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Desconexión en 3, 2, 1...

Desconexión en 3, 2, 1...

               La máquina, llena de conexiones, sigue funcionando, pero ya no lo hace como antes. Empieza a fallar.
— Te dejé una nota en la nevera. ¿No la leíste?
               Los trabajos más rutinarios se convierten para ella en batallas contra los errores. Pequeñas tonterías de las que reírse.
— ¿Llevas un calcetín de cada color?
               Cada error se acumula en su memoria como un virus dañino. Un virus que avanza y se extiende sin poder detenerlo. Los despistes son casi una rutina.
— ¿No me digas que te has olvidado de la leche?
               Y cada día es peor. Pasan los minutos y las horas y se esfuerza en seguir siendo funcional al cien por cien, pero no puede lograrlo. Empieza a olvidar nombres.
— Mira, papá, es Carlitos, tu nieto. ¿No te acuerdas?
               Y cada olvido golpea a la vieja máquina como un mazazo de indiferencia; sordo, pero destructivo; silencioso, pero implacable. Solo ve a extraños a su alrededor.
— Soy yo, papá, Elena. ¿Te acuerdas de mí?
               Con el tiempo, las conexiones fallan por completo y la máquina no puede cumplir con sus funciones. Olvidar los nombres pasa a ser algo insignificante.
— Ahora el brazo derecho... Así, muy bien, papá.
               Y sigue y sigue fallando. Cada día y cada vez más veces y más de seguido. Hasta que, al final, se desconecta del todo.
— Desconexión en 3, 2, 1.. 
               Y ahí se acabó todo.
-FIN-

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