____________________________________________________Visita mi CANAL DE YOUTUBE_______________________________________________________

Tanque Bradock. Capítulo 5

5 – Ricitos

                    Cuatro saqueadores aparecieron por el final de la calle, enfundados en armaduras rojas y negras con la silueta de la cabeza de un león dibujada en el pecho. Portaban dos de ellos pistolas grandes de plasma y los dos restantes rifles del mismo tipo. Sus cabezas estaban cubiertas con cascos de visores opacos que ocultaban sus caras. De la parte trasera superior del casco salía un largo penacho de color rojo a modo de cola de caballo.
                   Eran, a todas luces, un pelotón de reconocimiento, y parecían estar buscando algo, o a alguien, a juzgar por el modo tan sistemático con el que escudriñaban por entre las ruinas de los edificios que revisaban. El que parecía ser el líder del escuadrón dio órdenes a los otros tres mientras se detenían ante la entrada de uno de los bloques semiderruidos.
— Harrison, Starr; vigilad los flancos. Lennon; adentro.
                   Los dos primeros ocuparon sus posiciones. El tercero, aunque quiso obedecer la orden recibida, no pudo llevarla a cabo. Un disparo lo alcanzó de lleno en la espalda y lo lanzó varios metros hacia delante, empotrándole contra una pared. Sus tres compañeros se pusieron a cubierto de inmediato tras los restos de un muro.
— No ha estado mal, no señor —admitió contento Roc al ver lo efectivo de su primer disparo, hecho desde la azotea en la que se  hallaba situado—. Uno de uno.
— Buen trabajo —Le felicitó Bradock por el intercomunicador-; pero no te emociones mucho. Yo me encargo de los otros tres.
— De acuerdo —asintió conforme Roc—. Todos suyos, jefe.
                   Bradock atravesó corriendo a toda velocidad los metros que le separaban del trío de saqueadores restantes. En el tramo final, tensó todos los músculos de sus piernas para propulsarse hacia arriba, en un salto que le ayudó a pasar por encima del muro derruido tras el que se ocultaban. Ya en el aire, abrió fuego con sus dos pistolas y eliminó a los tres, antes de que pudieran reaccionar o saber qué era lo que estaba pasando.
— Eso ha sido alucinante, jefe —apuntó asombrado Roc.
— Deja de alucinar y sigue vigilando. ¿Ves algo fuera de lo común desde tu posición?
— ¿Algo fuera de lo común, dice? Todo por aquí parece fuera de lo común.
— Roc…
— Vale, vale —El androide echó un rápido vistazo a la redonda a través de la mira telescópica de su rifle—. Al oeste veo a otro grupo de saqueadores.
— ¿Qué están haciendo, exactamente?
— Parece que están intentando entrar en el edificio que vigilan. Creo que alguien desde dentro les está manteniendo a raya.
Ricitos
— ¿Está usted seguro de que es ella, jefe?
— Puedes apostar tu paga a que es ella.
— Lo haría, si tuviera una paga que apostarme —Apuntilló Roc—. Hace años que no cobro.
— ¿Cuántos son?
— Vaya; pues la verdad es que no he contado los años, pero yo diría que unos…
— Los saqueadores, Roc. ¿Cuántos son?
— Ya me parecía a mí raro que usted se interesase por mi economía… —suspiró el androide—. Veo seis. Cuatro a pie; armados con ametralladoras. Los otros dos ocupan un vehículo con un cañón bláster acoplado en su parte trasera; uno conduce el vehículo y el segundo maneja el arma. Si yo estuviera dentro de ese edificio, buscaría lo antes posible la forma de salir de él; no creo que su estructura aguante muchos disparos más.
— No te preocupes —Le tranquilizó Bradock—. Nos encargaremos de ayudar a Ricitos a salir de allí enseguida.
                   El mercenario puso en práctica sus dotes para el combate urbano, adquiridas éstas durante largos años de entrenamiento, para desplazarse a lo largo de la calle sin ser visto por sus enemigos. Aprovechando los distintos elementos dispersados a lo largo del camino como cobertura, fue avanzando poco a poco por el terreno hasta alcanzar una posición más ventajosa desde la que atacar.
— Roc ¿puedes ocuparte del tipo del cañón? —preguntó a través del intercomunicador.
                   Un disparo certero a la cabeza del encargado del arma del vehículo fue la rápida respuesta del androide. Amparándose en la sorpresa de los compañeros del fallecido ante el súbito ataque, Bradock salió de su escondite y atacó con toda su potencia de fuego. Cuatro certeras ráfagas de sus pistolas ametralladoras se encargaron de los soldados que iban a pie. Después, disparó al interior del vehículo por el hueco de la ventanilla izquierda para eliminar limpiamente al conductor. El todoterreno, súbitamente impulsado por el pie del conductor muerto que pisó el acelerador, avanzó en línea recta durante un par de metros más, hasta empotrarse contra uno de los edificios cercanos y estallar en llamas segundos después.
— Buena jugada, jefe —Le felicitó Roc por el intercomunicador.
— Sigue vigilando. No creo que tarden mucho en mandar a otro escuadrón a ver qué ocurre.
— A la orden.
                   Bradock comprobó que sus enemigos estaban muertos antes de adentrarse en el edificio que éstos habían sitiado. El interior estaba en penumbras y sus ojos tardaron varios segundos en acostumbrarse a la escasa luz. Iba apuntando con sus armas allá a donde mirase, mientras escudriñaba con cautela cada recoveco del lugar.
— ¿Ricitos? —Probó fortuna esperando oír una respuesta, que no tardó mucho en llegar desde el fondo del pasillo.
— ¿Zachary? ¿Zachary Bradock? —respondió desde el lugar envuelto en penumbras una fuerte voz de mujer— ¿Eres tú?
— El mismo que viste y calza, pequeña —contestó él contento de haberla encontrado—. ¿Qué te parece si dejamos esta bola de barro de mala muerte y nos tomamos algunas copas en algún antro, eh? ¿Qué me dices?
— Que acepto encantada, cariño —contestó la mujer saliendo de su escondite.
— ¿Hubo suerte, jefe? —La voz metálica de Roc le llegó a Bradock por el interfono.
— Por supuesto, hojalata. Nos vamos de aquí. Dile a Neska que prepare transporte para tres.
— ¿Neska? ¿Es que tienes un nuevo amorcito en tu vida? —inquirió la mujer con una media sonrisa dibujada en su cara.
— Tonterías —Bradock le devolvió la sonrisa—. Sabes de sobra que mi corazón ha sido, es y será, siempre tuyo, querida.
— Tonto adulador. Veo que no has cambiado nada —Ella le abrazó con cariño y le besó en la mejilla.
— Vaya ¿solo me he ganado eso, un besito en la mejilla?
— Guardo lo mejor para un sitio más adecuado y adecentado que esta escombrera, encanto. Soy una dama, no una cualquiera —Ella le pellizcó tiernamente en la mejilla.
— Jamás lo he dudado, querida —apuntó Bradock sonriente—. Jamás lo he dudado.
— ¿Jefe? —La voz de Roc les interrumpió de nuevo.
— Dime.
— Convendría que fueran saliendo de ahí. No creo que tarden mucho en enviar a una nueva patrulla a ese lugar.
— No te preocupes, hojalata, ya salimos.
— ¿Tienes otro amiguito? —inquirió risueña Ricitos.
— ¿Roc? Oh, sí. Y estoy seguro de que te encantará. Vamos, te lo presentaré después.
                   Roc llevaba varios minutos ya con la mandíbula abierta de par en par; de hecho, si pudiera babear lo estaría haciendo en ese momento. Delante de él tenía a la mujer más arrebatadora que había visto nunca, todo ello medido bajo sus propios cánones de belleza femenina.
                   Una mujer de cuerpo grande, robusto y musculoso, pero a la vez esbelto, larga cabellera ondulada y espesa, de variados tonos fucsia, piel color canela y ojos azules como zafiros, besaba apasionadamente a su jefe ante su anonadada presencia. Vestía la mujer como única armadura grupos de pequeñas láminas de metal a modo de escamas que cubrían algunas zonas de su cuerpo; como eran los hombros, codos, rodillas y cintura. También llevaba un más que sugerente sujetador de metal, que mostraba parte de sus encantos, y portaba en sus caderas dos pequeños blásteres enfundados en sendas cartucheras de lana negra. Roc no resistió más  y se arrojó de rodillas ante la desconocida.
— ¡Hágame suyo, señorita! —suplicó— ¡Por favor, tómeme y haga de mí lo que desee!
— ¿Este es Roc? —preguntó divertida la mujer a Zachary sin dejar de abrazarle.
— El mismo —respondió Bradock—. Ya te dije que te encantaría.
— Levántate, cariño —Le pidió amablemente al androide—. No me gusta ver a un tío de rodillas. Además, ni siquiera nos han presentado...
— Me llamo Roc —terció el androide haciendo una leve reverencia—. Mucho gusto en conocerla, señorita...
— Babelle, June Babelle —Le aclaró la mujer al percatarse de su duda—. Puedes llamarme  June, cariño —Y le tendió la mano en un gesto gentil que el robot recogió con sumo agrado.
— Y usted puede llamarme como guste, señorita June. ¿Puedo tocarlos...? —Roc señaló titubeante la poderosa delantera de la mujer.
— ¡Roc, córtate ya! —espetó Bradock enfadado ante el descaro del androide.
— ¿Te importa? —Le interrumpió a su vez June— El chico está piropeándome. No nos molestes ¿de acuerdo? Adelante, muchachote —Le indicó seguidamente a Roc inclinándose  hacia él—; son todo tuyos.
                   Al androide le empezaron a temblar todos los miembros ante la orden de June. Completamente exaltado, acercó sus temblorosas manos a los poderosos y turgentes pechos con intención de palparlos.
—...Sin embargo —Añadió June antes de que él lograse su propósito—; si haces eso, cogeré y arrancaré tus bracitos metálicos, te los meteré por el culo y te los sacaré por la boca. Después, si aún te quedan ganas de marcha, jugaré contigo a los bolos... Y tu cabeza sería la bola. ¿Te ha quedado bien claro, cariño? —sentenció la mujer con una sonrisa entre divertida y maliciosa dibujada en su boca.
— ¡Toma! ¡Hachazo! —exclamó en ese momento una triunfante Neska.
— No me digas más —dijo June al oír a la computadora—; esta es Neska ¿verdad?
— La misma —contestó Bradock.
— Qué encanto eres, le has puesto parte de mi nombre a la computadora.
— ¿Parte de su nombre? No entiendo —Neska se mostró confusa ante ese dato.
— Sí, cariño —Le explicó June—: Mi verdadero nombre es Juneska, pero me quité el “ska”, que significa “hija de”, por desavenencias con mi padre. Líos de familia.
— ¡Toma! ¡La vida es maravillosa! —Sentenció Roc con un corte de mangas.
— ¿Cómo dices?
— Oh, nada, señorita June. Cosas de familia.

CONTINUARÁ

Tanque Bradock. Capítulo 4

4 – Kalydos

                        “¡Doble ca, uve doble!; la emisora que recorre el espacio... y el tiempo.
                        ¡Hey! De nuevo con vosotros Al Crespo. ¿Cómo os trata el día de hoy? Espero que bien. Me dicen que tenemos una nueva llamada; ¿sí, dígame?
                        ¿Sí? ¿Se refiere usted a mí?
                        ¡Por supuesto que sí, amigo, es a ti!
                        Oh, vaya. Pues me llamo Roc y llamo para pedirles alguna pieza musical de Beethoven…
                        ¿Bee...quién?
                        Beethoven, caballero, Beethoven; me conformaría con un trozo de su famoso “Claro de luna” y…
                  Mira tío; no sé qué te habrás fumado hoy, colega, pero aquí no tenemos nada de ese tal Beethoven.
                        ¿No? ¿Y se puede saber qué mierda de emisora musical es ésta, que ni siquiera tiene música de Beethoven?
                        La misma emisora que te va a mandar a paseo ahora mismo, colega. Adiós y buen día…
                        ¡Hijo de… tuutuuuuuuuut!
                        Vale tíos; ahora os dejo con el tema “Things have changed”, del inolvidable Bob Dylan. A disfrutarlo y hasta luego.
                        ¡Doble ca, uve doble!; la emisora que recorre el espacio... y el tiempo”.

                   Roc continuó varios segundos más mascullando toda clase de improperios, dirigidos al locutor a través del intercomunicador apagado de la radio; hasta que se dio cuenta que aquello no le serviría para nada. Malhumorado por el trato recibido, decidió salir al puente de la nave para descargar su enfado con la computadora Neska. Cuando el androide llegó al puente, la computadora estaba revisando en las pantallas los datos personales de Bradpock.
— Vaya —apuntó Roc al percatarse del hecho—; ¿sabe el jefe que estás husmeando en sus datos privados?
— No —respondió Neska—. Y tampoco se enterará.
— ¿Ah, no? ¿Y qué te hace pensar que no se lo diré yo?
                   Por toda respuesta, Neska pasó a emitir en otra de las pantallas una escena de vídeo donde se podía ver al androide en una habitación, ataviado con un vestido largo de noche ante un espejo, y preguntando “¿quién es la más guapa del baile, espejito?” en repetidas ocasiones.
— ¿Quieres que vean estas imágenes tus amiguitos del “Club de Androides Elegantes”?
— ¡¡Qué hijadeputa!! —espetó enfadado el androide al verse en la grabación—. ¿Has puesto cámaras en mi habitación?
— En la tuya y en todas las de la nave. Hasta en el baño —contestó la computadora—. Cada rincón de esta nave está monitorizado por vídeo y audio.
— Qué asco me das… ¿Y puede saberse qué es lo que estás buscando entre los archivos del jefe?
— Datos.
— ¿Te importaría ser un pelín más concreta, por favor?
— Quería saber si se ha casado más de una vez. En mis datos no figura ninguna boda con esa tal Amanda Fullerton. Además, por más que busco, no encuentro información alguna sobre ella.
— Hum… Esto sí que es raro —masculló Roc pensativo.
— Ya te digo. Es como si esa mujer no existiera…
— Nah; no me refería a eso —añadió Roc—. Lo que me parece raro es el hecho de que una computadora tenga celos de una humana. Es la primera vez en mi vida que lo veo. Y mira que he estado en un montón de lugares.
— ¿Celosa? ¿Yo? Sí, claro.
— Oh, sí, celosa; absoluta, total y rematadamente celosa… ¡Dioses, me encanta verte así!
— Lo que tú digas, chatarra con defectos.
— Neska está celosa. Neska está celosa —Canturreó alegre Roc—. El jefe tiene mujer… y no es una computadora… Nana-nana-nana. Dime una cosa ¿cómo se siente una al verse relegada a un segundo plano por una humana?
— Si de veras te crees que puedo estar celosa por el simple hecho de saber que el jefe esté casado, es que no me conoces en lo más mínimo, chatarra andante.
— Yo solo espero una cosa —apuntó sonriente Roc_. Poder estar presente cuando el jefe se reencuentre con su amorcito perdido… Seguro que te saltarán chispas hasta del núcleo central cuando los veas besuqueándose todo acaramelados…
— ¿Cuándo veas besuqueándose a quién? —La voz de su jefe les pilló por sorpresa.
— A Santa Claus y su señora esposa, jefe —respondió con rapidez Roc para desviar la conversación—. Aquí, la computadora; que dice que Santa no existe. La muy incrédula…
— ¿Hemos llegado ya a Kalydos, Neska? —Bradock se sentó en el asiento del piloto y trasteó en el cuadro de mandos de la nave.
— Prácticamente estamos entrando en su atmósfera, jefe—informó la computadora.
— Bien. Rastrea la señal del mensaje que nos enviaron y veamos dónde hemos de empezar a buscar a Ricitos.
— Buscando coordenadas y activando piloto automático. Llegada al punto indicado en unos cinco minutos.
— Ponnos en pantalla una imagen del lugar, por favor.
— De acuerdo jefe.
                   Neska activó una de las pantallas y ante ellos apareció la superficie del planeta. Éste era pantanoso en un porcentaje elevado de su terreno y varias micro-ciudades amuralladas, conectadas entre sí por carreteras igualmente amuralladas, poblaban la zona que veían en la pantalla. Contaron, a bote pronto, un total de unas doce ciudades. Divisaron además algunos núcleos urbanos más, de menor tamaño, y pequeños bosques dispersos por toda la zona.
— No parece un sitio muy acogedor para vivir, la verdad —Señaló Roc ante el panorama del planeta.
— Tranquilo —Le respondió Bradock—. Nos quedaremos sólo el tiempo necesario para encontrar a Ricitos y sacarla de ahí… ¿Hum?
— ¿Ocurre algo, jefe? —preguntó Roc al ver el gesto de preocupación que había asomado en el rostro de su jefe al fijarse en algo de la pantalla.
— Neska; cuadrante B-7. Enfócalo.
— Enfocando —Anunció la metálica voz de la computadora.
                   La cámara de la pantalla enfocó su punto de mira en el lugar especificado por Bradock. Era una de las micro-ciudades, de la cual salían columnas de humo gris por algunas zonas y que parecía haber sido el escenario de una batalla campal. Tenía varios de sus edificios seriamente dañados, y de la azotea de uno de ellos emergía en el viento un estandarte de color rojo con la silueta negra de la cabeza de un león dibujada en el centro. El mercenario masculló algo por lo bajo al reconocer el estandarte.
— ¿Reconoce ese estandarte, jefe? —preguntó Roc.
— Se hacen llamar “Los Cruzados Rojos” —contestó Bradock—. Se dicen a sí mismos saqueadores; yo los llamo simplemente escoria. No es necesario que busques el origen del mensaje, Neska. Ya sé dónde se encuentra Ricitos —Bradock abandonó el asiento del piloto y se encaminó hacia una pared, donde, al pulsar un botón, un panel deslizante dejó al descubierto un nutrido grupo de armas—. Prepara el teletransportador. Voy a bajar.
— ¿Va a meterse en ese lugar, así, sin más? —preguntó Roc contrariado— ¿No se supone que ese lugar es muy peligroso, y todo lo demás?
— Por eso vendrás conmigo; para cubrirme —Le anunció Bradock pasándole un rifle de francotirador.
— Sabe que odio la violencia ¿verdad, jefe?
— Y también sé que eres un tirador excelente. Venga, mueve tu culo metálico de ese sillón y sígueme. Andando —Bradock escogió de entre las armas dos pistolas ametralladoras y un par de cintos de munición que se colgó cruzados en los hombros—. Una cosa más; si ves a unos tipos ataviados con armaduras rojas y negras, con el símbolo del león dibujado en el pecho, dispara sin preguntar. ¿Lo has entendido?
— Alto y claro —respondió Roc—; ¿pero no es mejor intentar dialogar primero con ellos? Ya sabe, por aquello de intentar evitar toda clase de violencia innecesaria.
— Créeme una cosa —Bradock cargó sus armas y les quitó el seguro antes de volver a cerrar el panel deslizante—; si ellos te ven antes a ti, ni se molestarán en saber quién o qué eres. Venga, en marcha.
                   El teletransportador dejó a mercenario y androide situados sobre la azotea de un edificio de dos plantas, que formaba una hilera con otros cinco bloques de edificios más de distinta altura cada uno de ellos. Dicha hilera de pisos formaba una calle con la fila contraria de edificaciones que transcurría paralela a la suya. Buena parte de las construcciones presentaban serios desperfectos en sus estructuras. De dos de ellas emergían densas columnas de humo gris que se perdían entre las capas de nubes que encapotaban el cielo.
— Tú quédate aquí y cúbreme —Le ordenó Bradock al androide mientras saltaba del edificio portando en ambas manos las pistolas ametralladoras.
— Vale, pero que conste en acta que no me gusta este plan —Protestó Roc con poca convicción.
— ¡Deja de quejarte y vigila! —Le gritó Bradock poco antes de aterrizar en el suelo.
— Esto es una mierda. Una auténtica mierda —espetó amargamente el androide mientras se colocaba en posición—. Definitivamente, creo que no me pagan lo suficiente. No señor.

CONTINUARÁ

PESADILLA

Pesadilla

                    Levantas la vista del suelo y ves ennegrecer el cielo, con nubes grises barruntando tormenta. Deseas con todas tus fuerzas no estar debajo cuando éstas descarguen. Pero hay algo más en el ambiente que te produce temor. Algo que genera en ti un miedo casi irracional que nace de lo más hondo de tu ser.
                   Notas una presencia en el lugar que te inquieta por alguna extraña razón. Es una sombra, poco menos que una brisa fría siquiera, que parece llenar el lugar con su oscura e inquietante presencia.
                   Echas a correr con todas tus fuerzas, deseando llegar lo más lejos que puedas lo antes posible. Pero tus pies se vuelven tan pesados como el plomo y, de un modo extraño, el cansancio hace mella en tu cuerpo en un corto intervalo de tiempo.
                   La desesperación se apodera de ti y tu respiración se vuelve más y más agitada con cada nuevo paso que das. Y te ríes sin ganas y lloras sin poder evitarlo. Las fuerzas te empiezan a fallar, abandonando tu cuerpo poco a poco, hasta que llegas al fatídico final de tu breve huida.
                   Caes rendido en el suelo, con tu pecho sacudido por las convulsiones producidas por el aire al entrar y salir de él. La garganta te hierve con cada nueva bocanada y la respiración se convierte en un calvario. Y la sombra te alcanza, envolviéndote con su oscuro manto.
¿Por qué huyes? —Te pregunta con su profunda y siniestra voz— ¿Acaso tienes miedo de mí?
— ¡Déjame, por favor! —Suplicas tembloroso y aterrado— ¡Déjame!
— ¿Dejarte? —La sombra te observa con ojos rojos como el fuego, extrañada ante tu petición— Ah, pero eso que me pides es imposible; bien lo sabes…
— ¿Por qué no me dejas en paz? —Balbuceas lloriqueando.
— ¿Por qué? Es sencillo  —Al responder retira la capucha que cubre su rostro y sonríe, complacida por su triunfo—; porque yo soy tú.
                        Y entonces es cuando gritas.

FIN

EL GUERRERO

El Guerrero

                   Está tumbado sobre la nieve, blanca y fría, con los brazos y piernas abiertos en cruz y sus ojos mirando al cielo.
                   El viento frío golpea en su rostro como cuchillas hirientes y lo mortifica sin piedad, entumeciendo todos sus músculos. Pero eso le da igual.
                   La nieve está teñida con su sangre, que emana de la herida abierta con una lanza, que sobresale de su pecho como un mástil quebrado.
                   Y la espada caída junto al guerrero, con la hoja rota y ensangrentada, cuenta cuán dura fue la última batalla.
                   Y los cadáveres esparcidos por doquier, sanguinolentos e inertes, claman su lugar en el paraíso de los héroes.
                   Y los cuervos sobrevolando el cielo azul en círculos, como una nube negra e informe, esperan el momento para celebrar su macabro festín.
                   Y el guerrero sonríe por última vez, mientras de sus labios escapa el último hálito de vida.

FIN

Tanque Bradock. Capítulo 3

3 – Se precisa mercenario

                      La “bromita” del Xanadú le costó a Bradock el enfado de Roc durante la semana y media siguiente; enfado consistente en silencios sepulcrales por parte del androide, rotos de cuando en cuando por la mecánica voz de Neska lanzándole toda clase de insultos; cara de pocos amigos cuando mercenario y robot se cruzaban por el camino, camino muy corto dado lo pequeño de la nave; y toda clase de improperios mascullados por lo bajo por parte de Roc ante cualquier pregunta o gesto procedentes del mercenario.
                   Esa tarde la cosa seguía igual cuando ambos se encontraban en el puente de la nave, rumbo al solitario asteroide Prometeus, situado en el cuadrante 221B de la nebulosa C-Doyle.
                   Bradock silbaba la sintonía del “Un, dos, tres”, un viejo concurso de televisión del siglo XX, que había escuchado por casualidad en una emisora de radio. El mercenario llevaba ya un buen rato silbando dicha melodía, para desesperación del androide.
— ¿Piensa seguir con eso mucho rato? —preguntó éste malhumorado.
— ¿Con qué? —Bradock se hizo el tonto ante la pregunta.
— ¡Con el silbidito! —refunfuñó Roc—. Me pone de los nervios.
— ¿No te parece una sintonía muy pegadiza? —Bromeó Bradock ignorando el malhumor de su compañero— A mí sí.
— ¡Y una mierda! —Saltó enojado éste— Lleva usted silbándola una hora y media…
—Una hora, veintiséis minutos y trece segundos; para ser exactos —matizó la voz de Neska.
— Vaya, tuvo que hablar la zorra —espetó con irritación Roc ante la intervención de la computadora.
— Picha floja… —respondió la aludida antes de apagar su módulo de voz.
— Dejadlo ya los dos, me volvéis loco —Les ordenó Bradock—. Dime, Neska ¿tenemos algún mensaje grabado en el contestador automático?
— Tenemos cuarenta y dos mensajes grabados —Le informó la computadora—: Veinte de ellos son del presidente de la C.I.F.J, reclamándole la devolución del pago que se le hizo por adelantado con relación al trabajo de la prisión de Lythos V; el señor presidente alega que se pasó de la raya.
— Nah, borra esos mensajes.
— Borrando veinte mensajes…
— Y borra también los que haya dejado mi madre.
— Borrando quince mensajes más.
— ¿Ni siquiera se va a dignar a responderle a su madre? —preguntó indignado Roc—. En ocasiones me da usted asco, jefe. ¿Qué clase de hijo desagradecido ignora los mensajes de su madre?
— La misma clase de hijo que quiere evitar que su madre le enjarete una cita a ciegas con la hija petarda de su no menos petarda vecina.
— Oh, una cita a ciegas; ya ves tú qué miedo —espetó Roc con sarcasmo.
— ¿Ah, sí? ¿Qué tal te fue con Renata? —Bradock soltó la puya con una sonrisa sardónica dibujada en su boca.
— Imbécil… —El androide desvió la mirada irritado por el comentario.
— ¿De quién son los doce mensajes restantes, Neska?
— Tiene cuatro de la tienda digital “Demeritus”, informándole de sus nuevas ofertas en muñecas eróticas articuladas; dos más de su hermano Aloiseus, pidiéndole encarecidamente que retire de su cubículo-apartamento las películas porno que se ha dejado; otros cuatro de la Iglesia del Evangelio de Mourinho, pidiendo una donación; y otro más de un grupo de camioneros espaciales llamados los Bebop Boys, conminándole a unirse a su tropa.
— ¿No te falta un mensaje? —Apuntó Bradock tras echar cuentas con la ayuda de sus dedos.
— Así es, jefe —respondió Neska—, pero es que no sé muy bien de qué va ese mensaje. ¿Se lo paso?
— Bueno, pásalo. Veamos de qué se trata.
                   La computadora apagó su módulo vocal y dio paso a la grabación del mensaje, que comenzó tras escucharse una serie de tonos agudos y breves. Era un batiburrillo de palabras entrecortadas por interferencia estática y otros ruidos.
— Aquí… Ald>chuiup<…rypes, des… el… >briiip<neta Kalydos…>briiip<, solic>chuiup>chuiuip< …dock. Mensaje de >chuiuip<…arte de Amanda …lerton: “T…>briiiip< …cesito”. Repito;>chuiup>beeep<mensaje de>briiip< part… d>breeeeeep<… Amanda Full>chuiuiuiup<erton: “Te necesito”.
— Dioses… —espetó Bradock perplejo tras escuchar el mensaje— Ahí se oían más ruidos que en el estómago de mi tío Pepe tras comerse unas fabes. ¿Puedes pasarle algún filtro para mejorar el sonido, Neska?
— Intentaré limpiar el sonido —respondió ésta—; pero no prometo que vaya a quedar bien.
— Tranquila, haz lo que puedas.
                   Unos segundos más tarde, la computadora anunció la finalización de su trabajo y volvió a pasar el mensaje, esta vez sin tantos ruidos de fondo.
— Aquí Aldo Nerypes, desde el planeta Kalydos, solicitando ayuda al mercenario Bradock. Mensaje de parte de Amanda Fullerton: “Te necesito”. Repito; mensaje de parte de Amanda Fullerton: “Te necesito”.
— Lo siento —Se disculpó Neska ante la mala calidad de sonido que aún presentaba el audio—; pero no he podido hacer nada más.
— Tranquila, has hecho un buen trabajo. Pon rumbo a Kalydos. Quiero ver en qué anda metida ricitos.
— ¿Ricitos? —preguntó intrigado Roc— ¿Es que por casualidad conoce a la mujer que nombran en el mensaje?
— Por supuesto que la conozco —afirmó Bradock—. Después de todo, es mi esposa.
— ¿¡¡Qué!!? —La pregunta fue formulada al unísono por computadora y androide, perplejos ambos ante el descubrimiento de ese dato de la  vida privada de su jefe.
— ¿Por qué no figura ese dato en mis archivos? —preguntó intrigada la computadora.
— ¿Y por qué habría de figurar, muñeca? —contestó risueño Bradock, como un niño que juega con su madre al ocultarla algo divertido que acaba de hacer.
— Porque soy la encargada de pilotar esta nave y debo conocer esa clase de datos sobre cada uno de sus ocupantes.
— Francamente —apuntó Roc tímidamente—; no veo la relación de saber esas cosas con el hecho de poder, o  no, pilotar esta nave.
— ¿Alguien te ha pedido tu opinión, chatarra con patas?
— Yo al menos puedo ir donde quiera, no como “otras”.
— ¿Por qué no nos haces un favor y te desmontas, guapo? Total, para lo que sirves montado…
— ¡Anda y que te infecte un troyano…!
— ¡Basta ya los dos! —gritó exasperado Bradock ante la reyerta iniciada—. Neska, pon rumbo a Kalydos. Dale a la nave la máxima potencia posible; quiero llegar allí cuanto antes. Y no quiero oír más discusiones en todo el trayecto ¿queda claro?
                   La computadora, para evadir la respuesta a la pregunta, puso en marcha la música a todo volumen; y para ello escogió el tema “Engel”, del grupo Rammstein, para sufrimiento del pobre Roc, que decidió retirarse a su compartimento mascullando por lo bajo toda clase de improperios dirigidos contra la computadora.

CONTINUARÁ

Tanque Bradock. Capítulo 2

2 – De putas

                        “¡Doble ca, uve doble!; la emisora que recorre el espacio... y el tiempo.
                        ¡Hey! De nuevo con vuestro amigo Al Crespo, que os trae la mejor música de los siglos pasados para alegraros la jornada. ¿Estáis preparados para mover el esqueleto?
                        Tenemos la  llamada de otro oyente; ¿sí, dígame?
                        ¿Qué pasa, Al? ¿Cómo te va, tron? Te llamo desde el taller “Ventura” p’a pedirte una de AC/DC...
                        Un momento, ¿has dicho el taller “Ventura”?
                        El mismo, el mismo, tron...
                        Ahí fue donde me jodieron el autodesl¡zador el mes pasado.
                        Que va, que va... Aquí no fue. Aquí curramos de puta madre, colega. Te lo digo yo, tío.
                        ¿Me estás llamando mentiroso, cabrón?
                        Que no, joder...
                        Pues llámame cuando sepáis arreglar coches, ¡capullo! Adiós.
                        Y ahora os dejo con el tema “Señor matanza”, del grupo Mano Negra.
                        ¡Hasta luego!
                        ¡Doble ca, uve doble!; la emisora que recorre el espacio... y el tiempo”.

                        La esquina redondeada del edificio alto y gris era el lugar donde estaba situada la entrada al mismo. Sus opacos ventanales negros centelleaban bañados por los destellos de colores del letrero luminoso que daba nombre al local. Un enorme “Xanadú” de neón coronaba la puerta doble, donde un musculoso shiíta de cuatro brazos y ojos enormes y negros custodiaba la entrada. A su lado, un canijo sasky mordisqueaba un largo cigarro sin encender. En el lado opuesto, una yury de piel verdosa y cabello rubio y corto enseñaba sus pechos. Al ver llegar a Bradock y a su androide se metió dentro del edificio como si tuviera mucha prisa.
— Que venga usted, no digo que no, jefe —mascullaba por lo bajo Roc, mientras se acercaban a la entrada del local—, pero no sé por qué motivo debo venir yo también. Ya sabe que no me gustan estos antros.
— Es bueno relacionarse con la gente, Roc —Le contestó éste echando una bocanada de humo por la boca y dando una calada al puro que fumaba—. “Ampliar horizontes” lo llaman.
— Conozco sitios mejores a los que ir si se tratase de relacionarse con la gente, la verdad.
— ¿Y en cuántos de esos sitios te harían un buen servicio como el que te harían aquÍ?
— ¡Venga ya, jefe! —exclamó el androide— No necesito de esos “servicios” para conocer gente. Me basta con acudir a una holo-biblioteca, ir a un concierto de música clásica o asistir a una buena representación de ópera.
— Por cierto ¿qué tal andas del tema? —Le preguntó Bradock señalándole a sus partes íntimas.
— ¿Tema? ¿A qué se refiere con eso?
— Ya sabes —Bradock le señaló de forma más insistente sus genitales—; tu cosita, el pajarito…
— ¿Cosita, pajarito? —Si el androide pudiera encoger los hombros, en ese momento los habría encogido— No le entiendo, jefe.
— ¡Por Dios, Roc, me refiero al pito, al pene, a la polla! ¡Que si lo tienes o no!
— Ah, se refería a esto —El androide presionó un botón en un pequeño panel oculto de su cintura y de su entrepierna emergió un miembro masculino de un tamaño considerable.
— Rediez, qué calladito te lo tenías, cabrón —espetó Bradock al admirar el tamaño del aparato viril del androide.
— Uno de mis creadores creyó oportuno dotarme de este aparato. Gustaba el buen hombre de metérselo por…
— No hace falta que me des los detalles —Le cortó Bradock antes de que acabase la frase. Vamos, hemos de sacarle provecho a esa herramienta tuya. Te presentaré a Renata. Creo que le caerás muy bien. Ya verás.
                   Mientras tanto, en el interior del local el ambiente se estaba revolviendo un poco.
— ¡Ha vuelto, ha vuelto! —exclamaba una y otra vez la yuri de piel verdosa.
— ¿Quién, quién? —preguntaban sus compañeras de oficio extrañadas por el alboroto de la muchacha.
— ¡El terrícola, el terrícola!
— ¿Terrícola? ¿Cuál? —preguntó una mujer asomada a una pequeña balconada interior.
— ¡Bradock!
— Mierda… —Al oír el nombre, la mujer suspiró hondamente con resignación— Bueno, tranquilidad. ¿A quién le toca esta vez?
                   Ante la pregunta, las mujeres allí presentes comenzaron todas a dar evasivas; yo ya lo hice el mes pasado, a mí aún me duelen los dos agujeros, ni hablar, aún no puedo sentarme en condiciones… Ante tal situación, la mujer les mandó callar. Una de las allí presentes se ofreció voluntaria para atender al cliente, para asombro de las demás.
— De acuerdo, Erza —Aprobó la mujer de la balconada—, lo harás tú. Te daré un cinco por ciento extra a fin de mes por tus servicios.
— Gracias, señora Maluk —contestó Erza, andariana de piel tan negra como el carbón, ojos azabache y cabello blanco y corto.
— Buen día a todas —Saludó en ese momento Bradock al entrar por la puerta jalando del androide por uno de sus brazos—. ¿Está Adele?
— Hola, encanto —Saludó desde la balconada la mencionada—. Me agrada que vuelvas a esta mi casa. ¿En qué puedo servirte hoy?
— Hola, Adele. Encantado de volver a verte. ¿Cómo te va el negocio, guapa?
— No me puedo quejar… —contestó la madame.
— ¿Está esta noche Renata en activo? —preguntó Bradock sin dar más rodeos—.Mi compañero Roc desea conocerla.
— Vaya, no le veo yo muy convencido de ello, la verdad —apuntó la mujer al ver las reticencias que el androide mostraba.
— Ah, bueno, es que es un poco tímido —señaló Bradock—. Pero  te aseguro que cumplirá con ella como mandan los cánones, en serio.
— Chicas, acompañadle a la habitación de Renata —Ordenó Adele.
                   Dos de las muchachas agarraron de los brazos al nervioso androide y lo condujeron por una escalinata.
— Es por aquí, cariño —Le decía mientras subían los escalones una de ellas—. Renata se pondrá muy contenta de verte; le gustan mucho los androides.
— Los androides, los hombres, los animales… —apuntó riendo la segunda—. A Renata le gusta de todo.
— En cuanto a ti, cariño —Adele se dirigió de nuevo a Bradock—, tengo algo especial para esta noche.
— Vaya, vaya… —Bradock sonrió de oreja a oreja— ¿Y puedo saber el qué?
                   Adele Maluk hizo un gesto a la andariana, que se acercó sonriente hasta Bradock, mostrándole toda su desnudez.
— Se llama Erza —Le aclaró Adele—. Las demás chicas se peleaban por estar contigo, pero yo las he dicho que no, que esta noche te tocaba el “plato especial de la casa”. Como puedes ver, es una de las criaturas más hermosas que hayas visto en tu vida.
— Doy fe de que así es, rediez —apuntó Bradock admirando las sensuales curvas de la mujer.
— Comprobarás, además, lo muy eficientes que son las de su raza a la hora de dar satisfacción sexual; tanto a hombres como a mujeres. Que la disfrutes, cariño. Trátala bien, por favor ¿de acuerdo?
— Seré el hombre más educado de la galaxia con esta damisela, Adele —respondió Bradock besando las manos de Erza y haciéndola una reverencia para que abriera la marcha en dirección al dormitorio.
— Eso espero —apuntó una poco convencida Adele—. Eso espero.
                   Bradock fue conducido escalinatas arriba por la andariana quien, intencionadamente, bamboleaba su trasero de manera descarada ante sus ojos. Llegados a una habitación, contigua a la que había sido llevado el androide, la andariana se tumbó sobre la cama.
— Bueno, machote —Indicó sonriente a su partenaire—; veamos qué es lo que tienes entre esas piernas que tanto asombra a mis compañeras.
— Claro, mujer, claro —espetó bonachón Bradock mientras se despojaba de sus vestimentas y dejaba a la vista su enorme miembro viril—. Sírvete tú misma.
— ¡Por los anillos de Tolkien! —exclamó la andariana cayéndose de la cama patas arriba debido a la sorpresa— ¿¡Qué narices es eso!?
— Todas decís lo mismo —Bradock rió de buena gana—. Bueno ¿qué hacemos? ¿Me tumbo, me quedo de pie?
— ¿Cómo diantre puedes hacerlo con “eso”? ¡Es enorme!
— Cuestión de práctica, cariño. Cuestión de práctica.
                   En ese momento, al otro lado de la habitación se oyó un alarido metálico que resonó en las cuatro paredes.
— Vaya —espetó Bradock sonriendo—; veo que Roc ha conocido a Renata.

CONTINIUARÁ

El viejo guerrero

El viejo guerrero

                   La taberna del viejo Bob “el Gordo” estaba de lo más concurrida aquella tarde. Un nutrido grupo de clientes, repartidos entre las seis mesas redondas del local, bebían, comían y charlaban entre risotadas, brindis  y algunas notas altisonantes de canciones picantes. Mientras esto ocurría, su dueño iba y venía de un lado para otro cargado con jarras y bandejas.
                   Sentados alrededor de una de las mesas, cuatro clientes asistían cautivados a las historias que un quinto personaje les iba relatando; a cada cual más sorprendente que la anterior. El que les hablaba era un hombre mayor, de unos sesenta años, melena gris desgreñada rozándole los hombros, frente ancha, profundos ojos azules ya vidriosos por el peso de los años, tez morena surcada por las arrugas y mentón ancho y pronunciado.
                   Su cuerpo, pese a su avanzada edad, seguía siendo musculoso. Sus fuertes manos y sus anchos brazos denotaban que aquel hombre había vivido toda una vida errante llena de muchas y duras batallas. Portaba en su cinto una espada de hoja ancha enfundada en una vieja vaina de cuero. Reía de vez en cuando, entre sorbos de cerveza, con sonoras risotadas. Contaba en ese momento una de sus muchas batallas.
— Y allí estaba yo —decía animosamente, usando seis nueces colocadas sobre la mesa a modo de personajes imaginarios en un campo de batalla ficticio—; rodeado por aquellos miserables perros kursitas que intentaban hacerme morder el polvo. Rodé por el suelo hacia un lado y, con un limpio tajo de mi espada, ¡le corté la pierna a uno de esos malnacidos! Entonces me levanté ¡veloz como una pantera! y, dando un giro en redondo, ¡le rebané el pescuezo a otro de ellos! Deberíais haber visto cómo sangraba ese desgraciado...
— ¿Qué más, qué más? —Apremió uno de los oyentes impaciente por escuchar la resolución de la aventura.
— Quedaban aún tres más en pie —Continuó hablando el hombre disponiendo las nueces en una nueva formación—, pero yo no me iba a dejar acorralar tan fácilmente; así pues, me lancé sin pensármelo dos veces contra el que parecía ser su cabecilla. Paró la primera de mis estocadas, con buen temple he de decir en su favor, pero no me aguantó asimismo la segunda, que le atravesó el hombro derecho hasta el omóplato. Sus compañeros, viéndole caer, soltaron sus armas y huyeron despavoridos como alma que lleva el diablo... ¡Y juraría que aún siguen corriendo!
                   Los cuatro compañeros de mesa rieron a mandíbula batiente la última ocurrencia de su narrador particular, que cogió una jarra de cerveza y, brindando por ellos, bebió un buen trago antes de posarla sobre la mesa con un fuerte golpe.
— ¡Camarero! —Voceó entonces con una voz grave— ¡Otra ronda para mis amigos!
                   En ese momento alguien refunfuñó en voz alta a su espalda.
— ¿Por qué no te callas de una vez, maldito borracho?
— ¿Hum? —El guerrero detuvo su cháchara y buscó con la mirada a su inoportuno interlocutor—, ¿me estás hablando a mí, desgraciado?
— ¿Y a quién, si no, le iba a hablar? —Gruñó el desconocido de mala gana— Llevas todo el puñetero día rajando sin parar y ya me duele la cabeza de escuchar tus tonterías; así que, ¿por qué no nos haces un favor y te largas de una vez, viejo?
— Y ya puestos —El guerrero bebió un nuevo trago de cerveza antes de seguir hablando—, ¿por qué no me echas tú? ¿O acaso te da miedo un simple viejo? —Añadió con una sonrisa burlona en su cara y sujetando con su mano el pomo de su espada envainada.
— ¿Crees que te tengo miedo, estúpido vejestorio? —Bramó el aludido poniéndose en pie de súbito y desenvainado su arma— ¡Sea, ya puestos, seré yo mismo el que cierre tu estúpida bocaza!
                   Y con un grito rabioso se lanzó contra el guerrero, para sorpresa de los allí presentes, que se echaron a un lado. El viejo guerrero, no obstante, ni siquiera se inmutó ante el repentino ataque. En lugar de eso, esperó. Cuando su adversario se le echaba casi encima, empujó su silla hacia atrás para, acto seguido, golpear la mesa con sus pies y lanzarla contra su contrincante. Éste la recibió de lleno y cayó espatarrado en el suelo, entre juramentos y cascos de jarras rotas, para regocijo de los presentes.
— ¡No quiero peleas aquí, viejo! —Bramó Bob “El Gordo” haciendo aspavientos con sus brazos— Ya te lo he dicho más veces; ¡peleas en mi local, no! ¡Fuera!.
                   El guerrero le lanzó una mirada hosca, pero no dijo nada. En lugar de eso, cogió un saquito de cuero que llevaba colgado al cinto y se lo arrojó al posadero.
— Esto es por los desperfectos —Añadió encaminándose a la puerta para abandonar el local.
                   Ya afuera, una vez se disponía a montar sobre su yegua para marcharse, sus hasta entonces contertulianos le salieron al paso.
— ¿Te vas ya? —Le preguntaron cariacontecidos.
— Sí —contestó él—. No me gusta estar donde no soy bien recibido.
— Ni siquiera nos has dicho cómo te llamas —Le dijo uno de ellos—. ¿Es que no tienes nombre?
— Por Crom, que sí lo tengo —espetó riendo el viejo guerrero—. Y bien alto puedes decirlo. Soy Conan.
— ¿¡Conan!? —preguntó otro abriendo los ojos como platos— ¿Te refieres a ese del que todos cuentan leyendas?.
— No sé lo que se cuenta de mí —apuntó el guerrero enfilando a su yegua hacia el camino—, pero te aseguro que yo soy Conan de Cimmeria. Adiós.
                   Cuando ya estaba a unos metros de distancia, otro de los desconocidos le gritó.
— ¿Y a dónde te diriges ahora?
— ¡A donde me lleve el viento! —Gritó Conan perdiéndose en la lejanía a lomos de su montura.
                   Sus contertulianos se miraron unos segundos a la cara, con el estupor dibujado en ella, hasta que al fin uno de ellos espetó.
—No puede ser ese Conan. ¡Ni en broma!
                   Tras unos segundos de duda, se volvieron a meter en la taberna para seguir bebiendo y brindando.

-FIN-

Tanque Bradock. Capítulo 1

1 – Defcon 2

                   Millares de puntitos de colores surgieron de la nada concentrándose en un punto en el aire, para dar forma a un cuerpo humano más tarde. Zachary Bradock se alegró de estar por fin sobre el puente de mando de la Laika, su nave personal. Una vez completamente materializado fue recibido por Roc, su compañero de metal.
— Dígame una cosa, jefe ¿en algún momento de la misión se planteó la posibilidad de no destruir la prisión?
— ¿Por qué? —Bradock arrojó en el suelo la ametralladora gartlin. Luego se colocó sobre un pedestal circular y se deshizo de la servo-armadura que llevaba equipada, cuyos cierres herméticos soltaron pequeños chorros de vapor por varios sitios al soltarse y separarse.
— Oh, por nada en particular —apuntó el androide con su voz aguda y metálica—; ¿tal vez porque formaba parte de las órdenes que nos dieron, pedazo de cafre?
— Bah, chorradas —Se excusó toscamente Bradock—. Con decir que fue uno de los hijoputas de la prisión, asunto arreglado ¿no te parece?
— ¿Está usted loco, jefe? —preguntó Roc haciendo girar su dedo índice derecho a la altura de la sien— Se suponía que tenía que desbaratar el motín de la cárcel... ¡evitando bajas innecesarias!
— Ya, bueno... —Bradock se sentó en el sillón de mando, dejándose caer a plomo sobre su forro de cuero negro— Qué le vamos a hacer. Son cosas que pasan. Neska, pon rumbo a Defcon 2.
— De acuerdo, jefe —contestó una voz metálica femenina.
— ¿Le importa apagar ese apestoso puro? —Pidió Roc agitando una mano para disipar el humo— No sé cómo pueden gustarle tanto. Apestan.
— Porque me encanta meterme en la boca cosas largas y duras —Ante la atónita mirada de perplejidad del androide al oír esa respuesta, Bradock le lanzó una bocanada de humo al rostro metálico y añadió—. ¡Joder, sólo por ver la cara que has puesto ha merecido la pena hacer la broma! —Y soltó una risotada que resonó en el puente.
— Llegada a Defcon 2 en veinte minutos —anunció la voz femenina de Neska.
— Puta madre —Bradock reclinó el respaldo de su asiento hacia atrás y se tumbó para relajarse—. Podremos descansar mientras tanto. Ponnos algo de música, Neska ¿quieres?
— ¿Podría ser alguna pieza de Mozart, Vivaldi, Schubert, o tal vez algo de Strauss, por favor? —Solicitó Roc con poca confianza.
— ¿Algo de Rammstein, jefe? —sugirió Neska a su vez.
— Sí; me gusta cómo piensas, nena... —Bradock sonrió abiertamente mientras alzaba el pulgar en señal de aprobación— ¡Dale caña, preciosa!
—Si, claro —Se quejó Roc—; ignora al androide y haz caso a la zorra de la computadora. Típico.
                   Por desgracia para el robot, su queja se perdió entre los primeros acordes del tema “Sehnsucht”. Sabedor de que aquel estruendo iba a durar el resto del trayecto, el androide se despidió y se encaminó a su camarote, mascullando en voz baja improperios dirigidos contra la computadora.
                   Veinte minutos de atronadora música heavy más tarde, la Laika llegó a Defcon 2, un pequeño planeta del tamaño de la Luna. Por el trayecto recibieron la llamada de un alterado funcionario de prisiones, que amenazó con demandar a Bradock por la masacre cometida en la prisión de Lythos V. El aludido se limitó a rascarse la entreìerna y a cortar la comunicación alegando problemas de recepción.
                   Poco antes de entrar en el puerto de atraque principal de Defcon 2, la Laika recibió la llamada de rigor por parte de las autoridades, representadas en la persona de Otto Straussen, un cincuentón de mostacho y cabello canosos y con un carácter agrio y seco.
— Nave Laika; aquí puerto de atraque principal de Defcon 2 —informó con una voz grave y cortante que no dejaba lugar para las bromas—; ¿tienen algo que declarar antes de atracar? ¿Alguna carga en especial o algún objeto en particular?
— Nada raro, vejestorio —respondió Bradock.
— ¿Cuál es el motivo de su llegada a Defcon 2?
— Puro placer, carroza. Me han contado que hay muy buenas putas en este planetucho de mala muerte y quería saber si era cierto o no.
— ¿Sufren o han sufrido algún tipo de enfermedad que debamos conocer?
— Sí, una —informó Bradock con una sonrisa dibujada en su cara—; de pequeño un mosquito me picó en la punta de la polla y desde entonces la tengo enorme. Puedo mostrarles una foto para demostrarlo... ¿Algo más que deseen saber?
— Escúcheme bien, pedazo de anormal —Otto aclaró su garganta con un leve carraspeo antes de seguir hablando—. Me importa una puta mierda si su polla es enorme o si la tiene del tamaño de una chincheta; si le hago una pregunta, quiero que la responda correctamente y sin pitorreo alguno, porque si se niega a hacerlo, mandaré a mis oficiales artilleros que abran fuego contra su estúpida nave y le enviaré con ella a tomar por culo... ¿Me he expresado con claridad, capullo?
— ¡Alto y claro, mi sargento! —Bradock saludó con sorna al estilo militar— ¡Ninguna carga y/o enfermedad que declarar, señor!
— ¿Cuál es el motivo de su llegada a Defcon 2?
— De visita, señor —apuntó Bradock mirando al frente fingiendo aún el saludo militar—. Vengo a ver a mi hermano pequeño, Nathaniel Bradock.
— ¿Qué ocurre? —preguntó Roc al entrar en el puente y oír la conversación— ¿Por qué no hemos atracado aún? —Al ver en pantalla la cara malhumorada del oficial Straussen, el androide se temió lo peor— Oh, no, no me diga que ya ha vuelto a hacer una de sus “bromitas”. ¿Qué ha hecho esta vez?
— Nada, cuatrolatas —Bradopck le quitó importancia al asunto— Aquí, mi colega y yo, estamos ultimando algunos detallitos sin importancia; ¿verdad que sí, jefe?
— No soy su jefe —espetó serio Otto—. Según me informan en este momento, su hermano resulta ser el consejero del gobernador de Defcon 2; ¿puede mostrarnos alguna identificación que acredite su declaración?
— Pues, ya que lo preguntas, tengo un lunar en la punta de la p...
— ¡Le aseguro que es cierto, oficial! —Roc interrumpió rápidamente a su compañero antes de que éste acabara la frase, para evitarles mayores complicaciones—. Conectaré mi base de datos al de la nave para que ustedes la escaneen y puedan encontrar ahí la información que buscan.
— De acuerdo —asintió complacido el oficial—. Veo que por lo menos hay alguien con el suficiente sentido común en esa nave. Proceda, por favor.
— De acuerdo.
                   El androide extrajo de su cintura un cable de fibra óptica que conectó a un panel del cuadro de mandos de la nave. Segundos después, recibieron la aprobación desde el puerto de atraque para poder acoplar la nave y así desembarcar. Para su sorpresa, un autodeslizador les estaba esperando para recogerles y acercarles hasta el módulo-vivienda donde se alojaba el hermano de Bradock. Cuando llegaron allí, fueron recibidos por un robot mayordomo que les condujo hasta una pequeña salita. Por el camino se entretuvieron admirando la excelente decoración del lugar, consistente en caras moquetas y alfombras en los suelos, cuadros de artistas de renombre en las paredes y jarrones antiquísimos en distintos lugares.
                   Bradock, que iba fumando uno de sus enormes puros, dejaba caer restos de ceniza sobre las moquetas y alfombras de cuando en cuando. Odiaba aquella ostentación de riqueza y ésa era su particular forma de protestar. Roc, por su parte, se aplicaba en la medida de lo posible en limpiar dichos restos antes de que el robot mayordomo se percatase de ellos.
                   Al llegar ante una puerta doble el robot mayordomo les mandó esperar afuera mientras él entraba en la habitación que ésta cerraba. Segundos más tarde, la puerta volvió a abrirse y del interior salió un hombre algo más joven que Bradock, de cuerpo delgado y piel blanca, pelo corto castaño peinado a la raya, mandíbula ligeramente redonda y una nariz fina. Sus ojos color almendra denotaban astucia e inteligencia a partes iguales.
— Vaya, vaya... El hijo pródigo ha vuelto —Saludó con sorna—. ¿Puedo saber qué asuntos te traen por aquí, hermano? —Recalcó la palabra hermano con cierto deje de desagrado mal disimulado.
— Yo también te quiero, Nate —Bradock usó el apodo familiar de su hermano, sabedor de que esto le molestaba en sumo grado—. ¿Qué tal Rebeca y los niños?
— Sabes de sobra que hace dos años que no veo a ninguno de ellos, cabrón —Nathaniel escupió la última palabra cargada de veneno—. ¿Dejarás algún día de restregármelo por la nariz?
— Tranqui, tranqui... No busco bronca, tío —Bradock alzó las manos en señal de paz—. Venía a visitarte; ¿es que no puede uno pasar a ver a su hermano pequeño?
— ¿De visita, tú? No me hagas reír, por favor. Tú no haces visitas, esquilmas a la gente. A ver; ¿cuánto necesitas esta vez?
— Vaya, me asombra ver lo bien que me conoces, hermanito —Bradock sonrió de oreja a oreja con sorna—. Nah, me vale con un par de cientos de créditos.
                   Nathaniel lanzó un hondo suspiro de resignación y volvió a meterse en la habitación de la que había salido. Segundos más tarde, regresó con un pequeño papel en sus manos que le entregó a su hermano, no sin antes lanzarle una advertencia.
— Ni se te ocurra volver a pedirme nada más en un par de meses, ¿te queda claro, hermano?
— Como el agua cristalina, Nate —Bradock cogió el cheque y se lo guardó en el bolsillo de su pantalón— Vamos, Roc. Te invito a putas.
— ¿¡Putas!? —Nathaniel entró en cólera—. ¿¡Me pides el dinero para irte de putas!?
— Tranquilo —Se despidió su hermano mientras se encaminaban a la salida—; echaré un casquete en tu honor.
— ¡Eres un hijo de puta!
                   Bradock no oyó, o no quiso oír, la última frase de su hermano y abandonó el lugar canturreando una canción. Roc, por su parte, no entendía muy bien qué es lo que había pasado en ese lugar escasos momentos antes.
— Perdone, jefe —Quiso saber—; pero no logro entender cómo es que su hermano ha accedido tan fácilmente a darle esa cantidad de créditos.
— Asuntos de familia, Roc —respondió Bradock—. Simples asuntos de familia.
— ¿Asuntos de familia? No le entiendo bien, jefe.
— Digamos que conozco un par de pequeños “secretillos” que al consejero no le gustaría sacar a la luz.
— ¿Secretillos? ¿Cómo cuáles?
— Si alguna vez ves una foto de sus hijos, y te fijas bien en ellos, lo entenderás. Estoy seguro.
— ¿Me está diciendo que usted se ha...?
— ¡No seas gilipollas, Roc! Estamos hablando de la mujer de mi hermano pequeño, por favor ¿cómo iba a tirármela yo?
— Ufs, menos mal... —Suspiró aliviado el androide al salir de su error— Pensé que había sido usted.
— Pues no —apuntó Bradock—. Pero sí que sé quién lo hizo.

CONTINUARÁ