Mamá. Por El Abuelo.
- ¿Mamá? Quiero comer.
La
voz del niño la cogió por sorpresa y su madre dio un respingo antes de
volverse. El niño levantó la tapa metálica de una de las ollas fisgoneando el
interior.
- ¿Otra vez judías? – su infantil voz sonaba entre el
borbotear del alimento que se cocía dentro de la olla – Prefiero pollo. Me
gusta más el pollo.
Viendo
que su madre no le respondía, el niño se fue hacia la mesa y, arrastrando hacia
atrás una de las sillas, se sentó en ella y se colocó bien en su sitio. Acto
seguido, para llamar nuevamente la atención de su madre cogió los dos cubiertos
que flanqueaban el plato que tenía frente a él sobre la mesa, una cuchara y un
tenedor, y comenzó a golpear repetidamente sobre la superficie de la misma.
- ¡Quiero pollo, quiero pollo…! – canturreó alegremente al
compás de los golpes de los cubiertos.
Su
madre miraba al vacío y no le contestó. El niño, harto de canturrear y viendo
que su madre no le prestaba toda la atención que él le demandaba, se enrabietó
y arrojó los cubiertos al suelo.
- ¡Quiero pollo! – chilló con rabia mientras golpeaba con
fuerza sobre la mesa con sus puños cerrados - ¿Es que no me oyes? ¡Te digo que
quiero pollo!
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James
Barelli, detective de la policía, se encontraba en ese momento de cuclillas
frente a un cadáver que había sido cubierto con una sábana blanca.
- ¿Qué tenemos esta vez, Jimmy? – preguntó al policía que
tenía a su lado mientras retiraba la sábana para ver el rostro de la víctima.
- La encontramos en la bañera – contestó éste - Mujer
blanca, unos cuarenta y cinco años, cortes profundos en las muñecas. Por lo que
nos han contado sus vecinos, atravesaba por problemas psíquicos desde hacía ya tiempo.
Según parece, su hijo pequeño murió hace dos años, ahogado en la misma bañera.
La señora Anderson, una anciana que vive en el piso de abajo, nos ha contado
que la muerta le había asegurado en una ocasión que el espíritu del niño se le
aparecía con frecuencia.
- ¿Acosada por el fantasma de su hijo? – Barelli dibujó en
sus labios una mueca de extrañeza.
- La señora Anderson lo afirma tajantemente – corroboró el
policía mientras revisaba los apuntes de su libreta – Afirma, además, que
anoche oyó el ruido de golpes sobre madera, objetos metálicos cayendo al suelo
y una silla arrastrándose, y que no es la primera vez que oye esos ruidos.
- Extraño – Barelli masajeó su nuca mientras le daba
vueltas en su cabeza a los datos que el policía le había dado – Muy extraño –
tras unos segundos observando el rostro de la mujer, el cual tenía en sus
labios dibujada una extraña sonrisa llena de paz, cubrió de nuevo el cadáver
con la sábana – Tsk, tsk… Supongo que la pobre mujer optó por escapar de la única
forma que conocía… Está bien, lleváosla.
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- ¿Mamá? Quiero comer.
- Enseguida te sirvo, cariño.
- ¿Qué hay hoy para comer, mamá?
- Tu plato favorito, cariño.
- ¡Que bien, pollo, pollo! – El niño se fue hacia la mesa,
corrió hacia atrás la silla, se sentó sobre ella y se colocó bien en su sito.
Después, cogiendo los dos cubiertos que flanqueaban el plato, golpeó con ellos
sobre la mesa y canturreó alegre.
- ¡Quiero pollo, quiero pollo…!
Ella
le preparó el plato y se lo sirvió, mientras aquellos extraños, que se habían
colado en su cocina sin pedirla permiso, sacaban en una camilla el cuerpo
envuelto en una sábana blanca de aquella desconocida. Se sentó en una
silla junto a su hijo y, con la mirada perdida, le observó comer. El niño
parecía feliz.
FIN
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