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PLAY IN THE HELL


PLAY IN THE HELL.  Por El Abuelo.

                                                           Toda mi historia comienza y termina en el mismo lugar, en la calle. Mis amigos, si alguna vez los tuve, han desaparecido de mi vida; o se han muerto, o se han ido. Mi familia...., bueno, mi familia simplemente no existe, tardaron muy poco en avergonzarse de mi.... ¿Que qué les hice? Nada, vivir mi vida a mi manera, nada más. ¿Es eso acaso un delito? Yo creo que no, pero claro, esta sociedad tan moderna no tolera que nadie juegue si no lo hace con sus reglas..... ¿Culpable? Por supuesto.
                                               La calle, como dije antes, ha sido toda mi vida. Fue la matrona de mi nacimiento, mi compañera de juegos, mi colega de copas, mi maestra en la cama. Ella me lo dio todo, sin reparos y sin remilgos. Si quería algo, yo lo cogía. Si necesitaba algo, ella me lo daba. Me despertaba por las mañanas y me arropaba por las noches. Fue mi consejera  y mi aliada. A ella, y solo a ella, le debo todo cuanto soy y todo cuanto tengo. Que nadie me pida cuentas, pues solo rendiré cuentas ante ella.
                                               Con tan solo doce años yo ya andaba metido en las bandas callejeras, haciendo de recadero para los mayores. Con quince años ya sabía robar carteras, reventar cerraduras y burlar a la pasma entre los callejones de mi barrio. A los diecisiete años cometí mi primer atraco a mano armada. No fue nada del otro mundo, ocupaba el sitio de otro colega que al final no pudo venir con nosotros. Recuerdo que llevaba una vieja navaja con la hoja ya enroñecida y que me temblaban las piernas, pero no por el miedo (nunca lo tuve, en serio), sino por la emoción de poder estar allí, con los mayores, haciendo un trabajo con ellos. Fue en un banco y recuerdo que un pringáo de la caja hizo sonar la alarma, con lo cual, mis colegas y yo tuvimos que salir por patas y a toda ostia, perdiendo el culo por los callejones. Ese mismo día comprendí que los colegas no existen. Yo me torcí un tobillo y ninguno tuvo los huevos suficientes de pararse a ayudarme. La pasma me trincó y me cayeron seis meses en un reformatorio.
                                               Allí conocí a Sara, una chica de mi edad a la cual habían trincado después de haberle quemado el buga a su padrastro, un hijo de puta que abusaba de ella, noche si, noche también. Nos enrollamos en el reformatorio, a escondidas, claro, porque los cabrones del centro no consentían las relaciones entre internos,....  como si no supieran que allí dentro se follaba más que en cualquier puticlub....
                                               Tras dos meses de estancia en el reformatorio, Sara y yo decidimos fugarnos de aquel antro para buscarnos la vida a nuestra manera, sin que nada ni nadie nos dijera cómo teníamos que vivir...., vamos, que nos apetecía ir a nuestra puta bola. Hey, qué queréis que os diga, yo estaba encoñado por completo de Sara, así pues, si ella quería largarse de allí, yo no iba a llevarla la contraria.... ¿no os parece? Pues eso, que nos piramos del reformatorio.
                                               La noche que nos fugamos decidimos echar nuestro último polvo como reclusos de aquel antro. Fue genial. Disfruté de su cuerpo como nunca antes nadie lo había hecho...., ni siquiera el guarro de su padrastro pudo disfrutarla de ese modo.... Cómo podría yo haber sospechado lo que la vida nos depararía a ambos tras nuestra fuga del reformatorio. El caso es que no me arrepiento en absoluto de haberme entregado a ella tal y como lo hice..... ¿Por qué debería de hacerlo? Al fin y al cabo, no somos dueños de nadie.... ¿No es cierto? Pues eso, que echamos un polvo y luego nos piramos.
                                               Sara conocía a unas amigas que nos ayudaron a instalarnos  como ocupas en un viejo caserón abandonado, situado a las afueras de la ciudad, cerca del puerto, en el que convivían  con unos cuantos colegas más. Era una peña de colgados que malgastaban su tiempo y su poca pasta en colocarse con lo primero que pillaban.  Dales una “china” y se creerán los amos del mundo....  ¡infelices....! El caso es que había un chico que...., no sé, me dio mala espina nada más conocerle. Se llamaba Arturo y era dos años mayor que yo. Nada más verle me pareció un chulo del tres al cuarto, pero a Sara pareció caerle bien, en fin...., que dos días después de instalarnos con aquellos colgados, Sara ya se había acostado con el tal Arturo y a mí me aparcó a un lado, igual que si fuera una vieja ducati.... Pero, como ya dije antes, no somos los dueños de nadie; así que me lamí las heridas en un rincón, solo, cual perro apaleado y abandonado. No os lamentéis mucho por mí, las penas solo me duraron un par de días. Enseguida olvidé a Sara y me fijé en Raquel, una piba tremenda con unos ojazos verdes increíbles, de los de agárrate que hay curvas.....Y uno no es precisamente el Richard Gere ese, pero al parecer (y por lo que me contó más tarde) a ella yo le gusté desde que me vio asomar por la puerta del caserón....
                                               Conocerla fue como encontrarme por fin a mí mismo,.... como si el camino por el que caminaba en círculos toda mi vida tomara, por fin, una dirección a seguir. Estar a su lado era estar en el mejor de los cuelgues....., pero claro, la vida siempre es la última en dar la patada en los huevos..... No sé...., pero creo que al Arturo de las narices le caí tan mal como él a mí, porque volvió a jugármela  una vez más.
                                               El muy hijo de puta empastilló a Raquel aprovechándose de que yo no estaba y después se la cepilló.... Cuando llegué les vi tumbados sobre uno de los colchones que usábamos para dormir, él sobre ella, jadeante y sudoroso, en plena faena amatoria. Esa visión arrancó la cólera de lo más profundo de mi ser, como nunca antes la había sentido.... No lo pensé dos veces antes de abalanzarme sobre él. Le agarré del pelo y le separé del cuerpo semidesnudo de la drogada Raquel, que comenzó a llorar y a chillar en un ataque de histeria.
                                               Mis viejas y gastadas botas de cuero golpearon sin piedad el cuerpo desnudo del odiado Arturo. Una de las patadas debió de romperle alguna costilla, pus vomitó sangre mientras yo seguía pateándole sin piedad. Me cebé en su cabeza y comencé a pateársela mientras él intentaba cubrirse como buenamente podía. Tras la tercera patada, más o menos, perdió la consciencia...., pero yo seguí pateándole la cara, golpeándole cada vez con más furia; una y otra vez...., una y otra vez...., una y otra vez..., hasta que al final paré.
                                               Mis botas estaban cubiertas de la sangre de Arturo, que yacía inmóvil en el suelo, sobre un enorme charco de sangre,.... de su sangre, con la cara totalmente deformada..... Y sin vida. Mi estómago se revolvió ante la visión del cadáver de Arturo y una arcada de bilis se abrió paso a través de mi garganta para poder salir al exterior. Las piernas me temblaban y solo podía mirar a Raquel, quien solo podía gimotear, presa del pánico. Me levanté del suelo como pude y, tambaleándome, salí corriendo hacia la calle. Un coche de la pasma se acercaba a lo lejos, avisado, sin duda alguna, por alguno de los presentes en la pelea. Oigo a uno de los maderos dándome el alto, pero no le obedezco y salgo por patas hacia el puerto, seguido muy de cerca por el madero, que no parece estar muy en forma, ya que me resulta fácil sacarle ventaja.
                                               Sigo corriendo, pero en lugar de seguir por el puerto, decido bordearlo por el acantilado, aunque ni siquiera sé muy bien por qué tomo esa ruta. Hey, no podéis culparme, después de todo, me persiguen y no sé muy bien a donde ir...., cosas mías. Ya veis...., nunca fui muy dado a pensar las cosas antes de actuar.
                                               Sigo corriendo como buenamente puedo, me falta aire y las piernas me flaquean. El poli, por el contrario, parece más fresco que al inicio de la carrera y ya casi me alcanza. El borde del acantilado frena en seco mi carrera y me veo acorralado; detrás de mí, el poli, delante, una caída de treinta metros hasta el agua,….  si tienes suerte y caes en el agua, claro.
                                               El poli llega hasta donde yo estoy y, agotado por la carrera, trata de coger aire para hablarme. Me suelta las típicas chorradas de las pelis…. Que si “no lo hagas chaval“,…. que si “todo va a salir bien“,…. que si patatín,…. que si patatín…  EN fin, creo que tengo un billete de primera clase para jugar en el infierno…. Le miro a los ojos y, con una sonrisa vacía dibujada en mi cara, le saludo militarmente….
- Hasta otra, colega.
                                               ………………………..
- Central, un chico acaba de caer al mar por un acantilado. Envíen un equipo de rescate… No, no ha sobrevivido a la caída,…. Desde aquí veo su cuerpo sobre las rocas.


                                -FIN-

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