Tengo los nudillos de ambas manos despellejados y llenos
de cortes El agua se lleva la sangre por el desagüe del lavabo, mi sangre, que
cae sobre los trozos de espejo que veo dentro del lavabo; ¿he roto el espejo a
puñetazos? No lo sé; tal vez sí.
Aún
quedan restos de lágrimas en mis ojos; ¿he llorado? No lo recuerdo. Mi
distorsionado reflejo en los quebrados trozos del espejo me devuelve una
lastimosa imagen; ojeras marcadas y profundas, pelo desaliñado y barba de
varios días sin arreglar.
Mis
manos tiemblan. Cuando aprieto los puños cerrados, el lacerante dolor de mis
nudillos recorre mis antebrazos como diminutos calambres eléctricos. Sigo
enjuagando las manos bajo el agua del grifo, intentando eliminar de las heridas
cualquier rastro de sangre. Vuelvo a mirar al espejo y entonces la veo a ella.
Está
metida en la bañera. Su brazo derecho cuelga inerte sobre el borde de la misma
y su cabeza, con su larga cabellera negra colgando en el aire, reposa ladeada
sobre su hombro. Sus ojos miran al vacío, vidriosos y apagados. También ella
está sangrando.
Su
cuello presenta un corte profundo del que aún emana un hilillo de sangre, que
resbala por su cuerpo desnudo, empapando su vestido estampado con el líquido elemento.
En
el suelo, junto a la bañera, veo también el cuchillo que segó su vida; pero ¿lo
hice yo o fue ella? No lo recuerdo. ¡Maldita sea, no lo recuerdo!
Me
duele la cabeza. Entonces me doy cuenta de que tengo un corte en la frente,
pequeño y doloroso, del que salen gotas de sangre; ¿me he golpeado contra algo?
Tampoco lo recuerdo. ¿Por qué me cuesta tanto recordar los últimos minutos de
mi vida? ¿Por qué? Mi pie derecho golpea algo en el suelo. Una botella de
vidrio.
La
cojo en mi mano y la estudio. Es de whisky y está casi vacía; ¿he bebido yo de esa
botella? ¿O hemos sido los dos juntos? Echo el aliento sobre la palma de mi
mano y lo olfateo buscando respuestas. El olor que me devuelve la mano me dice
que he sido el único que ha bebido de la botella.
Tambaleando
y dando tumbos salgo del cuarto de baño y es entonces cuando veo que la puerta
del baño está rota; ¿la he roto yo? Tal vez. No lo sé.
En
la sala de estar, frente a la puerta de entrada de la casa, veo tres maletas
grandes haciendo cola. Reconozco muy bien esas maletas. Son suyas. Y entonces, la
realidad me golpea en la cara, como un duro sopapo que me hace reaccionar. Y lo
recuerdo todo de golpe.
Recuerdo
la primera bofetada y el primer lo siento. Y los puñetazos. Y las patadas. Y
los correazos. Los te quiero mi vida y los no volverá a pasar.
Recuerdo
las discusiones, los gritos y los portazos.
Recuerdo
los no me chilles y los siempre estás llorando. Y los reproches y los insultos.
Recuerdo
las noches durmiendo en el sofá, las resacas al día siguiente y las vomitonas.
Recuerdo
el silencio en las comidas, roto por la televisión encendida.
Recuerdo
las largas ausencias del hogar, tirado en un parque bajo el frío de la noche. Y
las juergas con los amigos.
Recuerdo
las lágrimas, sus lágrimas. Y los sollozos apagados en el dormitorio.
Recuerdo
todo eso, como un puñal candente dentro de mi alma.
Y
ahora veo algo que nunca vi, aunque siempre estuvo delante de mí.
Ahora
veo su dolor. Y veo mi miseria.
FIN
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