no debe de estar ya muy lejos.
         El trío de aventureros se disponía ya a subir a sus monturas cuando una flecha atravesó el cielo silbando y se clavó en el hombro de Freyan entrándole desde atrás. Freyan cayó rodilla en tierra con un grito contenido de dolor.
- ¡Maestro! – Fedhoram corrió presto a ayudar a su mentor.
- ¡Vienen más! – gritó Zarko - ¡Rápido, tenemos que salir de aquí!
         Ayudando a Fedhoram, colocaron a Freyan sobre su montura y la espolearon, haciendo luego ellos dos lo propio con las suyas. Segundos más tarde, un nutrido grupo de merodeadores de las colinas salían tras ellos montados sobre güarkos.
- ¡Nos persiguen! – señaló el muchacho.
- Ya  lo veo – apuntó a su vez Zarko – Esto es bastante extraño. Generalmente, estos desarraigados no suelen abandonar sus colinas.
- ¿Crees que Denól los controla? – le inquirió el maltrecho Freyan agarrándose como buenamente podía a las riendas de su caballo.
- Por supuesto – contestó convencido el Myzarino - ¿Qué otra explicación puede haber sino? ¿O acaso no te pareció muy extraña la forma en la que nos han emboscado hace una hora, en plena luz del día y en una zona abierta? Te lo aseguro, amigo, ese Denól anda metido tanto en esto como el sol en el amanecer.
- ¡Como no hagamos algo pronto, nos cogerán enseguida! – indicó Fedhoram - ¡Cada vez están más cerca!
- ¡Ya lo veo! – observó Zarko - ¡Espolead al máximo a vuestros caballos! ¡Y procurad esquivar sus flechas!
- ¡El aviso llega un poco tarde, amigo mío! – señaló con ironía Freyan.
         El grupo espoleó más a sus caballos tratando de poner más distancia entre ellos y sus perseguidores. El Myzarino sabía, no obstante, que la ventaja que ahora tenían, se desvanecería en cuestión de segundos, pues sus monturas no soportarían semejante castigo durante mucho más tiempo. Cuando las fuerzas de sus monturas fallasen, estarían  a merced de aquellos salvajes. Y Zarko sabía muy bien que aquella idea no era nada halagüeña. Conocía perfectamente lo que esos desgraciados les hacían a sus prisioneros (si es que dejaban alguno con vida) y las atroces torturas a las que les sometían.
- ¡Por allí! – Zarko señaló a sus compañeros un pequeño bosque que se divisaba hacia el este.
         Obedeciendo a su amigo, el trío viró en dirección hacia el bosque y se internó en él con la esperanza de despistar a sus perseguidores. El bosque, formado por secuoyas, robles y palmeras, era tupido y se veía atravesado por un camino de tierra no muy ancho. El pequeño grupo atravesó velozmente el bosque esquivando a duras penas los muchos obstáculos que el mismo presentaba a lo largo del trayecto. De cuando en cuando, debían de agachar sus cabezas para no golpearse con una quima baja o, cuando no, debían de hacer que sus monturas saltaran por encima de la raíz de un árbol que se atravesaba a lo ancho del camino.
- ¡Mirad! – el joven Fedhoram señaló con su mano hacia delante - ¡Un puente colgante de madera!
- ¡Por fin algo de buena suerte! – rió Zarko – El gran Koyum vela por sus fieles. ¡Rápido!
- Intuyo que se te ha ocurrido algo – le dijo el dolorido Freyan.
- Echaremos abajo el puente – le explicó su amigo – Espero que eso nos sirva para deshacernos de nuestro compañeros de viaje. ¡Vamos!
         Aceleraron todavía más el galope y atravesaron el estrecho puente colgante de madera que salvaba un pequeño precipicio. La caída era algo significativa y terminaba en las aguas revueltas de un río profundo. Al llegar al lado opuesto del puente, Zarko y Fedhoram desmontaron de sus caballos y, ayudados por sus espadas, comenzaron a cortar las amarras que sujetaban al puente en ese lado del acantilado.
- ¡Daos prisa! – les avisó Freyan, que no podía ayudarles en gran cosa dado su estado - ¡Ya se acercan!
- ¡Venga muchacho! – apremió Zarko a Fedhoram - ¡Golpea esas amarras con toda la fuerza de tus músculos!
         Debido a su gran fuerza, Zarko cumplió con su cometido en apenas unos segundos, pero no bastaba para detener a sus enemigos, que ya comenzaban a cruzar el tambaleante puente. El Myzarino decidió ayudar al muchacho y empezó a cortar también las amarras del mismo lado.
- ¡Van a cruzar! – gritó Freyan.
- ¡Voto a Koyum que esos bastardos no pasarán! – gritó el Myzarino
Y, con un durísimo mandoble de su espada, cortó el último trozo de amarra del puente de madera, que se vino abajo llevándose tras de si a los merodeadores de las colinas que ya estaban cruzándole en ese momento. Los pocos supervivientes que quedaron en la otra orilla del acantilado, maldecían inútilmente en un extraño y antiguo dialecto, soltando improperios varios y amenazando al trío de aventureros levantando sus armas en alto.
- Bien – propuso sonriente Zarko – Ahora ocupémonos de esa herida tuya, amigo mío.
         Con cuidado, ayudado por Fedhoram, Zarko ayudó a Freyan a desmontar de su caballo y lo sentaron en el suelo. Zarko inspeccionó la herida de la flecha, que entraba limpiamente por la parte de atrás del hombro.
- Tienes suerte, compañero – sonrió Zarko – Es una herida limpia y sin complicaciones. El único problema será sacar la flecha de ese hombro. Te dolerá.
- Tranquilo – le tranquilizó Freyan – Podré soportarlo. Adelante, hazlo.
- ¿Seguro? – bromeó el Myzarino - ¿No te pondrás a llorar como una chiquilla, verdad?
- ¡Oh, venga, hazlo ya! - rió Freyan.
         Como la flecha sobresalía un poco por la parte de la punta, Zarko sujetó firmemente la parte trasera de la misma con sus dos fuertes manos. Con fuerza, rompió la flecha y Freyan ahogó entre los dientes un grito de dolor al notar la pequeña sacudida producto de la acción del Myzarino.
- Bien – Zarko miró al joven Fedhoram en esta ocasión – Agárrale con fuerza por los hombros mientras yo saco el resto de la flecha.
- De acuerdo – asintió el joven.
- Y ahora, amigo – palmeó el hombro sano del dolorido Freyan – será mejor que aprietes bien los dientes. ¿Listo? Allá voy…
         Apoyando una mano sobre el pecho de su amigo, con la otra sujetó firmemente la punta metálica de la flecha. Tiró con firmeza pero con cuidado de no hacer  ningún movimiento brusco que pudiera provocarle alguna hemorragia a su compañero. Fedhoram sujetaba con fuerza los hombros de su mentor y, bajo sus manos, pudo notar cómo los músculos del cuello y hombros de su maestro y amigo se ponían en tensión al soportar el dolor. Segundos después, que parecieron eternos, el resto ensangrentado de la flecha estaba fuera de la herida. Acto seguido, Zarko se quitó su camisa de tela y se la pasó a Freyan, ordenándole que la convirtiera en improvisadas vendas. Después cogió un poco de arcilla, sacada de una pared arcillosa de una pequeña loma cercana a donde estaban, y la amasó usando un poco de agua. Usando dos pequeños trozos de esa arcilla amasada, taponó con ellos los dos agujeros de la herida. Tras esto, utilizó las vendas fabricadas a partir de su camisa para vendar la herida.
- Listo. Espero que puedas aguantar hasta que te procuremos una ayuda mejor.
- Estás hecho todo un matasanos, amigo mío – le felicitó Freyan.
- Son cosas que uno va aprendiendo por la fuerza, compañero – le explicó risueño Zarko - ¿Cómo te encuentras?
- Bastante bien – contestó Freyan – Teniendo en cuenta que hasta hace unos segundos una flecha me atravesaba el hombro de lado a lado.
- Bueno – sentenció el Myzarino – Descansemos un poco. En unos minutos proseguiremos con nuestro viaje. Esa maldita torre de Acinor no debe de andar ya muy lejos. ¡Por Koyum que el viajecito ya me está empezando a parecer demasiado largo!
- ¡Y a mi también, amigo mío! – sentenció riendo Freyan.
Cabalgaron durante un par de horas más sin más contratiempos. Al llegar a lo alto de una loma, divisaron por fin la torre de Acinor, majestuosa, elevándose por entre unos pocos árboles que crecían a su alrededor. Tiene una altura de unos cinco pisos, es cilíndrica, tallada en roca negra, su base es más ancha que la parte más alta y no posee ni una sola ventana.
- Por Koyum – espetó Zarko – Por fin hemos llegado.
- ¿Estás listo, Fedhoram? – preguntó Freyan a su pupilo, consciente de la prueba que éste deberá afrontar en el interior de la siniestra torre.
- Si – contestó el muchacho con tono decidido – Estoy preparado, maestro. Vayamos ya y acabemos con esto cuanto antes.
- Así se habla, muchacho – apuntó Zarko – Acabemos con esto enseguida.
         Al Cabo de pocos minutos, el trío se hallaba frente a la entrada de la enigmática y oscura torre, una doble puerta de madera, alta y con una extraña gárgola de bronce negro bruñido clavada en una de las hojas, con sus fauces abiertas de par en par formando una diabólica sonrisa y sus ojos cerrados.
- ¿Y cómo diablos se supone que vamos a entrar? – inquirió Zarko - ¿Llamando?
- Usaremos esto – Fedhoram sacó de su camisa el medallón de Ypam, la hija de Acinor, entregado por la diosa Yuga tras superar la prueba a la cual le sometió.
- Pues no veo dónde se coloca el medallón – objetó su mentor, Freyan – No hay hendiduras de ningún tipo en la puerta ni junto a ella.
- Tal vez no necesitemos ninguna hendidura porque ya la hay – indicó el muchacho señalándoles a sus amigos la extraña gárgola.
         El joven bajó de su caballo y colocó el medallón de Ypam entre las fauces de la gárgola. Durante unos segundos no ocurrió nada extraño que indicara si habían acertado o no con la idea, pero, al final, un leve chasquido producido en la boca de la gárgola les dio la razón. Con un gutural chirriar de sus goznes, la enorme puerta de madera se abrió hacia adentro para, con la negrura de sus fauces abiertas, darles la bienvenida a su morada.
- Bueno – dijo cansadamente Zarko – Allá vamos, Denól.
         El trío atravesó el umbral de la entrada y, con otro gutural chirrido, la enorme puerta cerró sus fauces. Para bien o para mal, estaban atrapados en el interior de la prisión del oscuro hechicero y ya no había posibilidad alguna de dar marcha atrás.
CONTINÚA

FELÍCES FIESTAS A TODOS

Pues eso, que os lo paséis muy bien en estas fiestas
y que las disfrutéis a tope con los vuestros.

VANCE, EL CAZADOR (CAP. 14)


14 – PARPADEOS

                   Un parpadeo.
Apenas en un parpadeo Rossi libera su campo de fuerza.
                   En apenas un parpadeo, Ventura abre fuego contra su presa.
                   En ese pequeño parpadeo, Vance se echa a un lado, crea una pequeña cuchilla y la arroja contra el foco que ilumina la estancia.
                   Y en apenas otro parpadeo, el fogonazo del disparo precede a la oscuridad de las sombras.
                   Y en las sombras, Vance es otra sombra más. Una sombra letal.
- Te lo dije antes, Rossi – su voz resuena por todas partes en el interior de la habitación, que solo recibe como luz la que se filtra desde la calle a través del enorme ventanal – Y te lo digo ahora. Si quieres, puedes irte. Pero Ventura es mío.
- Lo siento, tío – responde Rossi mientras carga uno de sus puños con energía electroestática – El señor Ventura es mi jefe, y paga bien. Me quedo.
                   Esas dos últimas palabras son las últimas que Rossi pronuncia con vida, porque, nada más terminar esa afirmación, una cuchilla surge de las sombras y se clava en su frente, en el entrecejo. Cual muñeco roto, el cuerpo sin vida de Rossi cae al suelo con un ruido sordo.
- Yo también lo siento – añade con cierto pesar Vance.
- ¡Da la cara, hijo de puta! – Ruge furioso Ventura - ¡Sal donde te pueda ver! – Lleno de rabia, abre fuego contra las sombras. Justo en ese momento, otra cuchilla surge de las sombras y se clava en la mano que sostiene el arma, haciéndosela soltar con un grito de dolor.
                   Sirviéndose de las sombras, Vance se pasea de lado a lado de la habitación en cuestión de parpadeos. En cada uno de esos trayectos, emerge cerca del aterrado y colérico Ventura y le propina un tajazo en alguna parte desprotegida de su cuerpo; ahora en un brazo, luego en una pierna, después en una mejilla. Con cada nuevo tajazo, la herida resultante es más profunda y dolorosa que la anterior. En cuestión de segundos, el cuerpo de Ventura presenta cortes y sangre por todas partes y se mantiene en pie a duras penas.
- Mi mundo es oscuro y febril – Vance comienza a recitar su salmo a modo de cántico vengativo.
- Mi mundo es la noche, llena de sombras y oscuridad – a cada nueva estrofa le sigue un nuevo tajazo de cuchilla.
- Mi mundo es la caza – Y a cada nuevo corte le sigue un dolor profundo y lacerante.
- Me llamo Vance… - Con una mirada llena de odio incontrolado, Vance emerge de repente de entre las sombras y se planta ante el aterrado y balbuceante Ventura - ¡Y tú mataste a mi madre!
                   Con toda la fuerza que el odio y la rabia le dan a su mano, Vance le clava la cuchilla de plata en plena cabeza. Luego, como remate, le propina una patada en el pecho que lo arroja a través del ventanal, haciendo añicos varios de los cristales. Con su rabia aplacada, Vance se asoma al hueco abierto en el ventanal para ver en el suelo el cuerpo ensangrentado y sin vida de su enemigo. Extrañamente, lo primero que le viene a la mente es su hermana.
- June. Perdóname.
                   Afuera comienza a llover y Vance abandona el lugar con paso cansado. Tiene que hablar con su hermana, piensa. Sí, hablar y explicárselo todo. Pero eso será otro día. Hay tiempo para ello. Mucho tiempo.
CONTINÚA

ZARKO DE MYZAR. CAPÍTULO 12


Capítulo 12 - Cassandra, reina de corazones.

- ¡Flac!
         El tortazo sonó duro y alto y Zarko se acarició la mejilla dolorida y sonrosada.
- ¡Ya te he pedido perdón, mujer!
- ¡Me dejaste plantada! - le chilló Cassandra sin miramiento alguno - ¡Plantada! ¿Cómo te atreves a aparecer de nuevo por aquí?
- ¡Ya te lo dije! - se explicó Zarko - ¡Tuve que abandonar urgentemente la ciudad por culpa de los hermanos Kohen! ¡Iban a matarme!
- ¡Ya, claro! - bramó dolida Cassandra - ¡Y tú no podías encargarte solito de los estúpidos hermanos Kohen!
- ¡Eran ocho! - protestó Zarko de nuevo - ¡Y tenían de su lado a media guardia de Bravia! ¡Si me hubiera quedado…!
- ¡Yo te habría ayudado! - le aclaró la mujer - ¡Como tantas otras veces!
- Si lo hubieras hecho, - le aclaró a su vez Zarko, aún rascándose la dolorida mejilla - tu casa habría sido pasto de las llamas durante la noche. Y no quiero ni pensar en lo que tendrían reservado para ti esos malnacidos. No quise ponerte en peligro. ¡Por eso me fui!
- ¡Debiste decirme que te ibas! ¡Me lo debías!
- ¡No pude avisarte, lo siento! ¿Cómo puedo convencerte de que no tenía ninguna otra alternativa aquel día?
- ¿Y quienes son ellos? - Cassandra miró fríamente a Freyan y Fedhoram - ¿No es muy joven el muchacho para frecuentar mi casa?
- Son dos amigos míos - la explicó Zarko - Se llaman Freyan y Fedhoram. Estamos aquí de paso.
- ¿Piensas marcharte otra vez? - la mujer miró enfurecida al Myzarino - ¿Quién te crees que soy, una casa de caridad?
- Vamos de camino a Heren - se excusó Freyan por Zarko - Nos urge llegar allí con prontitud.
- Os queda un poco lejos - Cassandra observó a Freyan detenidamente de arriba a abajo. Le pareció de fiar - A un día de caballo yendo hacia el noroeste. Y si, - se anticipó a la pregunta de Zarko - podéis pasar aquí la noche.
         Cuando más tranquilas estaban las cosas, un grito de una chica les llamó la atención. Todos salieron a ver lo que ocurría.
- ¡Os lo vuelvo a repetir a todos por última vez, cerdos malnacidos! - la muchacha que hablaba parecía muy enfadada - ¡No limpio sables! ¿Os queda claro?
         Los hombres presentes, conocedores ya del talante de la muchacha, rieron el enfado de ésta. La chica, enfurecida aún, entró nuevamente en la habitación de la cual había salido. Se oyeron los gritos de un hombre y, segundos después, éste salía enfadado de la habitación dando trompicones. Su ropa salió despedida por los aires tras él.
- ¡Vete al infierno, malnacido! - chilló la muchacha, que portaba una espada corta en cada mano - ¡Si te vuelvo a ver por aquí, te rajaré la cara en dos! ¿Te queda claro?
         El hombre recogió a toda prisa su ropa y bajó la escalinata con una pequeña ayuda de la muchacha, que al salir le propinó una patada en el culo. El hombre, algo mayor, cuerpo robusto, pelo canoso, nariz aguileña y rostro marcado por las severas arrugas, rodó por las escalinatas. Cuando llegó abajo, ante las risas de los presentes, se puso en pie y maldijo a la muchacha, que le observaba desde lo alto de la escalinata con gesto airado y mostrándole las espadas en alto.
- ¡Puta malnacida! - bramó el hombre herido en su orgullo - ¡Me las pagarás caro, perra del demonio! ¡No sabes quién soy! ¿Lo has oido? ¡Te arrepentirás de este día! ¡Puta!
         La palabra puta, salida de la boca de aquel desgraciado, accionó un resorte oculto dentro de la cabeza de la muchacha que, sin pensárselo dos veces, se lanzó escaleras abajo a la carrera, enarbolando sus espadas. El hombre, horrorizado, retrocedió en el acto hasta que su cuerpo se topó con la puerta cerrada, viéndose acorralado y sin escapatoria. La muchacha se encontraba a solo dos metros de su víctima cuando alguien se interpuso en medio.
- Detente muchacha - Zarko la habló tranquilizador, parado delante del hombre y con los brazos abiertos en cruz - No merece la pena mancharse las manos con su sangre. Créeme.
- ¡Sal de ahí! - le ordenó furiosa la muchacha.
- ¡Xuna! - la voz de Cassandra sonó autoritaria y firme - ¡Guarda esas armas ahora mismo! ¡Es una orden! ¡Obedece muchacha!
         La muchacha, llamada Xuna, cuerpo esbelto y bien formado, melena corta pelirroja y ojos color almendra, vaciló unos segundos. Miró a Zarko. Luego a Cassandra. Por último al hombre canoso, que resoplaba y sudaba asustado. Finalmente, bajó las armas.
- Será mejor que retire lo de puta - solicitó cruzándose de brazos y mirando a Cassandra - No me gusta que me insulten.
- Y estoy segura de que su excelencia, monseñor Jumen, aquí presente, se muestra tremendamente arrepentido de haberte llamado puta - Cassandra miró duramente al aterrado hombre - ¿No es así, monseñor?
         Monseñor Jumen, aterrado y sudoroso como estaba aún, no podía mascullar palabra alguna. Zarko habló en su lugar.
- Por supuesto que lo está - dijo, atusándole la ropa mal colocada - Y también estoy seguro de que su eminencia olvidará pronto este pequeño “incidente”. ¿Verdad que si, eminencia? Después de todo,… - Zarko continuó colocándole bien la ropa al obispo - …sería una pena verse metido en un escándalo por algo tan estúpido, ¿no le parece, monseñor? - Zarko recalcó la palabra monseñor con cierto retintín - Por supuesto - el Myzarino le miró fijamente a los aterrados ojos y continuó hablando - la muchacha facilitará mucho las cosas si se aleja unos días, pongamos una semana, de la ciudad, ¿no le parece? - el hombre asintió sin reparos a la idea de Zarko - Bien, asunto resuelto.
         Zarko soltó a Jumen y éste abrió la puerta y salió corriendo del local como alma que lleva el diablo. Los allí presentes olvidaron lo acontecido y volvieron a lo suyo. Allí no había pasado nada.
- ¡Ven conmigo! - Cassandra ordenó a Xuna que la siguiera - ¡Y tú también, Myzarino!
         Xuna obedeció seguida de Zarko. Ambos sabían perfectamente lo que les esperaba.
- ¿Os habéis vuelto locos los dos? - Cassandra estaba verdaderamente enojada - ¿Se puede saber qué pretendíais conseguir amenazando al obispo Jumen? - miró encolerizada a ambos - ¿Acaso tenéis idea de lo que representa en Bravia la Santa Iglesia de las Lágrimas de Isnha?
- ¡Me insultó! - se defendió tímidamente Xuna - ¡Y luego me pegó porque me negué a hacerle lo que me pedía!
- ¡Ah, claro, te insultó y te pegó! - exclamó Cassandra - ¡Y solo por eso tú decides amenazarle! ¡Aquí, en mi casa!
- ¡No seas tan dura con la muchacha! - defendió Zarko a Xuna - ¡Tú le habrías hecho lo mismo! ¡Te conozco bien!
- ¡Cállate! - le ordenó tajante Cassandra - Lo siento mucho Xuna, - se dirigió a la muchacha - pero vas a tener que abandonar Bravia por alguna temporada. Hasta que las cosas se calmen un poco por aquí. Vete a Utten. Allí tengo un amigo que puede darte trabajo. Se llama Huzko. No tendrás muchos problemas para encontrarle. Sal mañana a primera hora.
- De acuerdo - asintió obediente y dolida la muchacha - Lo siento mucho, Cassandra. De veras que lo siento.
         Cassandra se acercó a ella y la abrazó con fuerza, para luego besarla en la boca. El beso fue largo, profundo y sentido. Cuando separaron sus labios, Cassandra la besó tiernamente en la mejilla.
- Adiós, pequeña mía. Vuelve pronto. ¿De acuerdo?
- Adiós.
         Xuna abandonó la habitación entristecida y cabizbaja. Un suspiro se escapó de la boca de la no menos entristecida Cassandra.
- Veo que sigues manteniendo lazos sentimentales con todas tus chicas - observó Zarko.
- Ninguna chica que no sea capaz de hacerme disfrutar en la cama es digna de formar parte de mi casa - aseguró orgullosa la mujer - Y Xuna, lo creas o no, sabe hacerme disfrutar en la cama como nadie lo ha hecho jamás. ¡Y cómo besa!
- ¡Me estás acalorando, mujer! - sonrió Zarko algo avergonzado ante tal revelación.
- Bien - atajó decidida Cassandra - Cuéntame en pocas palabras, si es posible, los motivos de tu viaje y tu repentina visita.
         A la mañana siguiente, muy temprano, Xuna fue despedida por Cassandra a la hora de abandonar el local hacia Utten. Yiona y Hura, las dos sukubitas, y Jekka, una Foradiana esbelta y muy alta, de cuerpo escultural y preciosos ojos azules, despidieron con tristeza a su amiga. Tanto Yiona como Cassandra la besaron dulce y profundamente en la boca. Ambas mujeres amaban a la pelirroja que, de igual modo, las amaba a ellas. Cuando cantó el primer gallo, Xuna se encontraba ya a varias millas del lugar. Horas más tarde, Zarko y sus dos compañeros hacían lo mismo. Hura y Yiona se despidieron del Myzarino tal y como lo hicieran horas antes con la pelirroja. Cassandra, por su parte, le despidió con un dulce y prolongado beso en los labios.
- Vuelve pronto a visitarme, ¿de acuerdo?
- Descuida preciosa - Zarko la miró con dulzura - Nadie me impedirá volver aquí para caer en tus amorosos brazos.
- ¿Amorosos? - Cassandra le devolvió la mirada - No dirás lo mismo cuando te ponga las manos encima. Me debes muchas explicaciones. Y me cobraré mi deuda cuando regreses.
- ¿Te han dicho alguna vez que te pones muy guapa cuando te enfadas de ese modo?
- ¡Idiota! - la mujer le dio un empellón - Sabes muy bien que conmigo no te vale hacer la pelota. Ahora vete ya. Y regresa pronto. ¿De acuerdo?
         El Myzarino asintió sonriendo y subió a su caballo, no sin antes despedirse de las otras dos muchachas con unos cuantos besos y abrazos.
- ¡Vuelve pronto, Yarik! - le gritó Yiona cuando ya se ponían en marcha.
- ¡Lo haré! - la respondió Zarko - ¡No podría vivir sin volver a ver tus preciosos ojos, Yiona! ¡Y sin ver tu bello rostro, Hura!
         Horas más tarde, el grupo ya se encontraba lejos de la “Sonrisa de Cassandra”. Sus monturas iban a trote ligero y no dudaban en alcanzar su punto de destino, Heren, en poco más de una jornada de viaje.
CONTINÚA

VANCE, EL CAZADOR (CAP. 13)


13 – RESPUESTAS


                   El pasillo que se abre ante Vance es bastante ancho y está bien iluminado por tres focos halógenos convenientemente situados en el techo. En la pared izquierda del pasillo hay tres puertas de madera y otra más al final del mismo, junto a la cual se puede ver una escalera ascendente. En la pared de la derecha no hay puerta alguna. Vance camina arrimado a esa pared, en previsión de un posible ataque sorpresa proveniente de una de las puertas, ataque que no se produce. En la puerta del fondo, con ventana de cristal translúcido, Vance se acerca al cristal para tratar de escrutar el interior de la habitación. Al no ver moverse nada, ni percibir ruido alguno proveniente del interior de la misma, da por sentado que la habitación está vacía, así pues, se encamina con cautela hacia las escaleras y comienza a subirlas.
                   Cuando llega a la planta de arriba se lleva una pequeña sorpresa. La planta entera es una especie de habitación muy amplia, que termina donde él se encuentra, con una balaustrada de madera de caoba pintada en blanco coronando la escalera. Al fondo de la habitación hay un enorme ventanal dividido en ocho enormes cristales dobles, que, según se imagina Vance, de día ilumina toda la estancia. A ambos lados de la espaciosa sala hay colocadas dos amplias librerías repletas de libros de todas las clases y tamaños. En ambas paredes, y cercanas a la balaustrada de madera, hay sendas puertas de madera. En el techo de la sala, justo en el centro exacto, un gran foco halógeno circular ilumina la estancia. Al fondo de la habitación, y situado frente al enorme ventanal, se encuentra dispuesto un enorme escritorio de madera de nogal, pintado en negro, y un enorme sillón de cuero negro con respaldo alto. En el sillón se encuentra sentado el propio Ventura, con su ayudante Rossi de pie a su lado, que le saluda al verle llegar.
- Pase, amigo mío, pase – le indica con la mano – No se quede ahí y acérquese hasta aquí.
- Dejemos clara una cosa – Vance se encamina con paso decidido hacia el centro de la sala – Ni soy, ni seré nunca, su amigo. ¿Le queda claro?
                   Cuando se encuentra a dos metros escasos de distancia del escritorio, una extraña fuerza invisible le frena en seco y le clava en el sitio, al tiempo que un molesto cosquilleo le recorre por toda la piel.
- Electroestática – le aclara oportunamente Ventura – Bastante molesta, ¿verdad que sí? Pero muy útil, sobre todo si te mueves en los círculos en los que yo me muevo, muchacho. Dale las gracias a mi ayudante, el señor Rossi. Él es quien tiene el poder de generar ese campo electroestático que te mantiene convenientemente inmovilizado.
- ¿Quién es usted? – logra preguntar Vance, sorprendido ante este descubrimiento.
- ¡Ah, por fin, la pregunta adecuada! – Exclama feliz Ventura mientras se pone de pie y se encamina hacia él - ¿Sabes? Si te hubieras planteado esa pregunta desde el principio, nos habríamos ahorrado muchos problemas, tanto tú como yo. Te lo aseguro, muchacho.
- ¿De qué habla?
- Verás – le explica Ventura mientras pasea a su alrededor con aire triunfante – Sé lo que es “La Pirámide”. Oh, sí, no me mires así, lo sé. Como también sé que, en unas semanas, se elegirá a los nuevos miembros de su consejo; esto es, manos, brazos y hombros. Espera, ¿cómo dicen en la agencia? Ah, sí, ya lo recuerdo… - comienza a declamar teatralmente - “La cabeza mueve el hombro, que dirige el brazo, que guía a la mano, que tiene dedos. Y los dedos tienen uñas”, ¿Era así, no es cierto? – Ventura sonríe al sorprendido Vance, que no da crédito a lo que oye de labios de Ventura.
- ¿Cómo…?
- ¿…Sé todo eso? – Ventura termina la pregunta – Porque, amigo mío, aquí donde me ves, soy un aspirante a ser una de las manos.
- Eso es imposible – replica Vance incrédulo.
- ¿En serio lo crees así? – Le pregunta Ventura – Entonces eres más tonto de lo que pensé, hijo.
- ¡No soy su hijo! – Le espeta furioso Vance - ¡Deje de llamarme así!
- ¡Vamos, vamos! – Le calma Ventura – Tenemos que empezar a llevarnos bien si es que vamos a trabajar juntos en el futuro, ¿no te parece, muchacho? ¡Pelillos a la mar, que suele decirse!
- Olvídelo.
- A ver, chico – Ventura se frota el entrecejo con los dedos para liberar parte del estrés acumulado en esa zona – Clase particular sobre “La Pirámide” y su jerarquía de mando: Arriba del todo tenemos a la cabeza, Abe Moses, fundador de la agencia y, desde entonces y hasta ahora, única cabeza de la agencia. El resto de cargos; hombros, brazos y manos, han ido sufriendo cambios durante los últimos años. Cada cuatro años, al igual que en las elecciones generales de un país, se revisan a dichos cargos y, de ser necesario, se les cesa y se nombran a otros nuevos. ¿Es así o me he olvidado de algo? Bien. El señor Brazilev, el hombre de la fotografía que te enseñé en el restaurante, es mi rival más directo en el cargo de mano – Ventura se encoge de hombros y sigue hablando – Las malas lenguas me informan de que tiene todas las papeletas para ocupar ese puesto. Por desgracia, yo también deseo ese cargo, pero ocupo el segundo lugar en los informes. ¿Lo vas cogiendo ahora, chico?
- ¿Y por qué no le dice a él que lo haga? – Vance señala con la mirada a Rossi.
- ¿Rossi? – pregunta con cierta extrañeza Ventura – Ay, chico, veo que no estás del todo en la onda. No puedo arriesgarme a que me relacionen con el asesino de Brazilev, supongo que eso lo entiendes, ¿verdad? A Rossi podrían descubrirle y eso sería nefasto para mis planes. En cambio tú… – Ventura sonríe y se encoge de hombros una vez más – Tu poder es único, muchacho. Puedes entrar en casi cualquier lugar sin apenas ser visto. Entras, coges lo que deseas y te marchas. ¡Imagínate lo que podríamos hacer juntos!
- ¿Por qué cree que le voy a ayudar? – pregunta Vance, algo dolorido tras llevar varios minutos soportando el campo de fuerza electroestática.
- Porque no te queda otro remedio, chico - Ventura saca del bolsillo derecho de su pantalón un pequeño mando a distancia y aprieta uno de sus botones. Una de las secciones de la librería situada a la derecha de la habitación se mueve hacia un lado y deja al descubierto una pantalla de televisión de plasma de unas veintisiete pulgadas. Pulsando en un segundo botón, la pantalla se ilumina y comienza a emitir unas imágenes, en donde puede verse a Vance golpeando hasta la muerte al secuestrador de June - ¿Qué crees que dirán en la agencia cuando vean esto?
- ¡Usted lo planeó todo!
- Casi todo – le corrige Ventura – Verás, cuando supe que el señor Richardson era tu padre ¡bang!, una bombillita se encendió aquí dentro – Ventura se golpea en la frente un par de veces con el dedo índice de su mano derecha – Pensé que sería buena idea atosigar al viejo para que tú tomaras cartas en el asunto, pero, para mi desgracia, descubrí también que la relación que mantenías con él no era la más apropiada para mis planes. Te aseguro que su muerte no entraba dentro de lo que tenía pensado. Cuando te hice llamar para proponerte el negocio, vi claramente que serías un hueso duro de roer, así pues, decidí golpearte donde más te duele. Tu madre.
- ¿Por qué matarla? – La ira intenta abrirse paso a través del cuerpo dolorido de Vance - ¿¡Por qué!? ¡¡Ella era inocente!!
- Y te aseguro que no había nada más lejos de mis intenciones que el hecho de matarla – le contesta Ventura sin inmutarse ante la creciente rabia de Vance – El capullo de Mastiletto solo debía ir a tu casa, golpear a tu madre un par de veces y, a lo sumo, arrojarla por una escalera. Pensé que eso sería suficiente para hacerte entrar en razón y volverte más “cooperativo”. Por desgracia, como decía, el tonto de Mastiletto lo jodió todo a base de bien. ¿Te lo puedes creer? Una chavala y una anciana le dieron de lo suyo a ese incompetente, ¡ja! Que le disparase a la vieja no entraba dentro de las órdenes, puedes creerme. Mal asunto, la verdad es que sí…
- ¡¡Hijo de puta!! – Vance ruge encolerizado y trata de acercarse a Ventura, pero el campo electroestático de Rossi aprieta más su tenaza y le da una buena sacudida en todo su dolorido cuerpo - ¡Te mataré! ¿Me oyes? ¡¡Aaargh!! – la nueva sacudida del campo le hace caer rodilla en tierra ante el inmutable Ventura, que continúa con su explicación.
- Como iba diciendo. Al verse superado por los acontecimientos, Mastiletto se puso en contacto conmigo para que le diera nuevas órdenes, fue entonces cuando le ordené que llevara a tu hermanita al viejo almacén y te llamara. Sabía cómo ibas a reaccionar, por supuesto que sí, pero el capullo de Mastiletto no, porque ni siquiera sabía qué clase de persona eres. En ese almacén guardamos algunas veces mercancías un tanto “especiales”, por eso tenemos cámaras de vigilancia hábilmente escondidas por el interior del edificio. Era cuestión de tiempo esperar a que llegaras allí y le dieras su merecido al idiota de Mastiletto. ¡Y lo hiciste, ya lo creo que sí!
- Desde luego – corrobora Rossi – Le diste su merecido.
- A-Aún estás a t-tiempo… - le comunica Vance.
- ¿A tiempo? – Pregunta éste extrañado - ¿A tiempo de qué?
- De m-marcharte… - responde Vance – Si te vas a-ahora, te dejaré vivir. S-si te quedas, daré por sentado que le defiendes… – Vance señala con la mirada a Ventura – Y tampoco tendré piedad contigo. Tú eliges.
- ¿Estas de guasa? – Pregunta Ventura sonriente - ¡Por si no te has dado cuenta, no estás en condiciones de amenazarnos! ¿O es que no ves en qué punto te encuentras, muchacho?
- Lo v-veo – Vance hace acopio de todas sus fuerzas para ponerse nuevamente en pie y mirar a Ventura a los ojos – Es usted el que no ve lo que ocurre.
- ¿De qué diablos hablas, chico? – Espeta enojado Ventura ante la arrogancia de Vance.
- Dígame una cosa – Vance le desafía con la mirada - ¿Cuánto tiempo más cree que podrá aguantar su amigo activado el campo que me retiene?
- ¿Pero qué demonios…? – Ventura se fija en Rossi y ve que el sudor que perla su rostro demuestra el esfuerzo al que está siendo sometido por mantener activado el campo electroestático. Furioso, saca del interior de su chaqueta una pequeña pistola y apunta con ella a Vance - ¡A la mierda, buscaré a otro que haga el trabajo por ti! ¡Date por muerto, muchacho!
CONTINÚA

ZARKO DE MYZAR. CAPÍTULO 11


Capítulo 11 - Una parada en Bravia.

         El warg, animal semejante a un gusano pero con un cuerpo de dos metros de diámetro y una gran boca llena de afilados dientes, elevó la parte delantera de su grueso cuerpo y, abriendo sus fauces de par en par, lanzó su ataque. Su víctima, lejos de arredrarse, plantó cara a la enorme bestia y, en posición defensiva, esperó bajo el enorme árbol a que el animal atacase para hacer su movimiento. Cuando la boca del animal se hallaba lo suficientemente cerca del sujeto, éste, de cabello rojizo, cuerpo musculoso y facciones marcadas, saltó a un lado y, asiendo fuertemente su larga espada con ambas manos, clavó el largo filo en el torso del animal. El warg, herido de gravedad, lanzó algo parecido a un gutural alarido y se revolvió violentamente en el suelo, dando bandazos hacia todos los lados
- ¡Ahora! - gritó el extraño.
         Otro hombre hizo su jugada. Dejándose caer de las quimas del árbol, cayó sobre el lomo del herido gusano y, sujetando con fuerza su espada, la clavó en la cabeza del animal. El warg dio un nuevo alarido y se revolvió más violentamente que antes. Segundos después, tras un par de violentas convulsiones de su cuerpo, el animal yacía muerto sobre el suelo, empapado en su rojiza sangre.
- ¡Así se hace! - gritó Zarko.
- ¡Un buen plan! - coreó Freyan bajando del cuerpo inerte del warg.
- ¿Puedo bajar ya de aquí? - preguntó Fedhoram, desde lo alto del mismo árbol del que cayó Freyan.
         Zarko rió a carcajadas mientras le hacía señas al muchacho para que descendiera del árbol. Se encontraban de paso por la región boscosa de Trosh, cruzando uno de sus innumerables y frondosos bosques, cuando se vieron sorprendidos por el ataque del warg. Zarko ordenó a sus dos compañeros subirse de inmediato a uno de los árboles y le mandó a Freyan esperar su señal para hacer su ataque. El plan del Myzarino surtió buen efecto, por suerte para ellos. Tras reírse un buen rato contando el incidente, continuaron su viaje. Hacía ya un día y medio que dejaron atrás Lu-Fadem y al hechicero. Su destino ahora era Heren, lugar donde se halla la torre de Acinor, sitio en donde se halla encerrado el oscuro hechicero Denól. Para no dar un gran rodeo hasta llegar a Heren, Freyan propuso atravesar lateralmente uno de los bosques norteños de la región de Trosh, para así llegar a Forandan y, desde ahí, poner rumbo sureste hacia Heren, idea aceptada de buen grado por sus dos compañeros de viaje. Entonces fue cuando se vieron atacados por el warg.
         Varias horas después, llegaron a una bifurcación del camino. Freyan leyó las indicaciones de un pequeño letrero de madera que señalaba en ambas direcciones.
- Bravia y Kosia. Qué raro… - Freyan se rascó preocupadamente su barbilla.
- ¿Ocurre algo malo? - le preguntó Zarko.
- No recuerdo este letrero aquí… - explicó Freyan mesándose el poblado mostacho - Que yo recuerde, ahora debería de haber un solo cartél indicándonos la llegada a Forandan. Lamento tener que afirmar que me he perdido.
- Y a nosotros contigo - rió Fedhoram.
- Vayamos a Bravia - eligió Zarko tomando dicha dirección - Allí conozco a alguien que nos puede ayudar.
- …A lo mejor debíamos haber seguido más hacia el nordeste - comentó divertido Freyan - Si. Creo que deberíamos de haber seguido en dirección nordeste.
         Dos horas escasas después llegaban a Bravia. La ciudad apareció ante ellos majestuosa y blanca como la nieve. Todas las casas allí, o casi todas, estaban pintadas con cal blanca y sus tejados eran de teja de arcilla cocida de color marrón. Sus chimeneas, la mayoría, eran de ladrillos de barro cocido. Muchas de las casas, de dos o más plantas, presentaban largos y elaborados balcones de maderas exquisitamente talladas y bien trabajadas. El centro de la ciudad se encontraba en la plaza Huggs, llamada así en honor a un antiguo fundador de la ciudad, que, al parecer, murió protegiéndola de un ataque invasor hace siglos. En el centro de la plaza había una fuente circular en cuyo centro, majestuosa, una estatua de bronce dedicada al héroe contaba lo acontecido en dicha batalla. Las calles y callejuelas que conformaban la gran ciudad, formaban intricados laberintos que podían ser algo confusos para los extranjeros, pero ese no era el caso de Zarko, que había pasado ya varios años viviendo en dicha ciudad, en la época de su juventud. Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro del Myzarino cuando volvieron a su mente los recuerdos de aquellos días. Respiró profundamente el aire de la ciudad. De nuevo se sentía en casa.
- Vayamos por allí - indicó a sus compañeros.
         Sus amigos le siguieron el paso. Zarko tomó como referencia una de las callejuelas cercanas a la enorme fuente y se adentró por sus recovecos. Bajaron una pequeña cuesta y luego giraron un par de veces a la derecha para, finalmente girar una vez más  a la izquierda, hasta llegar a su destino. Una gran casa de cuatro plantas, jardín bien cuidado y un grueso muro de piedra alto cercándola.
- Es aquí - les indicó a sus compañeros.
- ¿Un burdel? - Fedhoram no daba crédito al lugar al que su amigo les había traído - Creo que soy un poco joven para entrar ahí, ¿no te parece?
- ¡La Sonrisa de Cassandra! - anunció sonriente Zarko - ¡El mejor lugar del mundo civilizado para descansar!
- ¿Lo estás diciendo en serio? - Freyan estaba igual de sorprendido que su joven pupilo.
- Absolutamente - afirmó Zarko con rotundidad - Conozco a la dueña. Seguidme.
         El Myzarino descendió de su caballo y atravesó la entrada al jardín hasta llegar ante la puerta. Al llegar a ella, dos muchachas gritaron de alegría y fueron corriendo a abrazarle.
- ¡Zarko! ¡Has vuelto, has vuelto!
         El Myzarino correspondió a sus abrazos de la misma manera. Freyan y Fedhoram se miraron atónitos el uno al otro durante unos segundos sin saber muy bien qué hacer. Zarko les sacó del dilema llamándoles a voz en grito.
- ¿A qué esperáis? - sacudió en alto su brazo - ¡Vamos, venid los dos de una vez!
         Los dos compañeros bajaron de sus monturas y se encaminaron al encuentro con Zarko. Cuando llegaron hasta donde él estaba, éste les presentó a las dos muchachas.
- Estas dos bellezas son Hura y Yiona - las muchachas sonrieron abiertamente y besaron en las mejillas a los desconcertados viajeros - Las dos son del norte de Terba, una aldea que hay cerca de Sukubia. Las conocí hace un año, cuando estaba de paso por aquí. ¿A que son preciosas, eh?
         El Myzarino rió abiertamente mientras palmeaba el trasero de Hura y abrazaba por la cintura a Yiona. Las dos muchachas eran, en efecto, hermosas. Hura, de piel morena, cuerpo robusto y unos impresionantes ojos azules, poseía un rostro hermoso y de mandíbula ancha. Su larga cabellera, ondulada y negra como el carbón, caía por su ancha y esbelta espalda. Yiona, por su parte, era mucho más morena que su compañera y además tenía un cabello blanco como la nieve, cortado en una melenita que apenas cubría sus pequeñas y puntiagudas orejas. Su rostro era más fino que el de Hura, pero su boca era pequeña y deliciosamente risueña. Ambas mujeres parecían encantadas con la presencia del hombre y de su compañía. Yiona le dedicó un par de cálidos besos en una de sus mejillas mientras Hura lo abrazaba cariñosamente por la cintura.
- ¿Vas a quedarte mucho tiempo, Yarik? - preguntó Yiona.
-¿Yarik? -preguntó a su vez el intrigado Freyan ante el nombre usado por la muchacha para dirigirse a Zarko.
- Si, “Guerrero Oso” - aclaró su amigo - Yiona es de Sukubia, pero fue enviada a vivir a Terba cuando tenía apenas trece primaveras. Los Sukubitas llaman Yarik a quienes demuestran su gran valor en la lucha cuerpo a cuerpo contra un oso. Yiona me llama así porque dice que es un nombre más bonito que Zarko. ¿Quién soy yo para discutirlo? - rió abiertamente mientras abrazaba contra sí a las dos mujeres - Lo siento pequeñas, solo estoy de paso con mis amigos. ¿Está Cassandra dentro?
- Si, ya verás cuando te vea - le dijo Hura - La va a dar algo.
- ¿Vamos dentro, pues? - rió Zarko.
         Las muchachas acompañaron al Myzarino al interior de la gran casa, seguidos de los sorprendidos Freyan y Fedhoram. Ya dentro, el panorama era, cuando menos, turbador para un joven como Fedhoram. Mujeres, de todas las razas conocidas, y todas ellas igual de bellas que Hura y Yiona, o más, se encargaban de atender a los variopintos clientes del local. Una Sukubita, tan morena y de cabello tan blanco como la propia Yiona, pero ligeramente más alta que ésta, se entregaba a las caricias de un Foradiano gordo, moreno y de mostacho poblado. En los escalones de la larga escalinata de mármol que dominaba la estancia, dos bellas rubias de Gondar abrazaban a un esbelto muchachuelo de Thuran, que no sabía a cuál de las dos dedicar más atención. En lo alto de la misma escalera, una preciosa mujer de color, negra como el ébano, de larga cabellera de rastas y piernas largas y esbeltas, atraía la atención de una pareja de recién casados de Hunare. Abajo, sobre un diván de cuero negro, un hombre de robusto cuerpo disfrutaba de los encantos y las caricias de tres bellezas Andurianas. A su lado, en otro diván, dos mujeres, Razsiana la primera y Korena la segunda, se entregaban sin reparos a darse besos largos y profundos la una a la otra. Una tercera llegó a donde ellas estaban y se les unió en el juego amatorio sin pudor alguno por su parte. Fedhoram, no obstante, estaba ya más que ruborizado y apenas sabía hacia dónde mirar para no sonrojarse más de lo que ya estaba.
- Vaya, vaya, vaya… - una melodiosa voz les llamó la atención desde lo alto de la escalinata - Has vuelto a asomar por mi casa.
         Cuando Fedhoram vió a la mujer que les hablaba, enmudeció para siempre. O al menos eso creyó él que le pasaría. Era la mujer más hermosa que había visto hasta el momento. Si, hasta hace apenas unos segundos, las dos muchachas que les recibieron a la entrada, le parecieron hermosas, ahora éstas se quedaban en nada ante la belleza de esta mujer. Una larga cabellera negra y ondulada descendía tras sus anchos hombros y reposaba sobre su ancha y esbelta espalda. Su escultural cuerpo, de piel muy morena, caderas anchas, piernas largas y robustas, brazos firmes, senos redondos y bien formados y cintura estrecha, no se quedaba a la zaga del hermoso rostro. Mentón ancho y con un pequeño hoyuelo en el centro, boca grande y labios finos, nariz levemente respingona, cejas finas y bien dibujadas y unos preciosos ojos color almendra dibujaban la arrebatadora belleza de una mujer que superaba ya la cuarentena en años de vida.
- Y veo que vienes acompañado.
- Hola Cassandra - saludó Zarko a la mujer - No me mires así, por favor - la aduló como un niño tontorrón - De lo contrario, quedaré eternamente prendado de tu corazón.
CONTINÚA

ZARKO DE MYZAR. CAPÍTULO 10


Capítulo 10 - La prueba final.

         De nuevo la negrura lo envolvía todo. Y el silencio. Fedhoram pudo sentir dentro de aquel lugar hasta los latidos de su corazón. Un nuevo haz de luz surgió ante él. Bajo el haz, una puerta de piedra de grandes proporciones. En medio de la enorme piedra, custodiándola,  hay una estatua tallada en roca sólida, representando una enorme cara de gárgola, de boca aguileña abierta y ojos redondos que no parecían mirar a ninguna parte, pero que, al mismo tiempo, parecían estarle escrutando hasta lo más profundo de su ser.
- ¿Quién eres? - la gárgola habló con una voz grave y profunda.
- Soy Fedhoram - contestó el muchacho.
- ¿Acaso te he preguntado por tu nombre, mortal? - la voz sonó a reprimenda - ¿Quién eres?
- No entiendo la pregunta - contestó indeciso Fedhoram.
- ¿Qué demonios haces entonces aquí? ¿Malgasto mi tiempo con un estúpido mequetrefe que ni siquiera sabe decirme quién es?
- ¿Y yo qué? - preguntó con insolencia el muchacho - ¿Acaso no es igual de importante mi tiempo para malgastarlo en responder a preguntas tontas y sin sentido? Me preguntas que quién soy y te digo mi nombre. Entonces tú me dices que esa respuesta no es la que debo darte. ¿Cuál es, entonces, dicha respuesta?
- Aquí soy yo quien hace las preguntas, mocoso insolente - la gárgola parecía molesta ante el comentario del muchacho - ¿Quién eres? ¿Acaso eres un niño llorón y malencarado que pretende conseguirlo todo solo por las buenas, porque se le antoja a él? ¿O acaso eres un hombre libre que trata de encontrar su lugar en un mundo que no le guarda simpatía? ¿Eres ese guerrero que, valeroso y sin temor en su corazón, luchará por defender siempre la verdad y la  justicia? ¿O acaso eres un cobarde y cruel asesino de corazón oscuro, que roba migajas de humanidad a los que le rodean para poder irse cada noche a la cama acallando los gritos de su alma, corrompida hasta las raíces? - la gárgola hizo una breve pausa y continuó hablando - Dime, pues, ¿quién eres?
- Soy… - Fedhoram se detuvo para meditar su respuesta. Tras unos segundos, prosiguió - Soy Fedhoram de Haram, de la provincia de Egtos. No soy un guerrero. Ni tampoco soy valeroso. Nací bajo unas circunstancias que marcaron mi vida sin yo pedirlo. Nadie me pidió permiso para nombrarme el elegido, aquel que, según una antigua leyenda, deberá detener a un oscuro ser. Nadie tuvo la ocurrencia de pararse a pensar si yo aceptaría de buen grado dicha responsabilidad. Puede que eso no me guste, ni que tampoco lo quiera, pero he de aceptarlo, puesto que ese es mi destino. Si estoy o no preparado para afrontarlo, es algo que averiguaré en su momento. Pero, ya que estoy aquí, y puesto que he pasado tanto tiempo preparándome para ello, será mejor que me trague mi orgullo y saque fuerzas de donde no las hay para llevar a cabo mi tarea. Porque hay personas que han creído en mí durante todo este tiempo ¡y porque soy Fedhoram de Haram, el elegido! ¡Y daré mi vida y mi sangre para llevar a cabo la misión para la que me han entrenado durante estos años! ¿Te ha quedado claro?
- Al fin has hablado con sabiduría - la gárgola pareció complacida con la respuesta del muchacho - Pasa y afronta tu destino.
         Con estrepitoso rechinar, la enorme puerta se abrió, lentamente, dejando el camino abierto ante el joven, que atravesó la puerta con decisión. De nuevo la negrura más absoluta. Y nuevamente un haz de luz iluminando otra enorme puerta. En el centro mismo de la puerta, otra gárgola, de igual aspecto a la anterior, salvo que ésta tenía los ojos cerrados y su cara no mostraba expresión alguna. La nueva gárgola habló.
- Dime, joven guerrero. ¿Quién es más valioso? ¿Un recién nacido en su cuna, o un anciano en su lecho de muerte?
- Ambos - contestó sin titubeos Fedhoram - El niño por lo que pueda aprender a lo largo de su vida. El anciano por lo que puede aportar tras su larga vida. Aprendizaje y conocimiento. Las dos bases de toda formación.
- En verdad eres sabio - la gárgola mostró una sonrisa - Pasa y sigue tu camino.
         Nueva puerta. Nueva gárgola. Ésta con las orejas atravesadas por un hueso humano y los ojos llorando lágrimas de piedra. Su voz sonaba a tristeza.
- ¿Qué vale más, uno solo o un millón?
- ¿Hablamos de dinero o de personas? - bromeó Fedhoram. Viendo que la gárgola no aceptaba el chiste, continuó hablando - Te responderé con otra pregunta. ¿Matarías a uno solo o a un millón? Un hombre muerto sería asesinato. Un millón, genocidio. Toda vida debe de ser protegida y defendida de todo mal que la aceche. Por lo tanto, la respuesta que buscas es, ambos. Ambos son igual de importantes.
- Tus palabras demuestran tu buen juicio, joven guerrero. Adelante y afronta la última de las pruebas.
         La enorme puerta chirrió y retumbó mientras se abría para dejar paso al joven. Fedhoram la atravesó hacia la negrura. No veía a nadie ni a nada. Solo negrura.
- Antes te hice una pregunta - la voz de Yuga sonó de repente en el vacío del solitario lugar - Y no me contestaste.
         Apareció de la nada, andando lentamente hacia el muchacho, que se sorprendió mucho al encontrársela ahí.
- Dime, pues - siguió hablando - ¿Matarías a tu mentor si de ello dependiera el superar esta prueba?
- No - Fedhoram agachó la mirada.
- ¿Aunque ello suponga el fracaso en tu misión?
- No alzaría la mano contra el hombre que me lo ha enseñado todo - contestó Fedhoram - Mi honor y el respeto que le guardo, me lo impedirían.
- Honor. Respeto - Yuga pronunció las palabras arrastrando las sílabas - Deberías saber, joven guerrero, que en ciertas ocasiones un guerrero debe dejar de lado esos dos conceptos cuando de lo que se trata es de cumplir con su destino. Para superar esta prueba, pues, si te pido que saltes, pregúntame a qué altura. Si te pido que corras, pregúntame hasta dónde has de hacerlo. Y… - hizo una pequeña pausa y le acarició suavemente el mentón con los dedos - …si te pido que mates, pregúntame que a quién. ¿Lo has entendido, mi pequeño elegido?
- Si, mi señora - contestó Fedhoram - Lo entiendo perfectamente. Adiós.
         Ante la sorpresa de la mujer, Fedhoram dio media vuelta y se encaminó hacia la salida.
- ¿Te vas? - le preguntó Yuga entre sorprendida y divertida - ¿Renuncias a la prueba?
- No - el muchacho se detuvo ante la puerta - No, mi señora. No renuncio a la prueba. Renuncio a tener que matar a nadie para superarla. Si se necesita de un sacrificio humano para superar esta prueba, entonces significa que no estoy hecho ni preparado para superarla, porque, entérate bien, mi señora, jamás usaré la vida de una persona para mi beneficio. ¡Nunca!
- ¿Entiendes todo lo que está en juego? ¿Entiendes todo lo que pierdes si renuncias?
         Fedhoram permaneció parado ante la puerta sin mover un solo músculo del cuerpo. Finalmente, se volvió hacia la mujer. En su mirada había orgullo y decisión.
- Entiendo perfectamente todo, mi señora. Pero no pienso sacrificar a nadie para beneficio propio. Adiós.
         Se dio la vuelta y se encaminó hacia la puerta de nuevo, pero esta vez le detuvo el sonido de un aplauso. Yuga le aplaudía sonriente.
- Prueba superada, mi joven impetuoso - le sonrió - Si por un solo momento hubieras vacilado en tu respuesta, ahora mismo estarías ya de vuelta con Ezerian en el cementerio de Lu-Fadem, junto con tu mentor y tu buen amigo, el Myzarino. Un guerrero sin principios morales es solo una máquina de matar. Si le dicen mata, él mata. Si le dicen salta, él salta. Bien dicho, joven y valeroso guerrero. Nadie debe jugar a su antojo con las vidas de los seres vivos. Ni siquiera los propios dioses lo hacen. Toma. Te lo has ganado.
         Yuga le cogió de las manos y colocó sobre sus palmas un medallón. Éste, plateado, redondo, con el relieve de dos cobras engarzadas entre si y varias y antiquísimas runas talladas en él, parecía vibrar bajo la extraña luz opalina que desprendía.
- ¿Qué es esto?
- El medallón de Ypam, la hija de Acinor - le explicó Yuga susurrándole dulcemente al oido - Lo necesitaréis para entrar en la torre donde se halla encerrado Denól.
- ¿He superado la prueba?
- Esta si - la sonrió nuevamente Yuga - Ahora vete. Ve con tus compañeros y prosigue tu viaje. Ah, y saluda de mi parte a Ezerian. Dile que me agradaría mucho verle de nuevo algún día por aquí. Adiós, elegido.
         Yuga desapareció y un nuevo haz surgió de la nada y bañó a Fedhoram con su luz. Cuando el haz desapareció, el muchacho se encontró junto a sus dos compañeros, que le miraron incrédulos.
- ¡Muchacho! - sonrió saludándole Zarko - ¡Ojos que te ven!
- ¿Cómo estás, Fedhoram? - le preguntó ansioso Freyan - ¿Ha ido todo bien?
- Si - Fedhoram les enseñó el medallón.
         El hechicero se sorprendió gratamente al verlos regresar. Y más se sorprendió al ver el medallón que Fedhoram portaba en sus manos.
- El medallón de Ypam - señaló complacido - Veo que has pasado la prueba de Yuga. Mi enhorabuena, Fedhoram. Prometes ser un guerrero muy valioso. Y ahora, debemos descansar. Mañana os espera un largo viaje hasta Heren.
- ¿Por qué a Heren? - preguntó Freyan intrigado.
- Allí se encuentra la torre de Acinor, el lugar en el cual está encerrado el espíritu de Denól.
- Has dicho “os espera”… - inquirió intrigado Zarko - ¿Acaso tú no nos acompañas?
- Mi papel en este juego ya ha terminado. El muchacho está listo para afrontar su destino. Velaré por vosotros para que logréis vuestro objetivo. Pero recuerda bien, Fedhoram. Tanto el Medallón de Isnha, como el conjuro del encierro., deberán ser usados justo en la noche de la próxima luna llena. De lo contrario, Denól recobraría su forma humana. Si ocurriera eso, nada podría ayudaros ante su poder… Ni yo mismo podría hacerlo.
- No te preocupes, hechicero - rió Zarko - En la próxima luna llena, este muchacho - agarró a Fedhoram por los hombros - le meterá el medallón por el culo a ese tal Denól y de una patada le devolverá a su limbo. Te lo asegura este Myzarino, que irá con él hasta el infierno si fuera necesario para llevar a cabo la tarea.
- Otra cosa - les recomendó el hechicero - Tened mucho cuidado cuando lleguéis a la torre. Una cosa es llegar y otra muy distinta el entrar en ella y lograr acercarse a Denól. Ese oscuro y retorcido ser usará todas las armas que tenga a mano para impedir vuestro cometido. Cuidaos bien las espaldas.
- No te preocupes - habló Freyan - Sabemos bien que el enemigo al que nos enfrentamos no es normal y corriente. Estaremos bien alerta y seremos muy precavidos.
- Bien - Ezerian le miró pensativo durante escasos segundos - Ahora será mejor que vayamos a descansar.
         Formuló unas salmodias ininteligibles al tiempo que dibujaba un extraño símbolo en el aire y, de la nada, el espacio que les rodeaba se transformó en una gran tienda de campaña, de las usadas por el ejército en incursiones largas, con una cómoda cama para cada uno de ellos. Ezerian se agenció de una de las camas y se tumbó sobre ella.
- Hasta mañana, pues. Que durmáis bien.
- Me pido la otra de la esquina - solicitó bromeando Zarko.
- ¡Esa es para mí! - bromeó también Freyan mientras corría a hacerse con ella.
CONTINÚA