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ZARKO DE MYZAR. CAPÍTULO 11


Capítulo 11 - Una parada en Bravia.

         El warg, animal semejante a un gusano pero con un cuerpo de dos metros de diámetro y una gran boca llena de afilados dientes, elevó la parte delantera de su grueso cuerpo y, abriendo sus fauces de par en par, lanzó su ataque. Su víctima, lejos de arredrarse, plantó cara a la enorme bestia y, en posición defensiva, esperó bajo el enorme árbol a que el animal atacase para hacer su movimiento. Cuando la boca del animal se hallaba lo suficientemente cerca del sujeto, éste, de cabello rojizo, cuerpo musculoso y facciones marcadas, saltó a un lado y, asiendo fuertemente su larga espada con ambas manos, clavó el largo filo en el torso del animal. El warg, herido de gravedad, lanzó algo parecido a un gutural alarido y se revolvió violentamente en el suelo, dando bandazos hacia todos los lados
- ¡Ahora! - gritó el extraño.
         Otro hombre hizo su jugada. Dejándose caer de las quimas del árbol, cayó sobre el lomo del herido gusano y, sujetando con fuerza su espada, la clavó en la cabeza del animal. El warg dio un nuevo alarido y se revolvió más violentamente que antes. Segundos después, tras un par de violentas convulsiones de su cuerpo, el animal yacía muerto sobre el suelo, empapado en su rojiza sangre.
- ¡Así se hace! - gritó Zarko.
- ¡Un buen plan! - coreó Freyan bajando del cuerpo inerte del warg.
- ¿Puedo bajar ya de aquí? - preguntó Fedhoram, desde lo alto del mismo árbol del que cayó Freyan.
         Zarko rió a carcajadas mientras le hacía señas al muchacho para que descendiera del árbol. Se encontraban de paso por la región boscosa de Trosh, cruzando uno de sus innumerables y frondosos bosques, cuando se vieron sorprendidos por el ataque del warg. Zarko ordenó a sus dos compañeros subirse de inmediato a uno de los árboles y le mandó a Freyan esperar su señal para hacer su ataque. El plan del Myzarino surtió buen efecto, por suerte para ellos. Tras reírse un buen rato contando el incidente, continuaron su viaje. Hacía ya un día y medio que dejaron atrás Lu-Fadem y al hechicero. Su destino ahora era Heren, lugar donde se halla la torre de Acinor, sitio en donde se halla encerrado el oscuro hechicero Denól. Para no dar un gran rodeo hasta llegar a Heren, Freyan propuso atravesar lateralmente uno de los bosques norteños de la región de Trosh, para así llegar a Forandan y, desde ahí, poner rumbo sureste hacia Heren, idea aceptada de buen grado por sus dos compañeros de viaje. Entonces fue cuando se vieron atacados por el warg.
         Varias horas después, llegaron a una bifurcación del camino. Freyan leyó las indicaciones de un pequeño letrero de madera que señalaba en ambas direcciones.
- Bravia y Kosia. Qué raro… - Freyan se rascó preocupadamente su barbilla.
- ¿Ocurre algo malo? - le preguntó Zarko.
- No recuerdo este letrero aquí… - explicó Freyan mesándose el poblado mostacho - Que yo recuerde, ahora debería de haber un solo cartél indicándonos la llegada a Forandan. Lamento tener que afirmar que me he perdido.
- Y a nosotros contigo - rió Fedhoram.
- Vayamos a Bravia - eligió Zarko tomando dicha dirección - Allí conozco a alguien que nos puede ayudar.
- …A lo mejor debíamos haber seguido más hacia el nordeste - comentó divertido Freyan - Si. Creo que deberíamos de haber seguido en dirección nordeste.
         Dos horas escasas después llegaban a Bravia. La ciudad apareció ante ellos majestuosa y blanca como la nieve. Todas las casas allí, o casi todas, estaban pintadas con cal blanca y sus tejados eran de teja de arcilla cocida de color marrón. Sus chimeneas, la mayoría, eran de ladrillos de barro cocido. Muchas de las casas, de dos o más plantas, presentaban largos y elaborados balcones de maderas exquisitamente talladas y bien trabajadas. El centro de la ciudad se encontraba en la plaza Huggs, llamada así en honor a un antiguo fundador de la ciudad, que, al parecer, murió protegiéndola de un ataque invasor hace siglos. En el centro de la plaza había una fuente circular en cuyo centro, majestuosa, una estatua de bronce dedicada al héroe contaba lo acontecido en dicha batalla. Las calles y callejuelas que conformaban la gran ciudad, formaban intricados laberintos que podían ser algo confusos para los extranjeros, pero ese no era el caso de Zarko, que había pasado ya varios años viviendo en dicha ciudad, en la época de su juventud. Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro del Myzarino cuando volvieron a su mente los recuerdos de aquellos días. Respiró profundamente el aire de la ciudad. De nuevo se sentía en casa.
- Vayamos por allí - indicó a sus compañeros.
         Sus amigos le siguieron el paso. Zarko tomó como referencia una de las callejuelas cercanas a la enorme fuente y se adentró por sus recovecos. Bajaron una pequeña cuesta y luego giraron un par de veces a la derecha para, finalmente girar una vez más  a la izquierda, hasta llegar a su destino. Una gran casa de cuatro plantas, jardín bien cuidado y un grueso muro de piedra alto cercándola.
- Es aquí - les indicó a sus compañeros.
- ¿Un burdel? - Fedhoram no daba crédito al lugar al que su amigo les había traído - Creo que soy un poco joven para entrar ahí, ¿no te parece?
- ¡La Sonrisa de Cassandra! - anunció sonriente Zarko - ¡El mejor lugar del mundo civilizado para descansar!
- ¿Lo estás diciendo en serio? - Freyan estaba igual de sorprendido que su joven pupilo.
- Absolutamente - afirmó Zarko con rotundidad - Conozco a la dueña. Seguidme.
         El Myzarino descendió de su caballo y atravesó la entrada al jardín hasta llegar ante la puerta. Al llegar a ella, dos muchachas gritaron de alegría y fueron corriendo a abrazarle.
- ¡Zarko! ¡Has vuelto, has vuelto!
         El Myzarino correspondió a sus abrazos de la misma manera. Freyan y Fedhoram se miraron atónitos el uno al otro durante unos segundos sin saber muy bien qué hacer. Zarko les sacó del dilema llamándoles a voz en grito.
- ¿A qué esperáis? - sacudió en alto su brazo - ¡Vamos, venid los dos de una vez!
         Los dos compañeros bajaron de sus monturas y se encaminaron al encuentro con Zarko. Cuando llegaron hasta donde él estaba, éste les presentó a las dos muchachas.
- Estas dos bellezas son Hura y Yiona - las muchachas sonrieron abiertamente y besaron en las mejillas a los desconcertados viajeros - Las dos son del norte de Terba, una aldea que hay cerca de Sukubia. Las conocí hace un año, cuando estaba de paso por aquí. ¿A que son preciosas, eh?
         El Myzarino rió abiertamente mientras palmeaba el trasero de Hura y abrazaba por la cintura a Yiona. Las dos muchachas eran, en efecto, hermosas. Hura, de piel morena, cuerpo robusto y unos impresionantes ojos azules, poseía un rostro hermoso y de mandíbula ancha. Su larga cabellera, ondulada y negra como el carbón, caía por su ancha y esbelta espalda. Yiona, por su parte, era mucho más morena que su compañera y además tenía un cabello blanco como la nieve, cortado en una melenita que apenas cubría sus pequeñas y puntiagudas orejas. Su rostro era más fino que el de Hura, pero su boca era pequeña y deliciosamente risueña. Ambas mujeres parecían encantadas con la presencia del hombre y de su compañía. Yiona le dedicó un par de cálidos besos en una de sus mejillas mientras Hura lo abrazaba cariñosamente por la cintura.
- ¿Vas a quedarte mucho tiempo, Yarik? - preguntó Yiona.
-¿Yarik? -preguntó a su vez el intrigado Freyan ante el nombre usado por la muchacha para dirigirse a Zarko.
- Si, “Guerrero Oso” - aclaró su amigo - Yiona es de Sukubia, pero fue enviada a vivir a Terba cuando tenía apenas trece primaveras. Los Sukubitas llaman Yarik a quienes demuestran su gran valor en la lucha cuerpo a cuerpo contra un oso. Yiona me llama así porque dice que es un nombre más bonito que Zarko. ¿Quién soy yo para discutirlo? - rió abiertamente mientras abrazaba contra sí a las dos mujeres - Lo siento pequeñas, solo estoy de paso con mis amigos. ¿Está Cassandra dentro?
- Si, ya verás cuando te vea - le dijo Hura - La va a dar algo.
- ¿Vamos dentro, pues? - rió Zarko.
         Las muchachas acompañaron al Myzarino al interior de la gran casa, seguidos de los sorprendidos Freyan y Fedhoram. Ya dentro, el panorama era, cuando menos, turbador para un joven como Fedhoram. Mujeres, de todas las razas conocidas, y todas ellas igual de bellas que Hura y Yiona, o más, se encargaban de atender a los variopintos clientes del local. Una Sukubita, tan morena y de cabello tan blanco como la propia Yiona, pero ligeramente más alta que ésta, se entregaba a las caricias de un Foradiano gordo, moreno y de mostacho poblado. En los escalones de la larga escalinata de mármol que dominaba la estancia, dos bellas rubias de Gondar abrazaban a un esbelto muchachuelo de Thuran, que no sabía a cuál de las dos dedicar más atención. En lo alto de la misma escalera, una preciosa mujer de color, negra como el ébano, de larga cabellera de rastas y piernas largas y esbeltas, atraía la atención de una pareja de recién casados de Hunare. Abajo, sobre un diván de cuero negro, un hombre de robusto cuerpo disfrutaba de los encantos y las caricias de tres bellezas Andurianas. A su lado, en otro diván, dos mujeres, Razsiana la primera y Korena la segunda, se entregaban sin reparos a darse besos largos y profundos la una a la otra. Una tercera llegó a donde ellas estaban y se les unió en el juego amatorio sin pudor alguno por su parte. Fedhoram, no obstante, estaba ya más que ruborizado y apenas sabía hacia dónde mirar para no sonrojarse más de lo que ya estaba.
- Vaya, vaya, vaya… - una melodiosa voz les llamó la atención desde lo alto de la escalinata - Has vuelto a asomar por mi casa.
         Cuando Fedhoram vió a la mujer que les hablaba, enmudeció para siempre. O al menos eso creyó él que le pasaría. Era la mujer más hermosa que había visto hasta el momento. Si, hasta hace apenas unos segundos, las dos muchachas que les recibieron a la entrada, le parecieron hermosas, ahora éstas se quedaban en nada ante la belleza de esta mujer. Una larga cabellera negra y ondulada descendía tras sus anchos hombros y reposaba sobre su ancha y esbelta espalda. Su escultural cuerpo, de piel muy morena, caderas anchas, piernas largas y robustas, brazos firmes, senos redondos y bien formados y cintura estrecha, no se quedaba a la zaga del hermoso rostro. Mentón ancho y con un pequeño hoyuelo en el centro, boca grande y labios finos, nariz levemente respingona, cejas finas y bien dibujadas y unos preciosos ojos color almendra dibujaban la arrebatadora belleza de una mujer que superaba ya la cuarentena en años de vida.
- Y veo que vienes acompañado.
- Hola Cassandra - saludó Zarko a la mujer - No me mires así, por favor - la aduló como un niño tontorrón - De lo contrario, quedaré eternamente prendado de tu corazón.
CONTINÚA

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