8 – GINO VENTURA
Al día siguiente, Vance detuvo su
coche ante las puertas del restaurante italiano conocido como “La Gioconda ”, lugar de la
extraña cita a la que fue invitado el día anterior por su misterioso visitante.
A la entrada, un hombre le saludó amablemente.
- Buon
giorno, signore, ¿tiene usted reserva para hoy?
- Lo
siento – se disculpó Vance – No tengo reserva, pero me han citado aquí. Soy
Vance Anderson.
El hombre rebuscó en su libro
de reservas, pero el gesto de su cara daba a entender que no había encontrado
el nombre de Vance en él
- Lo
siento mucho, signore – se disculpó cariacontecido – Su nombre no aparece en la
lista, me temo mucho que tendrá…
- …
Tranquilo, Luca – una voz familiar rompió la conversación. Era el mismo hombre
que había invitado a Vance el día anterior – El señor Ventura quiere ver al
joven.
- Molto buon, signore Rossi – Luca hizo un leve gesto de
reverencia ante el señor Rossi quien, por su parte, le hizo otro a Vance para
que le siguiera.
Atravesaron el local hasta llegar a una
zona apartada creada mediante la hábil disposición de unos biombos, donde dos
hombres trajeados montaban guardia. A una señal de Rossi, uno de ellos abrió
una de las partes del biombo que tenía detrás de él a modo de puerta. Vance
pudo ver entonces a otro hombre, algo mayor, rostro y mentón anchos, frente
surcada de arrugas y cabello y cejas grises, sentado ante una mesa y llevándose
un trozo de filete a la boca. Si éste les vio a ellos no dio muestras de ello,
pues siguió con su comida. Rossi le indicó a Vance que ocupase la silla vacía
situada frente a la del comensal. Tras éste, se hallaba otro hombre, algo
menudo, de escaso pelo en la cabeza y gafas de cristales algo gruesos, que
sujetaba en sus manos una cartulina roja doblada a modo de carpeta. A una seña
del señor Ventura, el hombrecillo le tendió la cartulina abierta a Vance,
mostrándole una hoja que había en su interior. En la hoja podía verse la foto
de un hombre algo mayor, pelo y cejas
canosos, gafas de pasta y bien trajeado.
- ¿Qué se
supone que es esto? – preguntó, con un gesto de desgana dibujado en su cara.
- Esa, señor Vance, – el que hablaba era Rossi, pues el
señor Ventura seguía con su comida – es la foto de Leónidas Brazilev, jefe de
una organización rusa que trata de inmiscuirse en los negocios de mi jefe, el
señor Ventura, aquí presente. Queremos que usted se ocupe de que el señor Brazilev
sufra un desafortunado “accidente”.
- ¿Quieren que mate a ese hombre? – Preguntó Vance con
cierta sorpresa - ¿Por qué razón creen que iba a hacer semejante cosa?
- Por la misma razón por la que trabaja para la
organización conocida como “La pirámide” – respondió Rossi – Por dinero, ¿por
qué otra razón, si no? Digo.
- ¿La pirámide? No sé de qué me están hablando – Vance
cerró despectivamente la carpeta y se la devolvió a Ventura. Éste posó los
cubiertos sobre la mesa, muy despacio, se limpió la boca con el pico de una servilleta
y, apoyando los codos sobre la mesa, entrecruzó los dedos de las manos y miró
fijamente a Vance.
- Hágame un favor, señor Vance – su voz era algo grave y
pausada, pero, a la vez, provista de un tono duro y autoritario – No vuelva
nunca más a tomarme por tonto, de lo contrario, tendré que enfadarme de verdad,
y créame si le digo que usted no quiere verme enfadado.
- Así que se trata de eso, ¿no? – Vance rió abiertamente –
El típico matón de barrio que intenta hacerse un hueco en el mundillo sórdido y
ruin de la mafia a costa de eliminar a otros mafiosos de pacotilla. Ah… – Vance
suspiró hondamente inclinando hacia atrás la cabeza con los ojos cerrados – He visto
esto en multitud de ocasiones y, créame usted a mí si le digo que todas las
veces ha acabado mal… para el matón, por supuesto.
- Sea como sea, señor Anderson, – Rossi le interrumpió –
lo cierto es que su padre nos debe dinero…
- … Querrá decir que les debía – le corrigió Vance sin
dejar de mirar a Ventura.
- Debía, debe, da lo mismo – convino a su vez Rossi – Son
tres mil quinientos euros, cantidad ésta que, si usted tuviera a bien llevar a
cabo el trabajo antes mencionado, mi jefe estaría encantado de perdonarle,
digo.
- ¡Bravo! Ha, ha, ha – Vance rió a carcajada abierta
mientras aplaudía, ante la mirada incrédula de Rossi, no así de su jefe, el
señor Ventura, que permanecía mirando impasible – Por un momento he llegado a
creerme sus papeles, amigos. En serio – fingió limpiarse las lágrimas de los
ojos – Ahora, si me disculpan, debo irme, tengo cosas más importantes que hacer
que perder el tiempo aquí con ustedes. Así que… - Vance hizo ademán de
levantarse.
- Vaya… - Ventura carraspeó ligeramente sin siquiera mirar
a Vance antes de seguir hablando – Veo, señor mío, que se ha levantado usted
muy chistoso esta mañana. Me alegro, así le será más fácil entender lo que le
voy a decir ahora. Présteme atención, por favor. Tres mil quinientos euros, esa
es la cantidad que me debe… - Vance arqueó una ceja - … que me debía su padre,
- corrigió Ventura al momento - cantidad que usted me pagará antes de que el
reloj marque hoy las dieciséis horas. No obstante, puede usted tener la
amabilidad de llevar acabo el trabajo antes mencionado, cualquiera de las dos
opciones me es de lo más válida, amigo mío. Decida una cosa u otra, por favor,
pero hágalo antes de las cuatro de la tarde. De lo contrario, me encargaré
personalmente de borrarle esa estúpida sonrisa de su cara. ¿Le ha quedado bien
claro?
- Olvídelo, amigo – Vance se puso en pie – Los problemas
que tuviera con mi padre han muerto con él. ¿Le queda eso bien claro a usted?
- Veo, joven – Ventura seguía sin mirarle a la cara, con
los codos apoyados sobre la mesa y los dedos de las manos entrelazados – que no
se da, o no parece darse cuenta de la gravedad de la situación en la que está
metido.
- Usted es el que no parece enterarse de lo que le dicen.
Como ya le he dicho, los problemas que tuviera con mi padre han muerto con él.
Adiós.
Vance
se dispuso a marcharse, pero uno de los hombres de Ventura se puso ante él
tapándole la salida. Sin embargo, a una señal del mafioso, el gorila se apartó
a un lado y le dejó pasar.
- ¿Quiere que le sigua y le haga entrar “en razón”, señor
Ventura? Digo.
- Olvídalo. Llama a Mastiletto y dile que le haga una
“visita” a la señora Richardson. Por desgracia para el señor Anderson, su madre
sufrirá un accidente. Un terrible y desgraciado accidente casero.
- ¿Cree que es necesario llegar a ese extremo, señor?
Digo.
- Por supuesto – el señor Ventura cogió de nuevo
los cubiertos de la mesa para cortar un nuevo trozo de filete – He de enseñarle
a ese muchacho que nadie viene a mi casa, me insulta y se va tan tranquilo.
CONTINÚA
OMG! Este tipo, Vance, me encanta ¿a poco no es buena onda?
ResponderEliminarXD!
que pena por la ausencia de más capítulos, pero vendrán pronto, ¿cierto?
¿cierto que sí?
=0?
Ok, continúa con tu historia, que esta requetecontra genial, no la dejes botada porfis, se merece ser escrita.