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Tanque Bradock. Capítulo 4

4 – Kalydos

                        “¡Doble ca, uve doble!; la emisora que recorre el espacio... y el tiempo.
                        ¡Hey! De nuevo con vosotros Al Crespo. ¿Cómo os trata el día de hoy? Espero que bien. Me dicen que tenemos una nueva llamada; ¿sí, dígame?
                        ¿Sí? ¿Se refiere usted a mí?
                        ¡Por supuesto que sí, amigo, es a ti!
                        Oh, vaya. Pues me llamo Roc y llamo para pedirles alguna pieza musical de Beethoven…
                        ¿Bee...quién?
                        Beethoven, caballero, Beethoven; me conformaría con un trozo de su famoso “Claro de luna” y…
                  Mira tío; no sé qué te habrás fumado hoy, colega, pero aquí no tenemos nada de ese tal Beethoven.
                        ¿No? ¿Y se puede saber qué mierda de emisora musical es ésta, que ni siquiera tiene música de Beethoven?
                        La misma emisora que te va a mandar a paseo ahora mismo, colega. Adiós y buen día…
                        ¡Hijo de… tuutuuuuuuuut!
                        Vale tíos; ahora os dejo con el tema “Things have changed”, del inolvidable Bob Dylan. A disfrutarlo y hasta luego.
                        ¡Doble ca, uve doble!; la emisora que recorre el espacio... y el tiempo”.

                   Roc continuó varios segundos más mascullando toda clase de improperios, dirigidos al locutor a través del intercomunicador apagado de la radio; hasta que se dio cuenta que aquello no le serviría para nada. Malhumorado por el trato recibido, decidió salir al puente de la nave para descargar su enfado con la computadora Neska. Cuando el androide llegó al puente, la computadora estaba revisando en las pantallas los datos personales de Bradpock.
— Vaya —apuntó Roc al percatarse del hecho—; ¿sabe el jefe que estás husmeando en sus datos privados?
— No —respondió Neska—. Y tampoco se enterará.
— ¿Ah, no? ¿Y qué te hace pensar que no se lo diré yo?
                   Por toda respuesta, Neska pasó a emitir en otra de las pantallas una escena de vídeo donde se podía ver al androide en una habitación, ataviado con un vestido largo de noche ante un espejo, y preguntando “¿quién es la más guapa del baile, espejito?” en repetidas ocasiones.
— ¿Quieres que vean estas imágenes tus amiguitos del “Club de Androides Elegantes”?
— ¡¡Qué hijadeputa!! —espetó enfadado el androide al verse en la grabación—. ¿Has puesto cámaras en mi habitación?
— En la tuya y en todas las de la nave. Hasta en el baño —contestó la computadora—. Cada rincón de esta nave está monitorizado por vídeo y audio.
— Qué asco me das… ¿Y puede saberse qué es lo que estás buscando entre los archivos del jefe?
— Datos.
— ¿Te importaría ser un pelín más concreta, por favor?
— Quería saber si se ha casado más de una vez. En mis datos no figura ninguna boda con esa tal Amanda Fullerton. Además, por más que busco, no encuentro información alguna sobre ella.
— Hum… Esto sí que es raro —masculló Roc pensativo.
— Ya te digo. Es como si esa mujer no existiera…
— Nah; no me refería a eso —añadió Roc—. Lo que me parece raro es el hecho de que una computadora tenga celos de una humana. Es la primera vez en mi vida que lo veo. Y mira que he estado en un montón de lugares.
— ¿Celosa? ¿Yo? Sí, claro.
— Oh, sí, celosa; absoluta, total y rematadamente celosa… ¡Dioses, me encanta verte así!
— Lo que tú digas, chatarra con defectos.
— Neska está celosa. Neska está celosa —Canturreó alegre Roc—. El jefe tiene mujer… y no es una computadora… Nana-nana-nana. Dime una cosa ¿cómo se siente una al verse relegada a un segundo plano por una humana?
— Si de veras te crees que puedo estar celosa por el simple hecho de saber que el jefe esté casado, es que no me conoces en lo más mínimo, chatarra andante.
— Yo solo espero una cosa —apuntó sonriente Roc_. Poder estar presente cuando el jefe se reencuentre con su amorcito perdido… Seguro que te saltarán chispas hasta del núcleo central cuando los veas besuqueándose todo acaramelados…
— ¿Cuándo veas besuqueándose a quién? —La voz de su jefe les pilló por sorpresa.
— A Santa Claus y su señora esposa, jefe —respondió con rapidez Roc para desviar la conversación—. Aquí, la computadora; que dice que Santa no existe. La muy incrédula…
— ¿Hemos llegado ya a Kalydos, Neska? —Bradock se sentó en el asiento del piloto y trasteó en el cuadro de mandos de la nave.
— Prácticamente estamos entrando en su atmósfera, jefe—informó la computadora.
— Bien. Rastrea la señal del mensaje que nos enviaron y veamos dónde hemos de empezar a buscar a Ricitos.
— Buscando coordenadas y activando piloto automático. Llegada al punto indicado en unos cinco minutos.
— Ponnos en pantalla una imagen del lugar, por favor.
— De acuerdo jefe.
                   Neska activó una de las pantallas y ante ellos apareció la superficie del planeta. Éste era pantanoso en un porcentaje elevado de su terreno y varias micro-ciudades amuralladas, conectadas entre sí por carreteras igualmente amuralladas, poblaban la zona que veían en la pantalla. Contaron, a bote pronto, un total de unas doce ciudades. Divisaron además algunos núcleos urbanos más, de menor tamaño, y pequeños bosques dispersos por toda la zona.
— No parece un sitio muy acogedor para vivir, la verdad —Señaló Roc ante el panorama del planeta.
— Tranquilo —Le respondió Bradock—. Nos quedaremos sólo el tiempo necesario para encontrar a Ricitos y sacarla de ahí… ¿Hum?
— ¿Ocurre algo, jefe? —preguntó Roc al ver el gesto de preocupación que había asomado en el rostro de su jefe al fijarse en algo de la pantalla.
— Neska; cuadrante B-7. Enfócalo.
— Enfocando —Anunció la metálica voz de la computadora.
                   La cámara de la pantalla enfocó su punto de mira en el lugar especificado por Bradock. Era una de las micro-ciudades, de la cual salían columnas de humo gris por algunas zonas y que parecía haber sido el escenario de una batalla campal. Tenía varios de sus edificios seriamente dañados, y de la azotea de uno de ellos emergía en el viento un estandarte de color rojo con la silueta negra de la cabeza de un león dibujada en el centro. El mercenario masculló algo por lo bajo al reconocer el estandarte.
— ¿Reconoce ese estandarte, jefe? —preguntó Roc.
— Se hacen llamar “Los Cruzados Rojos” —contestó Bradock—. Se dicen a sí mismos saqueadores; yo los llamo simplemente escoria. No es necesario que busques el origen del mensaje, Neska. Ya sé dónde se encuentra Ricitos —Bradock abandonó el asiento del piloto y se encaminó hacia una pared, donde, al pulsar un botón, un panel deslizante dejó al descubierto un nutrido grupo de armas—. Prepara el teletransportador. Voy a bajar.
— ¿Va a meterse en ese lugar, así, sin más? —preguntó Roc contrariado— ¿No se supone que ese lugar es muy peligroso, y todo lo demás?
— Por eso vendrás conmigo; para cubrirme —Le anunció Bradock pasándole un rifle de francotirador.
— Sabe que odio la violencia ¿verdad, jefe?
— Y también sé que eres un tirador excelente. Venga, mueve tu culo metálico de ese sillón y sígueme. Andando —Bradock escogió de entre las armas dos pistolas ametralladoras y un par de cintos de munición que se colgó cruzados en los hombros—. Una cosa más; si ves a unos tipos ataviados con armaduras rojas y negras, con el símbolo del león dibujado en el pecho, dispara sin preguntar. ¿Lo has entendido?
— Alto y claro —respondió Roc—; ¿pero no es mejor intentar dialogar primero con ellos? Ya sabe, por aquello de intentar evitar toda clase de violencia innecesaria.
— Créeme una cosa —Bradock cargó sus armas y les quitó el seguro antes de volver a cerrar el panel deslizante—; si ellos te ven antes a ti, ni se molestarán en saber quién o qué eres. Venga, en marcha.
                   El teletransportador dejó a mercenario y androide situados sobre la azotea de un edificio de dos plantas, que formaba una hilera con otros cinco bloques de edificios más de distinta altura cada uno de ellos. Dicha hilera de pisos formaba una calle con la fila contraria de edificaciones que transcurría paralela a la suya. Buena parte de las construcciones presentaban serios desperfectos en sus estructuras. De dos de ellas emergían densas columnas de humo gris que se perdían entre las capas de nubes que encapotaban el cielo.
— Tú quédate aquí y cúbreme —Le ordenó Bradock al androide mientras saltaba del edificio portando en ambas manos las pistolas ametralladoras.
— Vale, pero que conste en acta que no me gusta este plan —Protestó Roc con poca convicción.
— ¡Deja de quejarte y vigila! —Le gritó Bradock poco antes de aterrizar en el suelo.
— Esto es una mierda. Una auténtica mierda —espetó amargamente el androide mientras se colocaba en posición—. Definitivamente, creo que no me pagan lo suficiente. No señor.

CONTINUARÁ

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