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Ratas del Espacio (Capítulo 2)


2 – ENCUENTROS Y ENCONTRONAZOS

                   Cassyblanka, antro de mala muerte situado en el barrio más peligroso de la ciudad-cúpula de Satur, del planeta Kaito, situado en el sistema solar de Trekstar. Doce de la noche, hora terrestre.
                   A esa hora, poner un solo pie en ese barrio (y más concretamente en ese local) significa una de estas dos cosas; o bien que necesitas reclutar “mano de obra” para llevar a cabo algún “trabajito”, o bien que los tienes bien puestos. El caso de las dos personas que acababan de entrar por la puerta doble batiente del Cassyblanka bien podría ser el segundo. Eso, y las excelentes bebidas que sirven, además de las exuberantes y exóticas bailarinas que amenizan con sus bailes a la clientela durante la noche.
                   Sin embargo, esta noche, a estos dos visitantes les ha traído hasta aquí algo más que las bebidas y las mujeres.
- ¿Crees que estará por aquí hoy? – preguntó Mortimer poniéndose de puntillas y escrutando a través de la clientela del local, en cuyo techo se acumulaba una densa capa de humo que dibujaba curiosas formas a causa de las diferentes luces que lo iluminaban.
- Desde luego que lo creo – respondió Cassidy, escrutando igualmente por entre la gente – Hoy actúa Renata, y ese pequeño cabrón no se pierde ninguna de sus actuaciones casi nunca…
- ¡Hum…! Me gusta Renata. Canta bastante bien.
- A casi todo el mundo le gusta Renata – corroboró Cassidy a su amigo - ¡Ajá, ahí está! – señaló hacia uno de los lugares menos iluminados del local, situado a uno de los lados del pequeño escenario semicircular que el Cassyblanka disponía para sus actuaciones – Ya sabía yo que Yugo no faltaría hoy a su cita con Renata. Vamos. Saludémosle.
- Vale, – asintió Mortimer siguiendo a su compañero – pero prométeme que podremos oír cantar a Renata. Al menos durante un ratito.
- ¿A qué viene eso? – Preguntó Cassidy algo mosqueado por la petición de su compañero - Ni que yo te lo impidiera.
- No, pero sé cómo suelen acabar nuestras visitas a este sitio… - le contestó Mortimer.
- ¿Ah, sí? ¿Y cómo, tío listo?
- >Pché<… Tú te peleas con alguien, generalmente por culpa de alguna chica, a mí me dan algún puñetazo o golpe que iba dirigido a ti, nos enzarzamos en una pelea contra unos cuantos matones y, al final, acabamos saliendo por patas del local. ¿Se me olvida algo?
- Eres un exagerado – le espetó Cassidy – Eso solo ha pasado en dos ocasiones…
                   Mientras discuten sobre ese asunto, en el rincón que Cassidy había señalado anteriormente, un hombrecillo degustaba un cóctel colorido de sabores distintos, dando pequeños sorbos a través de una pajita de plástico. De cuando en cuando, levantaba la vista hacia el escenario, donde, en ese momento, dos exuberantes kardasianas contorneaban sus caderas al ritmo de una sugerente melodía de flautines y flauta dulce, mientras sus tres pechos desnudos (y es que las kardasianas tienen esa particularidad en su fisonomía) se bamboleaban al compás de sus sensuales movimientos.
                   El hombrecillo mide poco más de un metro diez de altura, tiene el cuerpo raquítico y encorvado, sus pies y manos son largos, pero delgados, la nariz es prominente y con forma de trompetín y sus ojos son pequeños, pero saltones. Se llama Yugo y es un tramposo y oportunista basky, además de un cobarde. Donde exista la posibilidad de conseguir beneficios, allí está Yugo. Y donde va Yugo, va su fiel guardaespaldas y mayordomo para todo, Víctor, al que todos llaman Víc, un terrasiano con un enorme cuerpo lleno de músculos y, cosa extraña en estos casos, bastante materia gris en su cerebro. Pocas veces se despega del basky, y buscar problemas con el enano significa buscar problemas con él. Un mal asunto, vamos. El pequeño basky dio un nuevo sorbo a su bebida y, para su disgusto, comprobó que el líquido escaseaba en su copa.
- Pídeme otro Salieri, Víc – solicitó a su guardaespaldas agitando en el aire su copa casi vacía.
- ¿Otro más? – Preguntó este en tono cansino - Ya te has tomado cuatro, ¿no crees que ya es hora de dejar de beber por esta noche?
- ¡Te pago para que me protejas, no para que hagas de mi madre! – Refunfuñó Yugo agitando agriamente la copa en el aire - ¡Pídeme otro Salieri, venga! Y solo me he bebido tres, que quede claro…
- ¡Cuatro! – Indicó Vic, mostrando en su gruesa mano cuatro dedos abiertos - ¿Te crees que no sé contar, o qué?
- ¡Tres, so cabezón, solo he bebido tres!
- Sí, vale, lo que tú digas… - terció Víc sin ganas de entrar en la discusión.
- Venga, pídeme otro – le ordenó de nuevo Yugo. Justo en ese momento, una sombra se cierne sobre él y le tapa la vista del escenario - ¡Oye, quítate de en medio, que no veo! – Se quejó.
- ¿Qué tal, Yugo? – La voz de Cassidy cogió por sorpresa al pequeño basky - ¿Cómo te van las cosas, eh?
- ¿C-Cassidy? – su voz tembló al pronunciar el nombre.
- ¡Vaya, pero si recuerdas mi nombre! – Contestó con sarcasmo Cassidy – Entonces, supongo que también recordarás que me debes trescientos créditos solares, ¿verdad?
- ¿T-Trescientos c-créditos? – balbuceó Yugo.
- ¿Algún problema con mi jefe? – preguntó amenazador Víc.
- Tranquilo Víc – le calmó Mortimer con una sonrisa forzada dibujada en su cara – Solo queremos hablar con tu jefe, nada más.
- Eso es – corroboró Cassidy sin mirar al grandullón – Solo hemos venido a hablar con tu jefe, Víc. Estate tranquilo, ¿vale?
- Yo decidiré si estoy, o no, tranquilo – sentenció el terrasiano con cara de pocos amigos – Así que no me chulees, ¿de acuerdo?
- Tranquilo Víc – Cassidy desenfundó su pistola de plasma, modelo Taurus V, color rojo cromado, con una rapidez endiablada y apuntó con ella a la cara del sorprendido grandullón – Como te he dicho, hemos venido a hablar con tu jefe. Me caes bien y no me gustaría tener que hacerte daño por su culpa. ¿Estamos?
- T-Tranquilo, Víc – le ordenó Yugo, bajando al mismo tiempo el arma de Cassidy – No pasa nada.
- Sí, je, je… - rió nervioso Mortimer - ¿Lo ves? No pasa nada Víc…
- Bien, vayamos al grano – Cassidy cogió una silla de otra de las mesas del local y, arrimándola a la mesa de Yugo, se sentó frente al basky – Como iba diciendo, me debes…
- … Nos, nos debe – le corrigió Mortimer.
- … Nos debes trescientos créditos solares.
- ¿Puedo saber por qué? – preguntó extrañado Yugo.
- ¿Recuerdas la caja de rifles de plasma que nos vendiste para que nosotros se los vendiéramos a aquellos dos bakurianos?
- Ah, ya… - rememoró Yugo – Doce rifles de plasma, modelo Yukón 5/4. Una buena ganga, ya lo creo.
- ¡Y una mierda! – Rugió Cassidy – Esos malditos rifles no servían ni para matar moscas, y todo porque algún “listillo” les había quitado las células de carga… ¿Tú no sabrás nada de esas células, verdad?
- Oh, vaya… ¿no les puse las células de carga? ¡Qué despiste el mío, vaya! – Fingió Yugo con una mala actuación - ¿Necesitáis esas células? Puedo conseguíroslas por una buena cantidad…
- ¡Tendrá jeta el tío! – bufó Mortimer ante la ocurrencia del pequeño basky.
- Tranquilo, Mortimer – le calmó su compañero – El bueno de Yugo va a pagarnos esos trescientos créditos, ¿verdad que sí, Yugo?
- ¿Por qué crees que voy a hacerlo? – le preguntó el hombrecillo con aire curioso.
- Porque, y corrígeme si me equivoco, - le explicó muy despacio Cassidy – no creo que te guste mucho recibir la visita de esos dos bakurianos a los que estafaste con aquellos rifles inservibles, ¿verdad que no?
- ¡Ey, yo no estafé a esos bakurianos! – Protestó enérgicamente el basky - ¡Fuisteis vosotros quienes se los vendisteis!
- Ah, ah, ah… - Mortimer negó con el dedo índice mientras sonreía con aire malicioso – Nosotros solo hicimos la entrega ¡por encargo del vendedor!
- … O séase, tú – terminó Cassidy la frase - Verás – le aclaró mejor – Cuando les entregamos la caja y vimos que los rifles no funcionaban, les tuvimos que devolver el dinero, pidiéndoles disculpas por las molestias y diciéndoles que nosotros no éramos más que meros recaderos del vendedor, que era anónimo. No se fueron muy contentos, la verdad que no… ¿Lo vas pillando Yugo?
- ¡Malditos fulleros! – masculló éste por lo bajo al entender por dónde iban los tiros.
- Le dijo la sartén al cazo… - apuntilló Mortimer.
- Y bien, ¿cómo piensas pagarnos esos trescientos créditos, amigo mío?
- Bueno, - se excusó Yugo – como verás, aquí no tengo esa cantidad, pero, ¿qué me diríais si os propongo un negocio que podría seros de lo más rentable?
- Mírame Yugo. Mírame bien – le ordenó Cassidy señalándose a sí mismo - ¿Me tomas por idiota?
- En absoluto – se disculpó el basky – Os estoy dando la oportunidad de sacar quinientos créditos por cabeza. Ahora, si no queréis el trabajo, basta con que me digáis que no y punto – guardó una pequeña pausa mirando de soslayo a Mortimer.
- Lo queremos.
- No lo queremos.
                   Ambos amigos respondieron al unísono respuestas contrarias. Tras un par de segundos, fue Cassidy el que volvió a negarse.
- No lo queremos. Conociéndote como te conozco, seguro que es otro truco de los tuyos…
- Pero, Cassidy, son quinientos créditos por cabeza – terció su compañero pensando en la oferta hecha por el pequeño basky – Y, ahora mismo, no es que nuestra economía sea de lo más boyante que digamos.
- ¿Vas a fiarte de esta pequeña sabandija? – Cassidy no podía creer que su compañero estuviera pensando seriamente en aceptar la oferta de Yugo - ¡Vendería a su madre solo para quitarse de encima a sus acreedores!
- Pero debes de reconocer que necesitamos ese dinero – Mortimer seguía en sus trece - ¿Qué clase de trabajo sería ese? – preguntó a continuación a Yugo.
- Oh, nada del otro mundo – contestó el pequeño – Se trata simplemente de llevar a una persona a Rankine.
- ¿El asteroide ciudad? – Cassidy sintió cierta curiosidad al oír aquel nombre - ¿Y quién querría ir allí, voluntariamente?
- Mi cliente – respondió Yugo - ¿Os interesa el trabajo o no?
                   Cassidy meditó el asunto durante unos segundos. La experiencia de trabajos pasados le decía que fiarse de la palabra de Yugo sería de tontos, pero, como bien le había indicado su compañero Mortimer hace apenas un rato, su economía personal andaba bastante maltrecha en esos momentos. Y quinientos créditos por cabeza eran demasiados créditos como para ignorarlos así como así.
- ¿Quién es? – preguntó al fin.
- ¿Perdón?
- Tu cliente, - añadió - ¿quién es?
- Oh, nadie importante – contestó Yugo – Una persona que necesita llegar allí cuanto antes.
- ¿Por qué motivo necesitaría nadie ir a Rankine? – Preguntó Mortimer – Allí se esconde la peor calaña de la galaxia.
- Los motivos son cosa de mi cliente – le aclaró Yugo - ¿Aceptáis el trabajo, o no?
- ¿Cuándo cobramos? – preguntó Cassidy.
- La mitad al salir con el “paquete” y el resto a la entrega del mismo – le explicó Yugo – Siempre, claro está, que el “paquete” llegue sano y salvo.
- Te juro, pequeña sabandija, - le amenazó Cassidy – que si me la intentas jugar de nuevo te acordarás del día en que me conociste. ¿Te ha quedado bien claro?
- Como el agua.
- Oh, vaya – Mortimer se dio cuenta de que las luces del escenario habían cambiado de repente, pasando de iluminar el escenario al completo, a iluminar solo una pequeña zona con un único foco, señal inequívoca de la proximidad de una actuación importante - ¡Va a cantar Renata!
- ¡Por fin! – aplaudió feliz Yugo.
                   En el escenario apareció una mujer enorme, de cuerpo rechoncho, brazos y piernas rollizas, pelo rojizo con dos largas trenzas, mofletes colorados, labios grandes y carnosos y luciendo un más que llamativo vestido compuesto por miles de pequeños espejitos que lanzaban en todas direcciones destellos de varios tonos y colores. Cuando comenzó a cantar, su aguda voz de soprano interpretó con maestría una pieza de un aria, cosa esta que logró traer el silencio al interior del abarrotado local.
- Sublime – alabó embelesado Mortimer.
- Maravillosa – apuntilló a su vez Yugo – La voz de un ángel en medio del infierno.
- ¿Dónde recogemos el paquete? – quiso saber Cassidy.
- Mañana os daré todos los datos – le contestó Yugo sin dejar de mirar embelesado a la soprano – Ahora quiero disfrutar de este momento.
- Te espero afuera – le indicó Cassidy a su compañero. Este le hizo un gesto con la mano como si le hubiera escuchado, pero Cassidy dudaba mucho que fuera así.
                   Deseoso de salir del local, odiaba la condensación de humo tanto o más que las canciones de Renata, Cassidy se puso en pie y enfiló hacia la salida. Por desgracia para él, tropezó con la pierna de su compañero y cayó de bruces contra la espalda de otro de los clientes del bar. Era un enorme bendar, con unos brazos llenos de músculos y un tórax y un pecho más duros que el cemento armado, que se levantó furioso y con la camisa empapada por la bebida que el tropezón de Cassidy le había arrojado encima.
- ¡Estúpido humano! – Vociferó cabreado el bendar - ¡Mira como me has puesto! ¿Es que no tienes ojos en la cara?
- ¡Lo siento! – Se disculpó Cassidy – Ha sido un accidente…
- ¡Ay, Dios…! - Mortimer, que había visto lo ocurrido, se llevó la mano a la cara tapándose los ojos, porque sabía cómo iba a terminar aquello - Allá vamos otra vez…
CONTINÚA

Ratas del Espacio (Capítulo 1)


1 – PISANDO A FONDO

- Me encanta esta nave… - El que hablaba era Nicolai Sentura, un hombre de cejas y mostacho poblados, cuerpo voluminoso y capitán de la modesta nave carguero Asteroid que cruzaba en esos momentos el espacio, cerca de la nebulosa de Atreides, bordeando un pequeño campo de asteroides que se cruzaba en su ruta comercial – Ciento veinte toneladas de puro músculo metálico, sí señor.
- Capitán, recibo una señal en el radar.
- ¿Hum? – Nicolai miró de soslayo a su oficial de radar, un muchacho joven, de unos veinte años de edad, veintiuno a lo máximo - ¿De quién se trata?
- Es una nave pequeña, señor – le informó el radar – Se dirige hacia nosotros a mucha velocidad.
- ¡Mason! – rugió Sentura a su oficial de radio.
- ¿Sí, señor?
- ¡A ver si descubres de quién se trata! ¡Y lo quiero saber ya!
- ¡Enviando señal de identificación a la nave, señor! – contestó el oficial, otro muchacho algo más mayor que el anterior.
- Imagen en pantalla, señores – ordenó Sentura a dos de sus oficiales de puente.
- Imagen en pantalla, señor – contestaron éstos al unísono.
          Cuando la imagen de la pequeña nave apareció ante los presentes en el puente, el rostro de su capitán palideció, hecho éste que no pasó desapercibido para su segundo de a bordo, que enseguida se interesó por el bienestar de su capitán.
- ¿Le ocurre algo, capitán?
- ¡Dita sea mi suerte!... – masculló por lo bajo éste apretando los puños - ¿Qué cojones harán por este cuadrante esos dos desgraciados? – Se sentó en su sillón y dio órdenes a la tripulación – ¡Parad los motores! Escudos deflectores al máximo. Activad el camuflaje óptico. Todos atentos – Tras esto, se puso a contar lentamente con los dedos de la mano izquierda, ante la mirada atónita de su segundo.
- ¿Capitán qué…? - El capitán le mandó callar con un gesto de la otra mano. Cuando llegó a cinco, el oficial de radar corroboró sus temores, tal y como parecía estar esperando.
- ¡Se acercan más naves, capitán! ¡Son seis más! ¡Están disparándole a la nave pequeña, señor!
- ¡Tal y como me lo esperaba! – Sentura sonrió lacónicamente y atusó una de las puntas de su poblado mostacho – ¡Agarraos fuerte, muchachos, esto va a ser movidito!
- ¿Quiénes son los de la nave, capitán? – Quiso saber su segundo.
- Se llaman Cassidy y Mortimer – Le aclaró Sentura – Un par de desgraciados con muy mala suerte.
- ¿Es que no vamos a ayudarles?
- ¿¡Ayudarles!? – El capitán soltó una sonora risotada - ¡Tú reza para que esos dos capullos pasen de largo y se lleven con ellos a sus “amiguitos”! ¡Preparaos, ahí llegan! – Y dicho esto, cruzó los dedos de ambas manos, esperando que aquellas naves pasaran de largo y les ignorasen por completo.
                   Mientras el capitán Sentura rezaba para que eso ocurriera, en la pequeña nave sus dos tripulantes discutían acaloradamente.
- ¡¡Es la última vez que voy contigo a una cantina, Mortimer!!
- ¡Sí, claro, échame a mí la culpa! – Rugió el tal Mortimer, un hombre de baja estatura, cabeza calva, mostacho poblado y cuerpo muy robusto - ¿De quién fue la idea de pegarle una patada en los testículos a aquel kauriano, eh?
- ¡Le golpeé en la rodilla, no en los testículos!
- ¿Y dónde te creías que tienen los testículos los kaurianos, eh? – Mortimer fijó su vista en la pantalla del radar, más concretamente en un punto luminoso que parpadeaba mientras se acercaba cada vez más a su nave - ¡Misil a las tres en punto!
- ¡Ya lo veo! – Afirmó su compañero - ¡Agárrate fuerte, trataré de esquivarlo!
                   Cassidy, el compañero de Mortimer, y hábil piloto de aeronaves, zigzagueó con la nave a través de los asteroides del campo que atravesaban en ese momento. Con el segundo zigzag logró su objetivo, que el misil chocara contra uno de los numerosos pedruscos flotantes de la zona, sólo a escasos diez metros de distancia de la pequeña nave, que notó la sacudida de la explosión.
- ¡Fiú!... – silbó Mortimer aliviado – Esa anduvo cerca, compañero.
- ¡Por poco! – Rió complacido Cassidy - ¿Cómo vamos de combustible?
- Psé, psé… - su compañero hizo un gesto de balanceo con la mano izquierda mientras fijaba su mirada en el panel de lectura lateral de la nave – No es que estemos boyantes, pero nos apañaremos. Lo que me preocupa es la bomba de refrigeración de las turbinas.
- ¿Tan mal anda la cosa?
- Digámoslo de este modo; si no paramos enseguida, nos quedaremos sin motores en medio del espacio y perdidos a la deriva en mitad de ninguna parte. Tú decides, compañero.
- ¡Estoy en ello, estoy en ello!
- Pues date prisa, - le apremió su compañero señalando a dos puntos luminosos de la pantalla del radar – porque dos de nuestros amigos se están acercando demasiado.
- ¿Y qué tal si me echas una mano, para variar, y te encargas de ellos?
- ¡Vale, vale! – Mortimer se situó sobre el asiento que controlaba la torreta de dos cañones situada sobre el techo de la pequeña nave – Lo haré, aunque solo sea para que luego no digas que no te ayudo.
- ¡Prepárate, voy a virar en redondo para que los pilles por sorpresa! – le comunicó Cassidy mientras iniciaba la maniobra anunciada.
                   Desde la seguridad de su puesto en el puente de mando de la Asteroid, Nicolai Sentura pudo ser testigo de la hábil maniobra del piloto de la Colibrí, que así se llamaba la pequeña nave pilotada por nuestros dos amigos. Con un sorprendente looping, maniobra agravada por la proximidad de tantos asteroides, la Colibrí se colocó detrás de sus dos perseguidores y, abriendo fuego con la torreta, se deshizo de ellos en un suspiro. Lo que vio después ya no le gustó tanto a Sentura, que se puso de pie, haciendo aspavientos con las manos.
- ¡No, hacia acá no, imbéciles! – Gritó el capitán de la Asteroid sin darse cuenta, al ver que la Colibrí enfilaba directo hacia ellos tras la última maniobra realizada para deshacerse de sus perseguidores, seguidos muy de cerca por las cuatro naves restantes - ¡Virad, mamones, virad!
- ¡Capitán, no pueden vernos…! – le recordó su segundo – Recuerde que tenemos activado el camuflaje. Para ellos no somos más que un punto más entre tanto asteroide suelto.
- ¡Y una polla! – Le espetó Sentura - ¡Puedo apostarme mi cuello y no perderle a que ese cabrón de Cassidy sabe que estamos aquí! ¡Iniciar maniobra de evasión, cagando leches!
- ¡Imposible, capitán! – Le informó su radar – Solo faltan diez segundos para el impacto.
- ¡¡Joder!! – Bramó Sentura agarrando con fuerza los reposabrazos de su asiento - ¡¡Fuego a discreción contra las naves!!
                   Mientras Sentura da la orden de abrir fuego, la Colibrí sigue su rumbo hacia la nave mercante sin percatarse, al parecer, de la presencia de ésta última en medio de su trayectoria… ¿O sí?
- ¡Tenemos algo ahí delante, compañero! – Le informa Mortimer a su amigo señalando al radar.
- ¡Lo sé, lo sé! – Asiente rotundo Cassidy – Mi ojo derecho me lo ha dicho hace unos segundos… ¡Agárrate fuerte que vamos a virar!
                   Tras darle el aviso a su compañero, Cassidy realiza la maniobra, justo en el mismo momento en el que la Asteroid abre fuego con sus dos torretas principales, destrozando con sus disparos a las cuatro naves perseguidoras, cuyos restos se estrellan de golpe contra los escudos deflectores de la nave mercante, provocando con los impactos alguna que otra fuerte sacudida en la estructura de la misma.
- Informe de daños – Solicitó el capitán Sentura a su tripulación.
- ¡Nada grave, señor! – le informaron por el intercomunicador desde la sala de motores – Solo se han reventado un par de tuberías y se ha sobrecalentado el generador auxiliar, pero no es nada que no podamos arreglar en una media hora como mucho.
- Bien, poneos a ello – solicitó Sentura – Abrid un canal de comunicación con la nave pequeña.
- Enseguida, capitán.
                   A bordo de la Colibrí, sus dos tripulantes respiraban aliviados, tras ver cómo sus perseguidores se desintegraban contra los escudos protectores de la nave mercante, que había aparecido de repente ante sus narices y que Cassidy pudo esquivar hábilmente.
- Esa maniobra ha sido muy arriesgada, compañero – le comentó Mortimer a su amigo – Suerte de tu ojo derecho cibernético…
- Ey, estamos a salvo, ¿no? – Le rió Cassidy - ¿Qué más quieres? Oh, vaya…
- ¿Qué ocurre ahora?
- Estamos recibiendo una llamada desde esa nave mercante.
- ¿Qué nave? – Preguntó curioso y sorprendido Mortimer - ¿La misma que nos ha salvado involuntariamente el pellejo?
- La misma.
- Habrá que contestarles, digo yo. ¿No te parece?
- ¡Qué remedio! – Cassidy apretó un botón sobre el tablero de mandos para activar la emisora de la radio de la nave. Cuando lo hizo, la voz de Nicolai Sentura llenó el interior de la misma.
- … Nave en ruta, identifíquese, por favor. Repito; nave en ruta, identifíquese…
- Aquí nave Colibrí. - respondió Cassidy - ¿Algún problema?
- ¿¡Y todavía lo preguntas, so cretino!? – Rugió colérico Sentura – Por vuestra culpa esas naves han estado a punto de destrozar la mía… ¿En qué narices estabais pensando, eh?
- Un momento… ¿Sentura? – preguntó curioso Cassidy, al reconocer la voz de su interlocutor.
- ¿Es Nicolai? – Preguntó a su vez Mortimer - ¡Hola, Nicolai! ¿Qué tal te va, viejo amigo?
- ¡¡Dejaros de gilipolleces!! – Rugió nuevamente Sentura - ¿Acaso queríais matarnos con esa alocada maniobra? ¿Estáis locos o qué os pasa?
- No sabíamos que estabas ahí – Le mintió descaradamente Cassidy – Te lo juro Nico.
- ¿Me tomas por imbécil, Cassidy? – La voz del capitán Sentura sonó cansada.
- En absoluto, Nico – respondió Cassidy.
- Largaos de aquí de una vez y que no vuelva a veros nunca más cerca de mi nave, u os destrozaré sin reparos, ¿entendido?
- Esto… - le interrumpió tímidamente el compañero de Cassidy.
- … ¿Qué queréis ahora?
- ¿Podríais pasarnos algo de combustible? Es que andamos algo cortos… – pidió Mortimer - … Por favor.
                   Sentura cortó justo en ese momento la comunicación con la pequeña nave, dejando a sus dos tripulantes con la incertidumbre dibujada en sus rostros.
- ¿Crees que nos dará el combustible? – preguntó con gesto preocupado Mortimer a su compañero.
- No lo sé… - le respondió éste - … Se le notaba algo enfadado.
- Oh, vaya…
                   Ambos amigos se miraron mutuamente durante unos segundos para, al final, prorrumpir en sonoras carcajadas.
CONTINÚA

ZARKO DE MYZAR. CAPÍTULO 14 (Y FINAL)


Capítulo 14 – La Torre de Acinor.

         El interior de la oscura torre estaba totalmente en silencio y no se oía ningún ruido. La sala en la que se hallaban en ese momento era amplia y circular y apenas había luz en ella. Solo una zona de la sala, que era mucho más amplia de lo que el exterior de la torre daba a entender, estaba iluminada. Era el mismo centro de la sala, en cuyo lugar se encontraba un extraño pedestal que sostenía un libro abierto de par en par. A ambos lados del pedestal, flanqueándolo, había dos candelabros de pie alto con forma de calavera, de cuyas cuencas vacías emergían las luces de unas diminutas velas. La atmósfera que envolvía a la sala era ciertamente inquietante y erizaba la piel de los tres presentes.
- No me gusta nada este lugar – apuntó Zarko.
- Ni a mi – añadió a su vez Freyan – Es como si la propia muerte nos estuviera dando la bienvenida a sus dominios.
- ¿Y qué se supone que tenemos que hacer ahora? – preguntó el joven Fedhoram – Por aquí no hay escaleras ni puertas por donde seguir.
- Inspeccionemos el pedestal – indicó Freyan – Quizás el libro nos diga algo.
         Se acercaron al pedestal para examinar de cerca el libro. Zarko, receloso del lugar en el que se hallaban, apoyaba en todo momento la mano sobre la empuñadura de su espada, sujeta a la espalda, en previsión de cualquier eventual ataque por alguna fuerza hostil.
- Examina rápido el libro, amigo – le espetó a Freyan – Quiero salir de este lugar lo antes posible.
- Es Urkiano – dijo Freyan ojeando el libro.
- ¿Urkiano? – le preguntó Fedhoram - ¿Qué es eso?
- El dialecto de los Tarsianos, los cuales, según las antiguas leyendas, fueron los primeros pobladores del mundo. Se dice que su raza desapareció hace varios miles de años. Cuentan que, tras la Guerra de los Tres Reinos, acaecida varios miles de años atrás, los tarsianos se recluyeron en las montañas de Jarrak, la tierra de los hielos eternos, y, poco a poco, desaparecieron de la faz de la tierra, no así su legado cultural.
- ¿Cómo es que sabes tanto de las antiguas razas? – preguntó Zarko.
- Siempre me gustó la Historia – respondió Freyan.
- ¿Y qué dice el libro, maestro? – preguntó a su vez Fedhoram.
- Poca cosa – aclaró su mentor.
- ¿Alguna manera de salir de esta sala? – preguntó Zarko.
- No lo se – respondió Freyan de nuevo – Lo que dice carece de sentido alguno. Escuchad;
         Caminante del exterior, que anhelas el poder.
         Del ayer harás tu sino para forjar tu destino.
         Mira al mañana con la fuerza del deber
         y añora tus pisadas perdidas en el camino,
         para encontrar la senda de tu amanecer.
         Sigue tu sombra con valor y sin ver el camino,
         y al perderla, lo que buscas, habrás de ver.”
- ¿Una adivinanza? – Fedhoram parecía contrariado.
- Eso parece – asintió desconcertado su tutor – Pero no se muy bien cómo descifrarla.
- Está claro que esa adivinanza quiere mostrarnos el camino a seguir para encontrar la salida de esta sala – supuso Zarko.
- Eso ya me lo imagino, amigo mío – rió con sarcasmo Freyan – Pero no se a qué diablos se refieren estos versos.
- ¿A lo mejor a los pasos a seguir desde un punto? – dijo Fedhoram.
- Ya, pero ¿desde dónde habríamos de empezar?
- ¿Qué tal la puerta por la que entramos? – sugirió Zarko – El verso habla del “caminante que llega del exterior”, ¿no es cierto?
- Hum… - Freyan sopesó la idea del Myzarino – Puede que no andes muy desencaminado, amigo mío. Bien, probemos. Fedhoram, ponte delante de la puerta y haz lo que yo te diga.
- Bien.
         El joven obedeció y se colocó frente a la puerta a la espera de nuevas órdenes por parte de su tutor.
- Bien – señaló éste último – Ahora, siguiendo las instrucciones de estos versos, deberías de caminar hacia delante siguiendo tu sombra.
- De acuerdo.
         Fedhoram comenzó a andar sin perder de vista a su sombra. Cuando hubo caminado unos diez pasos, ésta cambió misteriosamente de dirección, mirando hacia su derecha.
- ¿Qué hago? – preguntó a su mentor.
- Lógico – contestó éste con una sonrisa – Caminar hacia donde te indique ahora.
         El muchacho así lo hizo y siguió su sombra unos pasos más, hasta que cambió nuevamente de dirección, ahora hacia la izquierda. Varios giros más, hacia varios lados de la sala y, finalmente, el muchacho dejó de ver su sombra en el suelo.
- ¿Y ahora qué? – preguntó con curiosidad.
         Un crujido en el suelo le dio la respuesta. La baldosa sobre la que pisaba en ese momento se hundió levemente y se oyó un clic en el suelo. Acto seguido, un crujido en la pared de piedra les reveló el camino a seguir en forma de gruesos bloques de piedra que emergían de la pared formando una espiral ascendente hasta lo alto de la sala. Ya tenían una escalera.
- Bueno – sonrió Freyan – No ha sido tan difícil, ¿verdad?
- hum… - el rostro del Myzarino mostraba cierta preocupación – Demasiado fácil, quizás.
         Al poco de pronunciar estas palabras, el Myzarino se arrepintió de haberlas pronunciado. Al terminar de formarse la escalera, formada por unos cuarenta bloques de piedra, del techo de la sala se abrió una esclusa y de la esclusa cayó al suelo un enorme cíclope armado con una no menos enorme maza de cabeza cuadrada de granito. Cuando la enorme mole del hercúleo gigante llegó al suelo, las paredes de la sala retumbaron y el suelo tembló con un sonido estrepitoso.
- ¡Por el hacha de Talon, el maldito, mejor me hubiera callado la boca! – maldijo en voz alta Zarko desenvainado su espada - ¡Coge al chico y empezar a subir por la escalera!
- ¡Si, claro! – gritó Freyan desenvainado su arma - ¡Y tú te quedas con toda la diversión! ¡Ni hablar, amigo mío!
- ¡Veamos cómo se enfrenta a los tres juntos esa mala bestia! – rugió a su vez el joven Fedhoram desenvainando su arma y colocándose delante de sus dos compañeros!
- ¡Ni hablar! – dijeron éstos dos al unísono. Y agarrando al muchacho por los hombros, le obligaron a subir a la escalera - ¡Tu vete subiendo, te seguiremos enseguida! – le ordenó Freyan tajantemente.
         El inmenso cíclope levantó en alto su enorme maza y lanzó un poderoso golpe con ella. Zarko y Freyan se hicieron a un lado y la cabeza cuadrada de granito golpeó estrepitosamente contra el suelo, provocando con ello que tanto suelo como pared retumbaran. Al haber fallado su golpe, el bestial mastodonte rugió con fuerza y se preparó para asestar un nuevo golpe.
- ¡Rodeémosle! – le gritó Zarko a Freyan.
- ¡De acuerdo!
         Dicho y hecho, cada uno de los dos echaron a correr en direcciones opuestas. Por desgracia para Freyan, el gigante le había escogido como víctima más asequible en esos momentos. El cíclope alzó la maza y, siguiendo a su presa con la vista de su único ojo, lanzó un nuevo golpe.
- ¡Cuidado amigo! – le avisó a tiempo Zarko.
         Puesto sobre aviso, Freyan hizo un requiebro y, saltando hacia un lado en el último instante, esquivó el golpe de la peligrosa maza. Por desgracia para él, el cíclope parecía estar esperando ese movimiento, ya que, sin previo aviso, se abalanzó sobre el hombre y, golpeándole con su enorme mano de cuatro dedos, lo arrojó violentamente contra la pared. El cuerpo medio inerte de Freyan golpeó violentamente la pared de la sala antes de caer semiinconsciente al suelo. Trató de recomponerse y prepararse para recibir el nuevo ataque de su contrincante, pero el cíclope no parecía estar dispuesto a concederle el tiempo necesario para recobrarse por completo. Con otro rabioso grito, alzó su maza empleando ambas manos y se preparó para asestarle a Freyan el golpe de gracia.
- ¡Maldita bestia! – rugió Zarko - ¡Yo te enviaré al infierno del que te han sacado!
         Con un grito de rabia, el Myzarino saltó sobre tres de los escalones de la sala y, desde esa altura, se lanzó sobre el desprevenido cíclope, cayendo sobre la espalda del gigante. Agarrándose con una mano como buenamente podía, con la otra mano comenzó a lanzar golpes de espada sobre el hombro del gigante quien, si bien no sufría en exceso ante los cortes poco profundos que la espada de Zarko le causaban, si que se sentía molesto por los ataques del Myzarino.
         El gigante trataba de sacarse de encima a tan molesto incordio, pero sus brazos no lograban alcanzar al Myzarino, que disfrutaba de una posición ciertamente ventajosa en cuanto a su adversario. El gigante, viendo que sus movimientos no resultaban nada fructíferos, cambió de táctica. Con toda su furia y toda la fuerza y peso de su descomunal cuerpo, se lanzó de espaldas contra la pared de la sala.
- ¡Ah, perro del demonio, muy astuto! – bramó Zarko, que vio venir las intenciones de su colosal adversario.
         Con un ágil salto en el último momento, Zarko se lanzó al suelo y el cíclope se estrelló contra la pared de la sala sin conseguir su propósito. Rugió nuevamente y golpeó la pared de la sala con su enorme maza. Entonces se lanzó en persecución del Myzarino blandiendo en alto su enorme maza.
- ¡Vamos, perro asqueroso! – le incitó Zarko - ¡Atrápame si puedes!
         El Myzarino echó a correr por la sala con movimientos zigzagueantes y siempre en círculo, para evitar ser un blanco fácil para el enorme y furioso cíclope, que lanzaba en ese momento otro golpe de maza, errando y arrancando del suelo trozos de losa que saltaban disparados en varias direcciones.
- ¡Atráelo hacia aquí! – oyó que le gritaba Freyan, ya recuperado y subido al cuarto de los peldaños de la escalera.
         Zarko hizo caso a las indicaciones de su compañero y engañó al cíclope para colocarle justo donde Freyan quería. Cuando ya estaba en la posición deseada, Freyan se arrojó sobre el hercúleo gigantón blandiendo su espada. Empleando todas las fuerzas de las que era dueño en ese momento, clavó con fuerza su espada y la hundió en el cuerpo del cíclope. Pero su golpe no fue todo lo certero que Freyan hubiera deseado, puesto que, en lugar de clavar la espada en la base del cuello, tal y como era esa su intención, su golpe erró por muchos centímetros y la espada fue a clavarse justo en el hombro del cíclope.
- ¡Maldición! – exclamó con rabia Freyan viendo que su táctica había fallado.
         El enorme y furioso cíclope rugió de dolor y trató, en vano, de despojarse de aquella dolorosa molestia del hombro derecho. Loco de rabia y de dolor, comenzó a golpear ciegamente a todo lo que tenía cerca en ese momento y Freyan tuvo que saltar en dos ocasiones hacia los lados para evitar a la peligrosa maza del gigante.
- ¡Eres mío, un-ojo! – rugió triunfante Zarko.
         Imitando a su compañero, Zarko se dejó caer del mismo peldaño, para, empuñando con fuerza su espada, clavarla por completo, esta vez si, en el cuello de su enfurecido adversario, que, al recibir la dolorosa estocada, rugió guturalmente. El Myzarino, agarrado a las empuñaduras de ambas espadas clavadas en el cuerpo del cíclope, aguantaba férreamente las sacudidas de éste, que trataba, en vano, de deshacerse de tan molesto incordio.
- ¡Ruge, animal, ruge! – gritó rabioso Zarko, al tiempo que arrancaba la espada de su compañero y la sostenía en alto con fuerza - ¡Por Koyum que te haré morder el polvo!
         Sujetándose con la mano izquierda, usó la derecha para hundir la espada de su compañero en el cuello del gigante, junto a su propia espada. Al recibir la nueva estocada, el gigante se sacudió varias veces tratando de deshacerse de su adversario, fuertemente asido a las empuñaduras de ambas espadas. Segundos después, el cíclope se puso rígido de repente, soltó un lastimero y gutural gemido y cayó pesadamente sobre el suelo de piedra. El Myzarino aparecía de pie, subido a la espalda del gigante caído, en actitud triunfal y con ambas espadas en sus manos.
- ¡Por Koyum! – exclamó jubiloso - ¡Ha sido un combate digno de ser plasmado por los versos de mi buen amigo, Azarinus el bardo!
- ¡Y que lo digas, amigo mío, y que lo digas! – corroboró un dolorido Freyan poniéndose en pie.
(Y FINAL, HASTA EL MOEMNTO)

SE NOS VA EL 2010

OS DESEO A TODOS UN FELÍZ AÑO NUEVO.
QUE SEÁIS MUY FELICES NO SOLO EN ESTE DÍA TAN SEÑALADO, SINO TAMBIÉN A LO LARGO DEL AÑO VENIDERO.
DISFRUTAD MUCHO Y PASARLO EN GRANDE.
FELÍZ 2011


VANCE, EL CAZADOR (CAPÍTULO FINAL)


15 – EPÍLOGO

                   Vance contempla la ciudad desde la parte más alta del tejado a dos aguas de una vieja casona. Es de noche y sopla una suave y fría brisa. El manto de luces titilantes que conforman el alma nocturna de la ciudad se extiende ante él en todo su esplendor. El cielo está estrellado esa noche, aunque un pequeño grupo de nubes cubren la luna. A su espalda, un sonido muy familiar le informa de la llegada de su amigo Archer a través de uno de sus portales de traslado.
- Tío, deberías hacerte mirar esta manía tuya de subirte a los tejados – le saluda – En serio, ¿tienes alguna especie de trauma infantil con relación a los tejados de las casas? Lo habitual en las personas normales es usar el suelo. ¡Pilla! – le arroja una lata de refresco que Vance caza en el aire con una mano.
- ¿Coca cola Light?
- Eh, ¿qué esperabas? – Le contesta Archer encogiéndose de hombros – Soy menor de edad, ¿recuerdas? Además, no quedaba de la normal…
- ¿No quedaba coca cola normal? – Vance le mira con gesto de incredulidad - ¿En dónde las compraste, en una tienda en Alaska?
- No – Archer le hace una mueca burlona – En la tienda de los chinos que hay cerca de aquí…
- Gracias, supongo – Vance abre la lata, dejando escapar el gas sobrante del interior.
- No hay de qué – Archer se sienta junto a él y abre la suya - ¿Qué tal te va, tío?
- Voy tirando – Vance le da un sorbo a su bebida y sofoca un eructo antes de que escape de su boca.
- Lamento que los de la agencia te dieran de baja por lo que hiciste… - comenta Archer para abrir la conversación – Y dime, ¿qué es lo que has hecho durante estas dos últimas semanas? Supongo que habrás aprovechado bien el tiempo, ¿no?
- He estado echándoles una mano a Hobs y Mitch en el Murasane. El señor Garibaldi ha insistido incluso en hacerme un contrato indefinido.
- Bueno, míralo por el lado positivo, - le dice Archer en tono jocoso – al menos no estarás sin curro, que, tal y como está el tema hoy en día, siempre es de agradecer, ¿no?
- Qué simpático… - Vance le hace una mueca y da otro sorbo a la bebida.
- ¿Hablaste ya con tu hermana? – Archer le pregunta sin rodeos, aunque mirándole de reojo antes de darle un sorbo a su bebida.
- No – Vance agacha la mirada y su semblante cambia – Lo intenté, pero no he sido capaz. Se fue a casa de nuestra tía Isabel, la hermana soltera de mi padre.
- Vaya, lamento oírte decir eso… – Archer se siente culpable por reabrir la herida de su amigo – Dime, ¿de qué tienes miedo? No conozco a tu hermana, salvo por el otro día que la saqué de aquel lugar, pero me pareció una chica muy sensata y cabal. Creo que ella lo entendería. Si al menos…
- … ¿Si al menos qué? – Le corta tajante Vance – ¿Si la contara lo que soy, a qué me dedico, crees que ella lo entendería? ¿Si la dijera las cosas que he tenido que hacer a causa de mi trabajo, lo entendería también? ¿Crees que me miraría de la misma forma en la que me ha mirado hasta hoy, después de saber las cosas que hago? ¿En serio lo crees, Archer?
- No es lo que yo crea, amigo – le contesta Archer cabizbajo – Lo que importa es que tú seas capaz de abrirle tu corazón a tu propia hermana. Además, aunque me duela recordártelo, es lo poco que te queda de familia. Si la pierdes también a ella, con el tiempo te llegarás a odiar con todo tu ser por haber sido tan idiota.
- Ya, sí, bueno… - Vance mira las estrellas meditabundo – Se lo diga como se lo diga, para ella seré un asesino. No hay diferencia.
- ¡Te equivocas, sí que la hay! – Le corta tajante Archer – La diferencia radica en que lo que hacemos en la agencia es para proteger a la gente de la calle de personas como Ventura. ¡Esa es la diferencia!
- Un pobre consuelo, ¿no te parece? – Vance ni siquiera mira a su amigo a la cara. Continúa observando las estrellas dibujadas en el firmamento.
- Al menos es un punto en el que apoyarse – le replica Archer – Y creo que tú, hoy más que nunca, necesitas algo en lo que apoyarte.
- Gracias. En serio – Vance le da un último sorbo a su lata y la vacía del todo.
- A mandar, colega – contesta Archer bebiendo de su lata – Ah, casi se me olvida. Toma – saca del bolsillo trasero de su pantalón vaquero una tarjeta pequeña que le entrega a su amigo. En ella se puede leer el nombre, en letras doradas, de Leónidas Brazilev – Me pidió que te dijera que no olvida lo que hiciste por él con lo del asunto de Ventura. Me dijo también que le llamaras lo antes posible por teléfono. Según tengo entendido, cuando se asiente en el consejo de “La Pirámide” como nueva mano, y las aguas vuelvan a su cauce, piensa ponerte bajo su tutela como dedo. Enhorabuena, tío, te has hecho un valioso amigo en el consejo de la agencia.
- ¡Estaré en racha…! – Suspira Vance quedamente mientras juega con la tarjeta entre sus dedos – Dile que le llamaré, pero no ahora. Necesito un tiempo para asimilar todo lo ocurrido últimamente. ¿De acuerdo?
- ¡Sí señor! – Archer saluda militarmente a su amigo y se pone en pie – Y mírate lo de los tejados. Te lo digo en serio, tío. No puede ser algo normal – instintivamente, el muchacho crea un nuevo portal y se mete en su interior – Chao, colega. Nos vemos pronto.
- Adiós – le despide Vance – ¡Y gracias por la bebida!
- De nada.
                   Cuando el portal se cierra, Vance se pone de pie y se sacude el pantalón para desentumecer sus extremidades. Observa con cierto deleite la vista que la ciudad le ofrece, inspirando profundamente para llenar los pulmones con una buena bocanada del aire fresco de la noche. Por primera vez, desde hace ya dos semanas, siente como su espíritu consigue un poco de tranquilidad. La herida sigue ahí, por supuesto, y aún le queda por hablar con su hermana, pero en su interior nota que algo está cambiando.
                   Tal vez, después de todo, no sea tan mala idea contarle toda la verdad a su hermana. Tal vez no.
                   Cierra los ojos y, en un pequeño suspiro, se deja envolver por las sombras. Y se convierte en una sombra más.
                   Porque su mundo es oscuro y febril.
                   Su mundo es la noche, llena de sombras y oscuridad.
                   Su mundo es la caza.
                   Su nombre es Vance… y es un cazador.


- FIN -

ZARKO DE MYZAR. CAPÍTULO 13


Capítulo 13 - Rumbo a Heren.

- ¡A tu espalda amigo mío!
         Zarko, obedeciendo al grito de aviso de su compañero y amigo Freyan, giró sobre su cintura y levantó su espada para detener el ataque lanzado por su adversario, un merodeador de las colinas. Con una nueva finta, el Myzarino rompe la defensa de su adversario y, asestándole un poderoso mandoble con la espada, le secciona una de las piernas a la altura del muslo. Cuando el adversario cae a tierra entre gritos de dolor, Zarko le remata atravesándole el pecho con el filo de su acero. Por su parte, el joven Fedhoram, ayudado a su vez por Freyan, su amigo y mentor, empala en su espada a otro de los merodeadores que se hallaba dispuesto a embestirles empuñando una enorme hacha de doble hoja.
- ¡Buen golpe muchacho! – le apremió triunfante su mentor.
- Ese era el último, ¿verdad? – preguntó el joven a sus dos compañeros.
- Eso parece – contestó Zarko mientras desencajaba la hoja de su espada del cuerpo inerte de uno de los merodeadores caído en el suelo – Prosigamos nuestro viaje. Heren no debe de estar ya muy lejos.
         El trío de aventureros se disponía ya a subir a sus monturas cuando una flecha atravesó el cielo silbando y se clavó en el hombro de Freyan entrándole desde atrás. Freyan cayó rodilla en tierra con un grito contenido de dolor.
- ¡Maestro! – Fedhoram corrió presto a ayudar a su mentor.
- ¡Vienen más! – gritó Zarko - ¡Rápido, tenemos que salir de aquí!
         Ayudando a Fedhoram, colocaron a Freyan sobre su montura y la espolearon, haciendo luego ellos dos lo propio con las suyas. Segundos más tarde, un nutrido grupo de merodeadores de las colinas salían tras ellos montados sobre güarkos.
- ¡Nos persiguen! – señaló el muchacho.
- Ya  lo veo – apuntó a su vez Zarko – Esto es bastante extraño. Generalmente, estos desarraigados no suelen abandonar sus colinas.
- ¿Crees que Denól los controla? – le inquirió el maltrecho Freyan agarrándose como buenamente podía a las riendas de su caballo.
- Por supuesto – contestó convencido el Myzarino - ¿Qué otra explicación puede haber sino? ¿O acaso no te pareció muy extraña la forma en la que nos han emboscado hace una hora, en plena luz del día y en una zona abierta? Te lo aseguro, amigo, ese Denól anda metido tanto en esto como el sol en el amanecer.
- ¡Como no hagamos algo pronto, nos cogerán enseguida! – indicó Fedhoram - ¡Cada vez están más cerca!
- ¡Ya lo veo! – observó Zarko - ¡Espolead al máximo a vuestros caballos! ¡Y procurad esquivar sus flechas!
- ¡El aviso llega un poco tarde, amigo mío! – señaló con ironía Freyan.
         El grupo espoleó más a sus caballos tratando de poner más distancia entre ellos y sus perseguidores. El Myzarino sabía, no obstante, que la ventaja que ahora tenían, se desvanecería en cuestión de segundos, pues sus monturas no soportarían semejante castigo durante mucho más tiempo. Cuando las fuerzas de sus monturas fallasen, estarían  a merced de aquellos salvajes. Y Zarko sabía muy bien que aquella idea no era nada halagüeña. Conocía perfectamente lo que esos desgraciados les hacían a sus prisioneros (si es que dejaban alguno con vida) y las atroces torturas a las que les sometían.
- ¡Por allí! – Zarko señaló a sus compañeros un pequeño bosque que se divisaba hacia el este.
         Obedeciendo a su amigo, el trío viró en dirección hacia el bosque y se internó en él con la esperanza de despistar a sus perseguidores. El bosque, formado por secuoyas, robles y palmeras, era tupido y se veía atravesado por un camino de tierra no muy ancho. El pequeño grupo atravesó velozmente el bosque esquivando a duras penas los muchos obstáculos que el mismo presentaba a lo largo del trayecto. De cuando en cuando, debían de agachar sus cabezas para no golpearse con una quima baja o, cuando no, debían de hacer que sus monturas saltaran por encima de la raíz de un árbol que se atravesaba a lo ancho del camino.
- ¡Mirad! – el joven Fedhoram señaló con su mano hacia delante - ¡Un puente colgante de madera!
- ¡Por fin algo de buena suerte! – rió Zarko – El gran Koyum vela por sus fieles. ¡Rápido!
- Intuyo que se te ha ocurrido algo – le dijo el dolorido Freyan.
- Echaremos abajo el puente – le explicó su amigo – Espero que eso nos sirva para deshacernos de nuestro compañeros de viaje. ¡Vamos!
         Aceleraron todavía más el galope y atravesaron el estrecho puente colgante de madera que salvaba un pequeño precipicio. La caída era algo significativa y terminaba en las aguas revueltas de un río profundo. Al llegar al lado opuesto del puente, Zarko y Fedhoram desmontaron de sus caballos y, ayudados por sus espadas, comenzaron a cortar las amarras que sujetaban al puente en ese lado del acantilado.
- ¡Daos prisa! – les avisó Freyan, que no podía ayudarles en gran cosa dado su estado - ¡Ya se acercan!
- ¡Venga muchacho! – apremió Zarko a Fedhoram - ¡Golpea esas amarras con toda la fuerza de tus músculos!
         Debido a su gran fuerza, Zarko cumplió con su cometido en apenas unos segundos, pero no bastaba para detener a sus enemigos, que ya comenzaban a cruzar el tambaleante puente. El Myzarino decidió ayudar al muchacho y empezó a cortar también las amarras del mismo lado.
- ¡Van a cruzar! – gritó Freyan.
- ¡Voto a Koyum que esos bastardos no pasarán! – gritó el Myzarino
Y, con un durísimo mandoble de su espada, cortó el último trozo de amarra del puente de madera, que se vino abajo llevándose tras de si a los merodeadores de las colinas que ya estaban cruzándole en ese momento. Los pocos supervivientes que quedaron en la otra orilla del acantilado, maldecían inútilmente en un extraño y antiguo dialecto, soltando improperios varios y amenazando al trío de aventureros levantando sus armas en alto.
- Bien – propuso sonriente Zarko – Ahora ocupémonos de esa herida tuya, amigo mío.
         Con cuidado, ayudado por Fedhoram, Zarko ayudó a Freyan a desmontar de su caballo y lo sentaron en el suelo. Zarko inspeccionó la herida de la flecha, que entraba limpiamente por la parte de atrás del hombro.
- Tienes suerte, compañero – sonrió Zarko – Es una herida limpia y sin complicaciones. El único problema será sacar la flecha de ese hombro. Te dolerá.
- Tranquilo – le tranquilizó Freyan – Podré soportarlo. Adelante, hazlo.
- ¿Seguro? – bromeó el Myzarino - ¿No te pondrás a llorar como una chiquilla, verdad?
- ¡Oh, venga, hazlo ya! - rió Freyan.
         Como la flecha sobresalía un poco por la parte de la punta, Zarko sujetó firmemente la parte trasera de la misma con sus dos fuertes manos. Con fuerza, rompió la flecha y Freyan ahogó entre los dientes un grito de dolor al notar la pequeña sacudida producto de la acción del Myzarino.
- Bien – Zarko miró al joven Fedhoram en esta ocasión – Agárrale con fuerza por los hombros mientras yo saco el resto de la flecha.
- De acuerdo – asintió el joven.
- Y ahora, amigo – palmeó el hombro sano del dolorido Freyan – será mejor que aprietes bien los dientes. ¿Listo? Allá voy…
         Apoyando una mano sobre el pecho de su amigo, con la otra sujetó firmemente la punta metálica de la flecha. Tiró con firmeza pero con cuidado de no hacer  ningún movimiento brusco que pudiera provocarle alguna hemorragia a su compañero. Fedhoram sujetaba con fuerza los hombros de su mentor y, bajo sus manos, pudo notar cómo los músculos del cuello y hombros de su maestro y amigo se ponían en tensión al soportar el dolor. Segundos después, que parecieron eternos, el resto ensangrentado de la flecha estaba fuera de la herida. Acto seguido, Zarko se quitó su camisa de tela y se la pasó a Freyan, ordenándole que la convirtiera en improvisadas vendas. Después cogió un poco de arcilla, sacada de una pared arcillosa de una pequeña loma cercana a donde estaban, y la amasó usando un poco de agua. Usando dos pequeños trozos de esa arcilla amasada, taponó con ellos los dos agujeros de la herida. Tras esto, utilizó las vendas fabricadas a partir de su camisa para vendar la herida.
- Listo. Espero que puedas aguantar hasta que te procuremos una ayuda mejor.
- Estás hecho todo un matasanos, amigo mío – le felicitó Freyan.
- Son cosas que uno va aprendiendo por la fuerza, compañero – le explicó risueño Zarko - ¿Cómo te encuentras?
- Bastante bien – contestó Freyan – Teniendo en cuenta que hasta hace unos segundos una flecha me atravesaba el hombro de lado a lado.
- Bueno – sentenció el Myzarino – Descansemos un poco. En unos minutos proseguiremos con nuestro viaje. Esa maldita torre de Acinor no debe de andar ya muy lejos. ¡Por Koyum que el viajecito ya me está empezando a parecer demasiado largo!
- ¡Y a mi también, amigo mío! – sentenció riendo Freyan.
Cabalgaron durante un par de horas más sin más contratiempos. Al llegar a lo alto de una loma, divisaron por fin la torre de Acinor, majestuosa, elevándose por entre unos pocos árboles que crecían a su alrededor. Tiene una altura de unos cinco pisos, es cilíndrica, tallada en roca negra, su base es más ancha que la parte más alta y no posee ni una sola ventana.
- Por Koyum – espetó Zarko – Por fin hemos llegado.
- ¿Estás listo, Fedhoram? – preguntó Freyan a su pupilo, consciente de la prueba que éste deberá afrontar en el interior de la siniestra torre.
- Si – contestó el muchacho con tono decidido – Estoy preparado, maestro. Vayamos ya y acabemos con esto cuanto antes.
- Así se habla, muchacho – apuntó Zarko – Acabemos con esto enseguida.
         Al Cabo de pocos minutos, el trío se hallaba frente a la entrada de la enigmática y oscura torre, una doble puerta de madera, alta y con una extraña gárgola de bronce negro bruñido clavada en una de las hojas, con sus fauces abiertas de par en par formando una diabólica sonrisa y sus ojos cerrados.
- ¿Y cómo diablos se supone que vamos a entrar? – inquirió Zarko - ¿Llamando?
- Usaremos esto – Fedhoram sacó de su camisa el medallón de Ypam, la hija de Acinor, entregado por la diosa Yuga tras superar la prueba a la cual le sometió.
- Pues no veo dónde se coloca el medallón – objetó su mentor, Freyan – No hay hendiduras de ningún tipo en la puerta ni junto a ella.
- Tal vez no necesitemos ninguna hendidura porque ya la hay – indicó el muchacho señalándoles a sus amigos la extraña gárgola.
         El joven bajó de su caballo y colocó el medallón de Ypam entre las fauces de la gárgola. Durante unos segundos no ocurrió nada extraño que indicara si habían acertado o no con la idea, pero, al final, un leve chasquido producido en la boca de la gárgola les dio la razón. Con un gutural chirriar de sus goznes, la enorme puerta de madera se abrió hacia adentro para, con la negrura de sus fauces abiertas, darles la bienvenida a su morada.
- Bueno – dijo cansadamente Zarko – Allá vamos, Denól.
         El trío atravesó el umbral de la entrada y, con otro gutural chirrido, la enorme puerta cerró sus fauces. Para bien o para mal, estaban atrapados en el interior de la prisión del oscuro hechicero y ya no había posibilidad alguna de dar marcha atrás.
CONTINÚA

FELÍCES FIESTAS A TODOS

Pues eso, que os lo paséis muy bien en estas fiestas
y que las disfrutéis a tope con los vuestros.