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VAMPIRO


VAMPIRO. Por El Abuelo.

                  "La noche me envuelve una vez más con su negro manto, y su fría mano trata de llegar hasta mis huesos, pero hace ya tiempo que no siento el frío en mi cuerpo.... ni tan siquiera noto el calor. Camino solo por la ciudad, hace ya tiempo que vago solo, perdido y sin rumbo..., Marianne se fue,.... abrazada por la negra mano de la Segadora de almas,...La Señora,.... la Parca,.... la Muerte,.... qué más da como la llaméis...., ella fue quien me la arrebató, sin un ápice de piedad, sin remordimientos,.... sin culpas.
                             La Muerte, si, ella es la culpable de todos mis males. Ojala no se hubiera cruzado nunca en mi camino..., por su culpa Marianne ya no está aquí..., por su culpa... y también por culpa de él,.... de Xavier. Todo era perfecto en nuestras vidas hasta aquella noche...,... la noche en que Marianne y yo conocimos a Xavier.
                            Fue hace dos años. Marianne y yo paseábamos por la calle en plena noche. Saciados de besarnos, decidimos detenernos en un bar para refrescarnos con unas copas. Nada más entrar en el bar, Marianne se fijó en como nos miraba un hombre joven, de tez pálida, ojos oscuros como la noche y cabello castaño. Éste, sin cortarse ni un pelo, se acercó hasta nosotros y se nos presentó...., bueno, debería decir que se presentó a mi mujer, pues a mí, aparte de una leve sonrisa al saludarnos, pareció ignorarme por completo... Es cierto, lo reconozco, en cierto modo me sentía celoso de aquel extraño tan descarado, que había absorbido por completo la atención de Marianne.
                            Xavier, que así dijo llamarse el extraño, nos preguntó si éramos nuevos en la ciudad. Le contamos que si, que, en efecto, éramos nuevos en la ciudad y que nos habíamos trasladado allí por motivos de trabajo. Enseguida mostró mucho interés sobre el trabajo de mi mujer y ésta, ni corta ni perezosa, le contó, con pelos y señales, todo lo referente acerca de su trabajo como pintora. Cada palabra que pronunciaba Xavier, cada gesto de su cuerpo, cada ademán de sus manos, envolvían por completo a Marianne. ¿Celoso?... Por supuesto que lo estaba. En solo unos minutos de conversación llegué a odiarle con todas mis fuerzas.
                            En apenas tres días, Xavier ya se había introducido completamente en nuestras vidas. Por aquel entonces tuve la extraña idea de que Xavier intentaba seducir a mi mujer, pero deseché inmediatamente la idea de mi cabeza por parecerme absurda... Tonto de mí... Ojala hubiera prestado más atención a mis presentimientos,... al menos, Marianne seguiría viva.
                            .... En fin, a parte del excesivo interés de Xavier hacia mi mujer, no noté nada más raro en él, así  que mi mente fue tranquilizándose poco a poco y llegué, también yo, a aceptarle como a un amigo más. Pocos días después, él nos presentó a sus amigos y debo admitir que mi mente volvió una vez más a dar señales de alarma... De veras, esa gente preocuparía incluso al más pintado. Sin embargo, Elizabeth, una de sus amigas, llegó a cautivarme por completo. No sé como pudo ocurrir, pero sus ojos eran tan profundamente verdes que yo no podía ni siquiera apartar la mirada...
                            Pasaron los días y mi relación con Elizabeth se fue estrechando tanto como se fue deteriorando la de Marianne. Su distanciamiento era cada vez mayor. Rehuía no solo ya mis caricias, sino también mi presencia. Sus besos, contados, eran fríos y sin pasión. Estaba perdiendo a mi mujer... y no era capaz de hacer nada para recuperarla. Sumido en una depresión afectiva, encontré mi paño de lágrimas en los brazos de Elizabeth, quien no dejaba, en momento alguno, de mostrar su atracción hacia mí.
                            Una de mis tantas noches depresivas, Elizabeth me llevó a su apartamento, me tumbó en la cama y se colocó sobre mí, con la clara determinación de hacerme el amor. Me dejé envolver por sus encantos. Sus labios buscaron ávidamente mi boca, con lujuria... Sus manos comenzaron a desvestirme, pero, al cerrar mis ojos para dejarme llevar, vi el rostro de Marianne grabado en mi mente, como si estuviera en esa misma habitación,  e, instintivamente, aparté de mi cuerpo a Elizabeth. La expliqué que aquello no podía ser, que amaba con locura a mi mujer, pero a ella eso parecía no importarle en lo más mínimo.                                                                                                                                        Desabrochándose la blusa se colocó nuevamente sobre mí, dispuesta, una vez más, a entregarse por completo a mí...., pero yo la aparté otra vez de mi cuerpo y me levanté furioso. La ordené que se vistiera y se fuese... y fue entonces cuando recibí la sorpresa más grande y terrible que nunca antes me habían dado...  Con una mirada felina en sus ojos, Elizabeth comenzó a reírse de mí. Me llamó necio e iluso, por creer que aún podría recuperar a Marianne. Dijo que para ella, igual que para mí, ya era demasiado tarde. Entonces, haciendo gala de una enorme fuerza, me lanzó contra la cama y se abalanzó sobre mí. De rodillas sobre mi cintura, y prácticamente inmovilizado, abrió su boca y pude ver sus colmillos..., antes de que se arrojara sobre mi cuello y me mordiera...
                            Perdí el conocimiento mientras Elizabeth degustaba mi sangre. Cuando desperté, ella aún seguía allí, mirándome fijamente con sus ojos verdes. Al verme despertar, se sentó junto a mí y, acariciando mi pelo, me besó, dándome la bienvenida a su mundo, el mundo de los que viven en la noche, un mundo del que, me gustara o no, yo ya formaba parte... Y mi Marianne también. Tal y como me explicó Elizabeth, Xavier había vampirizado, semanas antes, a Marianne, de ahí su extraño comportamiento para conmigo en los últimos días. Enloquecido por el dolor, salí corriendo hacia nuestra casa, con la agonía de saber que tenía que dar muerte a la mujer que más amaba en el mundo, para no verla sumida por más tiempo en aquella horrible pesadilla de sangre y oscuridad.
                            Cuando llego a casa la veo dormida sobre la cama. En su rostro veo la paz que a mi me falta hace tiempo, pero decido no dejarme embargar por los sentimientos y busco rápidamente un arma que me ayude a dar fin a su vida... Con manos temblorosas rebusco nerviosamente entre la vajilla y encuentro lo que buscaba, un cuchillo de plata de una de las cuberterías que alguien nos regaló en nuestra boda. Me dirijo al dormitorio y, con lágrimas en los ojos, apuñalo su corazón... Ella abre repentinamente los ojos y, llevándose las manos al corazón, me susurra unas últimas palabras que apenas logro oír. Finalmente, tras un ligero espasmo de su cuerpo, Marianne muere y se convierte en cenizas.
                            Y ahora vago por las noches, solo, llorándola, roto por el dolor de su pérdida y de saber en lo que me he convertido... La noche me envuelve con su frío manto, pero hace ya tiempo que no siento frío,... solo siento hambre... y esta clase de hambre solo puedo saciarla con una sola cosa.
                            Paro en una discoteca y me siento a tomar una copa. Una chica se acerca hasta mi y me saluda. Es muy guapa, sus labios y su esbelto cuerpo delgado parecen muy apetecibles, pero hay otra cosa de ella que me apetece más en estos momentos. Tengo hambre... y su sangre me está llamando a gritos.


                   -FIN-

2 comentarios:

  1. mira que escribes bien, me gusto mucho el relato, pero oye tenía que matarla... jaja en fin buen relato, me gusto el final.. continuara?

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  2. No, no continuará, ya que es un mero relato corto que me dio por escribir una tarde.
    Me alegra saber que te gustó.
    Un saludo.

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