____________________________________________________Visita mi CANAL DE YOUTUBE_______________________________________________________

.

¡FELICES FIESTAS A TODOS Y PRÓSPERO AÑO NUEVO!

Que lo paséis muy bien en estos días tan señalados 
y que los disfrutéis con vuestros seres queridos.

-El Abuelo-

Tanque Bradock. Capítulo 14

14 – Los sonidos del silencio
                       
                      Bajo el helado manto del silencio sepulcral del espacio exterior, Bradock recibió al primero de los ninoitas con un disparo a bocajarro, segundos antes de que éste pudiera acoplarse al casco de la nave. El animal, de piel recubierta de placas negras de roca disforme, garras afiladas como garfios, ojos de color azul eléctrico y fauces llenas de colmillos, había abierto su boca para extraer una lengua succionadora, pero fue alcanzado de lleno por el disparo de Bradock. Su cuerpo salió repelido hacia el negro espacio dando volteretas.
                   Roc se desplazaba con paso lento sobre el metal de la nave, al tiempo que abría fuego con sus dos ametralladoras contra dos de los ninoitas más cercanos a su posición. El fuego rebotó en la rocosa piel de las bestias, pero surtió el efecto deseado por el androide; evitar que se acercaran demasiado al casco.
                   Si el silencio afuera era abrumador, en el interior de la nave era agobiante. June, en el puente de mando y casi a oscuras por estar la energía de la nave al mínimo, no soportaba la tensión de tener que limitarse a observar el pequeño radar que Neska había dispuesto para ella en una pequeña pantalla del panel de mandos.
                   A través de ese radar, June podía ver a dos puntitos verdes, Bradock y Roc, rodeados por otros treinta puntitos rojos que cada vez se acercaban más a los verdes. Por de pronto, según veía en la pantalla fosforescente, sus compañeros parecían mantener a raya a los invasores.
                   Bradock lanzó todo su cuerpo contra el ninoita que tenía enfrente, golpeándole en el costado con su hombro. El golpe hizo perder estabilidad al animal, que quedó ladeado en el aire por culpa de la ingravidez, momento aprovechado por el mercenario para dispararle en la panza, pues esa parte estaba menos protegida por la piel rocosa que el resto del cuerpo. Malherido, el animal se alejó del lugar.
                   Roc golpeó con una de sus ametralladoras el hocico de una de las bestias, mientras abría fuego contra otra de ellas, que esquivó los disparos. El ninoita que recibió el golpe retrocedió unos metros con un salto y lanzó un insonorizado rugido. Luego dio dos furiosos zarpazos en el aire, desafiando a su enemigo, Roc. El androide ni se inmutó; abrió fuego contra la bestia, obligándola a retroceder a la seguridad del negro espacio, donde él no iría a perseguirla.
                   El otro ninoita, el que esquivó los disparos, había aprovechado el momento en que Roc atacaba a su compañero para adherir su lengua succionadora al casco de la nave. No pudo hacer más. Desde su posición, y no teniendo en ese momento ninguna otra amenaza más cercana, Bradock abrió fuego contra él y lo alcanzó de lleno. El animal salió disparado hacia el espacio, golpeando en su trayectoria a tres de sus compañeros. Roc le hizo un gesto de aprobación a su jefe, alzando un puño cerrado con el pulgar extendido.
                   La pantalla del radar mostraba a algunos de los puntitos rojos abandonando el lugar, aunque el resto parecían empeñados en lograr su objetivo; alimentarse a costa de la nave. June podía ver cómo los dos puntitos verdes se movían sobre el casco, de forma lenta pero segura, sin abandonar una zona predeterminada. De cuando en cuando, alguno de los puntitos rojos se acercaba demasiado a los dos verdes, pero segundos después volvía a ser repelido por estos. Era un tira y afloja sin descanso, que no parecía tener fin.
                   Bradock festejó con una amplia sonrisa la carambola originada entre los tres ninoitas que intentaban acercarse al casco de la nave y el que había salido despedido al espacio en ese momento gracias a su disparo. Apuntó en derredor suyo en busca de más blancos cercanos, pero no encontró ninguno. El resto de los ninoitas mantenían las distancias con respecto a ellos y la nave. Parecían sopesar los pros y contras en cuanto a intentar acercarse a ella o no.
                   Roc contempló aquel semicírculo de bestias que, flotando ingrávidos en el espacio a una distancia prudencial de ellos, les observaban con cautela y recelo. El androide pudo entonces darse cuenta de que uno de ellos se estaba comunicando con sus congéneres. Para ello, el animal hizo vibrar dos de sus placas pétreas, situadas estas a ambos lados de su cabeza, tras las amplias y picudas orejas. Usando esas vibraciones arrítmicas a modo de código morse, entabló con sus compañeros una breve conversación.
                   En el radar no se movía nada; ni los puntos verdes ni los rojos. Los segundos formaban un semicírculo en torno a los dos primeros, sin acercarse ni alejarse de ellos. June observaba la pantalla con cierta irritación, tamborileando nerviosa sobre el tablero de mandos con sus dedos. Esa maldita y larga espera la estaba volviendo loca.
                   El ninoita que parecía ser el líder de la manada miró una vez más a la nave y a sus dos defensores. Lo que fuera que estuviera pasando por su mente solo lo sabía él, pensó Bradock. Como fuera, tras varios segundos de inactividad en el grupo, el líder de la manada se dio media vuelta y, haciendo vibrar esta vez las cuatro placas de sus cuartos traseros, colocadas dos a cada lado, emprendió la retirada. Sus compañeros le siguieron en el acto, para alegría del sorprendido Roc, que disparó sus armas al vacío a modo de silenciosos hurras.
                   Cuando la manada desapareció en la negrura del espacio, Bradock le hizo gestos a Roc para entrar de nuevo en la nave. Una vez dentro pudieron desprenderse de las servo-armaduras.
— Sistemas al máximo, Neska —ordenó Bradock a la computadora—. Enciende los motores y sácanos de aquí ¿quieres?
— A la orden, jefe —respondió ésta.
                   Los cotidianos y característicos ruidos de la nave al poner en marcha sus motores y el resto de sus sistemas inundaron la sala en la que el mercenario y el androide se hallaban, bañándola con las luces que acababan de encenderse.
— Ha estado cerca ¿verdad? —apuntó Roc.
— Nah, ha sido un paseíto —Bradock sacó un puro del bolsillo de su camisa para encenderle—. Neska, pon algo de música para relajar el ambiente ¿de acuerdo?
— ¿Algo de Rammstein, o de Beethoven?
— No sé porqué narices lo preguntas —espetó Roc enojado por la puya de la computadora—. Sabes de sobra lo que va a escoger, máquina estúpida.
— ¿Por qué no nos pones algo de Beethoven? —dijo Bradock para sorpresa del androide— Después de todo, nuestro compañero se lo ha ganado.
— ¿Podría ser “Luz de luna”, por favor? —apuntó Roc tímidamente.
— Que sea “Luz de luna”, Neska —asintió Bradock.
— Marchando una de Beethoven para el robotucho —informó con desgana la computadora.
                   Para regocijo del sorprendido androide, las primeras notas del “Luz de luna” de Beethoven comenzaron a sonar en la sala. Con los ojos cerrados, y moviendo rítmicamente su dedo índice derecho en el aire al compás de las notas, Roc se dejó envolver por la melodía.
— Si me disculpa, jefe, me voy a mi camarote —Se excusó—. Quiero disfrutar de este momento sin que nadie me lo estropee.
                   Tarareando la melodía abandonó el lugar, a pasos cortos pero rápidos, dirigiendo con sus manos una imaginaria orquesta sinfónica.
— Bueno ¿la puedo quitar ya? —preguntó Neska cuando Roc se hubo ido.
— No —contestó tajante Bradock—. Dejemos que el androide tenga su momento zen. Total ¿cuánto puede durar esta pieza? ¿Dos, tres minutos?
— Cinco largos minutos… —apuntó irritada Neska.
— Pues eso —Bradock, tras darle una calada a su recién encendido puro, soltó una bocanada de humo y sonrió—. Momento zen.

CONTINUARÁ

Tanque Bradock. Capítulo 13

13 – Una visita sorpresa

                        A la mañana siguiente, Bradock trasteaba en el arnés de una servo-armadura cuando apareció Roc. El mercenario, enfrascado de lleno en las reparaciones que estaba efectuando, soplete láser en mano, no le prestó atención.
— Buenos días, jefe —saludó el androide—. ¿Qué tal se encuentra hoy?
                   Bradock se limitó a gruñir por lo bajo. Sujetaba con la boca el pequeño soplete mientras realizaba algunas comprobaciones en varios puntos del arnés.
— Hace un buen día ¿verdad? —Roc insistió una vez más en entablar una conversación.
— ¿De qué narices hablas, chatarra? —Bradock se mostró irritado por la interrupción del androide— Estamos en el interior de una nave que surca el espacio... ¿Cómo diablos sabes si hace un buen o mal día?
— Era por decir algo —Se disculpó Roc.
— Pues no me molestes con tonterías. Estoy ocupado con esto.
— Bueno... La verdad es que quería hablar con usted de algo.
— ¿De qué? —Bradock dejó lo que estaba haciendo, soltando de mala gana las herramientas que sujetaba en ese momento.
— De la señorita June.
— ¿De June? —Bradock se mostró sorprendido— ¿Qué pasa con ella?
— Buenos días a los dos —June entró justo en ese momento en la sala. ¿Coincidencia o no? Roc no lo tenía muy claro, pero se guardó bien de decir nada que la pusiera sobre aviso.
— Creo que hemos sido unos auténticos desconsiderados para con la señorita June, jefe —Improvisó sobre la marcha—. Ni siquiera la hemos dado una bienvenida como se merece, digo, para festejar su llegada a la nave. Después de todo, no todos los días recibimos una visita tan agradable como la suya ¿no le parece?
— ¿Y desde cuándo te interesa a ti agasajar a las visitas? —preguntó Bradock extrañado por la idea del androide.
— ¿Quieres hacerme una fiesta de bienvenida? Oh, qué dulzura —June abrazó a Roc y le obsequió con un dulce beso en su metálica y ancha frente.
— Haced lo que os salga del tarro —dijo Bradock volviendo a su trabajo—, pero que os quede claro una cosa; no me pongo traje ni pajarita. ¿Enterados?
— Gruñón —June le sacó burlona la lengua.
— Bien. Entonces me pondré esta tarde manos a la obra para preparar las cosas —Convino Roc abandonando la sala.
                   Justo en ese momento, la metálica voz de Neska dio la alarma.
— Campo de asteroides en nuestra ruta, jefe.
— Ejecuta maniobra evasiva 2-B —Ordenó Bradock sin dejar lo que estaba haciendo.
— Negativo. Comportamiento de asteroides sospechoso —informó la computadora.
— ¿Sospechoso? Explícate.
— Diría que parecen moverse por voluntad propia, jefe.
— ¿Qué se mueven...? ¡Mierda, mierda!—Entonces, Bradock se levantó de repente y echó a correr hacia el puente— ¡Apaga el sistema y los motores, Neska! ¡Energía principal al uno por ciento, rápido!
— Apagando sistema y motores —Informó Neska— Reduciendo energía principal al uno por ciento.
— ¿¡Qué ocurre!? —preguntó alarmada June mientras corría tras Bradock.
— ¡No se trata de asteroides! —Le explicó éste.
— ¿Ah, no? ¿Entonces, qué son?
— Algo peor... —apuntó Bradock— ¡Ninoitas!.
— ¿Ninoitas? —June no entendía a qué se refería su compañero.
— Carroñeros —explicó éste cuando por fin llegaron al puente de la nave.
— ¿Carroñeros, de los que comen carne muerta?
— Solo que estos no comen carne muerta —Aclaró el mercenario.
— ¿Y qué comen entonces?
— Energía eléctrica —matizó su compañero—. Se pegan a las naves que se cruzan en su camino y les chupan toda la electricidad que generan. En cuestión de minutos pueden cargarse una nave crucero estándar.
— Oh, vaya... —June se dio cuenta de la gravedad de la situación a la que se enfrentaban— ¿Cómo nos libramos de ellos?
— Cargándonos a los que se acerquen demasiado al casco de la nave. ¡Roc!
— Estoy aquí, jefe —anunció el androide al llegar al puente.
— Ponte una servo-armadura. Te necesito conmigo en el casco de la nave.
— ¿La roja o la azul?
— ¡Roc!
— Ya voy, ya voy...
— ¿Y por qué no te puedo ayudar yo? —preguntó June enojada al ver cómo el mercenario la dejaba a un lado— ¿Acaso tu orgullo de machito te impide pedirme ayuda, hombretón?
— No digas tonterías —respondió él restándole importancia a la puya—. Para empezar; Roc tiene mejor puntería que tú... —Bradock se acercó al compartimiento de las servo-armaduras, escogió una y comenzó a ponérsela— Y para seguir; si saltaste al ver aquel yadar en Omadown, estos ninoitas te harían gritar de verdad.
— A veces te comportas como un machito insoportable ¿lo sabías? —dijo ella cruzándose de brazos.
— Vaya, siempre creí que fue esa parte de mí la que te conquistó —Él la guiñó un ojo mientras terminaba de ajustarse la servo-armadura.
— ¿Quieres que diga delante de tu computadora la parte de ti que me conquistó? —Ella le obsequió con una juguetona sonrisa llena de malicia al tiempo que le lanzaba una mirada a sus partes nobles.
— Furcia... —soltó Neska airada.
— Basta... Las dos —Bradock zanjó la discusión antes de que fuera a más, colocándose después el casco de la armadura—. ¿Estás listo, Roc?
— Creo que sí.
— Pues vamos.
                   Se acercaron al compartimiento donde guardaban las armas y escogieron; Roc se hizo con dos manejables ametralladoras láser, y Bradock con un fusil de plasma de gran calibre. Después, se encaminaron a un pequeño hangar que la nave disponía y se subieron sobre la plataforma elevadora que los llevaría al exterior de la nave.
— ¡Súbenos, Neska! —ordenó Bradock a la computadora.
                   Tras dejar escapar un metálico clank, la plataforma empezó a ascender ayudada de un motor hidráulico. Una trampilla se abrió en el techo permitiéndoles salir al exterior, donde el silencio del vacío del espacio les envolvió con su manto helado. Con la ayuda de las botas con suelas imantadas de sus servo-armaduras caminaron sobre el fuselaje de la nave como si lo hicieran por un suelo cualquiera.
                   Mediante señas, Bradock le indicó al androide que se ocupara de la zona de babor mientras él se encargaba de la de estribor. Al frente vieron el grupo de ninoitas que se acercaba peligrosamente a la nave. Bradock contó, a bote pronto, cerca de treinta masas rocosas, cada una de ellas del tamaño de un coche familiar. Cargó su arma y esperó a recibir al primero de ellos, rezando para que la buena fortuna les fuera propicia en ese momento y los ninoitas pasaran de largo sin fijarse en ellos.
                   Por desgracia, como bien sabía Bradock, esperar que ocurriese eso era esperar demasiado. Respirando hondo, apuntó a los objetivos y aguardó a su llegada.

CONTINUARÁ

Tanque Bradock. Capítulo 12

12 – Una sospecha

                       “¡Doble ca, uve doble!; la emisora que recorre el espacio... y el tiempo.
                        Andrea Vamp, la vampiresa más sexy de las ondas, te escucha.
                        Cuéntanos tus secretos más íntimos y tus miedos más profundos.
                       Hola, amigos. Una noche más junto a vosotros, para escuchar vuestras inquietudes. ¿A quién tenemos esta noche al teléfono con nosotros?
                        ¿Hola?
                        Bien, es una voz de varón. Hola, encanto ¿quién eres?
                        ¿Hola?
                        Hola, hola. Cuéntanos, amigo.
                        ¿Señorita Vamp? ¿Me escucha?
                        Sí, querido, te escucho. Dime.
                        ¿Hola? ¿Se me oye?
                        ¡Que sí, carajo! ¿Qué quieres?
                        ¿Es a mí?
                        (Os tengo dicho que no me paséis estas llamadas...) Sí, cariño, es a ti. Cuéntanos tus problemas. Te escuchamos.
                        ¿Oiga? ¿Señorita Vamp?
                        ¡Señorita ostias, joder! ¿Quieres contarnos de una puñetera vez qué cojones te pasa, gilipollas?
                        ¿Está hablando conmigo?
                        ¡No, con tu padre, no te jode! A ver, bonito, céntrate... ¿Cómo te llamas?
                        Y-Yo m-me llamo...

                        Aburrido del programa que emitían esa noche por su emisora favorita, Roc apagó la radio y abandonó su camarote para pasear un poco por la nave. Al pasar frente a la puerta del camarote de Bradock, pudo oír las notas de un tema de Radiohead, un antiguo grupo musical de la Tierra.
— ¿Creep? —Al reconocer aquella vieja canción, que su jefe solía escuchar cuando se deprimía, Roc supo enseguida el estado anímico del mercenario, pues ni este ni June habían dicho nada desde su llegada del planeta Omadown.
                   Como fuera, el androide decidió acercarse hasta el puente de la nave para molestar un rato a Neska. Cuando llegó al lugar, éste se encontraba envuelto en el silencio, roto de cuando en cuando por algún leve beep y pequeños repiqueteos metálicos. La pared semicircular y la columna cilíndrica central de la estancia eran salpicadas por los reflejos de colores emitidos por las luces del tablero de la consola principal.
— ¿Neska? —Llamó Roc— ¿Estás activada?
— ¿Qué te ocurre ahora, hojalata? ¿Por qué no estás durmiendo?
— Soy un androide. No necesito dormir.
— ¿Y follar sí? Eres lo más raro que he visto nunca.
— Habló la computadora enamorada de un humano...
— Touché. ¿Qué querías?
— Hablar de June.
— ¿Necesitas que haga de alcahueta para ti? —preguntó con sorna Neska.
— Cierra la boca. No va de eso —espetó Roc—. Se trata de su reaparición. ¿No te parece muy... repentina?
— Explícate.
— A ver: Una mujer, de la que no sabemos nada, logra ponerse en contacto con el jefe para que vaya a buscarla a un planeta lejano, porque unos tíos la están persiguiendo y atacando. Poco después de rescatarla, aparece una nave de esos mismos sujetos y nos ataca. ¿No te parece, cuando menos, algo raro?
— ¿Tanto como un androide que no necesita dormir pero sí follar?
— Ja, ja, ja... Qué chistosa —Roc se sintió molesto por la falta de interés de la computadora.
— ¿Crees que la han usado como cebo para encontrar y cazar al jefe?
— ¿Tú no lo crees igual?
— Si eso fuera cierto —apuntó Neska—, significaría una cosa; que quien orquestó el rescate de June conocía su relación con nuestro jefe.
— Lo cual nos deja como si no supiéramos nada —matizó Roc—. Recuerda que nosotros no supimos de la existencia de la señorita June hasta que recibimos su SOS. ¿Cuántas personas más crees que tenían conocimiento de la relación que hubo entre ella y nuestro jefe?
— ¿Su familia?
— Podría ser —asintió Roc—. Pero eso nos deja igual; ni sabemos de donde son, ni si siguen vivos o no.
— ¿Y qué piensas hacer entonces?
— ¿Yo? Nada —puntualizó Roc—. Lo harás tú. La vigilarás.
— ¿¡Qué!? ¿Quieres que vigile a June? ¿Con qué fin?
— En algún momento, y de algún modo, tendrá que ponerse en contacto con el que orquestó este feliz reencuentro —Se explicó Roc—. Como tú tienes monitorizada toda la nave, te será más fácil que a mí el vigilar cada uno de sus pasos.
— Creo que ese medio cerebro humano que tienes metido en esa cabeza de metal te está volviendo paranoico —Le espetó Neska—. ¿Por casualidad te has planteado lo que pasará si el jefe se da cuenta de que estamos vigilando a su mujer?
— Francamente querida —apuntó Roc—; me importa un bledo. Además, me cuesta creer que el jefe pueda pillarte espiando a alguien. En ese campo eres toda una experta ¿o me equivoco?
— Está bien —Convino Neska a regañadientes—: Supongamos que la vigilo y la descubro poniéndose en contacto con ese desconocido. ¿Y entonces, qué?
— Pues entonces se lo decimos al jefe y él sabrá lo que hacer.
— Ya... —Neska no estaba muy convencida con el plan de Roc— ¿Y si no ocurre nada?
— ¿Nada de qué? —La voz de June les cogió a los dos por sorpresa. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí y, más importante aún, cuánto había escuchado de la conversación? Roc actuó deprisa y contestó a la pregunta.
— Lluvia de estrellas, señorita. Le pedía a Neska que vigilara este cuadrante de la galaxia por si ocurría alguna, para que me la grabase. ¿Qué hace levantada tan tarde? La imaginaba con el jefe.
— No —June se acercó a Roc—. Tras nuestra aventura de hoy, él anda un poco alicaído. Y, para serte sincera, yo también lo estoy, así que te necesito.
— ¿Para qué? —preguntó Roc extrañado.
— ¿Tú para qué crees? —Ella le agarró una de sus manos metálicas y le invitó a seguirla.
— Oh, vaya... —Roc cayó en la cuenta de las intenciones de June— ¿No prefiere mejor al jefe?
— Como ya te dije, anda alicaído —Le explicó ella—; y no me gusta meter en mi cama a tíos deprimidos. No se concentran en lo que importa.
— Oh, vaya... Supongo que no.
— Así que espero que te emplees a fondo esta noche, pequeño. Necesito sacarme del cuerpo el mal rollo de este día.
— Se hará lo que se pueda, señorita —dijo Roc dejándose llevar.
— Lluvia de estrellas, chatarra —espetó con sarcasmo Neska mientras el androide y June se alejaban del puente—. Lluvia de estrellas.

CONTINUARÁ

Tanque Bradock. Capítulo 11

11 – Un trago amargo

                   Tras cuarenta largos minutos de caminata, el grupo logró atravesar por completo el bosque y salir a campo abierto. Ante ellos se abría una extensa llanura, en medio de la cual se divisaba el campamento de los omadíes. Era un recinto amurallado del que sobresalía una torre ancha en el centro. Sobre ella, un cañón láser antiaéreo disparaba ráfagas contra dos naves que sobrevolaban el perímetro. Cada esquina de la muralla disponía de una pequeña ametralladora de plasma. Las dos frontales unían su fuego en ese momento al del cañón.
— ¿Creéis que es una buena idea atravesar campo abierto ahora mismo? —preguntó June observando la escena desde donde estaban.
— No nos queda más remedio —apuntó Bradock observando con la mano haciéndole de visera el terreno que se extendía ante ellos—. Si permanecemos mucho tiempo aquí, podríamos vernos sorprendidos por otra patrulla.
                   Una de las naves fue alcanzada en ese momento por los disparos del cañón y, envuelta en una bola de llamas, cayó en picado y se estrelló contra el suelo.
— La ocasión la pintan calva —señaló Bradock—. Ahora o nunca. ¡En marcha!
                   Echaron a correr campo a través todo lo rápido que la carga se lo permitía. Confiaban en que la nave enemiga fuera entretenida por el fuego del cañón y las ametralladoras lo bastante como para poder llegar a las puertas del campamento sanos y salvos. Era una esperanza vana, pensaba Bradock, porque la probabilidad de que eso ocurriera era solo del dos por ciento.
— ¡vamos, empujad! —apremió a sus compañeros— ¡Ya falta poco!
                   Cuando ya habían recorrido la mitad del trayecto que les separaba del campamento, ocurrió lo que tanto se temían. La nave les descubrió y enfiló el vuelo hacia ellos.
— ¡Nos ha visto! —apuntó el copiloto Yan.
— ¡Cállate y sigue empujando! —espetó Bradock poniéndole más ímpetu a su arrastre, al tiempo que arengaba al resto— ¡No miréis atrás! ¡Seguid corriendo!
                   Cuando la nave les sobrepasó por la izquierda, generó una ventolada que les medio frenó en su carrera. Arengados por los gritos de Bradock, los omadíes y June empujaban y tiraban de la carreta con todas sus fuerzas, sabedores de que su suerte caminaba en ese momento sobre una cuerda muy fina. La nave corregía el rumbo para atacarles una vez más.
— ¡Ahí vuelve! —anunció Sento, el piloto.
                   La mala fortuna golpeó justo en ese instante. El capitán Koe pisó mal y se torció el tobillo, cayendo al suelo con un grito de dolor. June corrió a socorrerle, lo que dejó a sus otros compañeros con el inconveniente de cuatro brazos menos tirando de la carga. Las ráfagas de la nave les pasaron muy cerca, y los disparos levantaron pequeñas cortinas de hierba y tierra, junto con una nueva ventolada.
— ¡Aléjese! —Le gritó Koe a June — ¡Váyase con ellos, señorita!
— ¡Oh, por favor, capitán! —Le espetó ella enojada— ¿Es que ahora me va a venir con lo del orgullo de machito? ¡Venga, arriba!
                   Levantó al capitán del suelo y le pasó el brazo por encima de su hombro, para que se apoyara en él. Por suerte, June era algo más fuerte que Koe, por lo que no la resultó muy difícil cargar con su peso, aunque si que dificultaba bastante su movimiento. Echaron a correr a trompicones cuando la nave viró una vez más para volver al ataque.
— ¡Cien metros, capitán! —Le dijo June a Koe para animarle— ¡Solo nos separan cien metros de esos malnacidos! ¡Apúrese!
— Aunque no lo crea —bromeó él—, fui medalla de oro en los cien metros lisos cuando estudiaba en la academia.
— ¡Pues ha llegado el momento de hacer valer esa medalla, capitán!
                   Ambos seguían corriendo como podían; June soportando buen parte del peso del capitán Koe y este arrastrando el pie herido. Las ráfagas de la nave se les acercaban peligrosamente, amenazando con alcanzarles de un momento a otro. Debido a lo torpe de sus movimientos, la ventolera provocada por la nave les frenó en seco en el sitio, y lo peor de todo era que ésta giraba otra vez para realizar otra pasada. Cuando la vieron enfilar hacia ellos otra vez, June y el capitán Koe supieron con certeza que estaban perdidos. La fuerte voz de Bradock les sacó de su error.
— ¡Fuego!
                   Cuatro ráfagas láser de gran potencia secundaron la orden del mercenario. Y es que, habiendo sido completamente ignorados por el piloto de la nave, Bradock tuvo la feliz idea de abrir una de las cajas de rifles que transportaban y usarlos para defenderse. Un solo rifle sería muy poca cosa contra una nave como aquella, pero cuatro juntos representaban una amenaza a tener en cuenta, tal y como pudo comprobar el piloto al ver cómo uno de sus motores reventaba envuelto en una pequeña bola de fuego. Girando sobre sí misma como una peonza desbocada, la nave cayó a tierra y se estrelló.
                   Los omadíes estallaron en gritos de júbilo mientras enarbolaban victoriosos los rifles en alto. Como el trecho que les quedaba hasta el campamento era corto, Bradock le pidió al copiloto Yan que ayudase a June a cargar con el capitán, mientras él se encargaba de las cajas junto con el piloto Sento y el soldado Lomen. Con los ánimos renovados, el grupo se dispuso a reemprender la marcha, pero un nuevo ruido a sus espaldas llamó su atención.
                   Todo ocurrió en cosa de segundos; al escuchar el ruido, todos se volvieron y fue entonces cuando lo vieron. Era otro todoterreno armado con una ametralladora. Había surgido del bosque que dejaron atrás minutos antes y estaba disparando contra ellos. Todos reaccionaron al unísono contraatacando con sus armas, logrando con sus disparos abatir al conductor del vehículo, que terminó dando varias vueltas de campana antes de explotar. El otro soldado, el que manejaba la ametralladora, salió despedido violentamente por los aires aterrizando de mala manera contra el suelo sobre su cabeza.
                   Todos respiraron aliviados y felices por haberse librado de esta nueva amenaza, e incluso lanzaron al cielo algún grito de victoria. La tenue voz del copiloto Yan les sacó de ese breve momento de euforia colectiva.
— Lo siento, capitán...
— ¿De qué habla, copiloto?
                   Con un leve gemido de dolor, Yan se desplomó en el suelo junto a su capitán. De su estómago surgía una mancha granate y oscura que se iba extendiendo cada vez más. Había sido alcanzado de lleno por los disparos del todotereno antes de ser abatido por sus compañeros.
— ¡Yan! —gritó el capitán Koe al darse cuenta de la gravedad del asunto.
— ¡Oh, no! —exclamó horrorizada June al ver la herida.
— ¡Aguanta, muchacho! —Bradock acudió junto al copiloto y le taponó la herida con las manos— Quédate con nosotros soldado ¿entendido?
— S-soy c-copi...loto, no s-soldado, s-señor... —Gimió Yan.
— Vale, lo que tú digas, copiloto —aseveró Bradock con el semblante taciturno— Te vienes con nosotros y haremos que te curen en el campamento. Venga.
                   Bardock usó la chaqueta que Sento le tendió para taponar la herida del copiloto y luego, con sumo cuidado, lo colocaron sobre las cajas de rifles. Acto seguido reemprendieron la marcha a toda prisa, aunque ahora solo tiraban de la carretilla Bradock, el piloto Sento y el soldado Lomen, puesto que June tenía que cargar con el capitán Koe. Para romper la tensión que les rodeaba, Bradock le empezó a contar chistes al copiloto.
— Un borracho le grita a una mujer: “¡Fea!”. “¡Borracho!”, le dice ella. Y el hombre la responde: “Pero a mí se me pasa mañana”.
                   Yan intentó reír al escuchar el chiste, pero el dolor de la herida se lo impidió. En lugar de eso, espetó escuetamente:
— Q-qué m-malo...
                   Bradock volvió a la carga con otro chiste igual de malo. Por fin llegaron al campamento y les abrieron las puertas, siendo recibidos por el oficial al mando, un hombre de semblante rudo, mandíbula ancha, mostacho negro poblado, cejas profundas, nariz gruesa y ojos glaucos.
— ¿Quién está al mando? —inquirió con urgencia Bradock.
— Coronel Khanz —saludó el hombre con una mano—. ¿Necesitan ayuda?
— El muchacho —Bradock señaló al copiloto.
— Haré que lo atiendan de inmediato.
— C-creo que no es necesario... —June, con la voz rota, señaló el brazo del copiloto, que colgaba inerte sobre las cajas en las que yacía su cuerpo— Ha muerto.
                   Bradock, lleno de frustración, cerró sus puños con fuerza. Luego se dirigió hacia el capitán Keo y le pidió la chaqueta de su uniforme. El capitán se la entregó de buena gana y Bradock cubrió con ella el cuerpo sin vida de Yan. Luego, con toda la solemnidad de la que pudo hacer acopio, despidió al muchacho con un saludo militar, siendo acompañado en ese gesto por el resto del grupo allí presente.
— Descansa en paz, muchacho —musitó Bradock mientras June, consternada por el dramático desenlace, se abrazaba a él.
                   Minutos más tarde, tras formalizar el pago del cargamento de armas, Bradock se puso en contacto por radio con la nave para facilitar las coordenadas para el teletransporte. Antes de realizarse el traslado, el capitán Koe le entregó una botella de vino a Bradock.
- Bébasela a la salud del copiloto Yan, señor —Le pidió Koe.
— Así lo haré, capitán —dijo Bradock despidiéndose de él—. Cuídense. Adiós.
                   Ya de regreso en la nave, el mercenario se encaminó a su camarote sin mediar palabra alguna con Neska o Roc. Una vez a solas, descorchó la botella y bebió un largo trago. Contemplando la inmensidad del espacio a través del ventanal de su camarote, Bradock lanzó un brindis al vacío.
— A tu salud, Yan. Donde quiera que estés ahora.

CONTINUARÁ

Tanque Bradock. Capítulo 10

10 – Un paseo

                    Tardaron apenas cuarenta y cinco minutos en construir la carretilla y colocar sobre ella las cajas, sujetándolas firmemente con cables extraídos del interior del fuselaje de la nave. Una hora después, el grupo ya había avanzado un buen trecho del camino. Bradock tiraba de la improvisada carretilla ayudado por el copiloto, mientras que el piloto y June iban empujando por detrás, a pesar de la reticencia inicial de Bradock a que la mujer hiciera esa parte del trabajo. Por su parte, el capitán omadíe y el otro soldado iban de escolta, vigilando en previsión de encontrarse con alguna sorpresa no deseada.
                   El suelo que pisaban era irregular y el arrastre de la carretilla no era todo lo fácil que Bradock hubiera deseado, aún así, avanzaban a buen ritmo a través de aquél extraño paisaje de colores ocres y verde oliva. Para romper el hielo entre ellos, June fue preguntándoles sus nombres; así pues, averiguó que el capitán se llamaba Koe, el soldado Lomen, el piloto Sento y el copiloto Yan. El modo escogido por Bradock para eliminar tensión consistía en ir contándole chistes al copiloto, que parecía divertirse escuchándolos.
—... Y el niño le dice al padre: “Papá, que estoy aquí”.
— ¿Siempre es así de despreocupado? —inquirió el piloto a June mientras el mercenario y el copiloto reían de buena gana.
— ¿Quién, Bradock? Ya lo creo que sí —respondió June sonriendo a pesar del esfuerzo de empujar—. Sin embargo, también es el que más en serio se toma su trabajo. Llevará estas cajas a su punto de destino de una forma o de otra. Se lo aseguro.
— No tiene que convencerme —Le dijo Sento sonriendo—. Sin tener porqué hacerlo, ha construido una carretilla para arrastrar el cargamento y cruzar todo un bosque con él. Por fuerza, tiene que ser un hombre muy responsable en su trabajo. O eso, o es que está demasiado loco.
— Pongamos que es un poco las dos cosas —matizó June con otra sonrisa.
                   Continuaron avanzando a buen ritmo hasta llegar a un pequeño claro que presentaba el bosque. El capitán Koe ordenó detenerse un rato allí para coger aire y recuperar fuerzas, cosa a la que June accedió de buena gana. Por precaución, taparon la carga con un par de ramas.
— ¿Falta mucho para llegar a su campamento? —preguntó Bradock.
— No más de dos kilómetros —respondió el capitán.
— Bien. Espero que allí tengan bebida, porque tengo la boca más seca que un desierto.
— Yo me encargaré de regalarle una botella de nuestro mejor vino, señor —aseguró el copiloto Yan.
— Te tomo la palab... —Bradock, sin terminar la frase, se puso en guardia y alertó con una seña al resto, que desenfundaron sus armas.
— ¿Qué ocurre? —preguntó sorprendido el piloto Sento.
— Se oye el ruido de un motor... —indicó Bradock mientras les hacía una seña para guardar silencio.
                   Se colocaron todos tras la carga oculta bajo las ramas, mirando hacia la dirección de la cual provenía el ruido. Pronto vieron asomar por entre un claro del follaje a un todoterreno, armado con una torreta ametralladora manejada por un soldado. Vestía éste un uniforme de color rojo con dos franjas laterales, de color amarillo, a lo largo de las mangas y las perneras. En la parte izquierda de su pecho lucía un emblema circular con el dibujo de un sol rojo atravesado por un relámpago azul.
— ¿Amigos o enemigos? —preguntó en voz baja Bradock al capitán Koe.
— Enemigos —respondió éste—. Estarán buscando la nave.
— Recemos para que pasen de largo.
                   El grupo entero contuvo el aliento mientras el soldado del vehículo oteaba la zona desde su posición. Confiaban en que las ramas tras las que se escondían, y con las cuales ocultaban la carga que transportaban, les mimetizasen con el ambiente lo justo para pasar desapercibidos. Por desgracia para ellos, la mala fortuna conjuró en ese preciso momento en su contra.
                   Un extraño animal, de aspecto felino y grande, pelaje gris pardo, cuerpo esbelto y dos colmillos saliendo de su boca hacia abajo, saltó de entre los matorrales cerca de June quien, por culpa de la sorpresa, no pudo reprimir un grito.
— ¡Cuidado! —El solado Lomen se colocó junto a ella y abrió fuego contra la bestia que, con dos gráciles saltos, esquivó el disparo y se perdió de nuevo entre los matorrales.
                   La acción del omadíe atrajo la atención del soldado enemigo, que golpeó dos veces sobre el capó del vehículo apremiando al conductor a cambiar de dirección.
— Ya sabía yo que nuestra suerte no podía durar mucho —refunfuñó Bradock poniéndose en pie y abriendo fuego con sus armas mientras echaba a correr hacia el todoterreno.
                   Fue avanzando en zigzag para esquivar los disparos de la ametralladora de plasma, cuyos impactos en el suelo levantaban pequeñas columnas de tierra y matojos. Cuando se encontraba a pocos metros del vehículo, Bradock saltó hacia delante y se colocó sobre el morro, para a continuación ametrallar desde esa posición al conductor. Aprovechando el impulso del auto, Bradock se subió al capó y abrió fuego contra el soldado de la ametralladora, que no tuvo tiempo de cubrirse ni de disparar con su arma. El mercenario saltó del vehículo antes de que éste se estrellase contra un árbol. Se acercó con cautela y revisó el cuerpo del conductor. Estaba muerto.
— ¡Respondan! ¿Están ahí? ¡Respondan!
                   Bradock arrancó de cuajo el transmisor de la radio que emitía las voces y volvió con sus compañeros.
— Hay que ponerse en marcha —Les apremió cuando se reunió con ellos—. No creo que tarden mucho en enviar otra patrulla—. Vamos.
— Lo siento mucho —Se disculpó torpemente June—. Ese puñetero bicho me asustó. ¿Qué era?
— Un Yadar —Le aclaró Lomen—. Son carnívoros y, por regla general, suelen ir en grupos. Hemos tenido suerte.
— Oh, sí, suerte... —dijo June con sarcasmo— Casi me mata del susto, pero hemos tenido suerte.
— Hemos tenido suerte de que no estuviera cazando —apuntó serio el capitán Koe— Son muy agresivos cuando salen de caza, señorita. Se lo aseguro.
— Oh, vaya... —June se sintió avergonzada en ese momento.
— Venga, en marcha —ordenó entonces Bradock—. ¿O queréis esperar aquí a ver quién os encuentra antes?
                   Se pusieron de nuevo en marcha, pero antes de eso, Bradock le encargó a Lomen que, con la ayuda de una pequeña rama, fuera detrás de ellos limpiando las huellas que iban dejando, para así ocultar su rastro al enemigo. Sabedores de que era cuestión de tiempo que enviaran al lugar una nueva patrulla para investigar lo ocurrido, aceleraron el ritmo de la marcha con la esperanza de alejarse lo suficiente del lugar. Con suerte, se dijo Bradock, les perderían el rastro en ese mismo sitio.
— ¿Ahora te asustan los gatitos? —Bromeó con June para rebajar la tensión cuando reemprendieron la marcha.
— ¿Gatito? —espetó ella— Eso no era un gato. ¿Viste el tamaño que tenía? ¡Era enorme!
— Ni siquiera te llegaba a las rodillas —rió Bradock.
— ¡Anda y que te den por ahí!
                   Los demás, pese a ser conscientes del peligro que corrían, rieron de buena gana la broma. Lo que más les maravillaba era el ver cómo aquellos dos extraños, que no tenían nada que ver con ellos, se dejaban la piel en aquella empresa. Por ese motivo, los cuatro omadíes observaban llenos de admiración y respeto a Bradock y June.

CONTINUARÁ

Tanque Bradock. Capítulo 9

9 – Entrega a domicilio

            “¡Doble ca, uve doble!; la emisora que recorre el espacio... y el tiempo.
                        ¡Hey! De nuevo con vosotros Al Crespo, para informaros que hemos baneado de nuestra página web intergaláctica a un tal “Barón Dandy”.
                        Mira, colega... Sí, te hablo a ti, “Barón Dandy”. No sé quién o qué carajo eres, pero me tienes hasta los huevos con tus puñeteros mensajitos y tus absurdas peticiones musicales: ¿Vivaldi?, ¿Schubert?, ¿Mozart?... ¿En qué puto siglo vives, colega? ¡La música clásica dejó de sonar hace milenios! ¿Te enteras? ¡M-i-l-e-n-i-o-s!      
                        Así que deja de darme la lata con tus peticiones; tengo cosas más importantes que hacer que aguantar a un pelmazo como tú, gilipollas.                 
                        En fin, eso era lo que quería deciros. Ahora os dejo con el tema “Shut up and let me go”, del grupo The ting tings. Que tengáis un buen día, colegas. Ciao.
                        ¡Doble ca, uve doble!; la emisora que recorre el espacio... y el tiempo”.

                        Llegaron sin más contratiempos a su destino, siendo recibidos por otra nave de transporte que estableció contacto con ellos por vídeo. Según los tripulantes de la nave extranjera, solo dos personas subirían a bordo con la carga esperada. Bradock accedió a la petición y decidió que serían él y June quienes lo hicieran. Roc seguía aún en su camarote, maldiciendo en varias lenguas indescifrables porque había sido baneado de una web intergaláctica, sin motivos lógicos, según él. Para desgracia de Bradock y June, tuvieron que transportar ellos solos las seis cajas de armas a la otra nave.
                        Minutos después, partían hacia el planeta, para llegar al lugar en donde les estaba esperando una persona para cerrar el trato. Bradock y June iban sentados en un banco. Los dos iban armados: ella con sus dos blásteres y él con dos pistolas de plasma. Frente a ellos, dos omadíes, gentilicio usado por los habitantes de Omadown, de piel violácea, y cabello corto y rubio, les observaban con ojos negros e inexpresivos. Sus uniformes eran blancos, con los costados de color azul marino. La abertura de las chaquetas se situaba en la parte derecha del pecho, donde podía verse un emblema de un triángulo blanco, del cual sobresalía la silueta en gris de un águila con las alas extendidas. Bradock sacó de un bolsillo de su camisa un puro.
— ¿Puedo, colegas?
                        Los omadíes no respondieron. Uno de ellos se limitó a encoger ligeramente los hombros, por lo que el mercenario procedió a encender el puro y soltar una buena bocanada de humo tras darle una calada.
                        Desde su posición, Bradock podía ver parte de la cabina de la nave, con sus dos pilotos. A través del cristal de la carlinga principal podía ver también algo del exterior. Cuando por fin entraron en la atmósfera del planeta, pudo divisar parte del paisaje del mismo. Veía dos regiones demarcadas rodeadas por cadenas montañosas y atravesadas por un largo río. Cuanto más se acercaban a la superficie, más visibles eran las huellas propias de la guerra que se estaba librando en ese planeta.
                        Columnas de humo negro despuntaban hacia el cielo cubierto de nubes grises. Naves de transporte y de batalla iban y venían de un lado a otro. Unas recogían heridos en distintos lugares, otras caían abatidas por fuego enemigo. Cañones láser antiaéreos rasgaban los cielos con sus ráfagas, mientras columnas de naves terrestres peinaban otras zonas ocupadas por el enemigo.
— ¿Cuánto tiempo lleváis en guerra? —Quiso saber June.
— Seis ciclos —respondió secamente uno de los omadíes.
— ¿Seis ciclos? Eso son...
— Seis años terrestres, June —Bradock le aclaró la duda con cierto tono de tristeza en su voz—. Seis largos años terrestres.
                        De repente, la nave sufrió una fuerte sacudida, seguida de un chisporroteo que escupió un panel.
— ¿Qué ocurre, piloto? —Uno de los omadíes se acercó un poco a la cabina.
— ¡Nos disparan, señor! —respondió el piloto— ¡Estamos cruzando zona enemiga y somos un blanco fácil!
— ¡Pues abandone esta zona lo antes posible, no quiero que jueguen con nosotros al tiro al blanco!
— Lo intento, señor —apuntó el piloto—, pero nos han dado en uno de los motores y será un milagro si nos libramos con bien de esta.
— ¡Maldita sea! — El omadíe dio un puñetazo en la pared metálica y soltó un juramento que Bradock no entendió — ¡Sujétense fuerte, nos vamos a mover más de lo normal!
                   Sus palabras fueron secundadas por otra nueva sacudida y dos nuevos chisporroteos en sendos paneles de la nave. Después, la nave entró en picado y comenzó a caer en barrena.
¡Aguanta aquí! Le ordenó Bradock a June mientras intentaba llegar hasta la cabina.
¿¡Qué vas a hacer!?
— ¡Aterrizar este maldito trasto antes de que se estrelle con nosotros dentro!
                   Bradock logró llegar al asiento del copiloto, que se apartó y le dejó su sitio. El mercenario ocupó su posición y agarró los mandos de la nave.
— ¡Yo me encargo de esto! —Le dijo al piloto.
— ¡Es imposible elevarnos, no tenemos motores! –Le informó el piloto.
— ¡Me conformo con poder aterrizar este trasto en el suelo! –espetó Bradock.
                   Sujetando el timón con ambas manos, tiró de él hacia atrás para tratar de enderezar la nave. A través del cristal de la carlinga, podían ver el suelo acercándose a ellos a bastante velocidad.
— ¡No lo conseguirá! —gritó el piloto empotrando su espalda contra el respaldo de su asiento y agarrando con fuerza los reposabrazos del mismo.
— ¡Y una mierda! —espetó Bradock.
                   Colocó sus pies sobre la consola frontal de la cabina para hacer fuerza con ellos. Tiró hacia atrás del timón con toda su alma, rezando para que la nave recuperase verticalidad.
— ¡Vamos, maldita, enderézate!
                   Cuando apenas les separaban cincuenta metros del suelo, la nave se enderezó y cayó en tierra sobre su panza. Arrastrándose cientos de metros, dibujó un enorme surco a su paso mientras atravesaba un pequeño bosque de extraños árboles de delgados troncos. Tras detener su movimiento, los ocupantes de la nave respiraron aliviados.
— Gracias —dijo el piloto mientras se secaba el sudor de la frente—. Nos ha salvado.
— Bueno, era lo menos que podía hacer. Me iba la vida en ello —dijo Bradock con una sonrisa en su cara.
                   Tras sofocar un pequeño incendio producido en un par de paneles, cerciorarse de que todos estaban bien, y comprobar que la carga que llevaban estaba intacta, salieron de la nave.
— La buena noticia es que hemos aterrizado cerca de nuestro campamento —apuntó el que parecía ser el capitán de los omadíes.
— ¿Y la mala? —preguntó June.
— Que no tenemos en qué llevarnos las cajas.
— Piloto ¿cómo está el tren de aterrizaje de la nave? —preguntó Bradock.
— Intacto. ¿Por qué lo pregunta?
— Porque, aprovechando el tren de aterrizaje y unas cuantas planchas que le quitemos a la nave, podemos fabricar una carretilla para transportar las cajas.
— ¿Podría hacerlo? —inquirió con sorpresa el capitán.
— Oh, sí —espetó June—. Le aseguro que sí puede.
— ¿Tienen caja de herramientas? —preguntó Bradock sacudiendo las manos.
— Se la traeré ahora mismo —dijo el copiloto solícito.
— Usted y su compañero vigilarán —Le explicó Bradock al capitán omadíe—; no queremos visitas inesperadas mientras trabajamos. El piloto y el copiloto nos ayudarán a mi compañera y a mí con el trabajo. ¿De acuerdo? —los presentes asintieron— Bien. Pues será mejor que empecemos lo antes posible.
— ¡Aquí están! —El copiloto regresó en ese momento con la caja de herramientas.
— Perfecto. Entonces, al tajo.
— Dime una cosa —dijo June cruzándose de brazos—; ¿cómo te las arreglas para convertir cada viaje en toda una epopeya?
— Cuestión de práctica, cariño. Cuestión de práctica.

CONTINUARÁ