Apenas
en un parpadeo Rossi libera su campo de fuerza.
En
apenas un parpadeo, Ventura abre fuego contra su presa.
En
ese pequeño parpadeo, Vance se echa a un lado, crea una pequeña cuchilla y la
arroja contra el foco que ilumina la estancia.
Y
en apenas otro parpadeo, el fogonazo del disparo precede a la oscuridad de las
sombras.
Y
en las sombras, Vance es otra sombra más. Una sombra letal.
- Te lo dije antes, Rossi – su voz
resuena por todas partes en el interior de la habitación, que solo recibe como
luz la que se filtra desde la calle a través del enorme ventanal – Y te lo digo
ahora. Si quieres, puedes irte. Pero Ventura es mío.
- Lo siento, tío – responde Rossi mientras
carga uno de sus puños con energía electroestática – El señor Ventura es mi
jefe, y paga bien. Me quedo.
Esas
dos últimas palabras son las últimas que Rossi pronuncia con vida, porque, nada
más terminar esa afirmación, una cuchilla surge de las sombras y se clava en su
frente, en el entrecejo. Cual muñeco roto, el cuerpo sin vida de Rossi cae al
suelo con un ruido sordo.
- Yo también lo siento – añade con
cierto pesar Vance.
- ¡Da la cara, hijo de puta! – Ruge
furioso Ventura - ¡Sal donde te pueda ver! – Lleno de rabia, abre fuego contra
las sombras. Justo en ese momento, otra cuchilla surge de las sombras y se
clava en la mano que sostiene el arma, haciéndosela soltar con un grito de
dolor.
Sirviéndose
de las sombras, Vance se pasea de lado a lado de la habitación en cuestión de parpadeos.
En cada uno de esos trayectos, emerge cerca del aterrado y colérico Ventura y
le propina un tajazo en alguna parte desprotegida de su cuerpo; ahora en un brazo, luego en una pierna, después en una mejilla. Con cada nuevo tajazo, la
herida resultante es más profunda y dolorosa que la anterior. En cuestión de
segundos, el cuerpo de Ventura presenta cortes y sangre por todas partes y se
mantiene en pie a duras penas.
- Mi mundo es oscuro y febril –
Vance comienza a recitar su salmo a modo de cántico vengativo.
- Mi mundo es la noche, llena de
sombras y oscuridad – a cada nueva estrofa le sigue un nuevo tajazo de
cuchilla.
- Mi mundo es la caza – Y a cada
nuevo corte le sigue un dolor profundo y lacerante.
- Me llamo Vance… - Con una mirada
llena de odio incontrolado, Vance emerge de repente de entre las sombras y se
planta ante el aterrado y balbuceante Ventura - ¡Y tú mataste a mi madre!
Con
toda la fuerza que el odio y la rabia le dan a su mano, Vance le clava la
cuchilla de plata en plena cabeza. Luego, como remate, le propina una patada en
el pecho que lo arroja a través del ventanal, haciendo añicos varios de los
cristales. Con su rabia aplacada, Vance se asoma al hueco abierto en el
ventanal para ver en el suelo el cuerpo ensangrentado y sin vida de su enemigo.
Extrañamente, lo primero que le viene a la mente es su hermana.
- June. Perdóname.
Afuera
comienza a llover y Vance abandona el lugar con paso cansado. Tiene que hablar
con su hermana, piensa. Sí, hablar y explicárselo todo. Pero eso será otro día.
Hay tiempo para ello. Mucho tiempo.
El tortazo
sonó duro y alto y Zarko se acarició la mejilla dolorida y sonrosada.
- ¡Ya te he pedido perdón, mujer!
- ¡Me dejaste plantada! - le chilló Cassandra sin
miramiento alguno - ¡Plantada! ¿Cómo te atreves a aparecer de nuevo por aquí?
- ¡Ya te lo dije! - se explicó Zarko - ¡Tuve que abandonar
urgentemente la ciudad por culpa de los hermanos Kohen! ¡Iban a matarme!
- ¡Ya, claro! - bramó dolida Cassandra - ¡Y tú no podías
encargarte solito de los estúpidos hermanos Kohen!
- ¡Eran ocho! - protestó Zarko de nuevo - ¡Y tenían de su
lado a media guardia de Bravia! ¡Si me hubiera quedado…!
- ¡Yo te habría ayudado! - le aclaró la mujer - ¡Como
tantas otras veces!
- Si lo hubieras hecho, - le aclaró a su vez Zarko, aún
rascándose la dolorida mejilla - tu casa habría sido pasto de las llamas
durante la noche. Y no quiero ni pensar en lo que tendrían reservado para ti
esos malnacidos. No quise ponerte en peligro. ¡Por eso me fui!
- ¡Debiste decirme que te ibas! ¡Me lo debías!
- ¡No pude avisarte, lo siento! ¿Cómo puedo convencerte de
que no tenía ninguna otra alternativa aquel día?
- ¿Y quienes son ellos? - Cassandra miró fríamente a
Freyan y Fedhoram - ¿No es muy joven el muchacho para frecuentar mi casa?
- Son dos amigos míos - la explicó Zarko - Se llaman
Freyan y Fedhoram. Estamos aquí de paso.
- ¿Piensas marcharte otra vez? - la mujer miró enfurecida
al Myzarino - ¿Quién te crees que soy, una casa de caridad?
- Vamos de camino a Heren - se excusó Freyan por Zarko -
Nos urge llegar allí con prontitud.
- Os queda un poco lejos - Cassandra observó a Freyan
detenidamente de arriba a abajo. Le pareció de fiar - A un día de caballo yendo
hacia el noroeste. Y si, - se anticipó a la pregunta de Zarko - podéis pasar
aquí la noche.
Cuando más
tranquilas estaban las cosas, un grito de una chica les llamó la atención.
Todos salieron a ver lo que ocurría.
- ¡Os lo vuelvo a repetir a todos por última vez, cerdos
malnacidos! - la muchacha que hablaba parecía muy enfadada - ¡No limpio sables!
¿Os queda claro?
Los hombres
presentes, conocedores ya del talante de la muchacha, rieron el enfado de ésta.
La chica, enfurecida aún, entró nuevamente en la habitación de la cual había
salido. Se oyeron los gritos de un hombre y, segundos después, éste salía
enfadado de la habitación dando trompicones. Su ropa salió despedida por los
aires tras él.
- ¡Vete al infierno, malnacido! - chilló la muchacha, que
portaba una espada corta en cada mano - ¡Si te vuelvo a ver por aquí, te rajaré
la cara en dos! ¿Te queda claro?
El hombre
recogió a toda prisa su ropa y bajó la escalinata con una pequeña ayuda de la
muchacha, que al salir le propinó una patada en el culo. El hombre, algo mayor,
cuerpo robusto, pelo canoso, nariz aguileña y rostro marcado por las severas
arrugas, rodó por las escalinatas. Cuando llegó abajo, ante las risas de los
presentes, se puso en pie y maldijo a la muchacha, que le observaba desde lo alto
de la escalinata con gesto airado y mostrándole las espadas en alto.
- ¡Puta malnacida! - bramó el hombre herido en su orgullo
- ¡Me las pagarás caro, perra del demonio! ¡No sabes quién soy! ¿Lo has oido?
¡Te arrepentirás de este día! ¡Puta!
La palabra
puta, salida de la boca de aquel desgraciado, accionó un resorte oculto dentro
de la cabeza de la muchacha que, sin pensárselo dos veces, se lanzó escaleras
abajo a la carrera, enarbolando sus espadas. El hombre, horrorizado, retrocedió
en el acto hasta que su cuerpo se topó con la puerta cerrada, viéndose acorralado
y sin escapatoria. La muchacha se encontraba a solo dos metros de su víctima
cuando alguien se interpuso en medio.
- Detente muchacha - Zarko la habló tranquilizador, parado
delante del hombre y con los brazos abiertos en cruz - No merece la pena mancharse
las manos con su sangre. Créeme.
- ¡Sal de ahí! - le ordenó furiosa la muchacha.
- ¡Xuna! - la voz de Cassandra sonó autoritaria y firme -
¡Guarda esas armas ahora mismo! ¡Es una orden! ¡Obedece muchacha!
La muchacha,
llamada Xuna, cuerpo esbelto y bien formado, melena corta pelirroja y ojos
color almendra, vaciló unos segundos. Miró a Zarko. Luego a Cassandra. Por
último al hombre canoso, que resoplaba y sudaba asustado. Finalmente, bajó las
armas.
- Será mejor que retire lo de puta - solicitó cruzándose
de brazos y mirando a Cassandra - No me gusta que me insulten.
- Y estoy segura de que su excelencia, monseñor Jumen,
aquí presente, se muestra tremendamente arrepentido de haberte llamado puta -
Cassandra miró duramente al aterrado hombre - ¿No es así, monseñor?
Monseñor
Jumen, aterrado y sudoroso como estaba aún, no podía mascullar palabra alguna.
Zarko habló en su lugar.
- Por supuesto que lo está - dijo, atusándole la ropa mal
colocada - Y también estoy seguro de que su eminencia olvidará pronto este
pequeño “incidente”. ¿Verdad que si, eminencia? Después de todo,… - Zarko
continuó colocándole bien la ropa al obispo - …sería una pena verse metido en
un escándalo por algo tan estúpido, ¿no le parece, monseñor? - Zarko recalcó la
palabra monseñor con cierto retintín - Por supuesto - el Myzarino le miró
fijamente a los aterrados ojos y continuó hablando - la muchacha facilitará
mucho las cosas si se aleja unos días, pongamos una semana, de la ciudad, ¿no
le parece? - el hombre asintió sin reparos a la idea de Zarko - Bien, asunto
resuelto.
Zarko soltó
a Jumen y éste abrió la puerta y salió corriendo del local como alma que lleva
el diablo. Los allí presentes olvidaron lo acontecido y volvieron a lo suyo.
Allí no había pasado nada.
- ¡Ven conmigo! - Cassandra ordenó a Xuna que la siguiera -
¡Y tú también, Myzarino!
Xuna
obedeció seguida de Zarko. Ambos sabían perfectamente lo que les esperaba.
- ¿Os habéis vuelto locos los dos? - Cassandra estaba
verdaderamente enojada - ¿Se puede saber qué pretendíais conseguir amenazando
al obispo Jumen? - miró encolerizada a ambos - ¿Acaso tenéis idea de lo que
representa en Bravia la
Santa Iglesia de las Lágrimas de Isnha?
- ¡Me insultó! - se defendió tímidamente Xuna - ¡Y luego
me pegó porque me negué a hacerle lo que me pedía!
- ¡Ah, claro, te insultó y te pegó! - exclamó Cassandra -
¡Y solo por eso tú decides amenazarle! ¡Aquí, en mi casa!
- ¡No seas tan dura con la muchacha! - defendió Zarko a
Xuna - ¡Tú le habrías hecho lo mismo! ¡Te conozco bien!
- ¡Cállate! - le ordenó tajante Cassandra - Lo siento
mucho Xuna, - se dirigió a la muchacha - pero vas a tener que abandonar Bravia
por alguna temporada. Hasta que las cosas se calmen un poco por aquí. Vete a
Utten. Allí tengo un amigo que puede darte trabajo. Se llama Huzko. No tendrás
muchos problemas para encontrarle. Sal mañana a primera hora.
- De acuerdo - asintió obediente y dolida la muchacha - Lo
siento mucho, Cassandra. De veras que lo siento.
Cassandra se
acercó a ella y la abrazó con fuerza, para luego besarla en la boca. El beso
fue largo, profundo y sentido. Cuando separaron sus labios, Cassandra la besó
tiernamente en la mejilla.
- Adiós, pequeña mía. Vuelve pronto. ¿De acuerdo?
- Adiós.
Xuna
abandonó la habitación entristecida y cabizbaja. Un suspiro se escapó de la
boca de la no menos entristecida Cassandra.
- Veo que sigues manteniendo lazos sentimentales con todas
tus chicas - observó Zarko.
- Ninguna chica que no sea capaz de hacerme disfrutar en
la cama es digna de formar parte de mi casa - aseguró orgullosa la mujer - Y
Xuna, lo creas o no, sabe hacerme disfrutar en la cama como nadie lo ha hecho
jamás. ¡Y cómo besa!
- ¡Me estás acalorando, mujer! - sonrió Zarko algo
avergonzado ante tal revelación.
- Bien - atajó decidida Cassandra - Cuéntame en pocas
palabras, si es posible, los motivos de tu viaje y tu repentina visita.
A la mañana
siguiente, muy temprano, Xuna fue despedida por Cassandra a la hora de
abandonar el local hacia Utten. Yiona y Hura, las dos sukubitas, y Jekka, una
Foradiana esbelta y muy alta, de cuerpo escultural y preciosos ojos azules,
despidieron con tristeza a su amiga. Tanto Yiona como Cassandra la besaron
dulce y profundamente en la boca. Ambas mujeres amaban a la pelirroja que, de
igual modo, las amaba a ellas. Cuando cantó el primer gallo, Xuna se encontraba
ya a varias millas del lugar. Horas más tarde, Zarko y sus dos compañeros
hacían lo mismo. Hura y Yiona se despidieron del Myzarino tal y como lo
hicieran horas antes con la pelirroja. Cassandra, por su parte, le despidió con
un dulce y prolongado beso en los labios.
- Vuelve pronto a visitarme, ¿de acuerdo?
- Descuida preciosa - Zarko la miró con dulzura - Nadie me
impedirá volver aquí para caer en tus amorosos brazos.
- ¿Amorosos? - Cassandra le devolvió la mirada - No dirás
lo mismo cuando te ponga las manos encima. Me debes muchas explicaciones. Y me
cobraré mi deuda cuando regreses.
- ¿Te han dicho alguna vez que te pones muy guapa cuando
te enfadas de ese modo?
- ¡Idiota! - la mujer le dio un empellón - Sabes muy bien
que conmigo no te vale hacer la pelota. Ahora vete ya. Y regresa pronto. ¿De
acuerdo?
El Myzarino
asintió sonriendo y subió a su caballo, no sin antes despedirse de las otras
dos muchachas con unos cuantos besos y abrazos.
- ¡Vuelve pronto, Yarik! - le gritó Yiona cuando ya se
ponían en marcha.
- ¡Lo haré! - la respondió Zarko - ¡No podría vivir sin
volver a ver tus preciosos ojos, Yiona! ¡Y sin ver tu bello rostro, Hura!
Horas
más tarde, el grupo ya se encontraba lejos de la “Sonrisa de Cassandra”. Sus
monturas iban a trote ligero y no dudaban en alcanzar su punto de destino,
Heren, en poco más de una jornada de viaje.
El
pasillo que se abre ante Vance es bastante ancho y está bien iluminado por tres
focos halógenos convenientemente situados en el techo. En la pared izquierda del
pasillo hay tres puertas de madera y otra más al final del mismo, junto a la
cual se puede ver una escalera ascendente. En la pared de la derecha no hay
puerta alguna. Vance camina arrimado a esa pared, en previsión de un posible
ataque sorpresa proveniente de una de las puertas, ataque que no se produce. En
la puerta del fondo, con ventana de cristal translúcido, Vance se acerca al
cristal para tratar de escrutar el interior de la habitación. Al no ver moverse
nada, ni percibir ruido alguno proveniente del interior de la misma, da por
sentado que la habitación está vacía, así pues, se encamina con cautela hacia
las escaleras y comienza a subirlas.
Cuando
llega a la planta de arriba se lleva una pequeña sorpresa. La planta entera es
una especie de habitación muy amplia, que termina donde él se encuentra, con
una balaustrada de madera de caoba pintada en blanco coronando la escalera. Al
fondo de la habitación hay un enorme ventanal dividido en ocho enormes
cristales dobles, que, según se imagina Vance, de día ilumina toda la estancia.
A ambos lados de la espaciosa sala hay colocadas dos amplias librerías repletas
de libros de todas las clases y tamaños. En ambas paredes, y cercanas a la
balaustrada de madera, hay sendas puertas de madera. En el techo de la sala,
justo en el centro exacto, un gran foco halógeno circular ilumina la estancia. Al
fondo de la habitación, y situado frente al enorme ventanal, se encuentra
dispuesto un enorme escritorio de madera de nogal, pintado en negro, y un
enorme sillón de cuero negro con respaldo alto. En el sillón se encuentra
sentado el propio Ventura, con su ayudante Rossi de pie a su lado, que le
saluda al verle llegar.
- Pase, amigo mío, pase – le
indica con la mano – No se quede ahí y acérquese hasta aquí.
- Dejemos clara una cosa – Vance
se encamina con paso decidido hacia el centro de la sala – Ni soy, ni seré
nunca, su amigo. ¿Le queda claro?
Cuando
se encuentra a dos metros escasos de distancia del escritorio, una extraña
fuerza invisible le frena en seco y le clava en el sitio, al tiempo que un
molesto cosquilleo le recorre por toda la piel.
- Electroestática – le aclara
oportunamente Ventura – Bastante molesta, ¿verdad que sí? Pero muy útil, sobre
todo si te mueves en los círculos en los que yo me muevo, muchacho. Dale las
gracias a mi ayudante, el señor Rossi. Él es quien tiene el poder de generar
ese campo electroestático que te mantiene convenientemente inmovilizado.
- ¿Quién es usted? – logra
preguntar Vance, sorprendido ante este descubrimiento.
- ¡Ah, por fin, la pregunta
adecuada! – Exclama feliz Ventura mientras se pone de pie y se encamina hacia él
- ¿Sabes? Si te hubieras planteado esa pregunta desde el principio, nos
habríamos ahorrado muchos problemas, tanto tú como yo. Te lo aseguro, muchacho.
- ¿De qué habla?
- Verás – le explica Ventura
mientras pasea a su alrededor con aire triunfante – Sé lo que es “La Pirámide”. Oh, sí, no me
mires así, lo sé. Como también sé que, en unas semanas, se elegirá a los nuevos
miembros de su consejo; esto es, manos, brazos y hombros. Espera, ¿cómo dicen
en la agencia? Ah, sí, ya lo recuerdo… - comienza a declamar teatralmente - “La
cabeza mueve el hombro, que dirige el brazo, que guía a la mano, que tiene
dedos. Y los dedos tienen uñas”, ¿Era así, no es cierto? – Ventura sonríe al
sorprendido Vance, que no da crédito a lo que oye de labios de Ventura.
- ¿Cómo…?
- ¿…Sé todo eso? – Ventura termina
la pregunta – Porque, amigo mío, aquí donde me ves, soy un aspirante a ser una de
las manos.
- Eso es imposible – replica Vance
incrédulo.
- ¿En serio lo crees así? – Le
pregunta Ventura – Entonces eres más tonto de lo que pensé, hijo.
- ¡No soy su hijo! – Le espeta
furioso Vance - ¡Deje de llamarme así!
- ¡Vamos, vamos! – Le calma
Ventura – Tenemos que empezar a llevarnos bien si es que vamos a trabajar
juntos en el futuro, ¿no te parece, muchacho? ¡Pelillos a la mar, que suele
decirse!
- Olvídelo.
- A ver, chico – Ventura se frota
el entrecejo con los dedos para liberar parte del estrés acumulado en esa zona
– Clase particular sobre “La
Pirámide” y su jerarquía de mando: Arriba del todo tenemos a
la cabeza, Abe Moses, fundador de la agencia y, desde entonces y hasta ahora,
única cabeza de la agencia. El resto de cargos; hombros, brazos y manos, han
ido sufriendo cambios durante los últimos años. Cada cuatro años, al igual que
en las elecciones generales de un país, se revisan a dichos cargos y, de ser necesario,
se les cesa y se nombran a otros nuevos. ¿Es así o me he olvidado de algo?
Bien. El señor Brazilev, el hombre de la fotografía que te enseñé en el
restaurante, es mi rival más directo en el cargo de mano – Ventura se encoge de
hombros y sigue hablando – Las malas lenguas me informan de que tiene todas las
papeletas para ocupar ese puesto. Por desgracia, yo también deseo ese cargo,
pero ocupo el segundo lugar en los informes. ¿Lo vas cogiendo ahora, chico?
- ¿Y por qué no le dice a él que
lo haga? – Vance señala con la mirada a Rossi.
- ¿Rossi? – pregunta con cierta
extrañeza Ventura – Ay, chico, veo que no estás del todo en la onda. No puedo
arriesgarme a que me relacionen con el asesino de Brazilev, supongo que eso lo
entiendes, ¿verdad? A Rossi podrían descubrirle y eso sería nefasto para mis
planes. En cambio tú… – Ventura sonríe y se encoge de hombros una vez más – Tu
poder es único, muchacho. Puedes entrar en casi cualquier lugar sin apenas ser
visto. Entras, coges lo que deseas y te marchas. ¡Imagínate lo que podríamos
hacer juntos!
- ¿Por qué cree que le voy a
ayudar? – pregunta Vance, algo dolorido tras llevar varios minutos soportando
el campo de fuerza electroestática.
- Porque no te queda otro remedio,
chico - Ventura saca del bolsillo derecho de su pantalón un pequeño mando a
distancia y aprieta uno de sus botones. Una de las secciones de la librería
situada a la derecha de la habitación se mueve hacia un lado y deja al
descubierto una pantalla de televisión de plasma de unas veintisiete pulgadas.
Pulsando en un segundo botón, la pantalla se ilumina y comienza a emitir unas
imágenes, en donde puede verse a Vance golpeando hasta la muerte al
secuestrador de June - ¿Qué crees que dirán en la agencia cuando vean esto?
- ¡Usted lo planeó todo!
- Casi todo – le corrige Ventura –
Verás, cuando supe que el señor Richardson era tu padre ¡bang!, una bombillita
se encendió aquí dentro – Ventura se golpea en la frente un par de veces con el
dedo índice de su mano derecha – Pensé que sería buena idea atosigar al viejo
para que tú tomaras cartas en el asunto, pero, para mi desgracia, descubrí
también que la relación que mantenías con él no era la más apropiada para mis
planes. Te aseguro que su muerte no entraba dentro de lo que tenía pensado.
Cuando te hice llamar para proponerte el negocio, vi claramente que serías un
hueso duro de roer, así pues, decidí golpearte donde más te duele. Tu madre.
- ¿Por qué matarla? – La ira
intenta abrirse paso a través del cuerpo dolorido de Vance - ¿¡Por qué!? ¡¡Ella
era inocente!!
- Y te aseguro que no había nada
más lejos de mis intenciones que el hecho de matarla – le contesta Ventura sin
inmutarse ante la creciente rabia de Vance – El capullo de Mastiletto solo
debía ir a tu casa, golpear a tu madre un par de veces y, a lo sumo, arrojarla
por una escalera. Pensé que eso sería suficiente para hacerte entrar en razón y
volverte más “cooperativo”. Por desgracia, como decía, el tonto de Mastiletto
lo jodió todo a base de bien. ¿Te lo puedes creer? Una chavala y una anciana le
dieron de lo suyo a ese incompetente, ¡ja! Que le disparase a la vieja no
entraba dentro de las órdenes, puedes creerme. Mal asunto, la verdad es que sí…
- ¡¡Hijo de puta!! – Vance ruge
encolerizado y trata de acercarse a Ventura, pero el campo electroestático de
Rossi aprieta más su tenaza y le da una buena sacudida en todo su dolorido
cuerpo - ¡Te mataré! ¿Me oyes? ¡¡Aaargh!! – la nueva sacudida del campo le hace
caer rodilla en tierra ante el inmutable Ventura, que continúa con su
explicación.
- Como iba diciendo. Al verse
superado por los acontecimientos, Mastiletto se puso en contacto conmigo para
que le diera nuevas órdenes, fue entonces cuando le ordené que llevara a tu
hermanita al viejo almacén y te llamara. Sabía cómo ibas a reaccionar, por supuesto
que sí, pero el capullo de Mastiletto no, porque ni siquiera sabía qué clase de
persona eres. En ese almacén guardamos algunas veces mercancías un tanto
“especiales”, por eso tenemos cámaras de vigilancia hábilmente escondidas por
el interior del edificio. Era cuestión de tiempo esperar a que llegaras allí y
le dieras su merecido al idiota de Mastiletto. ¡Y lo hiciste, ya lo creo que
sí!
- Desde luego – corrobora Rossi –
Le diste su merecido.
- A-Aún estás a t-tiempo… - le
comunica Vance.
- ¿A tiempo? – Pregunta éste
extrañado - ¿A tiempo de qué?
- De m-marcharte… - responde Vance
– Si te vas a-ahora, te dejaré vivir. S-si te quedas, daré por sentado que le
defiendes… – Vance señala con la mirada a Ventura – Y tampoco tendré piedad contigo.
Tú eliges.
- ¿Estas de guasa? – Pregunta
Ventura sonriente - ¡Por si no te has dado cuenta, no estás en condiciones de
amenazarnos! ¿O es que no ves en qué punto te encuentras, muchacho?
- Lo v-veo – Vance hace acopio de
todas sus fuerzas para ponerse nuevamente en pie y mirar a Ventura a los ojos –
Es usted el que no ve lo que ocurre.
- ¿De qué diablos hablas, chico? –
Espeta enojado Ventura ante la arrogancia de Vance.
- Dígame una cosa – Vance le
desafía con la mirada - ¿Cuánto tiempo más cree que podrá aguantar su amigo
activado el campo que me retiene?
- ¿Pero qué demonios…? – Ventura
se fija en Rossi y ve que el sudor que perla su rostro demuestra el esfuerzo al
que está siendo sometido por mantener activado el campo electroestático.
Furioso, saca del interior de su chaqueta una pequeña pistola y apunta con ella
a Vance - ¡A la mierda, buscaré a otro que haga el trabajo por ti! ¡Date por
muerto, muchacho!
El warg, animal semejante a un
gusano pero con un cuerpo de dos metros de diámetro y una gran boca llena de
afilados dientes, elevó la parte delantera de su grueso cuerpo y, abriendo sus
fauces de par en par, lanzó su ataque. Su víctima, lejos de arredrarse, plantó
cara a la enorme bestia y, en posición defensiva, esperó bajo el enorme árbol a
que el animal atacase para hacer su movimiento. Cuando la boca del animal se
hallaba lo suficientemente cerca del sujeto, éste, de cabello rojizo, cuerpo
musculoso y facciones marcadas, saltó a un lado y, asiendo fuertemente su larga
espada con ambas manos, clavó el largo filo en el torso del animal. El warg,
herido de gravedad, lanzó algo parecido a un gutural alarido y se revolvió
violentamente en el suelo, dando bandazos hacia todos los lados
- ¡Ahora! - gritó el extraño.
Otro hombre
hizo su jugada. Dejándose caer de las quimas del árbol, cayó sobre el lomo del
herido gusano y, sujetando con fuerza su espada, la clavó en la cabeza del
animal. El warg dio un nuevo alarido y se revolvió más violentamente que antes.
Segundos después, tras un par de violentas convulsiones de su cuerpo, el animal
yacía muerto sobre el suelo, empapado en su rojiza sangre.
- ¡Así se hace! - gritó Zarko.
- ¡Un buen plan! - coreó Freyan bajando del cuerpo inerte del
warg.
- ¿Puedo bajar ya de aquí? - preguntó Fedhoram, desde lo
alto del mismo árbol del que cayó Freyan.
Zarko rió a
carcajadas mientras le hacía señas al muchacho para que descendiera del árbol. Se
encontraban de paso por la región boscosa de Trosh, cruzando uno de sus
innumerables y frondosos bosques, cuando se vieron sorprendidos por el ataque
del warg. Zarko ordenó a sus dos compañeros subirse de inmediato a uno de los árboles
y le mandó a Freyan esperar su señal para hacer su ataque. El plan del Myzarino
surtió buen efecto, por suerte para ellos. Tras reírse un buen rato contando el
incidente, continuaron su viaje. Hacía ya un día y medio que dejaron atrás
Lu-Fadem y al hechicero. Su destino ahora era Heren, lugar donde se halla la
torre de Acinor, sitio en donde se halla encerrado el oscuro hechicero Denól.
Para no dar un gran rodeo hasta llegar a Heren, Freyan propuso atravesar
lateralmente uno de los bosques norteños de la región de Trosh, para así llegar
a Forandan y, desde ahí, poner rumbo sureste hacia Heren, idea aceptada de buen
grado por sus dos compañeros de viaje. Entonces fue cuando se vieron atacados
por el warg.
Varias horas
después, llegaron a una bifurcación del camino. Freyan leyó las indicaciones de
un pequeño letrero de madera que señalaba en ambas direcciones.
- Bravia y Kosia. Qué raro… - Freyan se rascó
preocupadamente su barbilla.
- ¿Ocurre algo malo? - le preguntó Zarko.
- No recuerdo este letrero aquí… - explicó Freyan
mesándose el poblado mostacho - Que yo recuerde, ahora debería de haber un solo
cartél indicándonos la llegada a Forandan. Lamento tener que afirmar que me he
perdido.
- Y a nosotros contigo - rió Fedhoram.
- Vayamos a Bravia - eligió Zarko tomando dicha dirección
- Allí conozco a alguien que nos puede ayudar.
- …A lo mejor debíamos haber seguido más hacia el nordeste
- comentó divertido Freyan - Si. Creo que deberíamos de haber seguido en
dirección nordeste.
Dos horas
escasas después llegaban a Bravia. La ciudad apareció ante ellos majestuosa y
blanca como la nieve. Todas las casas allí, o casi todas, estaban pintadas con
cal blanca y sus tejados eran de teja de arcilla cocida de color marrón. Sus
chimeneas, la mayoría, eran de ladrillos de barro cocido. Muchas de las casas,
de dos o más plantas, presentaban largos y elaborados balcones de maderas
exquisitamente talladas y bien trabajadas. El centro de la ciudad se encontraba
en la plaza Huggs, llamada así en honor a un antiguo fundador de la ciudad,
que, al parecer, murió protegiéndola de un ataque invasor hace siglos. En el
centro de la plaza había una fuente circular en cuyo centro, majestuosa, una
estatua de bronce dedicada al héroe contaba lo acontecido en dicha batalla. Las
calles y callejuelas que conformaban la gran ciudad, formaban intricados
laberintos que podían ser algo confusos para los extranjeros, pero ese no era
el caso de Zarko, que había pasado ya varios años viviendo en dicha ciudad, en
la época de su juventud. Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro del Myzarino
cuando volvieron a su mente los recuerdos de aquellos días. Respiró
profundamente el aire de la ciudad. De nuevo se sentía en casa.
- Vayamos por allí - indicó a sus compañeros.
Sus amigos le
siguieron el paso. Zarko tomó como referencia una de las callejuelas cercanas a
la enorme fuente y se adentró por sus recovecos. Bajaron una pequeña cuesta y
luego giraron un par de veces a la derecha para, finalmente girar una vez
más a la izquierda, hasta llegar a su
destino. Una gran casa de cuatro plantas, jardín bien cuidado y un grueso muro
de piedra alto cercándola.
- Es aquí - les indicó a sus compañeros.
- ¿Un burdel? - Fedhoram no daba crédito al lugar al que
su amigo les había traído - Creo que soy un poco joven para entrar ahí, ¿no te
parece?
- ¡La
Sonrisa de Cassandra! - anunció sonriente Zarko - ¡El mejor
lugar del mundo civilizado para descansar!
- ¿Lo estás diciendo en serio? - Freyan estaba igual de
sorprendido que su joven pupilo.
- Absolutamente - afirmó Zarko con rotundidad - Conozco a
la dueña. Seguidme.
El Myzarino
descendió de su caballo y atravesó la entrada al jardín hasta llegar ante la
puerta. Al llegar a ella, dos muchachas gritaron de alegría y fueron corriendo
a abrazarle.
- ¡Zarko! ¡Has vuelto, has vuelto!
El Myzarino
correspondió a sus abrazos de la misma manera. Freyan y Fedhoram se miraron
atónitos el uno al otro durante unos segundos sin saber muy bien qué hacer.
Zarko les sacó del dilema llamándoles a voz en grito.
- ¿A qué esperáis? - sacudió en alto su brazo - ¡Vamos,
venid los dos de una vez!
Los dos
compañeros bajaron de sus monturas y se encaminaron al encuentro con Zarko.
Cuando llegaron hasta donde él estaba, éste les presentó a las dos muchachas.
- Estas dos bellezas son Hura y Yiona - las muchachas
sonrieron abiertamente y besaron en las mejillas a los desconcertados viajeros
- Las dos son del norte de Terba, una aldea que hay cerca de Sukubia. Las
conocí hace un año, cuando estaba de paso por aquí. ¿A que son preciosas, eh?
El Myzarino
rió abiertamente mientras palmeaba el trasero de Hura y abrazaba por la cintura
a Yiona. Las dos muchachas eran, en efecto, hermosas. Hura, de piel morena,
cuerpo robusto y unos impresionantes ojos azules, poseía un rostro hermoso y de
mandíbula ancha. Su larga cabellera, ondulada y negra como el carbón, caía por
su ancha y esbelta espalda. Yiona, por su parte, era mucho más morena que su
compañera y además tenía un cabello blanco como la nieve, cortado en una
melenita que apenas cubría sus pequeñas y puntiagudas orejas. Su rostro era más
fino que el de Hura, pero su boca era pequeña y deliciosamente risueña. Ambas
mujeres parecían encantadas con la presencia del hombre y de su compañía. Yiona
le dedicó un par de cálidos besos en una de sus mejillas mientras Hura lo
abrazaba cariñosamente por la cintura.
- ¿Vas a quedarte mucho tiempo, Yarik? - preguntó Yiona.
-¿Yarik? -preguntó a su vez el intrigado Freyan ante el
nombre usado por la muchacha para dirigirse a Zarko.
- Si, “Guerrero Oso” - aclaró su amigo - Yiona es de
Sukubia, pero fue enviada a vivir a Terba cuando tenía apenas trece primaveras.
Los Sukubitas llaman Yarik a quienes demuestran su gran valor en la lucha
cuerpo a cuerpo contra un oso. Yiona me llama así porque dice que es un nombre
más bonito que Zarko. ¿Quién soy yo para discutirlo? - rió abiertamente
mientras abrazaba contra sí a las dos mujeres - Lo siento pequeñas, solo estoy
de paso con mis amigos. ¿Está Cassandra dentro?
- Si, ya verás cuando te vea - le dijo Hura - La va a dar
algo.
- ¿Vamos dentro, pues? - rió Zarko.
Las
muchachas acompañaron al Myzarino al interior de la gran casa, seguidos de los
sorprendidos Freyan y Fedhoram. Ya dentro, el panorama era, cuando menos,
turbador para un joven como Fedhoram. Mujeres, de todas las razas conocidas, y
todas ellas igual de bellas que Hura y Yiona, o más, se encargaban de atender a
los variopintos clientes del local. Una Sukubita, tan morena y de cabello tan
blanco como la propia Yiona, pero ligeramente más alta que ésta, se entregaba a
las caricias de un Foradiano gordo, moreno y de mostacho poblado. En los
escalones de la larga escalinata de mármol que dominaba la estancia, dos bellas
rubias de Gondar abrazaban a un esbelto muchachuelo de Thuran, que no sabía a cuál
de las dos dedicar más atención. En lo alto de la misma escalera, una preciosa
mujer de color, negra como el ébano, de larga cabellera de rastas y piernas
largas y esbeltas, atraía la atención de una pareja de recién casados de
Hunare. Abajo, sobre un diván de cuero negro, un hombre de robusto cuerpo
disfrutaba de los encantos y las caricias de tres bellezas Andurianas. A su
lado, en otro diván, dos mujeres, Razsiana la primera y Korena la segunda, se
entregaban sin reparos a darse besos largos y profundos la una a la otra. Una
tercera llegó a donde ellas estaban y se les unió en el juego amatorio sin
pudor alguno por su parte. Fedhoram, no obstante, estaba ya más que ruborizado
y apenas sabía hacia dónde mirar para no sonrojarse más de lo que ya estaba.
- Vaya, vaya, vaya… - una melodiosa voz les llamó la
atención desde lo alto de la escalinata - Has vuelto a asomar por mi casa.
Cuando
Fedhoram vió a la mujer que les hablaba, enmudeció para siempre. O al menos eso
creyó él que le pasaría. Era la mujer más hermosa que había visto hasta el
momento. Si, hasta hace apenas unos segundos, las dos muchachas que les
recibieron a la entrada, le parecieron hermosas, ahora éstas se quedaban en
nada ante la belleza de esta mujer. Una larga cabellera negra y ondulada
descendía tras sus anchos hombros y reposaba sobre su ancha y esbelta espalda.
Su escultural cuerpo, de piel muy morena, caderas anchas, piernas largas y
robustas, brazos firmes, senos redondos y bien formados y cintura estrecha, no
se quedaba a la zaga del hermoso rostro. Mentón ancho y con un pequeño hoyuelo
en el centro, boca grande y labios finos, nariz levemente respingona, cejas
finas y bien dibujadas y unos preciosos ojos color almendra dibujaban la
arrebatadora belleza de una mujer que superaba ya la cuarentena en años de
vida.
- Y veo que vienes acompañado.
- Hola Cassandra - saludó Zarko a la mujer - No me mires
así, por favor - la aduló como un niño tontorrón - De lo contrario, quedaré
eternamente prendado de tu corazón.
De nuevo la negrura lo envolvía
todo. Y el silencio. Fedhoram pudo sentir dentro de aquel lugar hasta los
latidos de su corazón. Un nuevo haz de luz surgió ante él. Bajo el haz, una
puerta de piedra de grandes proporciones. En medio de la enorme piedra,
custodiándola, hay una estatua tallada
en roca sólida, representando una enorme cara de gárgola, de boca aguileña
abierta y ojos redondos que no parecían mirar a ninguna parte, pero que, al
mismo tiempo, parecían estarle escrutando hasta lo más profundo de su ser.
- ¿Quién eres? - la gárgola habló con una voz grave y
profunda.
- Soy Fedhoram - contestó el muchacho.
- ¿Acaso te he preguntado por tu nombre, mortal? - la voz
sonó a reprimenda - ¿Quién eres?
- No entiendo la pregunta - contestó indeciso Fedhoram.
- ¿Qué demonios haces entonces aquí? ¿Malgasto mi tiempo
con un estúpido mequetrefe que ni siquiera sabe decirme quién es?
- ¿Y yo qué? - preguntó con insolencia el muchacho -
¿Acaso no es igual de importante mi tiempo para malgastarlo en responder a
preguntas tontas y sin sentido? Me preguntas que quién soy y te digo mi nombre.
Entonces tú me dices que esa respuesta no es la que debo darte. ¿Cuál es,
entonces, dicha respuesta?
- Aquí soy yo quien hace las preguntas, mocoso insolente -
la gárgola parecía molesta ante el comentario del muchacho - ¿Quién eres?
¿Acaso eres un niño llorón y malencarado que pretende conseguirlo todo solo por
las buenas, porque se le antoja a él? ¿O acaso eres un hombre libre que trata
de encontrar su lugar en un mundo que no le guarda simpatía? ¿Eres ese guerrero
que, valeroso y sin temor en su corazón, luchará por defender siempre la verdad
y la justicia? ¿O acaso eres un cobarde
y cruel asesino de corazón oscuro, que roba migajas de humanidad a los que le
rodean para poder irse cada noche a la cama acallando los gritos de su alma,
corrompida hasta las raíces? - la gárgola hizo una breve pausa y continuó
hablando - Dime, pues, ¿quién eres?
- Soy… - Fedhoram se detuvo para meditar su respuesta.
Tras unos segundos, prosiguió - Soy Fedhoram de Haram, de la provincia de
Egtos. No soy un guerrero. Ni tampoco soy valeroso. Nací bajo unas
circunstancias que marcaron mi vida sin yo pedirlo. Nadie me pidió permiso para
nombrarme el elegido, aquel que, según una antigua leyenda, deberá detener a un
oscuro ser. Nadie tuvo la ocurrencia de pararse a pensar si yo aceptaría de
buen grado dicha responsabilidad. Puede que eso no me guste, ni que tampoco lo
quiera, pero he de aceptarlo, puesto que ese es mi destino. Si estoy o no
preparado para afrontarlo, es algo que averiguaré en su momento. Pero, ya que
estoy aquí, y puesto que he pasado tanto tiempo preparándome para ello, será
mejor que me trague mi orgullo y saque fuerzas de donde no las hay para llevar
a cabo mi tarea. Porque hay personas que han creído en mí durante todo este
tiempo ¡y porque soy Fedhoram de Haram, el elegido! ¡Y daré mi vida y mi sangre
para llevar a cabo la misión para la que me han entrenado durante estos años! ¿Te
ha quedado claro?
- Al fin has hablado con sabiduría - la gárgola pareció
complacida con la respuesta del muchacho - Pasa y afronta tu destino.
Con
estrepitoso rechinar, la enorme puerta se abrió, lentamente, dejando el camino
abierto ante el joven, que atravesó la puerta con decisión. De nuevo la negrura
más absoluta. Y nuevamente un haz de luz iluminando otra enorme puerta. En el
centro mismo de la puerta, otra gárgola, de igual aspecto a la anterior, salvo
que ésta tenía los ojos cerrados y su cara no mostraba expresión alguna. La
nueva gárgola habló.
- Dime, joven guerrero. ¿Quién es más valioso? ¿Un recién
nacido en su cuna, o un anciano en su lecho de muerte?
- Ambos - contestó sin titubeos Fedhoram - El niño por lo
que pueda aprender a lo largo de su vida. El anciano por lo que puede aportar
tras su larga vida. Aprendizaje y conocimiento. Las dos bases de toda
formación.
- En verdad eres sabio - la gárgola mostró una sonrisa -
Pasa y sigue tu camino.
Nueva
puerta. Nueva gárgola. Ésta con las orejas atravesadas por un hueso humano y
los ojos llorando lágrimas de piedra. Su voz sonaba a tristeza.
- ¿Qué vale más, uno solo o un millón?
- ¿Hablamos de dinero o de personas? - bromeó Fedhoram.
Viendo que la gárgola no aceptaba el chiste, continuó hablando - Te responderé
con otra pregunta. ¿Matarías a uno solo o a un millón? Un hombre muerto sería
asesinato. Un millón, genocidio. Toda vida debe de ser protegida y defendida de
todo mal que la aceche. Por lo tanto, la respuesta que buscas es, ambos. Ambos
son igual de importantes.
- Tus palabras demuestran tu buen juicio, joven guerrero.
Adelante y afronta la última de las pruebas.
La enorme
puerta chirrió y retumbó mientras se abría para dejar paso al joven. Fedhoram
la atravesó hacia la negrura. No veía a nadie ni a nada. Solo negrura.
- Antes te hice una pregunta - la voz de Yuga sonó de
repente en el vacío del solitario lugar - Y no me contestaste.
Apareció de
la nada, andando lentamente hacia el muchacho, que se sorprendió mucho al
encontrársela ahí.
- Dime, pues - siguió hablando - ¿Matarías a tu mentor si
de ello dependiera el superar esta prueba?
- No - Fedhoram agachó la mirada.
- ¿Aunque ello suponga el fracaso en tu misión?
- No alzaría la mano contra el hombre que me lo ha enseñado
todo - contestó Fedhoram - Mi honor y el respeto que le guardo, me lo
impedirían.
- Honor. Respeto - Yuga pronunció las palabras arrastrando
las sílabas - Deberías saber, joven guerrero, que en ciertas ocasiones un
guerrero debe dejar de lado esos dos conceptos cuando de lo que se trata es de
cumplir con su destino. Para superar esta prueba, pues, si te pido que saltes,
pregúntame a qué altura. Si te pido que corras, pregúntame hasta dónde has de
hacerlo. Y… - hizo una pequeña pausa y le acarició suavemente el mentón con los
dedos - …si te pido que mates, pregúntame que a quién. ¿Lo has entendido, mi
pequeño elegido?
- Si, mi señora - contestó Fedhoram - Lo entiendo
perfectamente. Adiós.
Ante la
sorpresa de la mujer, Fedhoram dio media vuelta y se encaminó hacia la salida.
- ¿Te vas? - le preguntó Yuga entre sorprendida y
divertida - ¿Renuncias a la prueba?
- No - el muchacho se detuvo ante la puerta - No, mi
señora. No renuncio a la prueba. Renuncio a tener que matar a nadie para
superarla. Si se necesita de un sacrificio humano para superar esta prueba,
entonces significa que no estoy hecho ni preparado para superarla, porque, entérate
bien, mi señora, jamás usaré la vida de una persona para mi beneficio. ¡Nunca!
- ¿Entiendes todo lo que está en juego? ¿Entiendes todo lo
que pierdes si renuncias?
Fedhoram
permaneció parado ante la puerta sin mover un solo músculo del cuerpo.
Finalmente, se volvió hacia la mujer. En su mirada había orgullo y decisión.
- Entiendo perfectamente todo, mi señora. Pero no pienso
sacrificar a nadie para beneficio propio. Adiós.
Se dio la
vuelta y se encaminó hacia la puerta de nuevo, pero esta vez le detuvo el
sonido de un aplauso. Yuga le aplaudía sonriente.
- Prueba superada, mi joven impetuoso - le sonrió - Si por
un solo momento hubieras vacilado en tu respuesta, ahora mismo estarías ya de
vuelta con Ezerian en el cementerio de Lu-Fadem, junto con tu mentor y tu buen
amigo, el Myzarino. Un guerrero sin principios morales es solo una máquina de
matar. Si le dicen mata, él mata. Si le dicen salta, él salta. Bien dicho, joven
y valeroso guerrero. Nadie debe jugar a su antojo con las vidas de los seres
vivos. Ni siquiera los propios dioses lo hacen. Toma. Te lo has ganado.
Yuga le
cogió de las manos y colocó sobre sus palmas un medallón. Éste, plateado,
redondo, con el relieve de dos cobras engarzadas entre si y varias y
antiquísimas runas talladas en él, parecía vibrar bajo la extraña luz opalina
que desprendía.
- ¿Qué es esto?
- El medallón de Ypam, la hija de Acinor - le explicó Yuga
susurrándole dulcemente al oido - Lo necesitaréis para entrar en la torre donde
se halla encerrado Denól.
- ¿He superado la prueba?
- Esta si - la sonrió nuevamente Yuga - Ahora vete. Ve con
tus compañeros y prosigue tu viaje. Ah, y saluda de mi parte a Ezerian. Dile
que me agradaría mucho verle de nuevo algún día por aquí. Adiós, elegido.
Yuga
desapareció y un nuevo haz surgió de la nada y bañó a Fedhoram con su luz.
Cuando el haz desapareció, el muchacho se encontró junto a sus dos compañeros,
que le miraron incrédulos.
- ¡Muchacho! - sonrió saludándole Zarko - ¡Ojos que te
ven!
- ¿Cómo estás, Fedhoram? - le preguntó ansioso Freyan -
¿Ha ido todo bien?
- Si - Fedhoram les enseñó el medallón.
El hechicero
se sorprendió gratamente al verlos regresar. Y más se sorprendió al ver el
medallón que Fedhoram portaba en sus manos.
- El medallón de Ypam - señaló complacido - Veo que has
pasado la prueba de Yuga. Mi enhorabuena, Fedhoram. Prometes ser un guerrero
muy valioso. Y ahora, debemos descansar. Mañana os espera un largo viaje hasta
Heren.
- ¿Por qué a Heren? - preguntó Freyan intrigado.
- Allí se encuentra la torre de Acinor, el lugar en el
cual está encerrado el espíritu de Denól.
- Has dicho “os espera”… - inquirió intrigado Zarko -
¿Acaso tú no nos acompañas?
- Mi papel en este juego ya ha terminado. El muchacho está
listo para afrontar su destino. Velaré por vosotros para que logréis vuestro
objetivo. Pero recuerda bien, Fedhoram. Tanto el Medallón de Isnha, como el
conjuro del encierro., deberán ser usados justo en la noche de la próxima luna
llena. De lo contrario, Denól recobraría su forma humana. Si ocurriera eso,
nada podría ayudaros ante su poder… Ni yo mismo podría hacerlo.
- No te preocupes, hechicero - rió Zarko - En la próxima
luna llena, este muchacho - agarró a Fedhoram por los hombros - le meterá el
medallón por el culo a ese tal Denól y de una patada le devolverá a su limbo.
Te lo asegura este Myzarino, que irá con él hasta el infierno si fuera
necesario para llevar a cabo la tarea.
- Otra cosa - les recomendó el hechicero - Tened mucho
cuidado cuando lleguéis a la torre. Una cosa es llegar y otra muy distinta el
entrar en ella y lograr acercarse a Denól. Ese oscuro y retorcido ser usará
todas las armas que tenga a mano para impedir vuestro cometido. Cuidaos bien
las espaldas.
- No te preocupes - habló Freyan - Sabemos bien que el
enemigo al que nos enfrentamos no es normal y corriente. Estaremos bien alerta
y seremos muy precavidos.
- Bien - Ezerian le miró pensativo durante escasos
segundos - Ahora será mejor que vayamos a descansar.
Formuló unas
salmodias ininteligibles al tiempo que dibujaba un extraño símbolo en el aire
y, de la nada, el espacio que les rodeaba se transformó en una gran tienda de
campaña, de las usadas por el ejército en incursiones largas, con una cómoda
cama para cada uno de ellos. Ezerian se agenció de una de las camas y se tumbó
sobre ella.
- Hasta mañana, pues. Que durmáis bien.
- Me pido la otra de la esquina - solicitó bromeando
Zarko.
- ¡Esa es para mí! - bromeó también Freyan mientras
corría a hacerse con ella.
De repente
se vieron rodeados por montones de esqueletos. Todos iban armados. Lanzas,
dagas, espadas, escudos con bordes dentados y o afilados, cuchillos, cadenas
con mazas, hachas… Toda arma conocida era empuñada por alguno de los esqueletos
que en esos momentos les rodeaban. Las resecas calaveras, de cuencas vacías,
les miraban con una vacía y diabólica risa marcada en sus no menos resecas
mandíbulas.
- ¿Esto es una lucha justa? – Preguntó Freyan en voz alta
sin esperar recibir respuesta – Por lo menos cuento cinco por cabeza.
- Mejor - sonrió alegremente Zarko - Más nos tocan a cada
uno.
- El combate es justo - habló suavemente Yuga - Nunca
enfrento a nadie contra algo que no pueda superar. Solo es cuestión de tesón,
inteligencia y, por supuesto, algo de voluntad propia.
- A mi lado, Fedhoram - ordenó Freyan a su pupilo - Juntos
nos ocuparemos de estos desechos humanos.
- Y ahora, si me disculpáis - Yuga se levantó del trono -
Tengo que visitar a un viejo amigo. Espero que no tengáis muchos problemas con
mis amigos. Nos vemos enseguida.
El haz de
luz que iluminaba al oscuro trono de las cobras se apagó, borrando tras de sí todo
rastro de evidencia de la existencia del mismo y de su dueña. En ese momento,
en el cementerio, Ezerian recibe una extraña visita.
- Hace mucho tiempo que no me visitas, querido.
- Si - contestó éste sin volver la vista atrás - Trato de
evitarlo siempre que me es posible.
- ¿Tan malos recuerdos te traigo? - la voz de Yuga sonó
juguetona - Qué pena, nos lo pasamos muy bien juntos. ¿No te parece?
- Si, en efecto. No puede negarse que lo pasamos bien. ¿A
qué has venido?
- Tu nuevo pupilo. El joven arrogante.
- ¿Qué ocurre con Fedhoram?
- No está preparado. ¿Lo sabes, verdad?
- Aja. ¿Y?
- ¿Y? - extrañamente, la voz de Yuga sonó en esta ocasión
a desconcierto - ¿Sabes que no está listo y lo envías a la prueba? ¡Por los
cuernos de Mir! ¿En qué estabas pensando al mandarlo a mis dominios, Ezerian?
Ezerian no
respondió. Pero sabía muy bien lo que Yuga estaba insinuándole en ese momento.
Que tal vez, enviar al joven a cumplir la prueba no hubiera sido la mejor de
las ideas. Pero no había otro remedio. Había mucho en juego y el joven Fedhoram
tenía que estar preparado para lo que estaba por llegar. A toda costa.
- Sé lo que piensas, Yuga - habló finalmente, en voz baja
y grave - Pero el joven Fedhoram superará la prueba con la ayuda de sus dos
compañeros. Ya lo verás.
- ¿Estás seguro? - Yuga replicó duramente - Es un joven
arrogante, impulsivo y, lo que es peor, tiene miedo. Lo veo en sus ojos. Y eso
puede ser su perdición. Tengo un presentimiento que no me gusta, Ezerian.
- Pues no lo tengas - replicó a su vez Ezerian - Vuelve a
tus dominios y cumple con tu papel. Fedhoram cumplirá con el suyo, al igual que
sus dos compañeros. Al fin y al cabo, el destino no es más que eso. Papeles.
Papeles que a cada uno nos son dados para que los representemos en esta gran
obra que es el destino. Yo tengo el mío. Tú tienes el tuyo… Todos tenemos
nuestro pequeño papel.
- Yo sé muy bien cuál es mi papel - Yuga atravesó parte
del portal abierto tras Ezerian, que seguía sentado en el suelo sin mirarla -
Me pregunto si tú sabes bien cuál es el tuyo. Rezaré para que no te equivoques
con el muchacho. Hay mucho en juego. Adiós.
- Si - musitó Ezerian - Demasiado.
El cuarto de
los esqueletos que osó atacar por la espalda a Zarko acabó en el suelo sin su
calavera. Los dos primeros fueron empalados por éste mismo con un poderoso
mandoble de su espada y al tercero lo despachó Freyan con dos tajazos.
- ¡Otro menos! - apuntó triunfante Zarko al abrir en dos
el huesudo cráneo de otro esqueleto.
- Siguen siendo demasiados - añadió Freyan.
- Mejor - rió Zarko - Más divertida será la cosa.
Por su
parte, el joven Fedhoram repelía como podía las estocadas y ataques de sus
adversarios, que poco a poco le iban rodeando con la intención de separarle de
sus compañeros
- ¡Malditos
chacales! - el Myzarino se dio perfecta cuenta de la intención de sus
enemigos - ¡Freyan, intentan separarnos del muchacho!
- ¡Lo veo! - asintió su compañero al tiempo que paraba el
ataque de dos esqueletos armados con lanzas - Pero yo no puedo ir en su ayuda.
Zarko rugió
de rabia. Lanzó un fuerte golpe con su espada y el metal se abrió camino a
través del cráneo de otro de los esqueletos. Aprovechando la caída de éste,
Zarko saltó por encima de su cuerpo inerte y fue a colocarse junto al
desprotegido joven, que en ese momento se enfrentaba a dos adversarios armados
con hacha y espada.
- ¡Detrás de mí, Fedhoram! - le ordenó el Myzarino - ¡Yo
te cubriré!
Fedhoram
obedeció y se colocó de espaldas al valeroso guerrero de Myzar. Zarko,
blandiendo en la mano derecha su espada y en la izquierda su daga incitó a los
esqueletos.
- ¡Vamos, perros del infierno! ¡Venid a por mí si os
atrevéis!
El esqueleto
que portaba el hacha, enorme y de hoja doble, blandió en alto su arma y se
lanzó al ataque. Zarko esquivó con facilidad dicho ataque y aprovechó su
movimiento para asestarle un tajazo en uno de sus brazos, arrancándosele de
cuajo a la altura del omoplato. El segundo esqueleto, armado con un gran
espadón, sopesó la situación y calculó su próximo movimiento. Zarko, no
obstante, no estaba muy dispuesto a darle más tiempo para pensárselo y se lanzó
al ataque. Lanzó varios mandobles que su adversario esquivó y paró fácilmente.
En una de las ocasiones, el Myzarino lanzó un puntapié a su contrincante y éste
lo recibió de lleno en las costillas, quebrándose un par de ellas.
El
esqueleto, no obstante, aún sin dos costillas menos, seguía atacando. Lanzó dos
severos mandobles en diagonal que Zarko pudo detener con ciertos problemas,
debido en parte al enorme peso del arma de su adversario. Decidió utilizar eso
mismo en contra de aquel. Así, en uno de los ataques del esqueleto, Zarko
fingió intentar detener el mandoble para, en el último instante, retirar su
hoja y hacerse a un lado. Tal y como pensaba, el repentino movimiento
desequilibró por completo a su contrincante, haciéndole caer a tierra. Zarko
aprovechó esa situación para seccionarle los antebrazos con dos tajazos de su
espada bien dirigidos.
- ¡Bien! - bramó el Myzarino orgulloso - ¿Alguno más desea
probar el filo de Zynthra, de esta hermosa espada forjada en las fraguas de los
enanos de Thirys Mine? ¡Vamos, buitres carroñeros, os estamos esperando!
Los pocos
esqueletos que aún quedaban en pie parecieron titubear. Pero era solo una
ilusión, pues en cuestión de segundos volvieron a la carga sobre nuestros
amigos. Rodeándoles, les atacaron por todos lados al mismo tiempo. Zarko
retenía, desviaba y devolvía estocadas a diestro y siniestro, sin permitir en
ningún momento que los esqueletos alcanzaran al muchacho, que observaba
sobrecogido el valor que mostraba en el combate el Myzarino. Freyan, por su
parte, hacía lo propio con los enemigos que le salían al paso, pero sus fuerzas
comenzaban ya a fallarle. Lo supo justo cuando, al hacer una finta para
esquivar un golpe de lanza de un esqueleto, su rodilla derecha le falló y le
hizo caer al suelo. Tres esqueletos aprovecharon el funesto momento para caerle
encima. Fedhoram lo vio y, sin dudarlo, se lanzó a su vez sobre los esqueletos
para salvar a su maestro.
- ¡Aguanta maestro!
Su espada
atravesó al primero de los esqueletos. El segundo, reaccionando algo lento,
lanzó un mandoble vertical con su espada de hoja ancha y dentada que el joven
detuvo con facilidad. Después, con un giro de caderas, rápido y ágil, golpeó
con el codo del brazo que tenía libre en la frente de la desnuda calavera
sonriente y la arrancó de cuajo. Otro giro más y se colocó detrás del
decapitado esqueleto y, con un recto mandoble, le partió por la mitad. Se giró
de nuevo y se encaró con el tercero de los esqueletos, que ya había caído sobre
su mentor. Una de sus huesudas manos agarraba la garganta de éste. La otra
mano, igual de huesuda, empuñaba un largo cuchillo de hoja ancha y mellada.
Freyan sostenía la mano que sujetaba el arma, pero sus fuerzas ya no le respondían
como el esperaba y el cuchillo bajaba lentamente en dirección a su corazón. De
pronto, una hoja de espada sobresalió por entre la caja torácica del esqueleto.
Éste, irguiéndose sobresaltado, observaba incrédulo la hoja que le atravesaba
de lado a lado. Fedhoram jaló de la hoja hacia un lado y el cuerpo huesudo se
partió en dos. Ayudó a su mentor a ponerse en pie.
- ¿Estás bien, maestro?
- Cansado - respondió éste resoplando al levantarse del
suelo - Pero gracias a ti, vivo. Un buen golpe ese, Fedhoram. Te felicito.
- Tú me le enseñaste, maestro - respondió el joven.
- Oh, venga - le pidió sonriente Freyan - Deja ya de
llamarme maestro. Hace ya tiempo que el alumno superó al maestro.
- ¡Al infierno con vosotros, perros sarnosos! - vociferó
alegre y jubiloso Zarko al acabar con el último de los esqueletos que quedaban
aún en pie.
El silencio
reinó durante unos segundos en el reino de Yuga. Los tres compañeros se miraban
jadeantes y alegres. La batalla había sido feroz, pero también increíble. Zarko
no cabía en sí de gozo. Había disfrutado soberanamente con aquella lucha de
igual a igual y daba la sensación de querer seguir combatiendo durante más
tiempo.
- ¡Ha sido maravilloso! - bramó jubiloso - ¡Por los hijos
de Koyum, deberíamos de repetirlo!
- ¡Ni de coña! - sentenció riendo Freyan - ¡Yo ya estoy
viejo para estos trotes!
- ¡Tonterías! - aseguró Zarko - ¡El mismo dios guerrero
Yukon estaría orgulloso de combatir a tu lado, amigo mío! ¡Yo mismo moriría
orgulloso luchando a tu lado, compañero! ¡Y a tu lado también, muchacho! -
golpeó amistosamente el hombro de Fedhoram - ¡Has demostrado ser un digno
guerrero! ¡Ya lo creo que si!
El haz de
luz, el trono de las cobras y Yuga reaparecieron de nuevo ante ellos.
- Bravo, muchacho - habló - Tienes dos buenos amigos a la
par que bravos guerreros a tu lado. Te felicito. Pero debo advertirte de algo.
La prueba que deberás superar por ti mismo puede que te acabe superando. Por
ello, te preguntaré una vez más. ¿Te crees preparado para afrontarla?
- ¿Acaso no he superado ya una prueba, señora? - respondió
Fedhoram.
- ¿Prueba? - rió Yuga - ¡No te confundas, niño! Lo de
antes no era sino un pequeño entretenimiento para tus amigos. Esos esqueletos
nunca os habrían hecho daño. Tu prueba comenzará ahora, en cuanto cruces esta
puerta.
Ante nuestros
amigos se abrió un nuevo rayo de luz, de la misma anchura que el que les llevó
al lugar que ahora pisan.
- De ti depende, - añadió Yuga - de si decides estar o no
preparado para afrontarla. Sea lo que sea que decidas, deberás superarla solo.
Sin ayuda alguna - la mujer miró desafiante a Zarko, que ya iba a protestar -
Así pues, dime. ¿Qué decides, joven guerrero?
Fedhoram no
dijo nada. Con paso firme atravesó el portal de luz.