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Tanque Bradock. Capítulo 5

5 – Ricitos

                    Cuatro saqueadores aparecieron por el final de la calle, enfundados en armaduras rojas y negras con la silueta de la cabeza de un león dibujada en el pecho. Portaban dos de ellos pistolas grandes de plasma y los dos restantes rifles del mismo tipo. Sus cabezas estaban cubiertas con cascos de visores opacos que ocultaban sus caras. De la parte trasera superior del casco salía un largo penacho de color rojo a modo de cola de caballo.
                   Eran, a todas luces, un pelotón de reconocimiento, y parecían estar buscando algo, o a alguien, a juzgar por el modo tan sistemático con el que escudriñaban por entre las ruinas de los edificios que revisaban. El que parecía ser el líder del escuadrón dio órdenes a los otros tres mientras se detenían ante la entrada de uno de los bloques semiderruidos.
— Harrison, Starr; vigilad los flancos. Lennon; adentro.
                   Los dos primeros ocuparon sus posiciones. El tercero, aunque quiso obedecer la orden recibida, no pudo llevarla a cabo. Un disparo lo alcanzó de lleno en la espalda y lo lanzó varios metros hacia delante, empotrándole contra una pared. Sus tres compañeros se pusieron a cubierto de inmediato tras los restos de un muro.
— No ha estado mal, no señor —admitió contento Roc al ver lo efectivo de su primer disparo, hecho desde la azotea en la que se  hallaba situado—. Uno de uno.
— Buen trabajo —Le felicitó Bradock por el intercomunicador-; pero no te emociones mucho. Yo me encargo de los otros tres.
— De acuerdo —asintió conforme Roc—. Todos suyos, jefe.
                   Bradock atravesó corriendo a toda velocidad los metros que le separaban del trío de saqueadores restantes. En el tramo final, tensó todos los músculos de sus piernas para propulsarse hacia arriba, en un salto que le ayudó a pasar por encima del muro derruido tras el que se ocultaban. Ya en el aire, abrió fuego con sus dos pistolas y eliminó a los tres, antes de que pudieran reaccionar o saber qué era lo que estaba pasando.
— Eso ha sido alucinante, jefe —apuntó asombrado Roc.
— Deja de alucinar y sigue vigilando. ¿Ves algo fuera de lo común desde tu posición?
— ¿Algo fuera de lo común, dice? Todo por aquí parece fuera de lo común.
— Roc…
— Vale, vale —El androide echó un rápido vistazo a la redonda a través de la mira telescópica de su rifle—. Al oeste veo a otro grupo de saqueadores.
— ¿Qué están haciendo, exactamente?
— Parece que están intentando entrar en el edificio que vigilan. Creo que alguien desde dentro les está manteniendo a raya.
Ricitos
— ¿Está usted seguro de que es ella, jefe?
— Puedes apostar tu paga a que es ella.
— Lo haría, si tuviera una paga que apostarme —Apuntilló Roc—. Hace años que no cobro.
— ¿Cuántos son?
— Vaya; pues la verdad es que no he contado los años, pero yo diría que unos…
— Los saqueadores, Roc. ¿Cuántos son?
— Ya me parecía a mí raro que usted se interesase por mi economía… —suspiró el androide—. Veo seis. Cuatro a pie; armados con ametralladoras. Los otros dos ocupan un vehículo con un cañón bláster acoplado en su parte trasera; uno conduce el vehículo y el segundo maneja el arma. Si yo estuviera dentro de ese edificio, buscaría lo antes posible la forma de salir de él; no creo que su estructura aguante muchos disparos más.
— No te preocupes —Le tranquilizó Bradock—. Nos encargaremos de ayudar a Ricitos a salir de allí enseguida.
                   El mercenario puso en práctica sus dotes para el combate urbano, adquiridas éstas durante largos años de entrenamiento, para desplazarse a lo largo de la calle sin ser visto por sus enemigos. Aprovechando los distintos elementos dispersados a lo largo del camino como cobertura, fue avanzando poco a poco por el terreno hasta alcanzar una posición más ventajosa desde la que atacar.
— Roc ¿puedes ocuparte del tipo del cañón? —preguntó a través del intercomunicador.
                   Un disparo certero a la cabeza del encargado del arma del vehículo fue la rápida respuesta del androide. Amparándose en la sorpresa de los compañeros del fallecido ante el súbito ataque, Bradock salió de su escondite y atacó con toda su potencia de fuego. Cuatro certeras ráfagas de sus pistolas ametralladoras se encargaron de los soldados que iban a pie. Después, disparó al interior del vehículo por el hueco de la ventanilla izquierda para eliminar limpiamente al conductor. El todoterreno, súbitamente impulsado por el pie del conductor muerto que pisó el acelerador, avanzó en línea recta durante un par de metros más, hasta empotrarse contra uno de los edificios cercanos y estallar en llamas segundos después.
— Buena jugada, jefe —Le felicitó Roc por el intercomunicador.
— Sigue vigilando. No creo que tarden mucho en mandar a otro escuadrón a ver qué ocurre.
— A la orden.
                   Bradock comprobó que sus enemigos estaban muertos antes de adentrarse en el edificio que éstos habían sitiado. El interior estaba en penumbras y sus ojos tardaron varios segundos en acostumbrarse a la escasa luz. Iba apuntando con sus armas allá a donde mirase, mientras escudriñaba con cautela cada recoveco del lugar.
— ¿Ricitos? —Probó fortuna esperando oír una respuesta, que no tardó mucho en llegar desde el fondo del pasillo.
— ¿Zachary? ¿Zachary Bradock? —respondió desde el lugar envuelto en penumbras una fuerte voz de mujer— ¿Eres tú?
— El mismo que viste y calza, pequeña —contestó él contento de haberla encontrado—. ¿Qué te parece si dejamos esta bola de barro de mala muerte y nos tomamos algunas copas en algún antro, eh? ¿Qué me dices?
— Que acepto encantada, cariño —contestó la mujer saliendo de su escondite.
— ¿Hubo suerte, jefe? —La voz metálica de Roc le llegó a Bradock por el interfono.
— Por supuesto, hojalata. Nos vamos de aquí. Dile a Neska que prepare transporte para tres.
— ¿Neska? ¿Es que tienes un nuevo amorcito en tu vida? —inquirió la mujer con una media sonrisa dibujada en su cara.
— Tonterías —Bradock le devolvió la sonrisa—. Sabes de sobra que mi corazón ha sido, es y será, siempre tuyo, querida.
— Tonto adulador. Veo que no has cambiado nada —Ella le abrazó con cariño y le besó en la mejilla.
— Vaya ¿solo me he ganado eso, un besito en la mejilla?
— Guardo lo mejor para un sitio más adecuado y adecentado que esta escombrera, encanto. Soy una dama, no una cualquiera —Ella le pellizcó tiernamente en la mejilla.
— Jamás lo he dudado, querida —apuntó Bradock sonriente—. Jamás lo he dudado.
— ¿Jefe? —La voz de Roc les interrumpió de nuevo.
— Dime.
— Convendría que fueran saliendo de ahí. No creo que tarden mucho en enviar a una nueva patrulla a ese lugar.
— No te preocupes, hojalata, ya salimos.
— ¿Tienes otro amiguito? —inquirió risueña Ricitos.
— ¿Roc? Oh, sí. Y estoy seguro de que te encantará. Vamos, te lo presentaré después.
                   Roc llevaba varios minutos ya con la mandíbula abierta de par en par; de hecho, si pudiera babear lo estaría haciendo en ese momento. Delante de él tenía a la mujer más arrebatadora que había visto nunca, todo ello medido bajo sus propios cánones de belleza femenina.
                   Una mujer de cuerpo grande, robusto y musculoso, pero a la vez esbelto, larga cabellera ondulada y espesa, de variados tonos fucsia, piel color canela y ojos azules como zafiros, besaba apasionadamente a su jefe ante su anonadada presencia. Vestía la mujer como única armadura grupos de pequeñas láminas de metal a modo de escamas que cubrían algunas zonas de su cuerpo; como eran los hombros, codos, rodillas y cintura. También llevaba un más que sugerente sujetador de metal, que mostraba parte de sus encantos, y portaba en sus caderas dos pequeños blásteres enfundados en sendas cartucheras de lana negra. Roc no resistió más  y se arrojó de rodillas ante la desconocida.
— ¡Hágame suyo, señorita! —suplicó— ¡Por favor, tómeme y haga de mí lo que desee!
— ¿Este es Roc? —preguntó divertida la mujer a Zachary sin dejar de abrazarle.
— El mismo —respondió Bradock—. Ya te dije que te encantaría.
— Levántate, cariño —Le pidió amablemente al androide—. No me gusta ver a un tío de rodillas. Además, ni siquiera nos han presentado...
— Me llamo Roc —terció el androide haciendo una leve reverencia—. Mucho gusto en conocerla, señorita...
— Babelle, June Babelle —Le aclaró la mujer al percatarse de su duda—. Puedes llamarme  June, cariño —Y le tendió la mano en un gesto gentil que el robot recogió con sumo agrado.
— Y usted puede llamarme como guste, señorita June. ¿Puedo tocarlos...? —Roc señaló titubeante la poderosa delantera de la mujer.
— ¡Roc, córtate ya! —espetó Bradock enfadado ante el descaro del androide.
— ¿Te importa? —Le interrumpió a su vez June— El chico está piropeándome. No nos molestes ¿de acuerdo? Adelante, muchachote —Le indicó seguidamente a Roc inclinándose  hacia él—; son todo tuyos.
                   Al androide le empezaron a temblar todos los miembros ante la orden de June. Completamente exaltado, acercó sus temblorosas manos a los poderosos y turgentes pechos con intención de palparlos.
—...Sin embargo —Añadió June antes de que él lograse su propósito—; si haces eso, cogeré y arrancaré tus bracitos metálicos, te los meteré por el culo y te los sacaré por la boca. Después, si aún te quedan ganas de marcha, jugaré contigo a los bolos... Y tu cabeza sería la bola. ¿Te ha quedado bien claro, cariño? —sentenció la mujer con una sonrisa entre divertida y maliciosa dibujada en su boca.
— ¡Toma! ¡Hachazo! —exclamó en ese momento una triunfante Neska.
— No me digas más —dijo June al oír a la computadora—; esta es Neska ¿verdad?
— La misma —contestó Bradock.
— Qué encanto eres, le has puesto parte de mi nombre a la computadora.
— ¿Parte de su nombre? No entiendo —Neska se mostró confusa ante ese dato.
— Sí, cariño —Le explicó June—: Mi verdadero nombre es Juneska, pero me quité el “ska”, que significa “hija de”, por desavenencias con mi padre. Líos de familia.
— ¡Toma! ¡La vida es maravillosa! —Sentenció Roc con un corte de mangas.
— ¿Cómo dices?
— Oh, nada, señorita June. Cosas de familia.

CONTINUARÁ

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