____________________________________________________Visita mi CANAL DE YOUTUBE_______________________________________________________

El viejo guerrero

El viejo guerrero

                   La taberna del viejo Bob “el Gordo” estaba de lo más concurrida aquella tarde. Un nutrido grupo de clientes, repartidos entre las seis mesas redondas del local, bebían, comían y charlaban entre risotadas, brindis  y algunas notas altisonantes de canciones picantes. Mientras esto ocurría, su dueño iba y venía de un lado para otro cargado con jarras y bandejas.
                   Sentados alrededor de una de las mesas, cuatro clientes asistían cautivados a las historias que un quinto personaje les iba relatando; a cada cual más sorprendente que la anterior. El que les hablaba era un hombre mayor, de unos sesenta años, melena gris desgreñada rozándole los hombros, frente ancha, profundos ojos azules ya vidriosos por el peso de los años, tez morena surcada por las arrugas y mentón ancho y pronunciado.
                   Su cuerpo, pese a su avanzada edad, seguía siendo musculoso. Sus fuertes manos y sus anchos brazos denotaban que aquel hombre había vivido toda una vida errante llena de muchas y duras batallas. Portaba en su cinto una espada de hoja ancha enfundada en una vieja vaina de cuero. Reía de vez en cuando, entre sorbos de cerveza, con sonoras risotadas. Contaba en ese momento una de sus muchas batallas.
— Y allí estaba yo —decía animosamente, usando seis nueces colocadas sobre la mesa a modo de personajes imaginarios en un campo de batalla ficticio—; rodeado por aquellos miserables perros kursitas que intentaban hacerme morder el polvo. Rodé por el suelo hacia un lado y, con un limpio tajo de mi espada, ¡le corté la pierna a uno de esos malnacidos! Entonces me levanté ¡veloz como una pantera! y, dando un giro en redondo, ¡le rebané el pescuezo a otro de ellos! Deberíais haber visto cómo sangraba ese desgraciado...
— ¿Qué más, qué más? —Apremió uno de los oyentes impaciente por escuchar la resolución de la aventura.
— Quedaban aún tres más en pie —Continuó hablando el hombre disponiendo las nueces en una nueva formación—, pero yo no me iba a dejar acorralar tan fácilmente; así pues, me lancé sin pensármelo dos veces contra el que parecía ser su cabecilla. Paró la primera de mis estocadas, con buen temple he de decir en su favor, pero no me aguantó asimismo la segunda, que le atravesó el hombro derecho hasta el omóplato. Sus compañeros, viéndole caer, soltaron sus armas y huyeron despavoridos como alma que lleva el diablo... ¡Y juraría que aún siguen corriendo!
                   Los cuatro compañeros de mesa rieron a mandíbula batiente la última ocurrencia de su narrador particular, que cogió una jarra de cerveza y, brindando por ellos, bebió un buen trago antes de posarla sobre la mesa con un fuerte golpe.
— ¡Camarero! —Voceó entonces con una voz grave— ¡Otra ronda para mis amigos!
                   En ese momento alguien refunfuñó en voz alta a su espalda.
— ¿Por qué no te callas de una vez, maldito borracho?
— ¿Hum? —El guerrero detuvo su cháchara y buscó con la mirada a su inoportuno interlocutor—, ¿me estás hablando a mí, desgraciado?
— ¿Y a quién, si no, le iba a hablar? —Gruñó el desconocido de mala gana— Llevas todo el puñetero día rajando sin parar y ya me duele la cabeza de escuchar tus tonterías; así que, ¿por qué no nos haces un favor y te largas de una vez, viejo?
— Y ya puestos —El guerrero bebió un nuevo trago de cerveza antes de seguir hablando—, ¿por qué no me echas tú? ¿O acaso te da miedo un simple viejo? —Añadió con una sonrisa burlona en su cara y sujetando con su mano el pomo de su espada envainada.
— ¿Crees que te tengo miedo, estúpido vejestorio? —Bramó el aludido poniéndose en pie de súbito y desenvainado su arma— ¡Sea, ya puestos, seré yo mismo el que cierre tu estúpida bocaza!
                   Y con un grito rabioso se lanzó contra el guerrero, para sorpresa de los allí presentes, que se echaron a un lado. El viejo guerrero, no obstante, ni siquiera se inmutó ante el repentino ataque. En lugar de eso, esperó. Cuando su adversario se le echaba casi encima, empujó su silla hacia atrás para, acto seguido, golpear la mesa con sus pies y lanzarla contra su contrincante. Éste la recibió de lleno y cayó espatarrado en el suelo, entre juramentos y cascos de jarras rotas, para regocijo de los presentes.
— ¡No quiero peleas aquí, viejo! —Bramó Bob “El Gordo” haciendo aspavientos con sus brazos— Ya te lo he dicho más veces; ¡peleas en mi local, no! ¡Fuera!.
                   El guerrero le lanzó una mirada hosca, pero no dijo nada. En lugar de eso, cogió un saquito de cuero que llevaba colgado al cinto y se lo arrojó al posadero.
— Esto es por los desperfectos —Añadió encaminándose a la puerta para abandonar el local.
                   Ya afuera, una vez se disponía a montar sobre su yegua para marcharse, sus hasta entonces contertulianos le salieron al paso.
— ¿Te vas ya? —Le preguntaron cariacontecidos.
— Sí —contestó él—. No me gusta estar donde no soy bien recibido.
— Ni siquiera nos has dicho cómo te llamas —Le dijo uno de ellos—. ¿Es que no tienes nombre?
— Por Crom, que sí lo tengo —espetó riendo el viejo guerrero—. Y bien alto puedes decirlo. Soy Conan.
— ¿¡Conan!? —preguntó otro abriendo los ojos como platos— ¿Te refieres a ese del que todos cuentan leyendas?.
— No sé lo que se cuenta de mí —apuntó el guerrero enfilando a su yegua hacia el camino—, pero te aseguro que yo soy Conan de Cimmeria. Adiós.
                   Cuando ya estaba a unos metros de distancia, otro de los desconocidos le gritó.
— ¿Y a dónde te diriges ahora?
— ¡A donde me lleve el viento! —Gritó Conan perdiéndose en la lejanía a lomos de su montura.
                   Sus contertulianos se miraron unos segundos a la cara, con el estupor dibujado en ella, hasta que al fin uno de ellos espetó.
—No puede ser ese Conan. ¡Ni en broma!
                   Tras unos segundos de duda, se volvieron a meter en la taberna para seguir bebiendo y brindando.

-FIN-

Tanque Bradock. Capítulo 1

1 – Defcon 2

                   Millares de puntitos de colores surgieron de la nada concentrándose en un punto en el aire, para dar forma a un cuerpo humano más tarde. Zachary Bradock se alegró de estar por fin sobre el puente de mando de la Laika, su nave personal. Una vez completamente materializado fue recibido por Roc, su compañero de metal.
— Dígame una cosa, jefe ¿en algún momento de la misión se planteó la posibilidad de no destruir la prisión?
— ¿Por qué? —Bradock arrojó en el suelo la ametralladora gartlin. Luego se colocó sobre un pedestal circular y se deshizo de la servo-armadura que llevaba equipada, cuyos cierres herméticos soltaron pequeños chorros de vapor por varios sitios al soltarse y separarse.
— Oh, por nada en particular —apuntó el androide con su voz aguda y metálica—; ¿tal vez porque formaba parte de las órdenes que nos dieron, pedazo de cafre?
— Bah, chorradas —Se excusó toscamente Bradock—. Con decir que fue uno de los hijoputas de la prisión, asunto arreglado ¿no te parece?
— ¿Está usted loco, jefe? —preguntó Roc haciendo girar su dedo índice derecho a la altura de la sien— Se suponía que tenía que desbaratar el motín de la cárcel... ¡evitando bajas innecesarias!
— Ya, bueno... —Bradock se sentó en el sillón de mando, dejándose caer a plomo sobre su forro de cuero negro— Qué le vamos a hacer. Son cosas que pasan. Neska, pon rumbo a Defcon 2.
— De acuerdo, jefe —contestó una voz metálica femenina.
— ¿Le importa apagar ese apestoso puro? —Pidió Roc agitando una mano para disipar el humo— No sé cómo pueden gustarle tanto. Apestan.
— Porque me encanta meterme en la boca cosas largas y duras —Ante la atónita mirada de perplejidad del androide al oír esa respuesta, Bradock le lanzó una bocanada de humo al rostro metálico y añadió—. ¡Joder, sólo por ver la cara que has puesto ha merecido la pena hacer la broma! —Y soltó una risotada que resonó en el puente.
— Llegada a Defcon 2 en veinte minutos —anunció la voz femenina de Neska.
— Puta madre —Bradock reclinó el respaldo de su asiento hacia atrás y se tumbó para relajarse—. Podremos descansar mientras tanto. Ponnos algo de música, Neska ¿quieres?
— ¿Podría ser alguna pieza de Mozart, Vivaldi, Schubert, o tal vez algo de Strauss, por favor? —Solicitó Roc con poca confianza.
— ¿Algo de Rammstein, jefe? —sugirió Neska a su vez.
— Sí; me gusta cómo piensas, nena... —Bradock sonrió abiertamente mientras alzaba el pulgar en señal de aprobación— ¡Dale caña, preciosa!
—Si, claro —Se quejó Roc—; ignora al androide y haz caso a la zorra de la computadora. Típico.
                   Por desgracia para el robot, su queja se perdió entre los primeros acordes del tema “Sehnsucht”. Sabedor de que aquel estruendo iba a durar el resto del trayecto, el androide se despidió y se encaminó a su camarote, mascullando en voz baja improperios dirigidos contra la computadora.
                   Veinte minutos de atronadora música heavy más tarde, la Laika llegó a Defcon 2, un pequeño planeta del tamaño de la Luna. Por el trayecto recibieron la llamada de un alterado funcionario de prisiones, que amenazó con demandar a Bradock por la masacre cometida en la prisión de Lythos V. El aludido se limitó a rascarse la entreìerna y a cortar la comunicación alegando problemas de recepción.
                   Poco antes de entrar en el puerto de atraque principal de Defcon 2, la Laika recibió la llamada de rigor por parte de las autoridades, representadas en la persona de Otto Straussen, un cincuentón de mostacho y cabello canosos y con un carácter agrio y seco.
— Nave Laika; aquí puerto de atraque principal de Defcon 2 —informó con una voz grave y cortante que no dejaba lugar para las bromas—; ¿tienen algo que declarar antes de atracar? ¿Alguna carga en especial o algún objeto en particular?
— Nada raro, vejestorio —respondió Bradock.
— ¿Cuál es el motivo de su llegada a Defcon 2?
— Puro placer, carroza. Me han contado que hay muy buenas putas en este planetucho de mala muerte y quería saber si era cierto o no.
— ¿Sufren o han sufrido algún tipo de enfermedad que debamos conocer?
— Sí, una —informó Bradock con una sonrisa dibujada en su cara—; de pequeño un mosquito me picó en la punta de la polla y desde entonces la tengo enorme. Puedo mostrarles una foto para demostrarlo... ¿Algo más que deseen saber?
— Escúcheme bien, pedazo de anormal —Otto aclaró su garganta con un leve carraspeo antes de seguir hablando—. Me importa una puta mierda si su polla es enorme o si la tiene del tamaño de una chincheta; si le hago una pregunta, quiero que la responda correctamente y sin pitorreo alguno, porque si se niega a hacerlo, mandaré a mis oficiales artilleros que abran fuego contra su estúpida nave y le enviaré con ella a tomar por culo... ¿Me he expresado con claridad, capullo?
— ¡Alto y claro, mi sargento! —Bradock saludó con sorna al estilo militar— ¡Ninguna carga y/o enfermedad que declarar, señor!
— ¿Cuál es el motivo de su llegada a Defcon 2?
— De visita, señor —apuntó Bradock mirando al frente fingiendo aún el saludo militar—. Vengo a ver a mi hermano pequeño, Nathaniel Bradock.
— ¿Qué ocurre? —preguntó Roc al entrar en el puente y oír la conversación— ¿Por qué no hemos atracado aún? —Al ver en pantalla la cara malhumorada del oficial Straussen, el androide se temió lo peor— Oh, no, no me diga que ya ha vuelto a hacer una de sus “bromitas”. ¿Qué ha hecho esta vez?
— Nada, cuatrolatas —Bradopck le quitó importancia al asunto— Aquí, mi colega y yo, estamos ultimando algunos detallitos sin importancia; ¿verdad que sí, jefe?
— No soy su jefe —espetó serio Otto—. Según me informan en este momento, su hermano resulta ser el consejero del gobernador de Defcon 2; ¿puede mostrarnos alguna identificación que acredite su declaración?
— Pues, ya que lo preguntas, tengo un lunar en la punta de la p...
— ¡Le aseguro que es cierto, oficial! —Roc interrumpió rápidamente a su compañero antes de que éste acabara la frase, para evitarles mayores complicaciones—. Conectaré mi base de datos al de la nave para que ustedes la escaneen y puedan encontrar ahí la información que buscan.
— De acuerdo —asintió complacido el oficial—. Veo que por lo menos hay alguien con el suficiente sentido común en esa nave. Proceda, por favor.
— De acuerdo.
                   El androide extrajo de su cintura un cable de fibra óptica que conectó a un panel del cuadro de mandos de la nave. Segundos después, recibieron la aprobación desde el puerto de atraque para poder acoplar la nave y así desembarcar. Para su sorpresa, un autodeslizador les estaba esperando para recogerles y acercarles hasta el módulo-vivienda donde se alojaba el hermano de Bradock. Cuando llegaron allí, fueron recibidos por un robot mayordomo que les condujo hasta una pequeña salita. Por el camino se entretuvieron admirando la excelente decoración del lugar, consistente en caras moquetas y alfombras en los suelos, cuadros de artistas de renombre en las paredes y jarrones antiquísimos en distintos lugares.
                   Bradock, que iba fumando uno de sus enormes puros, dejaba caer restos de ceniza sobre las moquetas y alfombras de cuando en cuando. Odiaba aquella ostentación de riqueza y ésa era su particular forma de protestar. Roc, por su parte, se aplicaba en la medida de lo posible en limpiar dichos restos antes de que el robot mayordomo se percatase de ellos.
                   Al llegar ante una puerta doble el robot mayordomo les mandó esperar afuera mientras él entraba en la habitación que ésta cerraba. Segundos más tarde, la puerta volvió a abrirse y del interior salió un hombre algo más joven que Bradock, de cuerpo delgado y piel blanca, pelo corto castaño peinado a la raya, mandíbula ligeramente redonda y una nariz fina. Sus ojos color almendra denotaban astucia e inteligencia a partes iguales.
— Vaya, vaya... El hijo pródigo ha vuelto —Saludó con sorna—. ¿Puedo saber qué asuntos te traen por aquí, hermano? —Recalcó la palabra hermano con cierto deje de desagrado mal disimulado.
— Yo también te quiero, Nate —Bradock usó el apodo familiar de su hermano, sabedor de que esto le molestaba en sumo grado—. ¿Qué tal Rebeca y los niños?
— Sabes de sobra que hace dos años que no veo a ninguno de ellos, cabrón —Nathaniel escupió la última palabra cargada de veneno—. ¿Dejarás algún día de restregármelo por la nariz?
— Tranqui, tranqui... No busco bronca, tío —Bradock alzó las manos en señal de paz—. Venía a visitarte; ¿es que no puede uno pasar a ver a su hermano pequeño?
— ¿De visita, tú? No me hagas reír, por favor. Tú no haces visitas, esquilmas a la gente. A ver; ¿cuánto necesitas esta vez?
— Vaya, me asombra ver lo bien que me conoces, hermanito —Bradock sonrió de oreja a oreja con sorna—. Nah, me vale con un par de cientos de créditos.
                   Nathaniel lanzó un hondo suspiro de resignación y volvió a meterse en la habitación de la que había salido. Segundos más tarde, regresó con un pequeño papel en sus manos que le entregó a su hermano, no sin antes lanzarle una advertencia.
— Ni se te ocurra volver a pedirme nada más en un par de meses, ¿te queda claro, hermano?
— Como el agua cristalina, Nate —Bradock cogió el cheque y se lo guardó en el bolsillo de su pantalón— Vamos, Roc. Te invito a putas.
— ¿¡Putas!? —Nathaniel entró en cólera—. ¿¡Me pides el dinero para irte de putas!?
— Tranquilo —Se despidió su hermano mientras se encaminaban a la salida—; echaré un casquete en tu honor.
— ¡Eres un hijo de puta!
                   Bradock no oyó, o no quiso oír, la última frase de su hermano y abandonó el lugar canturreando una canción. Roc, por su parte, no entendía muy bien qué es lo que había pasado en ese lugar escasos momentos antes.
— Perdone, jefe —Quiso saber—; pero no logro entender cómo es que su hermano ha accedido tan fácilmente a darle esa cantidad de créditos.
— Asuntos de familia, Roc —respondió Bradock—. Simples asuntos de familia.
— ¿Asuntos de familia? No le entiendo bien, jefe.
— Digamos que conozco un par de pequeños “secretillos” que al consejero no le gustaría sacar a la luz.
— ¿Secretillos? ¿Cómo cuáles?
— Si alguna vez ves una foto de sus hijos, y te fijas bien en ellos, lo entenderás. Estoy seguro.
— ¿Me está diciendo que usted se ha...?
— ¡No seas gilipollas, Roc! Estamos hablando de la mujer de mi hermano pequeño, por favor ¿cómo iba a tirármela yo?
— Ufs, menos mal... —Suspiró aliviado el androide al salir de su error— Pensé que había sido usted.
— Pues no —apuntó Bradock—. Pero sí que sé quién lo hizo.

CONTINUARÁ

Paisaje y escena

Paisaje y escena

                            Un árbol recortado en el horizonte, rasgando una nube que cubre el sol. Una montaña dibujándose en la lejanía, mostrando un camino serpenteante. Y en lo alto de su cima, una cabaña de madera, lanzando humo por su chimenea. Está nevando.
                       En la cabaña una niña, sentada a una mesa. Y ante ella un plato de sopa caliente que aún no ha probado, sus pies colgando de la silla. Una chimenea encendida y un niño en una cama. Y un perro, cual guardián fiel, tumbado en el suelo junto a él.
                  Árboles cercando la cabaña, como soldados de madera vigilantes, el viento meciendo sus ramas, sacudiendo la nieve en ellas acumulada. Pájaros surcando el cielo, como aviones de combate, sobrevolando la nevada montaña.                        
                   Troncos de madera amontonados en el suelo, como pequeñas y eternas pirámides. Un hacha. Y un hombre agarrando su mango, con fuertes y duras manos.
                     Y sangre.
                 En la niña del plato de sopa. En el niño de la cama. En el perro que guarda. En el suelo de la cabaña. Y en el filo del hacha.
                   Y la muerte acurrucada frente a la chimenea, calentando sus huesudas manos en el fuego.
                   Esperando que pase el invierno.

-FIN-

Tanque Bradock. Tanque al rescate

Tanque Bradock.  Tanque al rescate
 -Prólogo-

El interior de la prisión de alta seguridad del planetoide satélite Lythos V bullía de actividad a pocas horas de la tarde, una actividad poco frecuente. Un motín. Y es que, teniendo como carceleros a soldados de élite de la Confederación Intergaláctica de Fuerzas de la Justicia, los motines en dicha cárcel eran raros, por no decir casi inexistentes. Pero había ocurrido.
                   Todo empezó gracias a la organización por parte de uno de sus presos más peligrosos, Jet Rothull, de un ataque bien organizado a los celadores del recinto. Tras anular el sistema de alarmas del edificio, reducir a los guardias más veteranos y acorralar a los mejor armados en una de las zonas menos vigiladas, el motín llegó a buen puerto en tan solo unas pocas horas. Como resultado final, el numeroso grupo de presidiarios se había apoderado de la prisión y hecho fuerte tras sus protegidos muros.
                   Un nutrido grupo de presos, dirigidos por el propio Jet, vigilaban ahora en lo alto de los muros del patio. Lo hacían en previsión de la llegada de más fuerza policial que intentara retomar el control de la prisión.
— ¡Gizmo, vigila bien por esa zona! —Le vociferó a uno de los presos, que se había distraído unos segundos para encenderse un pitillo.
— ¡Joder, jefe, ya voy, coño! —Se quejó el aludido haciendo un aspaviento con una de las manos y volviendo a tomar posición en su sitio.
— ¡Stych! —llamó a gritos a otro de los presentes en el muro. El tal Stych, un joven de unos veintidós años, flacucho y pelirrojo, alzó la cabeza en señal de haberle escuchado— ¡Baja de ahí, te he dicho que te quiero en las letrinas, joder!
— ¡Yo quiero estar aquí, Jet! —Se quejó el muchacho bajando los hombros con desgana.
— ¡Que te vayas a las putas letrinas, ostias! —espetó enfadado Jet.
                   Stych, cabreado y soltando tacos a cada paso que daba, abandonó el sitio bajo los chistes y las risas de sus compañeros. Cuando pasó junto a Jet, éste le dio una patada en el trasero para meterle prisa, lo que provocó más carcajadas y mofas de los allí presentes.
— ¿A qué cojones esperamos aquí, jefe? —preguntó otro de los presos, un hombre de color, con un cuerpo enorme y musculoso y que sostenía en su mano derecha una ametralladora gartlin— Deberíamos largarnos con viento fresco, ¿no te parece?
— Como siempre, Munta —espetó con sorna Jet—, tienes tan poco cerebro como abundante músculo. ¿A dónde irías sin una puta nave, eh? Por si no lo sabes, estamos en un jodido planetoide —Jet abrió los brazos en cruz señalando lo que les rodeaba—; así pues, fueras donde fueses, al final volverías a esta puñetera cárcel.
— ¿Y cómo cohone vamo a consehir una nave? —Quiso saber otro de los hombres, algo más pequeño que Munta pero igual de fornido y con un lenguaje mal utilizado.
— Muy fácil, Yango... —explicó Jet tajante— Haremos que nos la manden los de la CIFJ.
— ¿Y quién só eso? —preguntó Yango.
— Los de la Confederación Intergaláctica de Fuerzas de la Justicia, atontao... —Le aclaró otro de sus compañeros.
— Ésta unidad pregunta cómo se va a conseguir el objetivo —Una voz metálica distorsionada, proveniente de un cyborg de cuerpo delgado con una cabeza larga y puntiaguda, lanzó la cuestión al aire.
— Oh, no te preocupes, HK-50 —Le contestó Jet palmeándole uno de sus hombros—. Estoy seguro que enviarán dentro de muy poco una nave transporte con más policías para intentar recuperar el control de este lugar. Siempre lo hacen así.
                   Mientras le explicaba eso al cyborg, un hombre de color, de su misma estatura pero algo más fornido, se acercó caminando hasta él.
— Todo listo, Jet —anunció con una voz ronca y pausada—. Las cargas están preparadas. Toma el detonador.
                   Jet cogió el aparato en el aire, de forma cilíndrica y con un disparador en uno de sus extremos, y se lo guardó en el bolsillo interno del abrigo que llevaba puesto.
— Perfecto, Sánchez —apuntilló sonriendo—. Les daremos un recibimiento que no se esperan. ¿Todo el mundo está listo?
                   Todos los que estaban vigilando sobre lo alto del muro, diez presos en total, respondieron afirmativamente. En ese momento, Un ruido de motores de nave resonó en los cielos sobre sus cabezas.
— Vaya, qué rápidos... —apuntó Sánchez mirando hacia arriba haciéndose visera con la mano para intentar ver mejor.
— Mejor que mejor —Sonrió Jet—. Antes podremos salir de este sucio agujero, ¿no te parece, compañero? ¡A sus puestos!
                   Todos los presentes cargaron sus armas y apuntaron hacia la nave, que permanecía suspendida en el aire a unos cincuenta metros de altura. De repente, algo cayó de ella hasta el suelo, golpeándolo como si fuera un enorme martillo y creando una fuerte vibración en el terreno que levantó una nube de polvo.
                   Cuando ésta se disipó, los presos contemplaron con estupor lo que había caído de la nave. Era un solo hombre, de pelo pincho de color blanco, mandíbula y cuello anchos y enfundado en una servo-armadura de combate de color negro pálido. Fumaba un grueso puro que soltaba volutas de humo blanco.
— ¿Qué puta tomadura de pelo es esta? —preguntó entre sorprendido y enojado Jet.
                   El desconocido alzó el guantelete derecho y, formando una pistola con el dedo índice y el pulgar, simuló que iba apuntando y disparando a los presos que vigilaban el muro. Cuando terminó con el último, sopló el cañón de la imaginaria pistola y la enfundó. Dio una profunda calada al puro y, sacándolo de la boca, expulsó una gran bocanada de humo.
— Está bien, nenazas —habló por fin con una voz dura y profunda—. Os doy dos opciones; podéis rendiros ahora, o bien intentar oponer resistencia. Vosotros elegís. Por favor —añadió con sorna—, que sea lo segundo...
— ¿Vá a dehá qu’ese cabrón se ría de nohotro, jefe? —vociferó Yango desde su posición.
— ¡¡Cállate y dispara, joder!! —gritó a su vez un cabreado Jet— ¡¡Disparad todos, cojones!!
                   El grupo de presos que vigilaba el muro abrió fuego sobre el recién llegado, que en cuestión de segundos se vio envuelto por una densa nube de humo producida por las ráfagas de las armas. Medio minuto después, Jet tuvo que gritar varias veces para que sus hombres dejaran de disparar. Cuando éstos obedecieron, aún podía escucharse el retumbar metálico de los cañones de la gartlin de Munta, que seguían girando por la inercia.
                   La nube de humo resultante impedía ver nada en su interior; cuando por fin se disipó, los allí presentes vieron que el extraño seguía de pie en el mismo sitio. Les miraba con una amplia sonrisa de satisfacción dibujada en su boca, mientras un campo de fuerza casi invisible lo envolvía formando una semiesfera protectora.
— ¿Habéis terminado ya? —preguntó sonriente— Bien; ahora me toca a mí. Roc; mándame a Betsy.
— Marchando, jefe —Le comunicó por un auricular una voz metálica.
         En ese momento, bañada en un haz de luz azul, ante ellos se materializó una enorme gartlin de ocho cañones, de un metro de largo cada uno, que el extraño sujetaba en sus manos como quien agarra una maleta de viaje.
— ¡Lets get roccked, guys! —anunció jubiloso el desconocido abriendo fuego.

                   “¡Bienvenidos a la doble ca, uve doble!; la emisora que recorre el espacio... y el tiempo.
                        ¡Hey, colegas! Vuestro viejo amigo Al Crespo os trae la mejor música para alegraros la tarde. ¿Estáis preparados para la marcha?
                        Tenemos una nueva llamada; ¿sí, dígame?
                        V-Voy... v-voy a suicidarme. A-Adiós...
                        ¡BANG!... Tutuuuuuuuuuuuuuuuuut...
                        ¡Bueno, colega, un mal día lo tiene cualquiera!
                        Os dejamos ahora con el tema “Don’t look back in anger”, de los hermanos Gallagher, que nos deleitaron con su música en el viejo siglo XX.
                        ¡Y que os sea leve!
                        ¡Doble ca, uve doble!; la emisora que recorre el espacio... y el tiempo”
                  
                   La enorme ametralladora escupía ráfagas de balas a una velocidad escalofriante, destrozando todo aquello cuanto se cruzaba en su camino. Los impactos contra el muro dejaban en éste boquetes del tamaño de melones y los cascotes que éstos arrancaban salían dispersados en todas direcciones. El ensordecedor rugido de la temible arma mitigaba en buena parte los gritos de terror de los presos, que intentaban, sin poco éxito, eludir los mortales proyectiles que surcaban el aire.
                   Dos minutos y medio más tarde, segundo arriba, segundo abajo, los cuerpos sin vida de los diez presos amotinados que vigilaban el muro yacían sin vida en el suelo, semienterrados bajo un número incontable de cascotes. Del resto, HK-50, Sánchez y Jet, sólo quedaban con vida el cyborg y el cabecilla de la revuelta.
                   El primero tenía buena parte de su anatomía metálica destrozada por los disparos; sólo le quedaban intactos la cabeza y el brazo derecho, que articulaba a duras penas en un intento fútil de arrastrarse por el suelo para alejarse del lugar. En cuanto a Jet, sentado contra la pared del medio derruido muro y temblando como un niño pequeño, apuntaba al desconocido asaltante sujetando en una de sus manos un bláster de cañón doble, mientras que en la otra mostraba el detonador de las bombas en señal de amenaza. Sus dos piernas estaban destrozadas por los disparos.
— Hijo de puta... —balbuceó a duras penas— Voy a volarlo todo por los aires... ¡Enviaré a todos al puñetero infierno!
                   El extraño apenas se inmutó ante la amenaza del preso. Simplemente se limitó a soltar una nueva bocanada de humo del puro que sostenía entre sus dedos.
— ¿Y a mí qué cojones me cuentas? —preguntó encogiéndose de hombros como si aquello no le importase lo más mínimo— Por mí como si te metes ese chirimbolo por el puto culo y aprietas el botón tirándote un pedo, colega. Adelante, púlsalo. Serán unos fuegos artificiales cojonudos. Venga, hazlo.
— ¡Cabrón...! —La mano con la que Jet sostenía el pulsador temblaba ostensiblemente— ¿Crees que no lo haré? ¡Pues te equivocas conmigo, joputa! —Para corroborar su amenaza, colocó el pulgar sobre el botón.
— Es lo que pasa cuando un pringáo va a un puticlub por primera vez —apuntilló el desconocido—; que habla tanto que al final la puta se va a follar con otro. ¡Trae p’acá eso, mamón!
                   Sin darle tiempo a reaccionar, le arrebató de la mano el detonador y, acto seguido, pulsó el botón. Del interior del edificio penitenciario se oyeron cuatro explosiones en cadena, acompañadas de una enorme bola de humo y fuego que salió al exterior por la puerta principal, que voló por los aires al ser arrancada de sus goznes.                          
                   El extraño dio otra calada al puro, soltando una nueva bocanada de humo, antes de hablar por el intercomunicador acoplado al lóbulo de su oreja derecha.
— Bradock a nave. Ya he terminado aquí. Súbeme, Roc.
— D’abuten, jefe. Subiendo p’al carro.

CONTINUARÁ

Video de Anonymous contra la censura en Internet

Apoya el Marzo Negro

Pues sí, ANONYMOUS vuelve a la carga:

"No toleramos la presión de ninguna industria a favor de una ley que censura Internet" reza una de las publicaciones de mayor circulación en Facebook. La misma hace un llamado a unirse a un Marzo Negro, que propone evitar descargas y compras en la red para golpearles "donde más les duele, su margen de beneficio" según manifiestan. 

Operación Mundial 29 FEBRERO NEGRO. MARZO NEGRO
Si estas cabreado por el cierre de megavideo, megaupload...
En todo el mes de marzo no vayas al cine, no compres musica, no compres peliculas, Ni tecnologia,
Pega esto en tu muro, y LUCHA

Se está gestando una iniciativa por la red en modo de protesta por el cierre unilateral de MEGAUPLOAD por parte del FBI. La iniciativa se llama "MARZO NEGRO" y consiste en que el día 29 de febrero empezará en España una prostesta que consiste en que no consumamos (pagando) nada de cine, música, etc y que continuará (uniéndonos a usuarios a nivel mundial) todo el mes de marzo. Si utilizabas MEGAUPLOAD y no estás de acuerdo con su cierre, colabora y pásalo.

Seguir caminando

Seguir caminando

Y vagas por un desierto interminable, que te engulle a cada paso, cual sombra en la arena.
Y vuelves de cuando en cuando la vista atrás, esperando encontrar algo que te empuje a regresar.
Y ves que ya no queda nada por lo que volver, borrado en el tiempo como hoja llevada por el viento.
Y entonces te preguntas el qué te queda, y la respuesta te abruma con su peso.
Ya no queda nada.
Y quieres llorar y no puedes.
Y quieres reír y no te dejan.
Y caminar se te hace imposible, y por más que insistes en avanzar, más atrás te quedas.
Más no desesperes en tu soledad, porque todos los caminos tienen un final.
Sigue adelante y encuentra el tuyo. Todo es perseverar.

El pintor

El pintor

                   Con pequeñas pinceladas arrastradas por el lienzo, las hábiles manos del pintor dibujan surcos que dan forma a trazos imprecisos pero dispuestos con precisión sobre la tela. Unos son estelas en la mar, otros destellos de plata.
                   Con parsimoniosa armonía trazan las líneas sus dedos, embadurnados en los distintos óleos, navegando sobre la rugosa superficie del lienzo como peces de colores surcando un mar de sueños.
                   Con presteza y voracidad plasman sus manos y sus pinceles formas, trazos y figuras; aquí una nube de algodón, allí unas gaviotas en la lejanía, allá un barquito meciéndose en las suaves olas.
                   Con ojos blancos y vacíos mira su obra el pintor y sonríe complacido, sabedor de que el resultado final no es lo importante en su obra, sino las miradas que sobre ella luego recaerán.
                   Miradas que le contarán todo lo que él no puede ver.

No quiero llorar

No quiero llorar

No quiero llorar, me digo,
ni conocer los rincones más amargos de mi ser,
ni contarte las penas que moran en mi alma,
ni hablar de mi vida y sus problemas, ¿de qué sirve?
No quiero llorar, me digo,
pero lo hago.
Y rompo en un llanto amargo,
donde todos mis miedos y dudas me atenazan y ahogan.
donde mi dolor hace jirones sangrientos de mi alma rota.
donde lo mando todo a tomar por saco, ¡dejadme en paz!
No quiero llorar, me digo una vez más,
sin saber bien el porqué lo hago,
pero lo hago.
Y rompo en un llanto amargo,
Y como un niño perdido lloro en tus brazos...

La Puerta

La puerta

                   Se hallaba de nuevo ante la puerta, aquella que tanto le llamara la atención desde el momento en que se fijó mejor en ella y por cuyos resquicios podían verse destellos de luz uniforme. Quería abrirla, pero algo en su interior le hacía dudar. ¿Era miedo?
                   Acercó su mano a ella, tembloroso y preso de una excitación casi infantil. Tiró de ella y la abrió. La luz lo inundó todo y casi cegó sus ojos. De repente se encontró en un lugar desconocido. Pero lo más sorprendente era la criatura que estaba ante él.
                   Era enorme, de más de dos metros de altura, piel verde y cuerpo musculoso, mentón, cuello y brazos anchos, ojos grandes y enramados, colmillos amarillentos sobresaliéndole de la mandíbula inferior y arandelas colgando de sus orejas grandes y puntiagudas. En su mano derecha portaba una maza de madera que alzó en señal de advertencia, emitiendo por su boca un gutural gruñido.
                   Se asustó ante el repentino movimiento de la criatura y retrocedió cerrando la puerta. Respiraba acalorado, con jadeos entrecortados y el corazón latiéndole aceleradamente en el pecho. Cogió aire y se dio ánimos a sí mismo para abrir de nuevo la puerta. Lo hizo con manos temblorosas y con sumo cuidado.
                   Para su sorpresa, se encontró esta vez en una montaña nevada. El frío le golpeó en la cara como una bofetada y un extraño ruido a su espalda le llamó la atención. Se dio la vuelta para encontrarse cara a cara con un gigantesco dragón blanco que le miraba a los ojos con aire intrigado y curioso. El animal extendió sus poderosas alas blancas membranosas y, al batirlas, levantó una pequeña ventisca que lo empujó hacia atrás, haciéndole caer. Asustado, se levantó y volvió tras sus pasos, cerrando la puerta.
                   De un modo puramente instintivo, la volvió a abrir, esperando encontrarse de nuevo frente al dragón. La luz volvió a inundar la habitación, pero el lugar era otro y la bestia ya no estaba. Ahora se hallaba en un camino que serpenteaba a lo lejos para perderse tras unas lomas. En la dirección opuesta vio llegar a un pequeño grupo de gente. Eran soldados.
                   Esto lo supo con certeza cuando los tuvo a pocos metros de él, pues de lejos no podía asegurarlo con certeza. Vestían armaduras y cascos de cuero. Cada soldado portaba un escudo en una mano y una lanza de hoja larga en la otra, y en su cinto colgaba una espada envainada en una funda de piel de jabalí. Pasaron a su lado sin detenerse a mirarle, con un paso rítmico y compasado que hacía retumbar ligeramente el suelo. Cuando se quedó solo en aquel solitario camino, cerró otra vez la puerta. Aún no podía dar crédito a lo que había visto.
                   Estuvo varios minutos en esa guisa; debatiendo consigo mismo que aquello era imposible, que esa puerta no podía ser un portal dimensional a otros lugares. Que no tenía lógica, vamos. Fuera como fuera, decidió abrirla una vez más. En esta ocasión apareció a los pies de una loma. A lo lejos, oyó gritos y sonidos de golpes de metal. Se atrevió a escalar la loma y echar un vistazo al otro lado.
                   Era una batalla. Cientos y cientos de guerreros luchando entre sí en una batalla encarnizada. Grandes catapultas arrojaban enormes bolas de fuego que abrasaban y arrasaban todo aquello que encontraban en su camino. Gigantescas bestias bípedas que portaban garrotes de piedra golpeaban a los rivales, haciéndoles volar por los aires entre alaridos de terror y crujidos de huesos rotos.
                   Vio también a dragones volando por el cielo, montados por jinetes equipados con arcos que acribillaban a flechazos a sus rivales desde las alturas. Y también pudo ver a lo que parecían ser hechiceros, poniendo a salvo  a grupos de su ejército bajo conjuros de protección y atacando a los enemigos con bolas de fuego y rayos.
                   Había muertos por todas partes, soldados carbonizados, aplastados o descuartizados, caballos relinchando y pateando presos de la histeria, cegados por el humo que invadía el campo de batalla. Había soldados jóvenes temblando de miedo, incapaces de mantener entre sus manos la espada... Era aquel un paisaje aterrador y, a la vez, terriblemente cautivador que le impedía apartar la vista. Tuvo que obligarse a retroceder. Cerró la puerta y notó que las lágrimas querían escapar de sus ojos.
                   Era tentador abrir de nuevo la puerta, pero se reprimió. Había descubierto que era terrible, pero terrible de una manera que nunca hubiera podido imaginarse. Se alejó de ella sin mirarla, sin atreverse a hacerlo más bien, pues sabía que, de ser así, caería irremediablemente en la tentación de abrirla...
                   Lo más curioso del caso era que esa puerta había estado cerca de él desde hacía mucho tiempo y que jamás la prestó atención, pues nunca le pareció interesante. Y ahora que la había descubierto, que sabía de su existencia, deseaba no haberlo hecho nunca...
                   Porque ahora se moría de ganas por volver a abrir esa condenada puerta y cruzar su umbral. Y sabía muy bien que, en cuanto lo hiciera, quedaría atrapado por siempre en aquellos lugares a los que le llevaba.

-FIN-

War in the kingdom


War in the kingdom. 

                       
                   Traía el viento aquella tarde el aroma de los días propios del otoño, en donde una atmósfera de melancolía bucólica lo impregnaba todo. Runfus aspiró profundamente, llenando sus pulmones con aquel delicioso aire y lo expulsó lentamente. Sobre la montura de su yiik, un animal bípedo parecido a una mosca muy peluda, de cabeza redonda y ojos enormes, oteó el horizonte, donde una gran nube de polvo indicaba la llegada del enemigo.
— Se acercan —anunció a su lado su compañero de armas y amigo, Feston—. Parecen muchos...
— Muchos o pocos, ¿qué más da? —apuntó con desgana Runfus sin dejar de observar la columna de polvo que rompía la línea del horizonte— Tal y como estamos de preparados, sería un milagro que la mitad de nuestros hombres no salieran huyendo antes de comenzar la batalla.
— No puedes culparles —dijo Feston—. Si el Imperio mismo nos ha negado su ayuda en este litigio, para así poder proteger los muros de la ciudad imperial ¿qué posibilidades tenemos nosotros de salir victoriosos hoy aquí?
— No les culpo —apuntó taciturno Runfus mirándole a los ojos—. Bastante hacen ya poniéndose al frente sosteniendo en sus manos los aparejos de labranza como armas.
— Deberías decirles algo —señaló su compañero—. Necesitan oír la voz de su líder dándoles ánimos antes de la batalla.
— ¿Ánimos? —Runfus miró de soslayo por encima del hombro a los hombres que tenía a su espalda—. ¿Y qué les digo, Fenton? ¿Qué se armen de valor para morir inútilmente por defender unas tierras que no les importan a nadie más que a ellos? ¿Qué, pase lo que pase hoy aquí, nadie recordará este día? ¿O prefieres que les diga que se lancen sin pensárselo contra un enemigo que les triplica en número y que, para más inri, no tendrá ningún reparo a la hora de descuartizarles? ¿Qué les digo, Fenton?
— ¡Por el amor de nuestro señor, Runfus! —Le espetó con dureza Fenton intentando no alzar la voz—, ¡tienes que hablarles! ¡Vamos!
                   Runfus agachó la cabeza y, tirando de las riendas de su yiik se volvió hacia sus hombres. Daban pena, pensó al mirarles. Hombres desarrapados, que apenas tenían dónde caerse muertos, sostenían en sus manos orcas, bieldos, rastrillos y azadones como únicas armas. Formaban fila ante él, en un grupo de poco más de dos centenas, compuesto de hombres, muchachos y ancianos.
                   Runfus les observó con cierta compasión y resignación. Cabellos y ropas sucias, cuerpos delgados y músculos flácidos, en la mayoría de ellos, y aparejos rotos o remendados, gastados por el continuo uso en sus quehaceres diarias.
                   Y allí estaban todos ellos, dispuestos a defender sus hogares del ataque del enemigo invasor; un enemigo que venía de las gélidas tierras del norte arrollándolo todo a su paso y al que el Imperio había decidido esperar a las puertas de la ciudad imperial.
                   La actitud tan decidida de aquellos hombres allí presentes le llenaba a Runfus de tristeza; conocía bien al enemigo, su número y su forma de batallar, y sabía que no había ninguna oportunidad de salir airosos, no ya vivos, de semejante lance. Pero entonces, buscando en su interior las palabras con las que intentar animarles, reparó en algo que le llamó poderosamente la atención. Era un chico, de apenas dieciséis primaveras, que sostenía entre sus manos una simple hoz, vieja y oxidada.
                   El muchacho estaba ahí plantado, con una mirada llena de convicción y decisión, apretando entre su puño el mango de la improvisada arma. Extrañamente, no parecía excitado o nervioso por la situación. Todo lo contrario; rezumaba una tranquilidad envidiable. Runfus acercó su montura hasta él y lo llamó.
— Tú, ¿cómo te llamas? —Quiso saber.
— Antón, señor —respondió el chico.
— ¿Qué haces aquí?
— Luchar por nuestras tierras, señor.
— ¿No te da miedo morir, Antón? —Le apuntó Runfus—; porque eso es lo que ocurrirá, muchacho. Hoy moriremos todos.
— Siempre será mejor hacerlo aquí que en otro lugar sin hacer nada, señor —respondió con decisión el muchacho.
                   Runfus le miró a los ojos y lo vio. Vio la determinación, la decisión inquebrantable de morir allí mismo por defender sus tierras y a su gente. Vio la fuerza de un guerrero dispuesto a batirse contra cientos de enemigos empuñando únicamente aquella simple hoz. Y esto lo vio en los ojos de todos los allí presentes.
                   Y Runfus desenvainó su espada y sonrió al muchacho, por primera vez desde que se hubo levantado de la cama ese negro día sonrió, y gritó la misma frase a sus hombres para arengarles.
— ¡Compañeros, siempre será mejor morir hoy aquí, que caer lejos sin haber hecho nada!    ¡Alzad vuestras armas y seguidme! ¡Al ataque!
                   Con un rugido atronador, donde se dio rienda suelta a la rabia y los nervios acumulados durante aquellas últimas horas de angustia, el grupo se lanzó a la carga al encuentro del enemigo.
                   Cuando se produjo el choque entre ambos ejércitos, con un sonido espeluznante de choque metálico contra carne, el ejército invasor pasó por encima de ellos como lo haría una ola sobre un guijarro en la playa; sin inmutarse y sin detener su avance. Y en tan solo unos minutos, no quedó sobre aquella tierra ni uno en pie.
                   Los invasores llegaron a la ciudad imperial, que resistió el ataque y el sitio durante cuatro largos meses, hasta que, finalmente, los atacantes desistieron de su empeño y partieron de regreso a sus tierras.
                   Nadie recordó nunca a los habitantes de aquella pequeña aldea, caídos a las afueras de la ciudad imperial luchando para proteger a los suyos.
                   Soy Fenton, compañero de armas  y amigo de Runfus, líder de aquel pequeño ejército. Yo estuve allí, luchando junto a aquel puñado de valientes hombres que pensaron que siempre era mejor morir allí, que en otro lugar sin hacer nada.
                   Para honrarles, para que nadie los olvide, llevaré su historia allá donde vaya y se la contaré a todo aquel que quiera oírla.

-FIN-

Orco


Orco

                   Guran llevaba corriendo ya más de medio día, atravesando el bosque de Myrath Dam con zancadas largas y veloces. Estaba cansado, pero no podía parar. Aún podía escuchar, a lo lejos, las cornetas de los humanos y los aullidos de la jauría de perros de caza que lo acosaban.
Su mala suerte había comenzado entrada la primera luz del alba. Karog-He, jefe de la aldea orca en la que Guran vivía, pensó que sería una buena idea enviar a una partida de orcos a las afueras del bosque en busca de alguna patrulla humana. Una mala idea pensó él, pero peor idea fue la de escogerle también para formar parte de dicha partida.
                   Salieron de la aldea entrada ya la mañana, a paso ligero y sin descanso. La comitiva la abría Egoh’n Me’s, un orco algo valentón y vanidoso al que Guran no le tenía mucha simpatía. Tres orcos jóvenes más conformaban el resto del grupo, siendo Teg Fad el más joven.
                   Guran hubiera preferido no tenerlo en el grupo. Bastante era tener que acatar las órdenes del vanidoso de Egoh’n como para, encima, tener también que aguantar a Teg, el orco más tonto de la aldea.
                   Como fuera, el grupo atravesó a paso ligero el frondoso bosque de Usun. Al llegar a un pequeño risco elevado al descubierto pudieron divisar una pequeña columna de humo que salía de una zona del bosque y ascendía hasta el cielo. Una fogata, pensaron enseguida todos. Y, donde hay un fuego, casi siempre hay humanos cerca de él, pensaron también. Todos, excepto Teg.
                   Sí, ese era el mayor defecto de Teg; que, además de ser tonto, siempre contradecía lo que los demás pensaban. Por ese motivo, Teg le pidió a su líder que tuvieran más precaución, pues la fogata bien podría ser cosa de los elfos del bosque, o de otra aldea orca vecina.
— ¿Tú idiota? —preguntó enojado Egoh’n— Elfos del bosque no queman bosque y no haber aldeas orcas por aquí. Fuego ser de humanos. Nosotros bajar allí, machacar cabezas y regresar a aldea con trofeos para jefe. ¡No discutir!
                   Y así empezó a ir todo de mal en peor.
                   Al llegar al lugar en donde se suponía que estaba el fuego de los humanos, vieron el fuego, pero no así a los humanos. En su lugar encontraron a otro pequeño grupo de orcos. Cinco jóvenes, todos ellos pensó Guran, con pinta de ser más tontos aún que Teg.
                   Tras los pertinentes saludos entre ambos líderes, consistentes en un par de cabezazos bien dados, comenzaron las oportunas presentaciones. Éstas se vieron interrumpidas al presentar el líder del otro bando a uno de sus subordinados. Éste último cayó fulminado por una flecha que tuvo la poca delicadeza de incrustarse en su entrecejo sin siquiera pedir permiso.
                   El asunto estaba demasiado claro. Humanos, y, por la lluvia de flechas que siguió a la primera, pensó Guran, era un grupo muy numeroso.
                   Así pues, sin pensárselo dos veces, agarró su maza y echó a correr a través del bosque. Ya pensaría después en alguna excusa para darle al jefe de la aldea. Todo eso, claro está, si salía con vida de aquella.
                   En un momento de respiro, aprovechó para coger aire y tratar de situarse en el terreno en el que se hallaba. Guran pudo comprobar, para su sorpresa, que se había alejado mucho en dirección contraria a su aldea, a causa del desconcierto producido por el repentino ataque de los humanos.
                   Estaba lejos, sí, pero en absoluto perdido, pues conocía la zona en la que se hallaba. Era el bosque de Myrath Dam. Si quería salir de él y llegar al bosque de Usun, le bastaría con ir siempre en dirección sur, bordeando el lugar.
                   Y esa era su actual situación. Corría sin parar, con el sonido a lo lejos de las cornetas de los humanos y los ladridos de los perros. Si tenía suerte, pensaba para sus adentros, les dejaría atrás un par de kilómetros más adelante, cuando lograse alcanzar la orilla sur del lago Mhyt.
                   Cuando por fin alcanzó el lago, Guran dejó caer su maza al suelo y posando las manos sobre las rodillas, cogió aire para recuperar el aliento. Algo le llamó la atención a su derecha. Un movimiento leve, casi furtivo. Guran miró hacia ese lado y la vio. Era una niña humana, de apenas ocho veranos de edad.
— Hola —Le saludó ésta con mirada inocente y curiosa.
                   Guran recuperó su maza del suelo y apuntó amenazador a la niña, que le tendió una flor con una de sus manitas.
— ¿Quieres una? —Le preguntó risueña.
                   El orco olisqueó la flor que la chiquilla le mostraba, entre confuso y receloso; luego miró a un lado y después al otro. Al final, viendo que estaban solos, sonrió de oreja a oreja.
                   Una hora más tarde, Guran había dejado atrás ya a sus perseguidores, gracias a la ayuda del lago. Caminó varios centenares de metros por el agua, bordeándolo, antes de salir a terreno seco, para así ocultar su olor a los perros. Llegó fácilmente al bosque Usun y, desde allí, encontrar el camino de vuelta a la aldea fue cosa bien sencilla.
                   Sonrió una vez más al pensar en la cara que pondría el jefe de la aldea, Karog-He, al ver el “regalo” que le llevaba. Guran palmeó contento y orgulloso el cuerpo inerte de la niña, que colgaba sobre su hombro derecho y en cuya cabeza podía apreciarse una pequeña brecha. Hoy harían para cenar una suculenta sopa de niña humana.

-FIN-

Ysembus

Ysembus

                   Aquella mañana, en la aldea de Ghu, el gran jefe Adhlum mantenía una importante reunión con el sumo sacerdote Ysembus, los ojos y la voz de los dioses, en la cabaña del segundo.
— ¿Y bien?
                   Ysembus giró una vez más su bola de cristal y escrutó a través del vidrio faceteado, que le devolvió su reflejo en cientos de copias distorsionadas. Como sumo sacerdote de la aldea que era, acometía la rutinaria labor de atender a las consultas de sus congéneres, tarea ésta que, en ocasiones, le resultaba un tanto tediosa. La de hoy era una de esas veces, y su desgana se veía acrecentada al ser el gran Adhlum, el propio jefe de la aldea, su consultor.
— Nada ven mis ojos, oh, gran Adhlum —sentenció al fin.
— ¿Nada? —espetó con enfado el aludido— ¿Acaso me niegan los dioses su favor?
— Su silencio no significa que nos nieguen su favor, gran Adhlum —afirmó Ysembus.
— ¿Ah, no? ¿Y qué significa entonces? ¡Dímelo!
— Quizás que tu pregunta no ha sido correctamente planteada, gran señor.
— ¡Tonterías! —espetó más enojado aún Adhlum—. Mi pregunta ha sido bien planteada y tiene una respuesta sencilla; sí, o no. Entonces, ¿por qué me niegan la respuesta los dioses, eh? ¿Por qué? ¡Contesta!
— Con el debido respeto, gran señor, tu enfado no beneficia en nada al resultado de tu consulta —apuntó  Ysembus bajando la vista con gesto ceremonial—. Permíteme, pues, que mire una vez más a través del cristal de los dioses y busque su respuesta; ¿te parece bien?
— De acuerdo —consintió Adhlum de mala gana, que sabía del poder de los dioses y no quería enojarles, pues les temía—. Disculpa mi impaciencia, Ysembus. Te ruego mires de nuevo en el cristal, por favor.
                   Ysembus cerró los ojos y se concentró. Acto seguido, los abrió de nuevo y, haciendo extraños gestos con las manos abiertas sobre la esfera faceteada, fijó la vista sobre el cristal, donde sus reflejos bailoteaban nerviosamente despidiendo titilantes destellos irisados. Luego, con un suave cántico, que era casi un susurro, arrojó sobre el vidrio un puñado de polvo de canela con el fin de facilitarles a los dioses el contacto con el mundo terrenal. Después de esto, esperó unos segundos más en silencio.
— ¿Y bien? —preguntó intrigado e impaciente Adhlum—. ¿Han contestado esta vez los dioses?
— Los dioses me han hablado por fin, gran Adhlum —contestó con solemnidad Ysembus.
— ¿Y? — Los ojos del gran jefe ardían de impaciencia esperando la respuesta.
— Su respuesta ha sido —contestó al fin Ysembus.
— ¡Alabados sean los dioses, Ysembus!
                   Adhlum abrazó al casi sorprendido gran sacerdote y abandonó la cabaña con la felicidad dibujada en su hasta entonces compungido rostro. Ya afuera, llamó a uno de sus sirvientes personales, un joven de apenas doce años, al que le dio unas monedas y una orden.
— Apuéstalo todo al equipo de la aldea de los Yutain —Adhlum sonrió abiertamente—. Los dioses han dicho que hoy ganarán en el campeonato de melón-cesto.
                   El muchacho corrió presto a realizar la tarea encomendada, seguido por el gran jefe con la mirada. Mientras tanto, en el interior de la cabaña, Ysembus recogía sus instrumentos de trabajo.
                   Limpió con sumo cuidado la esfera de cristal con un paño de lana y la envolvió en una tela de esparto para, posteriormente, guardarla en un pequeño cofre hecho a la medida. Luego, hizo una pequeña reverencia ante el mismo y rezó una pequeña plegaria a los dioses. Si tenía suerte, el equipo de la aldea vecina ganaría el torneo de melón-cesto. Y si no la tenía...
                   Bueno, si no había suerte y el equipo perdía, siempre podría poner alguna excusa; mala comunicación con los dioses, una respuesta mal entendida, energías negativas influyentes a la hora de escucharles...
                   A fin de cuentas, ¿quién osaría contradecir al sumo sacerdote de la aldea, eh?

-FIN-