3 – ENCUENTRO
El
día se presenta soleado y la gente sale a la calle en busca de los agradables
rayos solares. Los árboles que discurren en hilera a lo largo del paseo parecen
tener más follaje. Hasta el parque parece estar más lleno de vida que de
costumbre. En algunos de los bancos dispersos por él, grupos de madres
cotillean entre ellas sobre los chismorreos cotidianos mientras sus hijos,
inmersos en sus fantasías y ajenos a ellas, disfrutan de los diferentes aparatos
colocados por el parque. Todo el mundo parece feliz.
Steve
Anderson, un hombre entrado ya en los cincuenta, gafas de pasta color marrón,
pelo ya canoso, tez morena y cara surcada por las arrugas, observa a los niños
jugando en las diferentes atracciones del parque. Mira al cielo azul y limpio
de nubes, donde los pájaros se hacen señores del aire como si de escuadrones
aéreos se tratasen, y respira hondo mientras cierra los ojos.
- Bonito día, ¿no es cierto? – la voz le sobresalta y mira
a su lado. Un hombre algo más joven que él acaba de sentarse a su lado. Va bien
trajeado y observa a los niños con interés disimulado.
- ¿Qué hace usted aquí? – Steve se pone nervioso y mira
intranquilo hacia los lados, como queriendo ocultar su presencia al resto de
las personas que hay en el parque – Ya les he dicho que les pagaré...
- ... Y el jefe está seguro de que lo hará, señor Anderson
– el otro hombre le interrumpe - Créame, confiamos en su palabra.
- Entonces, ¿a qué ha venido usted aquí?
- A recordarle el motivo por el cual no le conviene faltar
a su promesa – el hombre saca una foto y se la entrega a Steve, que la recoge
con su temblorosa mano – Por su bien, - el extraño se levanta del banco y posa
su mano derecha sobre el hombro de Steve – más le vale no faltar a su palabra.
Cuando
el hombre abandona el parque, Steve observa con tristeza y preocupación mal
disimuladas la fotografía. En ella aparece una joven de melena corta y morena,
ojos color avellana y una sonrisa radiante. Al dorso de la foto aparece un
nombre escrito a mano; “June”.
Steve
trata de contener las lágrimas que se empeñan en escapar rodando por sus
mejillas y aprieta la foto contra su pecho.
- Malditos, malditos, malditos... – balbucea por lo bajo y
asustado, temeroso de ser escuchado por oídos indiscretos que puedan delatarle –
Perdóname pequeña, perdóname...
El
día es precioso. Hace calor, los niños juegan alegres, sus madres cotillean
despreocupadas, los pájaros vuelan por el cielo azul, el sol es cálido y el
horizonte está limpio de nubes. En verdad es un día hermoso; sin embargo, para
Steve Anderson no lo es tanto, pues ha descubierto que tiene un problema entre
manos que le puede costar mucho más caro que todo el dinero que debe.
Con
cierta dificultad se pone en pie, guarda la foto en el bolsillo interior de su
chaqueta y abandona el lugar con pasos cortos. Se detiene a la entrada del
parque y lo observa una última vez en todo su esplendor. Inspira profundamente
y se maldice a si mismo por su mala suerte.
- Dios mío... ¡Qué voy a hacer! – agacha pesaroso la
mirada hacia el suelo y prosigue su camino.
Para
él, hoy es el día más triste de su vida; porque se ha dado cuenta de que está
solo y nadie puede ayudarle. Nadie.
CONTINÚA
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