CAPÍTULO 3 (2)
Las brasas de la fragua lamen la hoja de acero y la vuelven de color rojo blanco. El herrero la retira con unas tenazas y la coloca sobre el yunque, ya gastado y mellado por el continuo uso. En su mano derecha sujeta con firmeza una maza, y con ella golpea la hoja incandescente varias veces. Cuando mete la hoja en una cuba de agua, el líquido chisporrotea y burbujea durante breves segundos. El herrero inspecciona con mucha atención la forma del acero. Queda satisfecho con el resultado y lo deja sobre un banco de trabajo, junto con otras hojas ya trabajadas.
— ¿Por qué no descansas un poco?
El
que habla es un anciano de cabeza calva y con sombrero de paja, que se balancea
sobre una vieja mecedora. En su boca desdentada rumia una larga brizna de
hierba seca.
— El trabajo no se acaba solo —contesta el herrero
enfrascado en su quehacer, dándole aire a las brasas con la ayuda de un fuelle.
— Venga, muchacho —espeta el anciano—. Tampoco hace falta
que trabajes a destajo. No es bueno tanto esfuerzo
— Descansaré en cuanto termine mi trabajo, Eimus.
— ¿Has oído las últimas noticias de la villa? —pregunta el
anciano para cambiar de tema de conversación.
El
herrero mete en las brasas una nueva lámina de acero y se limpia las gotas de
sudor de la frente con el antebrazo.
— ¿Qué noticias? ¿Las que se refieren a la cornamenta del
conde Neus?
— No digas tonterías. Me refiero a las que hablan de una
guerra.
— ¿Una guerra?
— Ajá —Asiente el anciano—. En la taberna comentan que se
empiezan a escuchar fuertes rumores de guerra. Por lo visto, se han visto
movimientos de tropas cerca de la capital.
— Tendrá algo que ver con que esté próximo el cumpleaños
del primogénito. El rey Lomar querrá montar una fiesta a lo grande. El mozo
cumple ya la mayoría de edad ¿no es cierto?
El
anciano escupe un trozo de brizna en el suelo y carraspea antes de contestar.
— Puede ser. Pero también se comenta que en el reino
vecino andan un poco mosqueados con ciertas actividades ocurridas en la
frontera.
— ¿El rey Mansen cabreado? ¿Y cuándo no lo está?
— ¿Ya estáis otra vez hablando de política?
Los
dos hombres vuelven sus cabezas hacia el lugar del que proviene la voz. Allí
ven a un hombre al que acompaña un chico, de unos doce años de edad.
— Ledon ¿tú por aquí? —Saluda el herrero— ¿Qué te trae por
este lugar?
— Hola, viejo amigo. ¿Eimus? —El anciano corresponde al
saludo del recién llegado con un gesto de la mano— Vengo a hablar contigo,
Magnus ¿Estás muy ocupado?
***
El
herrero frunce el ceño mientras observa detenidamente al muchacho. Ladea la
cabeza a un lado y a otro, mesándose la ancha barbilla, meditabundo.
— ¿Es fuerte? —pregunta a Ledon sin dejar de mirar al
chico.
— No se le ve enclenque. Y parece avispado.
— ¿Cómo te llamas, muchacho? —Le pregunta Magnus.
— Hay un pequeño problema con respecto a ese tema —apunta
Ledon.
El
herrero se encoge de hombros al oír el comentario.
— ¿Qué problema? ¿Tiene o no tiene nombre?
— Lo tiene —afirma Ledon con una media sonrisa dibujada en
su cara—. El problema es que no le recuerda. Hasta hoy mismo vivía con Otis.
Magnus
se cruza de brazos antes de hacer la siguiente pregunta.
— ¿Y cómo carajo le llamaba entonces el viejo?
En
ese instante, quien responde es el propio Samael.
— Nene. Pero usted puede llamarme chico…
Magnus
apoya sus puños cerrados contra las caderas y mira a Samael con cierta
irritación
— ¿Chico? ¿Qué se supone que eres, un perro? Te pondremos
un nombre. Todas las personas lo tienen ¿está claro? Así que, elige uno.
Rápido.
Ledon
se rasca la nuca con cierto malestar ante la petición de su amigo Magnus.
— Verás… El caso es
que Otis quiso esperar a que el chico recordase su…
— ¡Al cuerno con el viejo loco! —espeta irritado el
herrero mientras hace un aspaviento con la mano derecha— ¡Venga, muchacho,
escoge un nombre ahora mismo!
— ¿Julian? —contesta Samael con cierto recelo.
— ¿Por qué lo dices con miedo? ¿Acaso te estoy comiendo o
algo parecido? No ¿verdad? ¡Pues dilo con más ganas, carajo!
— ¡Julian, señor!
— Muy bien, así me gusta. Dime ¿quieres trabajar conmigo?
Te aviso que el trabajo en la herrería no es el más agradable.
— Sí señor —contesta el chico con determinación.
— Perfecto. Pues estás contratado. Haremos de ti un hombre
de provecho. Ya lo verás.
Ledon
ríe al saber de la aprobación del herrero.
— Bien. Veo que puedo irme tranquilo. Muchas gracias,
Magnus.
— No hay de qué —contesta el hombre mesándose el poblado
mostacho negro—. En realidad me vendrán bien dos brazos extra para ayudarme.
Ledon
le estrecha la mano al muchacho como despedida.
— Cuídate, Julian ¿De acuerdo? Pásate algún día a
visitarnos ¿vale?
— Sí señor.
— Y no le hagas mucho caso a ese cascarrabias. Parece
gruñón, pero en el fondo es un buen hombre.
—… Pero muy en el fondo —apunta el viejo Eimus con una
risotada.
— ¿A quién llamas cascarrabias? —protesta el
herrero ante la supuesta ofensa— ¡Lárgate de aquí antes de que te rompa la
crisma!
CONTINUARÁ
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