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Tanque Bradock. Capítulo 11

11 – Un trago amargo

                   Tras cuarenta largos minutos de caminata, el grupo logró atravesar por completo el bosque y salir a campo abierto. Ante ellos se abría una extensa llanura, en medio de la cual se divisaba el campamento de los omadíes. Era un recinto amurallado del que sobresalía una torre ancha en el centro. Sobre ella, un cañón láser antiaéreo disparaba ráfagas contra dos naves que sobrevolaban el perímetro. Cada esquina de la muralla disponía de una pequeña ametralladora de plasma. Las dos frontales unían su fuego en ese momento al del cañón.
— ¿Creéis que es una buena idea atravesar campo abierto ahora mismo? —preguntó June observando la escena desde donde estaban.
— No nos queda más remedio —apuntó Bradock observando con la mano haciéndole de visera el terreno que se extendía ante ellos—. Si permanecemos mucho tiempo aquí, podríamos vernos sorprendidos por otra patrulla.
                   Una de las naves fue alcanzada en ese momento por los disparos del cañón y, envuelta en una bola de llamas, cayó en picado y se estrelló contra el suelo.
— La ocasión la pintan calva —señaló Bradock—. Ahora o nunca. ¡En marcha!
                   Echaron a correr campo a través todo lo rápido que la carga se lo permitía. Confiaban en que la nave enemiga fuera entretenida por el fuego del cañón y las ametralladoras lo bastante como para poder llegar a las puertas del campamento sanos y salvos. Era una esperanza vana, pensaba Bradock, porque la probabilidad de que eso ocurriera era solo del dos por ciento.
— ¡vamos, empujad! —apremió a sus compañeros— ¡Ya falta poco!
                   Cuando ya habían recorrido la mitad del trayecto que les separaba del campamento, ocurrió lo que tanto se temían. La nave les descubrió y enfiló el vuelo hacia ellos.
— ¡Nos ha visto! —apuntó el copiloto Yan.
— ¡Cállate y sigue empujando! —espetó Bradock poniéndole más ímpetu a su arrastre, al tiempo que arengaba al resto— ¡No miréis atrás! ¡Seguid corriendo!
                   Cuando la nave les sobrepasó por la izquierda, generó una ventolada que les medio frenó en su carrera. Arengados por los gritos de Bradock, los omadíes y June empujaban y tiraban de la carreta con todas sus fuerzas, sabedores de que su suerte caminaba en ese momento sobre una cuerda muy fina. La nave corregía el rumbo para atacarles una vez más.
— ¡Ahí vuelve! —anunció Sento, el piloto.
                   La mala fortuna golpeó justo en ese instante. El capitán Koe pisó mal y se torció el tobillo, cayendo al suelo con un grito de dolor. June corrió a socorrerle, lo que dejó a sus otros compañeros con el inconveniente de cuatro brazos menos tirando de la carga. Las ráfagas de la nave les pasaron muy cerca, y los disparos levantaron pequeñas cortinas de hierba y tierra, junto con una nueva ventolada.
— ¡Aléjese! —Le gritó Koe a June — ¡Váyase con ellos, señorita!
— ¡Oh, por favor, capitán! —Le espetó ella enojada— ¿Es que ahora me va a venir con lo del orgullo de machito? ¡Venga, arriba!
                   Levantó al capitán del suelo y le pasó el brazo por encima de su hombro, para que se apoyara en él. Por suerte, June era algo más fuerte que Koe, por lo que no la resultó muy difícil cargar con su peso, aunque si que dificultaba bastante su movimiento. Echaron a correr a trompicones cuando la nave viró una vez más para volver al ataque.
— ¡Cien metros, capitán! —Le dijo June a Koe para animarle— ¡Solo nos separan cien metros de esos malnacidos! ¡Apúrese!
— Aunque no lo crea —bromeó él—, fui medalla de oro en los cien metros lisos cuando estudiaba en la academia.
— ¡Pues ha llegado el momento de hacer valer esa medalla, capitán!
                   Ambos seguían corriendo como podían; June soportando buen parte del peso del capitán Koe y este arrastrando el pie herido. Las ráfagas de la nave se les acercaban peligrosamente, amenazando con alcanzarles de un momento a otro. Debido a lo torpe de sus movimientos, la ventolera provocada por la nave les frenó en seco en el sitio, y lo peor de todo era que ésta giraba otra vez para realizar otra pasada. Cuando la vieron enfilar hacia ellos otra vez, June y el capitán Koe supieron con certeza que estaban perdidos. La fuerte voz de Bradock les sacó de su error.
— ¡Fuego!
                   Cuatro ráfagas láser de gran potencia secundaron la orden del mercenario. Y es que, habiendo sido completamente ignorados por el piloto de la nave, Bradock tuvo la feliz idea de abrir una de las cajas de rifles que transportaban y usarlos para defenderse. Un solo rifle sería muy poca cosa contra una nave como aquella, pero cuatro juntos representaban una amenaza a tener en cuenta, tal y como pudo comprobar el piloto al ver cómo uno de sus motores reventaba envuelto en una pequeña bola de fuego. Girando sobre sí misma como una peonza desbocada, la nave cayó a tierra y se estrelló.
                   Los omadíes estallaron en gritos de júbilo mientras enarbolaban victoriosos los rifles en alto. Como el trecho que les quedaba hasta el campamento era corto, Bradock le pidió al copiloto Yan que ayudase a June a cargar con el capitán, mientras él se encargaba de las cajas junto con el piloto Sento y el soldado Lomen. Con los ánimos renovados, el grupo se dispuso a reemprender la marcha, pero un nuevo ruido a sus espaldas llamó su atención.
                   Todo ocurrió en cosa de segundos; al escuchar el ruido, todos se volvieron y fue entonces cuando lo vieron. Era otro todoterreno armado con una ametralladora. Había surgido del bosque que dejaron atrás minutos antes y estaba disparando contra ellos. Todos reaccionaron al unísono contraatacando con sus armas, logrando con sus disparos abatir al conductor del vehículo, que terminó dando varias vueltas de campana antes de explotar. El otro soldado, el que manejaba la ametralladora, salió despedido violentamente por los aires aterrizando de mala manera contra el suelo sobre su cabeza.
                   Todos respiraron aliviados y felices por haberse librado de esta nueva amenaza, e incluso lanzaron al cielo algún grito de victoria. La tenue voz del copiloto Yan les sacó de ese breve momento de euforia colectiva.
— Lo siento, capitán...
— ¿De qué habla, copiloto?
                   Con un leve gemido de dolor, Yan se desplomó en el suelo junto a su capitán. De su estómago surgía una mancha granate y oscura que se iba extendiendo cada vez más. Había sido alcanzado de lleno por los disparos del todotereno antes de ser abatido por sus compañeros.
— ¡Yan! —gritó el capitán Koe al darse cuenta de la gravedad del asunto.
— ¡Oh, no! —exclamó horrorizada June al ver la herida.
— ¡Aguanta, muchacho! —Bradock acudió junto al copiloto y le taponó la herida con las manos— Quédate con nosotros soldado ¿entendido?
— S-soy c-copi...loto, no s-soldado, s-señor... —Gimió Yan.
— Vale, lo que tú digas, copiloto —aseveró Bradock con el semblante taciturno— Te vienes con nosotros y haremos que te curen en el campamento. Venga.
                   Bardock usó la chaqueta que Sento le tendió para taponar la herida del copiloto y luego, con sumo cuidado, lo colocaron sobre las cajas de rifles. Acto seguido reemprendieron la marcha a toda prisa, aunque ahora solo tiraban de la carretilla Bradock, el piloto Sento y el soldado Lomen, puesto que June tenía que cargar con el capitán Koe. Para romper la tensión que les rodeaba, Bradock le empezó a contar chistes al copiloto.
— Un borracho le grita a una mujer: “¡Fea!”. “¡Borracho!”, le dice ella. Y el hombre la responde: “Pero a mí se me pasa mañana”.
                   Yan intentó reír al escuchar el chiste, pero el dolor de la herida se lo impidió. En lugar de eso, espetó escuetamente:
— Q-qué m-malo...
                   Bradock volvió a la carga con otro chiste igual de malo. Por fin llegaron al campamento y les abrieron las puertas, siendo recibidos por el oficial al mando, un hombre de semblante rudo, mandíbula ancha, mostacho negro poblado, cejas profundas, nariz gruesa y ojos glaucos.
— ¿Quién está al mando? —inquirió con urgencia Bradock.
— Coronel Khanz —saludó el hombre con una mano—. ¿Necesitan ayuda?
— El muchacho —Bradock señaló al copiloto.
— Haré que lo atiendan de inmediato.
— C-creo que no es necesario... —June, con la voz rota, señaló el brazo del copiloto, que colgaba inerte sobre las cajas en las que yacía su cuerpo— Ha muerto.
                   Bradock, lleno de frustración, cerró sus puños con fuerza. Luego se dirigió hacia el capitán Keo y le pidió la chaqueta de su uniforme. El capitán se la entregó de buena gana y Bradock cubrió con ella el cuerpo sin vida de Yan. Luego, con toda la solemnidad de la que pudo hacer acopio, despidió al muchacho con un saludo militar, siendo acompañado en ese gesto por el resto del grupo allí presente.
— Descansa en paz, muchacho —musitó Bradock mientras June, consternada por el dramático desenlace, se abrazaba a él.
                   Minutos más tarde, tras formalizar el pago del cargamento de armas, Bradock se puso en contacto por radio con la nave para facilitar las coordenadas para el teletransporte. Antes de realizarse el traslado, el capitán Koe le entregó una botella de vino a Bradock.
- Bébasela a la salud del copiloto Yan, señor —Le pidió Koe.
— Así lo haré, capitán —dijo Bradock despidiéndose de él—. Cuídense. Adiós.
                   Ya de regreso en la nave, el mercenario se encaminó a su camarote sin mediar palabra alguna con Neska o Roc. Una vez a solas, descorchó la botella y bebió un largo trago. Contemplando la inmensidad del espacio a través del ventanal de su camarote, Bradock lanzó un brindis al vacío.
— A tu salud, Yan. Donde quiera que estés ahora.

CONTINUARÁ

Tanque Bradock. Capítulo 10

10 – Un paseo

                    Tardaron apenas cuarenta y cinco minutos en construir la carretilla y colocar sobre ella las cajas, sujetándolas firmemente con cables extraídos del interior del fuselaje de la nave. Una hora después, el grupo ya había avanzado un buen trecho del camino. Bradock tiraba de la improvisada carretilla ayudado por el copiloto, mientras que el piloto y June iban empujando por detrás, a pesar de la reticencia inicial de Bradock a que la mujer hiciera esa parte del trabajo. Por su parte, el capitán omadíe y el otro soldado iban de escolta, vigilando en previsión de encontrarse con alguna sorpresa no deseada.
                   El suelo que pisaban era irregular y el arrastre de la carretilla no era todo lo fácil que Bradock hubiera deseado, aún así, avanzaban a buen ritmo a través de aquél extraño paisaje de colores ocres y verde oliva. Para romper el hielo entre ellos, June fue preguntándoles sus nombres; así pues, averiguó que el capitán se llamaba Koe, el soldado Lomen, el piloto Sento y el copiloto Yan. El modo escogido por Bradock para eliminar tensión consistía en ir contándole chistes al copiloto, que parecía divertirse escuchándolos.
—... Y el niño le dice al padre: “Papá, que estoy aquí”.
— ¿Siempre es así de despreocupado? —inquirió el piloto a June mientras el mercenario y el copiloto reían de buena gana.
— ¿Quién, Bradock? Ya lo creo que sí —respondió June sonriendo a pesar del esfuerzo de empujar—. Sin embargo, también es el que más en serio se toma su trabajo. Llevará estas cajas a su punto de destino de una forma o de otra. Se lo aseguro.
— No tiene que convencerme —Le dijo Sento sonriendo—. Sin tener porqué hacerlo, ha construido una carretilla para arrastrar el cargamento y cruzar todo un bosque con él. Por fuerza, tiene que ser un hombre muy responsable en su trabajo. O eso, o es que está demasiado loco.
— Pongamos que es un poco las dos cosas —matizó June con otra sonrisa.
                   Continuaron avanzando a buen ritmo hasta llegar a un pequeño claro que presentaba el bosque. El capitán Koe ordenó detenerse un rato allí para coger aire y recuperar fuerzas, cosa a la que June accedió de buena gana. Por precaución, taparon la carga con un par de ramas.
— ¿Falta mucho para llegar a su campamento? —preguntó Bradock.
— No más de dos kilómetros —respondió el capitán.
— Bien. Espero que allí tengan bebida, porque tengo la boca más seca que un desierto.
— Yo me encargaré de regalarle una botella de nuestro mejor vino, señor —aseguró el copiloto Yan.
— Te tomo la palab... —Bradock, sin terminar la frase, se puso en guardia y alertó con una seña al resto, que desenfundaron sus armas.
— ¿Qué ocurre? —preguntó sorprendido el piloto Sento.
— Se oye el ruido de un motor... —indicó Bradock mientras les hacía una seña para guardar silencio.
                   Se colocaron todos tras la carga oculta bajo las ramas, mirando hacia la dirección de la cual provenía el ruido. Pronto vieron asomar por entre un claro del follaje a un todoterreno, armado con una torreta ametralladora manejada por un soldado. Vestía éste un uniforme de color rojo con dos franjas laterales, de color amarillo, a lo largo de las mangas y las perneras. En la parte izquierda de su pecho lucía un emblema circular con el dibujo de un sol rojo atravesado por un relámpago azul.
— ¿Amigos o enemigos? —preguntó en voz baja Bradock al capitán Koe.
— Enemigos —respondió éste—. Estarán buscando la nave.
— Recemos para que pasen de largo.
                   El grupo entero contuvo el aliento mientras el soldado del vehículo oteaba la zona desde su posición. Confiaban en que las ramas tras las que se escondían, y con las cuales ocultaban la carga que transportaban, les mimetizasen con el ambiente lo justo para pasar desapercibidos. Por desgracia para ellos, la mala fortuna conjuró en ese preciso momento en su contra.
                   Un extraño animal, de aspecto felino y grande, pelaje gris pardo, cuerpo esbelto y dos colmillos saliendo de su boca hacia abajo, saltó de entre los matorrales cerca de June quien, por culpa de la sorpresa, no pudo reprimir un grito.
— ¡Cuidado! —El solado Lomen se colocó junto a ella y abrió fuego contra la bestia que, con dos gráciles saltos, esquivó el disparo y se perdió de nuevo entre los matorrales.
                   La acción del omadíe atrajo la atención del soldado enemigo, que golpeó dos veces sobre el capó del vehículo apremiando al conductor a cambiar de dirección.
— Ya sabía yo que nuestra suerte no podía durar mucho —refunfuñó Bradock poniéndose en pie y abriendo fuego con sus armas mientras echaba a correr hacia el todoterreno.
                   Fue avanzando en zigzag para esquivar los disparos de la ametralladora de plasma, cuyos impactos en el suelo levantaban pequeñas columnas de tierra y matojos. Cuando se encontraba a pocos metros del vehículo, Bradock saltó hacia delante y se colocó sobre el morro, para a continuación ametrallar desde esa posición al conductor. Aprovechando el impulso del auto, Bradock se subió al capó y abrió fuego contra el soldado de la ametralladora, que no tuvo tiempo de cubrirse ni de disparar con su arma. El mercenario saltó del vehículo antes de que éste se estrellase contra un árbol. Se acercó con cautela y revisó el cuerpo del conductor. Estaba muerto.
— ¡Respondan! ¿Están ahí? ¡Respondan!
                   Bradock arrancó de cuajo el transmisor de la radio que emitía las voces y volvió con sus compañeros.
— Hay que ponerse en marcha —Les apremió cuando se reunió con ellos—. No creo que tarden mucho en enviar otra patrulla—. Vamos.
— Lo siento mucho —Se disculpó torpemente June—. Ese puñetero bicho me asustó. ¿Qué era?
— Un Yadar —Le aclaró Lomen—. Son carnívoros y, por regla general, suelen ir en grupos. Hemos tenido suerte.
— Oh, sí, suerte... —dijo June con sarcasmo— Casi me mata del susto, pero hemos tenido suerte.
— Hemos tenido suerte de que no estuviera cazando —apuntó serio el capitán Koe— Son muy agresivos cuando salen de caza, señorita. Se lo aseguro.
— Oh, vaya... —June se sintió avergonzada en ese momento.
— Venga, en marcha —ordenó entonces Bradock—. ¿O queréis esperar aquí a ver quién os encuentra antes?
                   Se pusieron de nuevo en marcha, pero antes de eso, Bradock le encargó a Lomen que, con la ayuda de una pequeña rama, fuera detrás de ellos limpiando las huellas que iban dejando, para así ocultar su rastro al enemigo. Sabedores de que era cuestión de tiempo que enviaran al lugar una nueva patrulla para investigar lo ocurrido, aceleraron el ritmo de la marcha con la esperanza de alejarse lo suficiente del lugar. Con suerte, se dijo Bradock, les perderían el rastro en ese mismo sitio.
— ¿Ahora te asustan los gatitos? —Bromeó con June para rebajar la tensión cuando reemprendieron la marcha.
— ¿Gatito? —espetó ella— Eso no era un gato. ¿Viste el tamaño que tenía? ¡Era enorme!
— Ni siquiera te llegaba a las rodillas —rió Bradock.
— ¡Anda y que te den por ahí!
                   Los demás, pese a ser conscientes del peligro que corrían, rieron de buena gana la broma. Lo que más les maravillaba era el ver cómo aquellos dos extraños, que no tenían nada que ver con ellos, se dejaban la piel en aquella empresa. Por ese motivo, los cuatro omadíes observaban llenos de admiración y respeto a Bradock y June.

CONTINUARÁ

Tanque Bradock. Capítulo 9

9 – Entrega a domicilio

            “¡Doble ca, uve doble!; la emisora que recorre el espacio... y el tiempo.
                        ¡Hey! De nuevo con vosotros Al Crespo, para informaros que hemos baneado de nuestra página web intergaláctica a un tal “Barón Dandy”.
                        Mira, colega... Sí, te hablo a ti, “Barón Dandy”. No sé quién o qué carajo eres, pero me tienes hasta los huevos con tus puñeteros mensajitos y tus absurdas peticiones musicales: ¿Vivaldi?, ¿Schubert?, ¿Mozart?... ¿En qué puto siglo vives, colega? ¡La música clásica dejó de sonar hace milenios! ¿Te enteras? ¡M-i-l-e-n-i-o-s!      
                        Así que deja de darme la lata con tus peticiones; tengo cosas más importantes que hacer que aguantar a un pelmazo como tú, gilipollas.                 
                        En fin, eso era lo que quería deciros. Ahora os dejo con el tema “Shut up and let me go”, del grupo The ting tings. Que tengáis un buen día, colegas. Ciao.
                        ¡Doble ca, uve doble!; la emisora que recorre el espacio... y el tiempo”.

                        Llegaron sin más contratiempos a su destino, siendo recibidos por otra nave de transporte que estableció contacto con ellos por vídeo. Según los tripulantes de la nave extranjera, solo dos personas subirían a bordo con la carga esperada. Bradock accedió a la petición y decidió que serían él y June quienes lo hicieran. Roc seguía aún en su camarote, maldiciendo en varias lenguas indescifrables porque había sido baneado de una web intergaláctica, sin motivos lógicos, según él. Para desgracia de Bradock y June, tuvieron que transportar ellos solos las seis cajas de armas a la otra nave.
                        Minutos después, partían hacia el planeta, para llegar al lugar en donde les estaba esperando una persona para cerrar el trato. Bradock y June iban sentados en un banco. Los dos iban armados: ella con sus dos blásteres y él con dos pistolas de plasma. Frente a ellos, dos omadíes, gentilicio usado por los habitantes de Omadown, de piel violácea, y cabello corto y rubio, les observaban con ojos negros e inexpresivos. Sus uniformes eran blancos, con los costados de color azul marino. La abertura de las chaquetas se situaba en la parte derecha del pecho, donde podía verse un emblema de un triángulo blanco, del cual sobresalía la silueta en gris de un águila con las alas extendidas. Bradock sacó de un bolsillo de su camisa un puro.
— ¿Puedo, colegas?
                        Los omadíes no respondieron. Uno de ellos se limitó a encoger ligeramente los hombros, por lo que el mercenario procedió a encender el puro y soltar una buena bocanada de humo tras darle una calada.
                        Desde su posición, Bradock podía ver parte de la cabina de la nave, con sus dos pilotos. A través del cristal de la carlinga principal podía ver también algo del exterior. Cuando por fin entraron en la atmósfera del planeta, pudo divisar parte del paisaje del mismo. Veía dos regiones demarcadas rodeadas por cadenas montañosas y atravesadas por un largo río. Cuanto más se acercaban a la superficie, más visibles eran las huellas propias de la guerra que se estaba librando en ese planeta.
                        Columnas de humo negro despuntaban hacia el cielo cubierto de nubes grises. Naves de transporte y de batalla iban y venían de un lado a otro. Unas recogían heridos en distintos lugares, otras caían abatidas por fuego enemigo. Cañones láser antiaéreos rasgaban los cielos con sus ráfagas, mientras columnas de naves terrestres peinaban otras zonas ocupadas por el enemigo.
— ¿Cuánto tiempo lleváis en guerra? —Quiso saber June.
— Seis ciclos —respondió secamente uno de los omadíes.
— ¿Seis ciclos? Eso son...
— Seis años terrestres, June —Bradock le aclaró la duda con cierto tono de tristeza en su voz—. Seis largos años terrestres.
                        De repente, la nave sufrió una fuerte sacudida, seguida de un chisporroteo que escupió un panel.
— ¿Qué ocurre, piloto? —Uno de los omadíes se acercó un poco a la cabina.
— ¡Nos disparan, señor! —respondió el piloto— ¡Estamos cruzando zona enemiga y somos un blanco fácil!
— ¡Pues abandone esta zona lo antes posible, no quiero que jueguen con nosotros al tiro al blanco!
— Lo intento, señor —apuntó el piloto—, pero nos han dado en uno de los motores y será un milagro si nos libramos con bien de esta.
— ¡Maldita sea! — El omadíe dio un puñetazo en la pared metálica y soltó un juramento que Bradock no entendió — ¡Sujétense fuerte, nos vamos a mover más de lo normal!
                   Sus palabras fueron secundadas por otra nueva sacudida y dos nuevos chisporroteos en sendos paneles de la nave. Después, la nave entró en picado y comenzó a caer en barrena.
¡Aguanta aquí! Le ordenó Bradock a June mientras intentaba llegar hasta la cabina.
¿¡Qué vas a hacer!?
— ¡Aterrizar este maldito trasto antes de que se estrelle con nosotros dentro!
                   Bradock logró llegar al asiento del copiloto, que se apartó y le dejó su sitio. El mercenario ocupó su posición y agarró los mandos de la nave.
— ¡Yo me encargo de esto! —Le dijo al piloto.
— ¡Es imposible elevarnos, no tenemos motores! –Le informó el piloto.
— ¡Me conformo con poder aterrizar este trasto en el suelo! –espetó Bradock.
                   Sujetando el timón con ambas manos, tiró de él hacia atrás para tratar de enderezar la nave. A través del cristal de la carlinga, podían ver el suelo acercándose a ellos a bastante velocidad.
— ¡No lo conseguirá! —gritó el piloto empotrando su espalda contra el respaldo de su asiento y agarrando con fuerza los reposabrazos del mismo.
— ¡Y una mierda! —espetó Bradock.
                   Colocó sus pies sobre la consola frontal de la cabina para hacer fuerza con ellos. Tiró hacia atrás del timón con toda su alma, rezando para que la nave recuperase verticalidad.
— ¡Vamos, maldita, enderézate!
                   Cuando apenas les separaban cincuenta metros del suelo, la nave se enderezó y cayó en tierra sobre su panza. Arrastrándose cientos de metros, dibujó un enorme surco a su paso mientras atravesaba un pequeño bosque de extraños árboles de delgados troncos. Tras detener su movimiento, los ocupantes de la nave respiraron aliviados.
— Gracias —dijo el piloto mientras se secaba el sudor de la frente—. Nos ha salvado.
— Bueno, era lo menos que podía hacer. Me iba la vida en ello —dijo Bradock con una sonrisa en su cara.
                   Tras sofocar un pequeño incendio producido en un par de paneles, cerciorarse de que todos estaban bien, y comprobar que la carga que llevaban estaba intacta, salieron de la nave.
— La buena noticia es que hemos aterrizado cerca de nuestro campamento —apuntó el que parecía ser el capitán de los omadíes.
— ¿Y la mala? —preguntó June.
— Que no tenemos en qué llevarnos las cajas.
— Piloto ¿cómo está el tren de aterrizaje de la nave? —preguntó Bradock.
— Intacto. ¿Por qué lo pregunta?
— Porque, aprovechando el tren de aterrizaje y unas cuantas planchas que le quitemos a la nave, podemos fabricar una carretilla para transportar las cajas.
— ¿Podría hacerlo? —inquirió con sorpresa el capitán.
— Oh, sí —espetó June—. Le aseguro que sí puede.
— ¿Tienen caja de herramientas? —preguntó Bradock sacudiendo las manos.
— Se la traeré ahora mismo —dijo el copiloto solícito.
— Usted y su compañero vigilarán —Le explicó Bradock al capitán omadíe—; no queremos visitas inesperadas mientras trabajamos. El piloto y el copiloto nos ayudarán a mi compañera y a mí con el trabajo. ¿De acuerdo? —los presentes asintieron— Bien. Pues será mejor que empecemos lo antes posible.
— ¡Aquí están! —El copiloto regresó en ese momento con la caja de herramientas.
— Perfecto. Entonces, al tajo.
— Dime una cosa —dijo June cruzándose de brazos—; ¿cómo te las arreglas para convertir cada viaje en toda una epopeya?
— Cuestión de práctica, cariño. Cuestión de práctica.

CONTINUARÁ

Tanque Bradock. Capítulo 8

8 – Un pequeño contratiempo

 — ¿También te dedicas al tráfico de armas? —June, de brazos cruzados, contemplaba el grupo de cajas apiladas que tenía enfrente.
— Tráfico de armas, de objetos, cazarrecompensas, guardaespaldas... —explicó Bradock— Todo lo que me dé dinero.
— Nos, nos dé dinero... —puntualizó Roc.
— Sí, eso.
— Vaya, veo que no pierdes el tiempo.
— Desde luego que no. Me gusta estar ocupado en algo. Ya lo sabes.
— Sí, bien lo sé.
— Neska, marca una ruta segura para ir a Omadown.
— De acuerdo, jefe. ¿Pongo más música?
— Eso ni se pregunta...
— Ni se te ocurra ponerme otra vez a Rammstein —Le advirtió tajante June—. Ya me has destrozado bastante los tímpanos por hoy. ¿Esta computadora tuya puede sintonizar canales de TV?
— La duda ofende, señora —espetó Neska.
                   La computadora activó la pantalla principal y la dividió en varias pantallas más, en las cuales podían visualizarse diferentes programas. June señaló una de ellas y la computadora amplió la imagen que en ella aparecía.
— ¿Bloodbowl? —Roc se mostró contrariado ante la elección tomada por la mujer.
— Hoy se enfrentan los Carroñeros del Sur contra los Red Bull Dead... —contestó June tomando asiento para ver el encuentro— Todo un partidazo, pequeño. Te lo digo yo.
— Si usted lo dice...
                   Mientras emitían el partido, Bradock ordenó a Neska poner rumbo hacia Omadown. El trayecto fue seguro hasta llegar a un punto del mismo, en donde Neska informó de la proximidad de una nave de combate perteneciente a los Cruzados Rojos.
— ¿Cree que nos persiguen a nosotros, jefe? —preguntó Roc preocupado.
                   La sacudida provocada por el disparo efectuado por la otra nave sacó de toda duda al androide.
— Oh, vaya... Sí que nos persiguen.
— No problema —apuntó Bradock—. Neska, escudos deflectores a plena potencia. Dame energía a la torreta principal y pásala a control manual.
— Escudos al máximo —informó la computadora—. Torreta principal en modo manual.
— ¿Y qué hago yo? —preguntó June.
— Cruzar los dedos para que nos deshagamos de esos pesados antes de que ellos acaben con nosotros.
— Lo que no entiendo es cómo han podido encontrarnos aquí —señaló Roc.
— Las preguntas para luego, hojalata —espetó Bradock—. Neska, maniobras evasivas hasta nueva orden.
— Efectuando maniobras evasivas preprogramadas.
— ¡Sujetaos fuerte, esto va a ser movidito!
                   Bradock abrió fuego con la torreta principal mientras volaban efectuando movimientos zigzagueantes para esquivar los disparos de la nave enemiga. Por desgracia, los disparos no lograban alcanzarla, pues, al igual que ellos, volaba también en zigzag para eludirlos.
— Cambio de rumbo —ordenó Bradock al ver que su táctica no funcionaba—. Dirígete contra ellos y prepara diez minas magnéticas.
— ¿Es que piensas suicidarte? —Le espetó June— Por si no te has dado cuenta, viajamos contigo...
— No te preocupes —aseguró Bradock—. Esto saldrá bien. Ya lo he hecho antes.
— ¿Cómo que antes? —Roc entró en estado de alarma— ¿Se refiere a aquella vez que, para cargarse a unos silurianos, estuvo a punto de destruir nuestra nave?
— Sí —Bradock sonrió abiertamente—. A esa vez.
— Oh, cielos... Me lo temía.
                   Neska cambió el rumbo de vuelo y se encaró con la nave de sus enemigos, manteniendo el vuelo en zigzag y los escudos al máximo.
— No desvíes el rumbo —ordenó Bradock mientras seguía disparando—. A mi señal, pásales por encima y libera todas las minas. ¿Entendido?
— Entendido —confirmó la computadora.
                   La distancia entre ambas naves se fue acortando cada vez más. Los pocos disparos que hacían blanco en ellas, las zarandeaban con fuerza, aunque generaban pocos daños gracias a la protección de los escudos. Cuando se encontraban a pocos metros la una de la otra, Bradock dio la orden de elevarse. En ese mismo instante, Neska liberó las diez minas magnéticas y éstas se dispersaron en torno a la nave de los Cruzados Rojos como si de un campo de meteoritos se tratase. La detonación conjunta del grupo de minas envolvió a la nave enemiga en una momentánea nube explosiva, provocando no solo la destrucción de su campo de fuerza, sino también graves desperfectos en el casco.
— ¡Da la vuelta, Neska! —Apremió Bradock.
                   La computadora cambió el rumbo y enfiló de nuevo contra los Cruzados Rojos, que ahora navegaban a la deriva en el espacio al tener sus motores principales averiados. Bradock aprovechó esta circunstancia para abrir fuego con la torreta principal y terminar del todo con la amenaza de la nave enemiga; que acabó por desintegrarse en mil pedazos en la negrura del espacio.
— Esa ha estado muy cerca, muchachote —June suspiró aliviada cuando las cosas volvieron a la normalidad—. La próxima vez que vayas a intentar algo parecido, avísame antes para bajarme de la nave. ¿De acuerdo?
— Si me disculpan —añadió Roc levantándose de su asiento—. Creo que me iré a mi camarote a relajarme. Esto ha sido demasiado fuerte para mis circuitos.
— ¡No ha estado mal, eh! —Bradock sonrió de oreja a oreja.
— Sabes cómo divertir a una mujer. Ya lo creo que sí —June le dio un amistoso puñetazo en el hombro.
— Soy todo diversión, nena —apuntó risueño Bradock—. Neska, corrige el rumbo y llévanos hasta Omadown.
— Y vuelve a ponernos el partido, encanto.
— Rumbo corregido —anunció la computadora.
— Neska... —Insistió Bradock.
—... Partido en pantalla principal —Accedió de mala gana la computadora.
— Gracias, encanto —Le agradeció June mientras se acomodaba en su asiento.

CONTINUARÁ

Tanque Bradock. Capítulo 7

7 – Un nuevo trabajo

               A la mañana siguiente, al salir de sus respectivos camarotes, Bradock y Roc se cruzaron en el corredor que conducía al puente. Ambos se miraron durante un par de segundos antes de ponerse en marcha.
— Borra esa estúpida sonrisa de tu cara, montón de hojalata —Le conminó Bradock al robot.
— Soy un androide, no puedo sonreír —respondió Roc.
— Ya, claro.
— ¿La señorita June está...?
— Está durmiendo en mi cama.
— Oh, por supuesto. Qué tonto soy...
                   Ambos llegaron al puente y Bradock reactivó a Neska con una orden.
— ¿Tenemos algún mensaje nuevo? —preguntó a la computadora.
— Cinco mensajes —contestó ésta.
— ¿Alguno ofreciéndonos trabajo?
— Tres. Uno es de la Compañía Indi Anajones, de búsqueda de tesoros antiguos. Necesitan que les recupere un arca que han perdido.
— Nah, paso de eso. ¿El otro mensaje?
— La Corporación Allbreum solicita de sus servicios para transportar un cargamento especial desde uno de sus laboratorios.
— Deja a un lado este. ¿El tercero?
— Es de su amigo Blanco Nieves.
— ¿Blanco Nieves? —Bradock esbozó una sonrisa al oír el nombre— ¿Qué tripa se le ha roto al pequeñajo?
— Necesita que traslade un pequeño cargamento de armas hasta el planeta Omadown.
— Hum... —Bradock meditó el asunto unos segundos— ¿Dónde se encuentra ahora el enano?
— El mensaje ha llegado desde Taurus IV.
— Bien, nos pilla cerca. Pon rumbo hacia allí, Neska. Aceptaremos ese trabajito.
— De acuerdo, jefe. Estableciendo ruta más apropiada —informó la computadora—. Tiempo estimado de llegada: Tres horas y veinte minutos. ¿Pongo algo de música?
— Eso no tienes ni que preguntarlo, querida —respondió Bradock.
— Ya que está con nosotros la señorita June, sugiero que sea una pieza de Vivaldi, o de Verdi —propuso Roc.
— Que te lo has creído, chatarra —espetó su jefe—. Neska; pon Rammstein y dale caña.
— Marchando, jefe.
                   Y, para desgracia de Roc, la nave volvió a vibrar bajo los acordes de la música de Rammstein durante las tres horas que duró el viaje. Para mitigar buena parte de su sufrimiento, el androide se encerró en su camarote para escuchar la música que él prefería. Su mala fortuna quiso que pasara hora y media desbloqueando el terminal portátil donde guardaba toda su música. Dicho bloqueo llevaba la firma inconfundible de la computadora central de la nave, llevado a cabo con la poca sana intención de jorobar al androide.
— Hemos llegado a Taurus IV —anunció Neska al llegar al final del trayecto.
— ¿Taurus IV? —June, que llegaba en ese instante al puente de mando, pareció extrañada al conocer el lugar de destino— ¿Qué se te ha perdido a ti allí, grandullón?
— Negocios, nena. Simples negocios —respondió Bradock—. Neska, ponme en contacto con Blanco.
                   La computadora obedeció la orden y estableció contacto con Blanco Nieves. Segundos más tarde, en uno de los monitores del cuadro de mandos de la nave pudo verse una imagen borrosa.
— ¿Qué carajo le pasa a la imagen, Neska? —preguntó Bradock extrañado por la mala calidad de la emisión.
— No te molestes en sintonizarla —contestó la figura borrosa de la pantalla—. No es culpa de tu computadora. Estamos sufriendo las consecuencias de una tormenta solar ocurrida hace unas horas en el sol de Taurus IV. Una putada, lo sé, pero es lo que hay.
— ¿Qué te cuentas, canijo? —saludó Bradock al reconocer la voz de Blanco Nieves.
— Aquí estoy, tirando. ¿Cómo te van las cosas?
— Ya ves, como siempre.
— Ya me he enterado de la que liaste en Lythos V. Dime una cosa ¿no te cansas de ser tan cazurro?
— Bah, tú habrías hecho lo mismo ¿que no? —Bradock sonrió abiertamente.
— Veo que no cambiarás nunca. En fin...
— Vamos al grano —Bradock cortó la conversación para centrase en el tema que les interesaba—. ¿Dónde nos reunimos para concretar los detalles del trabajo?
— Ven a la ciudad de Nadiuska y busca uno de mis garitos, el Nekos. Allí nos veremos para hablar de los pormenores. Ah, sí... —añadió Blanco antes de cortar la comunicación— Mucho cuidado con montar jaleo en mi local.
— Vaya, ese hombre le conoce bien... —señaló Roc sarcástico.
                   Minutos más tarde, Bradock era teleportado a tierra a escasos metros del local indicado por Blanco. El Nekos estaba situado en una calle amplia, por lo que su cartel de neón, donde podía leerse el nombre en color rojo junto a una exuberante mujer desnuda, destacaba notablemente.
                   Bradock atravesó la puerta de entrada, flanqueada por dos fornidos buldang de brazos cruzados, y se sumergió en la densa atmósfera del garito. Una ruidosa música, compuesta con flautines, timbales y un acordeón, retumbaba por las cuatro paredes del local. El techo estaba cubierto por una nube de humo que aglutinaba los más variopintos olores. Las mesas estaban todas ocupadas, así como la pequeña barra en donde dos guapas camareras ponían copas a la clientela mientras otras cinco más servían en las mesas. Estaba tan concurrido el local, que la mala fortuna quiso que Bradock se golpeara contra la silla de uno de los clientes, un enorme marciano de cuerpo verde y musculoso y cuatro brazos, que se levantó hecho una furia soltando gruñidos y bufidos.
— ¿Es que no tienes ojos, montón de mierda de ñak? —bramó agarrando a Bradock por los brazos y zarandeándole.
                   El asunto pintaba bastante mal para el mercenario, pero, de pronto, el marciano puso los ojos saltones, gruñó quedamente y se encorvó sobre si mismo. A su espalda una voz rompió la tensión.
— A ver, repetiré las tres reglas de este local: Drogas, no. Broncas, fuera. Y por último, pero no menos importante, respetar a las camareras. ¿Lo has entendido?
                   El marciano, llevándose dos de sus manos a los genitales, apretados y retorcidos en ese momento por otra pequeña pero robusta mano, respondió afirmativamente sacudiendo la cabeza.
— Bien. Entonces, siéntate en tu mesa y tómate otra copa. Invita la casa en esta ocasión.
                   El marciano obedeció a regañadientes y se sentó obediente en su mesa, siendo atendido en el acto por una de las camareras.
— Veo que controlas bien a tu clientela, canijo —dijo Bradock contento de haber eludido el enfrentamiento.
— Como supuse, no has tardado mucho en meterte en problemas. Ven conmigo.
                   Bradock siguió al dueño del Nekos, Blanco Nieves, un hombre de apenas metro cuarenta de altura, bigote a lo Charlot, cabello corto y moreno y unos noventa kilos de peso, hasta un pequeño almacén al que accedieron por detrás de la barra del bar.
                   Allí dentro les esperaban dos mujeres; una daxoriana y una rowanita. La primera lucía una corta cresta rojiza como peinado y su piel era muy morena. La segunda, un poco más baja que la daxoriana, lucía una melena morena corta y su piel era blanca como la leche. Ambas portaban en sus caderas pistolas de plasma y las dos tenían pinta de saber utilizarlas muy bien.
— Vaya, veo que sabes rodearte de buena compañía —apuntó Bradock al ver a las dos mujeres—. Señoritas, un placer...
— Son lesbianas —Le aclaró de antemano Blanco—. Tus “encantos” masculinos no surtirán efecto en ellas, así que olvídalo.
— Es una lástima... —dijo desilusionado el mercenario.
— Bien —Le indicó Blanco a continuación—. Estas son las cajas que necesito lleves hasta Omadown —Le mostró un grupo de seis cajas de madera apiladas formando una torre. Medían un metro de largo, por cuarenta centímetros de alto y de ancho.
— ¿Fusiles? —Bradock miró a Blanco de refilón al lanzarle la pregunta.
Mausser 654. Buena cadencia de tiro y óptimo alcance de fuego. Baterías Tomberi con carga para unos ciento cincuenta disparos. A los milicianos de la Fuerza Libertadora de Omadown les dará más poder de ataque y a mí me harán un poco más rico... Y a ti también, por supuesto —apuntó finalmente Blanco.
— ¿Por qué no los llevas tú mismo?
— Uno de mis últimos negocios no salió todo lo bien que esperaba —matizó el enano mesándose la barbilla—. No me conviene dejarme ver por allí en una buena temporada, por aquello de dejar que las aguas vuelvan a su cauce. Ya sabes...
— El trabajo te costará dos mil créditos —Señaló Bradock sin rodeos.
— ¿Dos mil? ¿Me has tomado por un cajero automático o qué? —Se quejó Blanco escupiendo en el suelo.
— Puedes buscarte a otro, si el precio te parece elevado...
— ¡Pues claro que el precio me parece elevado, joder! Te pagaré mil créditos como mucho... ¡Ni uno más!
— ¿Mil créditos, dices? ¿Desde cuándo te has vuelto tan tacaño, Blanco?
— Mil créditos —Blanco hizo caso omiso a la puyita de su amigo—. Los tomas o los dejas.
— ¿Mil doscientos? —Pujó Bradock para aumentar el precio— Ten en cuenta que tengo que pagarle su parte a mi compañero.
— ¿Tu compañero? ¡Tu compañero es un puto androide! ¿Para qué narices necesita ese robotucho la pasta, eh? —Blanco volvió a escupir en el suelo y, tras rascarse la cabeza y pensárselo unos segundos, aceptó el precio ofrecido por su amigo— Vale, acepto. Te pagaré esos mil doscientos.
— Me gusta hacer tratos contigo, pequeñajo —Bradock le extendió la mano abierta en señal de aprobación del contrato.
— ¡Nos ha jodido! —Blanco se la estrechó de mala gana— Por tu bien espero que el cargamento llegue en perfecto estado.
— ¿Acaso te he fallado alguna vez, canijo?
— ¿Eso es una pregunta o una afirmación? —espetó con sarcasmo Blanco Nieves.
Neska, aquí Bradock —El mercenario habló con la computadora a través de uno de sus guanteletes—. Recalibra el rayo teletransportador a un diámetro de metro y medio justo en la zona en la que me encuentro.
— De acuerdo, jefe.
— Bueno, os dejo ya —Se despidió de Blanco y sus dos compañeras con un saludo militar—. Sedme buenos y no me hagáis cochinadas, eh...
— ¡Te he dicho que son...! —Pero al ver cómo el mercenario se esfumaba en el aire convertido en miles de puntitos de colores, Blanco Nieves optó por no terminar la frase— Capullo...

CONTINUARÁ

Tanque Bradock. Capítulo 6

6 – Conociendo a la familia

                    Tras las oportunas presentaciones, June fue conducida por Bradock a uno de los camarotes dispuesto para ella. Ni que decir tiene que Roc insistió fervientemente en prestarle el suyo, a lo que su jefe se negó rotundamente.
— Aquí es —Le señaló Bradock cuando llegaron ante la puerta—. Siéntete como si estuvieras en tu... —Se detuvo antes de acabar la frase, al recordar parte del pasado de la mujer— Quiero decir, que puedes hacer lo que quieras e ir a donde te plazca en la nave. Si necesitas algo, pregúntale a Neska ¿de acuerdo?
— No te preocupes, grandullón —dijo June entrando en el camarote—. Soy mayorcita y puedo apañármelas sola.
                   Cuando la puerta se cerró tras ella, June echó una ojeada al habitáculo. Era circular y espacioso. Disponía de una cama flotante mecánica en el centro y dos puertas ovaladas que daban acceso a un cuarto de baño y a un armario ropero. Una gran pantalla de cuarzo hacía las veces de ventanal y televisión con multiservicios. En esos momentos mostraba el exterior donde, además de las estrellas, brillaban un par de soles, uno azul y el otro anaranjado, que iluminaban un pequeño planeta arenoso.
                   June se tumbó sobre la confortable cama flotante y se relajó un poco. En ese momento se dio cuenta de cuánto necesitaba ese descanso. Estiró todo lo que pudo sus brazos y piernas y la pereza invadió todo su cuerpo de manera harto agradable. Se dejó vencer por la modorra que la invadió casi al instante y, cerrando los ojos, cayó en un profundo y deseado sueño.
                   Despertó seis horas después, bajo los suaves acordes de un piano que sonaba a través de un hilo musical. Se sentó remolona sobre la cama y se desperezó estirando los brazos al tiempo que bostezaba de forma exagerada. Se encaminó al cuarto de baño y buscó la ducha. Abrió el agua caliente y comenzó desvestirse mientras esperaba que el líquido alcanzase la temperatura adecuada. Cuando ya se encontraba completamente desnuda, probó el agua con la mano y la retiró con rapidez, pues estaba helada.
— Neska ¿tenemos agua caliente en la nave? —preguntó contrariada.
                   Por toda respuesta obtuvo un silencio casi sepulcral, roto por el ruido del agua cayendo contra el suelo de la ducha. Pensó que la computadora podría no haberla oído por ese mismo motivo, así que la llamó alzando un poco más la voz.
— ¿Neska?
                   Nada. Decidió intentarlo una vez más.
— Neska ¿estás ahí?
                   Tampoco. Misma respuesta. Silencio total.
— Mira, guapa —June comenzó a impacientarse ante la actitud de la nave—; sé que estás ahí, y, si no es mucho pedir, me gustaría poder darme una buena ducha de agua caliente. Así pues ¿te importaría conectar el calentador del agua, cariño? —recalcó la palabra “cariño” con cierto desaire.
                   Un ligero cambio de presión en el chorro de agua, y la pronta aparición del vapor, le confirmaron a June que la computadora había accedido a  la petición. Tras comprobar una vez más que la temperatura fuera la ideal, June se metió bajo el chorro. Cuando se había enjabonado ya todo el cuerpo, el agua volvió a salir fría, provocándola un grito de sorpresa al recibir sobre su piel desnuda el agua helada.
— ¡Maldita puta! —bramó saliendo escopetada de la ducha— ¡Te desmontaré pieza por pieza, hija de perra!
                   Completamente desnuda, y con el cuerpo chorreándole agua y espuma de champú, se encaminó al puente de mando de la nave dispuesta a cumplir su amenaza. Avanzaba por el corredor que conducía al lugar con paso firme y decidido, pero con gran calma.
— ¿Qué diablos ocu...? —Roc, que había salido de su camarote al oír el alboroto montado por June, se quedó de piedra al verla desnuda.
— ¡Aparta, montón de lata! —La mujer le golpeó en la cintura para quitarle del camino, con tan mala fortuna para Roc que el golpe activó su pene metálico, haciéndolo salir al exterior.
—... Ups —El androide se avergonzó ante la situación, ocultando de nuevo el miembro viril en su compartimiento lo más rápido que pudo—. L-lo s-siento, ha s-sido un accidente... —Se disculpó con torpeza, aunque June no le prestaba atención, pues seguía su camino hacia el puente.
— ¡Basura tecnológica! —Seguía gritando— ¿Te crees que te puedes reír de mí y quedarte tan tranquila? ¡Lo llevas claro, querida!
                   Una vez llegó al puente de mando, buscó rabiosa con la mirada una cosa en concreto. Cuando por fin la encontró, una plancha de metal atornillada a una columna cilíndrica, la arrancó de cuajo con sus manos y sacó del hueco abierto un buen manojo de cables de varios colores y grosores.
— Muy bien, encanto —amenazó sujetando el cableado—. ¿Quieres que juguemos? Pues vale, juguemos. Vuelve a conectar el agua caliente o te desconecto para los restos. Tú eliges.
— ¿Qué diablos está pasando aquí? —La voz de Bradock resonó en el puente— ¿Puede alguien explicarme lo que ocurre?
— Pregúntale a tu puñetera computadora —replicó June—. Ha decidido jorobarme la ducha.
— Vale, bien —Bradock trató de apaciguar los ánimos—. Neska, discúlpate ahora mismo con June. Y tú —Se dirigió a la mujer—; suelta eso. Por si no lo has notado, estamos dentro de esta nave; y tú pretendes inutilizarla arrancando esos cables.
— La culpa la tiene tu computadora. Yo sólo quería ducharme...
— Y seguro que ella está arrepentida de haberte estropeado la ducha ¿verdad que sí, Neska?
— ¿Tengo que contestar? —respondió sin ganas la computadora.
— ¿Neska? Di que lo sientes, por favor —Tras unos largos segundos esperando la respuesta de Neska, que no llegó, Bradock decidió tomar cartas en el asunto—: Muy bien, lo haremos a mi modo: Neska; orden de standby hasta nuevo aviso.
— ¿No será capaz? —protestó la computadora.
— Tú me has obligado —contestó su jefe—. Y tú —Le ordenó a su vez a June—. Suelta esos cables, ya. Y ahora me voy a dormir. No quiero más jaleos por hoy ¿Os ha quedado claro? Pues bien. Adiós.
— Activando standby hasta nueva orden —anunció Neska.
— Espero que el agua caliente esté conectada —refunfuñó June encaminándose de nuevo hacia la ducha. Cuando pasó junto a Roc, se detuvo un instante a su lado para decirle—. Tú y yo nos veremos cuando termine de ducharme, encanto.
— Oh. V-vale. D-de a-acuerdo... —tartamudeó el androide.
                   El encuentro se produjo cuarenta y cinco minutos más tarde. Roc se hallaba en su camarote cuando la puerta se abrió y apareció June, tapada solo con una pequeña toalla.
— Bueno —dijo sin remangos la mujer—. Ya estás tardando en tumbarte en el catre, cariño.
— ¿En el c-catre? —preguntó el androide sorprendido— ¿P-para qué?
— ¿Cómo que para qué? Para jugar a las cartas, no te jode... —espetó June empujándole sobre la cama y colocándose sobre él— ¿Crees que no he visto lo que te guardas aquí dentro? —Le señaló en su entrepierna— Ya estás activándolo, muchachote, que hoy tengo ganas de marcha y la ducha me ha dejado mal cuerpo.
— Oh, v-vaya... Hoy debe de ser mi día de suerte.
— ¡No te hagas ilusiones, pequeñín! —Le advirtió June— Tú sólo eres el aperitivo. En cuanto acabe contigo, y será enseguida, me largo a por el grandullón. Vamos, muévete.
— ¡Vivan los aperitivos! —exclamó Roc jubiloso.

CONTINUARÁ